viernes, 25 de noviembre de 2016

Oper. Capítulo XV


El Vértice. 23 de Julio de 2052.

     Maxwell Chase escuchó ruidos de lucha que provenían de la entrada cuando se hallaba cerca de una puerta de madera roída y mohosa, camuflada tras una pantalla holográfica que la disimulaba eficazmente. Su secretaria giró el pomo oxidado y empujó la portezuela, enseguida notó cómo una ráfaga de aire húmedo le golpeaba el rostro.

 
-Le repito que no debe preocuparse por su acompañante, Sr. Chase- Dijo Sally Prescott empuñando un arma de electrochoque –Entre, por favor-.

 
     Maxwell ignoraba el momento en que ella se había hecho con dicho dispositivo, pero sabía que los pulsos eléctricos de esa pistola, podrían destrozarle los principales músculos motores y, en el mejor de los casos, quemarle los terminales nerviosos tras una fuerte descarga. Recordó que en una ocasión tuvo la oportunidad de comprobar el alcance de ese tipo de armas. Se encontraba en una discoteca y un borracho comenzó a agredir sin motivo aparente a dos gemelas; lo único que el atacante no podía imaginar es que una de ellas tenía un modelo de similares características. En su mente, volvió a rememorar cómo los dos dardos de la pistola unidos a cables de cobre, se clavaban en el pecho del agresor embriagado con alcohol y drogas, y le transmitían una fuerte descarga eléctrica. Definitivamente, no estaba dispuesto a sufrir una experiencia parecida, así que obedeció sin formular pregunta u objeción alguna.

     Avanzó a lo largo de un pasillo sombrío y estrecho, hasta que Sally le señaló con un gesto una sala baja iluminada por velas. La habitación estaba constituida por gruesas vigas de madera y un recio y escaso mobiliario del siglo XVII. En ella, el pasado recobraba vida olvidándose de una civilización tecnológica y superficial. No faltaba ningún detalle, había una chimenea de arcilla y de campana cavernosa, un órgano desvencijado y una rueca en aparente desuso. Había un banco de alto respaldo colocado de cara a la hilera de cuadros ubicados a la izquierda. A Maxwell no le gustaba nada de lo que veía allí y nuevamente sintió temor, no sólo porque no conocía ni la mitad de los objetos que le rodeaban, sino también porque presentía que todas aquellas reliquias tenían un origen incomprensible y siniestro.

     Su temor fue en aumento cuando se encontró de frente con el lúgubre mayordomo que le había recibido durante su primera visita. Cuanto más miraba el rostro suave de aquel anciano, más repugnante le parecía su afabilidad. No pestañeaba y su color era demasiado parecido al de la cera blanca de las velas. Por un momento, llegó a la plena convicción de que aquello no era un rostro sino una máscara confeccionada con diabólica habilidad. Entonces sus flojas manos, curiosamente enguantadas, hicieron un ademán con pasmosa soltura, invitando a Maxwell a entrar en una segunda puerta aún más arcaica y pequeña que la primera.

     Avanzó en silencio custodiado por los dos guías, se metió en la abertura y comenzó a bajar por los gastados peldaños que conducían a una cripta oscura y sofocante. Un momento después se halló descendiendo por una escalera abominable, por una estrecha escalera de caracol húmeda, impregnada de un olor muy peculiar, que se enroscaba interminablemente en las entrañas de la tierra, entre muros de chorreantes bloques de piedra y yeso desintegrado. Era un descenso silencioso y horrible. Al cabo de un intervalo indeterminado de tiempo, Maxwell pudo apreciar que los peldaños ya no eran de piedra y argamasa, sino que estaban tallados en la roca viva. Lo que más le asombró era que los tres pares de pies no produjeran ruido ni eco alguno, a pesar de los tacones de Sally o de los zapatos de charol del mayordomo. Después de un descenso que duró una eternidad, vio unos pasadizos laterales o túneles que, desde ignorados nichos de tinieblas, conducían a este misterioso acceso vertical. Eran como impías catacumbas de apariencia amenazadora, y el acre olor a descomposición que despedían fue aumentando hasta hacerse completamente insoportable. El directivo tuvo ganas de vomitar, se agachó pero sintió la fría y pesada mano del anciano que le invitaba a seguir. Maxwell recordó que el núcleo de la ciudad se encontraba muy lejos y pensó que muy probablemente había bajado hasta la base de alguna montaña inhóspita. Se asustó al tratar de considerar la antigüedad de ese recinto infestado, socavado por aquellos subterráneos corrompidos. No obstante, se aterrorizó aún más cuando le estremeció un fuerte estallido que provenía desde la ya lejana mansión.

-Siga avanzando, Sr. Chase- Ordenó la rubia secretaria con la mirada clavada en la parte más alta de aquella escalera infinita.

     Finalmente, vio el cárdeno resplandor de una luz desmayada y escuchó el murmullo insidioso de aguas tenebrosas. Sintió un nuevo escalofrío, debido a que no le gustaban las cosas que estaban sucediendo aquella noche; en un acto de locura motivado por la borrachera y su aislamiento, había aceptado ir con un maniático suicida a una muerte segura, y desde que el día se torció estaba seguro de que eso había sido una tontería. En el momento en que los peldaños y los pasadizos se hicieron más amplios hizo otro descubrimiento: percibió el doliente acento burlesco de una flauta y, súbitamente, se extendió ante sus ojos el paisaje ilimitado de un mundo interior, una inmensa costa fungosa, iluminada por columnas de antorchas y bañada por un vasto río oleaginoso que manaba de unos abismos espantosos, insospechados, y corría a unirse con las simas negras del océano subterráneo. Desfallecido, con la respiración agitada, contempló aquel lugar profano y apreció, con terror, una silueta negra, alta e imponente en la orilla del tenebroso mar, que manipulaba con destreza una flauta resplandeciente y dorada.

-Esta vez no has llegado con puntualidad, Maxwell- Dijo la silueta luego de interrumpir su recital triste y amargado –Llevo días esperándote-.

     El hombre permaneció en silencio esperando una respuesta que jamás llegó. Dio media vuelta, ubicándose de espaldas a aquel océano extenso, y sonrió suavemente, quizás esperando relajar el nerviosismo del directivo.

-Tenía muchas esperanzas puestas en ti, Maxwell. Pensé que podrías ser mi mano derecha. Eras ambicioso, suspicaz, inteligente, sagaz y muy profesional ¿dónde quedó todo aquello?... Ah, sí. Iniciaste tu autodestrucción en el mismo instante que comenzaste tu mutua cooperación con ese enmascarado genocida y extremista ¿por qué lo hiciste?-.

    Maxwell Chase tragó saliva y humedeció sus labios secos y áridos.

-Harry Zimmerman, Manmohan Patil, Samuel Kazim… dime que no eres tú quién está detrás de sus muertes…-.

-Seré honesto contigo, Maxwell- Contestó el hombre al tiempo que le entregaba la flauta al mayordomo, y comenzaba a despojarse sin ruborizarse de su delicado traje con pajarita –No sólo he ordenado la muerte de dichos individuos, del mismo modo, he ejecutado y cometido miles de asesinatos a lo largo de mi existencia-.

     Maxwell tuvo la sensación de que aquel hombre había rejuvenecido varios años en pocos días. Su espalda delataba una piel tersa y fresca, sus manos ya no tenían las arrugas que anunciaban el paso del tiempo, sus piernas y brazos parecían rígidas, fuertes y firmes. Completamente desnudo, el hombre ascendió lentamente a través de una negra roca, cuando estuvo coronado en su cima se arrojó hacia las profundidades de aquel mar inexplorado y comenzó a nadar con destreza.

-He vivido muchos años, Maxwell. Tantos que ni siquiera puedes imaginar toda la maldad que he visto a lo largo de siglos de existencia, así que no te sorprendas por la soltura con la que admito mis crímenes- Dijo el hombre cuando nadaba de espaldas.

     Se movía como un delfín, con destreza y habilidad, bajo la oscuridad del agua. Para el momento en que regresó a la orilla, su mayordomo le estaba esperando con una toalla blanca que ciñó a su cintura cuanto terminó de secarse. Caminó con parsimonia hacia un armario de enormes proporciones y comenzó a vestirse con ropa nueva.

-Hay algo que me tiene intrigado… ¿Cómo supiste que era yo?- Preguntó con una sonrisa mientras abotonaba una camisa color crema.

-Eso deberías saberlo… Desde siempre tienes intervenida la conexión a la Red de todos los empleados de la Corporación Ikari- Respondió un taciturno Maxwell con la mirada ausente.

-Explícamelo, por favor- Le instó el hombre, ajustándose una corbata de seda púrpura.

-No podría haberlo hecho sin la ayuda de Harry. Poco antes de su muerte, me envío tu identificación de acceso personal en la compañía, cifrada en código binario natural…-.


-0001011 que equivale al 11 decimal, 0000001 igual al 1 decimal, 1000000 equivalente al 64 decimal y, obviamente, 0000000 correspondiente al 0 decimal. Si los ordenas de forma conveniente obtienes mi identificación particular, 641011 ¿verdad que no me equivoco?- Intervino el hombre mientras se colocaba una chaqueta negra ayudado por el viejo mayordomo, disfrutando la resignación reflejada en el rostro del joven directivo.


-¿Qué te propones exactamente?- Maxwell formuló la pregunta inevitable pero necesaria.

     El hombre se ajustó el cinturón del pantalón, sonrío y dejó que un silencio insondable invadiera toda aquella caverna.

-¿Te has fijado, mientras bajabas, en las catacumbas aledañas a la escalera?-.

     Maxwell asintió levemente.

-Durante años, incluso durante la última guerra, este lugar se convirtió en mi paraíso, en mi refugio ante la barbarie humana, que decidió matarse mutuamente por razones estúpidas. Bajo estas rocas primigenias he podido ocultar los restos de mi alimentación. Mendigos, prisioneros de guerra, heridos y soldados, sucumbieron ante este vasto océano, convirtiéndose en mi fuente de existencia eterna. En dichas catacumbas, querido amigo, encontrarás los cadáveres putrefactos de mis víctimas, sin una sola gota de sangre en sus cuerpos, sin ningún atisbo de vida, porque yo así lo he querido-.

-¿Qué estás intentando decir?- Maxwell temblaba descontroladamente y sintió cómo sus piernas flaqueaban. Tuvo que hacer un enorme acopio de fuerza de voluntad para mantenerse en pie.

-Algunos médicos y psicólogos creen, todavía, que el vampirismo en una enfermedad mental, asociada a un impulso y deseo de ingerir sangre. Si a esta aseveración se le suman las supersticiones y el folclore de ciertas comunidades, que establecen que el vampiro es una criatura siniestra que se alimenta de sangre, entonces puedo decirte con toda propiedad que yo soy un vampiro, un depredador de sangre-.

     Sally Prescott se acercó y apoyó con delicadeza su cabeza en el hombro del hombre. En ese instante, Maxwell presenció la escena más terrorífica de su vida. Los colmillos del hombre crecieron notablemente de tamaño, sus ojos se convirtieron en dos luceros color carmesí rodeados por sombrías ojeras, su tez se volvió pálida y sus labios se enrojecieron. El hombre mordió con suavidad la muñeca derecha de la secretaria, quien experimentó una sensación de éxtasis y excitación que recorrió todo su cuerpo. El hombre bebió con avidez la sangre de la mujer y, cuando se detuvo, limpió su boca con un pañuelo de encaje, retirando el líquido escarlata de la comisura de los labios.

-Voy a complacerte contestando tu pregunta, Maxwell- Prosiguió el hombre, mientras que la mujer se incorporaba con la ayuda del mayordomo –Supongo que recordarás el plan de distribución mundial que tú mismo has diseñado. Pues bien, permíteme que te informe sobre sus logros. Antes del mismo, sólo un 40,96% de la población disponía de un dispositivo neural en su cerebro; ahora, con tu plan, esa cifra la hemos aumentado a 82,13% y sigue incrementándose mientras conversamos. Desde siempre, la Corporación Ikari ha sido pionera en el desarrollo de implantes neurales y, desde un inicio, yo he introducido en su cadena de fabricación y producción una diminuta, imperceptible y a simple vista insignificante, nanocápsula de vacío con un bacilo orgánico y químico sintetizado a partir de mi sangre vampírica. Cuando yo lo disponga, la nanocápsula explotará dentro del cerebro portador del implante, permitiendo que el bacilo sufra una mitosis que derivará en millones de bacterias y microorganismos, infectando al cuerpo receptor y convirtiéndole en un ser inmortal, sediento de sangre. Será cuestión de tiempo, para que ese creciente 82,13% de la población mundial llegue a hacer realidad lo que es considerado como un mito-.

     Maxwell Chase cayó de rodillas, boquiabierto, sobrecogido y horrorizado. No podía creer semejantes palabras ¿Era él responsable de toda esa tragedia? ¿Se convertiría en un monstruo despreciable y vil? ¿Por qué había sido tan irresponsable, tan imprudente? Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos debido a una detonación que resonó en todas las cavernas, produciendo un eco prolongado y atronador. Cuando Maxwell se levantó con dificultad, pudo ver que el mayordomo yacía bocarriba y con una mortal herida en su pecho. Frente al anciano, permanecía erguido el enigmático enmascarado, sosteniendo una escopeta recortada con el cañón humeante.

-¿Piensas que eres un vampiro? Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida. Estás loco, basura macerada en dinero. Voy a ensañarte cuál es el camino correcto hacia la cordura- Dijo Schrödinger con su característica voz amarga y ronca.

-¿Loco? ¿Yo? ¿Acaso no has leído lo que escriben sobre ti, justiciero?- Replicó el hombre con una sonrisa divertida.

-Escucha…- Intervino Maxwell, temblando y asustado –No lo hagas, por favor… Te lo suplico… ¿Cuándo… Cuándo te dispones a liberar esos bacilos?-.

-¿Me crees tan idiota, Maxwell? ¿Crees que te explicaría mis planes antes de ponerlos en práctica? ¿Crees que no sé que harías cualquier cosa para evitar la consumación de mi éxito? La dilatada experiencia que he adquirido a lo largo de siglos, me ha permitido prever un error tan básico como ese. Cuando la Srta. Prescott te recibió en la entrada de mi mansión, ejecuté un algoritmo que se propagó a través de toda la Red, cuya única instrucción era la activación simultánea de todas las nanocápsulas. En estos momentos, todos los implantes neurales, deben haber infectado a los millones de usuarios dispersos en todo el mundo… Incluyéndote a ti también-.

     Maxwell Chase se derrumbó por dentro y, sin saber exactamente qué hacer, se arrodilló llorando ante el vampiro inmortal, Harold Stirling.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un regreso inesperado... O no


Tiempo sin escribir en este espacio, sin atender este blog, sin dedicar mi tiempo libre a este más que prescindible sitio para dejar mis intereses, mensajes o artículos a todo aquel anónimo o amigo invisible que desee leerlos.

Hace dos años un pequeño terremoto se asomó en mi vida y cambió para bien todos mis esquemas y prioridades. A eso tengo que sumarle el trabajo y mi cada vez más escaso tiempo libre.

En cualquier caso, espero dejar de vez en cuando alguna entrada en este blog, terminar de publicar la novela "Oper" (igual hay algún lector que se quedó con ganas de conocer el final) y/o describir alguna impresión personal sobre cualquier tema de actualidad.

Saludos cordiales.

Wintermute.