martes, 8 de febrero de 2022

Five Parsecs from home. El tercer interludio.

En conformidad con los estatutos de Unity, toda nave que circule dentro de su espacio de navegación espacial debe disponer de una Sick Bay, un recinto de enfermería para atender a enfermos o heridos, y asistir en posibles cuarentenas a aquellos afectados, bien sea por contagios inesperados o cualquier síntoma sospechoso. El recinto debe reunir además las instalaciones adecuadas para hacer las reparaciones oportunas a cualquier androide, Soulless o similar que haya sufrido daños reparables (los irreparables eran asunto de los chatarreros y recicladores).

En la práctica, encontrar una Sick Bay que cumpla con todos esos requisitos legales era una suerte escasa. La mayoría de los cargueros y transportes de pasajeros carecían de los medios necesarios para tales tareas, otros ni siquiera los tenían y si era el caso, era una recámara más para almacenar bienes o quizás algún material de contrabando.

No era el caso del Alatriste. Era un sitio modesto, de eso no cabía duda posible, pero al menos reunía lo mínimo indispensable para atender cualquier urgencia. No hacía mucho tiempo había servido para curar las costillas fracturadas de uno de sus tripulantes.

El mismo que ahora contemplaba vagamente el cerebro electrónico de aquel Soulless Floyd ZX–70, abierto ampliamente, dejando al descubierto una placa de metal líquido que se había fundido hace ya un tiempo.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, en la Sick Bay de la nave que ahora se dirigía a Éfira.

Durante casi toda su vida Dietrich Grüber se había dedicado a la ciencia. Su interés por la sinapsis y los vínculos neuronales le habían llevado a una rama tan novedosa como peligrosa. Un cerebro humano está formado por millones de neuronas, conectadas entre sí eléctricamente y de forma armónica. Descubrió que otras razas como los K’Erin o los Feral guardaban un denominador común. Sus motores de pensamiento también tenían una aterradora simetría con el de un humano. Incluso los primitivos Lizzards, con sus tres cerebelos y medio hemisferio en la cola.

Era posible mejorar los implantes neuronales, los vínculos de la carne con la tecnología, hacerlos más eficientes y con mayor capacidad de almacenamiento. Sus invenciones le habían hecho ganar una fama merecida y cantidades ingentes de dinero a las personas adecuadas.

Hasta que conoció a Ludmila en el mismo lugar de trabajo. La genio de los unos y los ceros, la diseñadora de códigos simples pero con gran potencial, la arquitecta de multitud de patentes en el sector de la informática galáctica y una autoridad en el plano de las inteligencias artificiales.

Ocurrió lo habitual. Trabajaron juntos, se enamoraron, se casaron ante una autoridad cualquiera de Unity y tuvieron un hijo: Markov.

Aquello había ocurrido hace no tanto tiempo, pero a él le parecía una eternidad. Le habían dicho que lo sentían, que no podían saber cómo se sentía ante semejante pérdida…

Se secó el sudor de la frente y arrojó con frustración la pinza pequeña con la cual estaba manipulando los cables de aquel cerebro electrónico.

Una holopantalla mostraba la corrida en frío de un algoritmo. Decenas de líneas de código pasaban vertiginosamente en vertical, intentando romper la última barrera del nanosoft que habían conseguido en Arrakeen.

Si su querida Ludmila estuviera aquí, ella lo habría resuelto sin pestañear.

Sin previo aviso, la holopantalla se congeló en un punto muy concreto y un pitido le arrebató sus pensamientos. Se acercó presuroso hacia la consola y tecleó tan rápido como pudo. Accedió a una interfaz nueva en la que sólo había una carpeta. Amplió con sus manos la pantalla y vio con cierto terror el nombre de dicha carpeta: D.G.

Cuando la abrió había sólo dos archivos, uno era un vídeo y el otro un fichero ejecutable. Una última barrera de protección se desplegó:

¿CUÁL ES COLOR DE NUESTROS OJOS?

“Dos esmeraldas sobre un cielo celeste” Tecleó.

Era su saludo secreto. Los ojos verdes de Ludmila que siempre se confundían con los azules de Dietrich.

Una figura femenina de tamaño real se desplegó ante él. La figura parecía muy real, casi viva. Las piernas de Dietrich flaquearon y se arrodilló derrotado.

Era ella.

En la holopantalla el vídeo de la carpeta se inició. Ludimila vestía con la misma ropa púrpura y negra con la cual le vio por última vez justo antes de que aquella bomba explotara. Su mirada delataba preocupación.

-Cariño, si estás viendo esto, probablemente esté en peligro o algo peor- No había saludo, sólo palabras atropelladas -Como sabes trabajo con Jack McLeod, a quien le llaman “El Sordo”. No le conoces personalmente, pero él y yo estamos en los últimos preparativos de nuestro proyecto. Vamos a cambiar muchas cosas y a revolucionar el mercado. Lamentablemente, nuestros jefes, incluidos los tuyos, tienen otros planes. Van a usarte a ti y a Markov para poder extorsionarme, quieren chantajearme para que siga, pero no lo deseo. No en esas condiciones-.

La figura holográfica seguía impasible.

-Quizás os secuestren o busquen haceros daño para que acceda a continuar. Lo cierto es que Jack ya se ha ido con una copia de nuestro trabajo. Yo tengo la otra. Hemos pensado en separarnos. Cuando esté lejos de Trántor, contactaré con vosotros para que podamos reunirnos de nuevo-.

Una lágrima recorría la mejilla de Dietrich.

-Lo que tienes ante ti es el fruto de nuestro trabajo. Es todo lo que tengo. Ahora debo irme, pero antes quiero despedirme de Markov... Te quiero…-.

La figura holográfica se movió por primera vez y le miró fijamente.

-Programa activado. Versión Beta definitiva-.

El científico no dejaba de llorar.

-El reconocimiento facial me dice que usted es Dietrich Grüber-.

-Os… extraño tanto…- Sollozó.

-No puedo entender eso- Respondió la figura -Aunque tengo una extensa base de datos sobre su mujer y su hijo que podrá consultar posteriormente-.

-Pero…-.

-Ahora debe usted trabajar conmigo. Debemos ultimar el biosoft que su esposa ha diseñado-.

Una suave deceleración interrumpió al científico. Estaban entrando en la ionosfera de Éfira.

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Hasta aquí por ahora.

Gracias por leerme.

Saludos cordiales.

Wintermute.

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