lunes, 26 de diciembre de 2022

Dioses genéticos. Capítulo 3. Trabas para la investigación de un crimen

 

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Trabas para la investigación de un crimen

 

-Eso es una vulgar tontería, Miriam- Masculló Andrew con visible agitación.

 

-Me desagrada tanto como a usted, Inspector- Repuso la mujer robusta de cabello canoso, dejando clara la autoridad de su cargo –Sin embargo, no podemos hacer nada ante la solicitud de la institución. Su autonomía…-.

 

-Su autonomía es irrelevante. La cuestión es que han eliminado totalmente nuestra capacidad de indagar sobre ese homicidio-.

 

-Suicidio, Inspector. El Detective Carter cree que…-.

 

-Tobías cree que los cerdos siempre se aparean en Navidad- Ironizó Andrew, con una mueca despectiva –Particularmente, yo no descartaría ninguna hipótesis-.

 

-¿Incluso el asesinato?-.

 

La Comisionada Miriam McDonald miró al inspector con suspicacia mientras encendía su pipa con un rápido movimiento. La conversación había llegado a un punto álgido que le desagradaba por completo. Sin duda alguna, el modo en que el Dr. Hans Svensson había apartado a la Policía Tecnológica le produjo una agria sensación. Pero también no podía tolerar que un simple inspector le retara con razón. La jerarquía de su cargo y las responsabilidades derivadas del mismo, le impulsaban a dar una demostración contundente de autoridad.

 

-Incluso el asesinato- Respondió Andrew al tiempo que un humo gris fluía lentamente por su boca y nariz.  

 

-¿Tiene usted alguna prueba?-.

 

-Ninguna. Hubo tiempo para poco-.

 

-Quiero dejar una cosa muy clara, Inspector- La Comisionada apoyó su barbilla sobre sus manos y miró torvamente a Andrew –Evidentemente, una muerte de esta naturaleza atraerá la atención de los medios de comunicación, cuestión con la que tendré que lidiar de un momento a otro. Además, el hecho de que esos estúpidos científicos hayan reducido a la nada nuestra jurisdicción, me pondrá en el ojo del huracán. No sé si me he explicado con la suficiente claridad-.

 

-No, Miriam ¿A dónde quieres llegar?-.

 

La Comisionada le fulminó con la mirada.

 

-Lo que quiero decir, Inspector Poincaré, es que no puedo trabajar sobre una base ambigua. Una hipótesis sin pruebas no es más que un falso testimonio, una mentira. Ignoro cuáles son los procedimientos que esos científicos con aspiraciones de criminólogos están empleando en este momento. Lo que sí sé, y esto es una cuestión crucial, es que ellos darán un veredicto en unas horas, una resolución que nos dejará en ridículo y eso, honestamente, no me gusta-.

 

Andrew, quien permaneció parado ante ella, se derrumbó en un asiento metálico e incómodo, cruzó la pierna y mordisqueó la pipa con el ceño fruncido.

 

-No deseo imaginar las consecuencias que esto tendrá en la Policía Tecnológica, Inspector- Prosiguió la Comisionada, acelerada y precipitada –La prensa nos acusará de inútiles, independientemente de la autonomía. Los asesinatos no son crímenes comunes, pero si son crímenes mediáticos. Quizás podríamos salir indemnes dado que hemos resuelto con éxito los únicos dos casos de homicidio acaecidos en el último año-.

 

-En efecto. Un hombre que confesó haber matado a su esposa bígama y al amante, y una anciana millonaria que murió envenenada por su joven y codicioso esposo. Pero esto es diferente, Miriam. Un suicidio, un homicidio, no importa la causa de la muerte. Lo que verdaderamente debe preocupar es el nombre de la víctima. Debido a ese franco motivo, es preciso que tengamos a alguien en una investigación paralela-.

 

-¿A alguien?- Miriam McDonald alzó la ceja izquierda -¿Acaso propones infiltrar a uno de nuestros agentes en el equipo privado del instituto? ¡Imposible!­-.

 

-No. Propongo algo más simple, legal y rápido- Andrew hizo una pausa para respirar e inclinarse en dirección de la mujer –Propongo que Eugene lleve a cabo una…-.

 

-¡Espere un momento! ¿Eugene? ¿Estamos hablando de Eugene Goldstein? Si es así, por favor dígame que es una broma-.

 

-No bromeo, Miriam. Eugene es el mejor criminólogo e investigador que posee la Policía Tecnológica-.

 

-Era, Andrew ¡Lo era!- Exclamó la Comisionada con conmoción, sin percatarse de que había empleado el nombre de pila del Inspector Poincaré -¡Ese hombre está loco!-.

 

-Con todos mis respetos, Miriam, debo recordarte que Tribunal Supremo desestimó la acusación de Asuntos Internos de declarar “mentalmente inestable” a Eugene-.

 

Acusación que tú misma habías promovido” Pensó Andrew, fugazmente. Poincaré conocía a Eugene desde sus inicios en la Policía Tecnológica. Hablar de Eugene era sinónimo de deducción y astucia. Era una verdadera leyenda dentro de la criminología, gracias a su privilegiado cerebro, y como leyenda viva que era, representaba una amenaza para los intereses de Miriam McDonald. Por eso, cuando la desgracia llegó a la vida de Eugene, Miriam atisbó una oportunidad de atacar sutilmente. Anulando a Eugene, la codiciosa mujer ascendería al cargo de Comisionada sin problemas. Cuestión que finalmente sucedió, pero sin el éxito de tales planes.

 

-Eugene ya no pertenece a la Policía Tecnológica, desde el mismo instante en que renunció voluntariamente a su cargo- Continuó Andrew, cortándole las palabras a la Comisionada –Con lo cual puede ser considerado como un detective privado, autorizado por la fiscalía para asistir en la investigación. De esta manera, tendremos a una persona que conoce a la perfección el reglamento y los métodos, que no podrá ser anulada por ninguno de esos genetistas, con la ventaja añadida de que actuará como observador de la Policía Tecnológica. Así pues, no tendremos a la mala prensa en las espaldas y dará la impresión de que nosotros también estamos desentrañando el origen de esa muerte-.

 

Miriam McDonald entrecruzó los dedos de sus manos y apuntaló los codos sobre la mesa.

 

-Suena bonito, Inspector. No dejo de reconocerlo- Admitió finalmente, después de una prolongada pausa –Pero hay un inconveniente: Eugene no querrá participar en su plan-.

 

-Querrá, Miriam. Créeme. Me encargaré de que así sea. Lo único que necesitamos de forma urgente es el beneplácito del Fiscal General-.

 

Miriam miró torvamente al Inspector Poincaré. La sola idea de volver a ver a Eugene le provocaba náuseas. Eugene, siempre Eugene. El eterno detective que siempre tenía la razón. No había detalle alguno que se le escapara. Miriam no lo veía como un colega o como un compañero, siempre lo veía como un rival, como alguien que estorbaba en sus aspiraciones personales. Ahora disponía de una segunda ocasión de anularle. Si Eugene fallaba, lo cual era lo más probable dadas las circunstancias de ese supuesto homicidio o suicidio, entonces la leyenda moriría perpetuamente ¡Nadie más hablaría del repugnante Eugene! ¡Nadie se atrevería a recordar sus éxitos pasados! ¡Solo recordarían su último y estrepitoso fracaso! Sin embargo, para llegar a ese punto, Andrew debía convencerle.

 

-Me encargaré del papeleo- Dijo la Comisionada, con una sonrisa maliciosa que Andrew detectó.

 

El Inspector Poincaré se levantó de su asiento. Luego de despedirse con la cortesía de rigor, tenía una única idea en mente: Eugene debía regresar. Para poner en práctica esa idea, Andrew tenía proceder con una compleja empresa: Eugene debía escuchar.

 

Ésa era la parte más difícil. El resto sería más fácil.  

 

sábado, 24 de diciembre de 2022

Dioses genéticos: Capítulo 2. Escenario de un crimen

 

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Escenario de un crimen

 

-Disculpe señor, pero no puede fumar aquí- Dijo un novato forense con voz suave mientras señalaba una desproporcionada pipa de aluminio.

 

El dueño de semejante pipa era el Inspector Andrew Poincaré, asmático, con cincuenta años de edad, divorciado, padre de dos hijas y, para colmo de males, calvo. Bufó exasperado al tiempo que pulsaba un botón situado discretamente en el cuenco del instrumento, provocando que la boquilla se cerrara herméticamente, evitando en consecuencia el escape del humo negro ocasionado por la quema de nicotina.

 

Andrew contempló cómo un par de cadetes acordonaban mediante holocordones la zona donde se había producido el incidente. Un holocordón consistía en un mástil que emitía una cinta holográfica de color amarillo fosforescente que advertía a cualquier despistado que no se podía cruzar al área enmarcada dentro de los mástiles.

 

-Inspector Poincaré- Dijo una voz gruesa en la distancia, anticipándose ante la conversación usual que se sostenía en situaciones de esa índole.

 

El interlocutor era Jimmy Hender, médico forense con veinticuatro años de experiencia, una reuma aguda que le obligaba a llevar bastón, barba hirsuta, cabello gris despeinado y uñas largas. En ese momento se inclinaba sobre una mezcla de fluidos escarlata y carne amorfa, que analizaba meticulosamente por medio de un registrador automático. El aparato en cuestión permitía, entre algunas prestaciones, hacer radiografías en ambientes con iluminación diversa, medir la temperatura corporal y llevar a cabo autopsias sin la necesidad del anticuado bisturí.

 

-¿Se sabe ya la causa de la muerte?- Preguntó Andrew, innecesariamente.

   

-A falta de una autopsia más detallada, puedo afirmar algunas conjeturas. Pulmones perforados por costillas, politraumatismo craneoencefálico, rotura de la columna vertebral, lo típico que ocurre cuando alguien decide quitarse la vida arrojándose desde cierta altura-.

 

-¿Conocemos ya su identidad?-.

 

-He reconocido el dedo meñique entre este amasijo de filetes mal cortados, así que solo he podido obtener una identificación preliminar. Ya sabes que el protocolo exige que esta información debe ser revelada cuando se verifique por completo-.

 

-Si, si, si, ya. Pero tenemos un nombre ¿no?-.

 

-Lars Svensson- Musitó el forense en un susurro mínimo e inaudible.

 

Andrew mordisqueó el labio inferior. El nombre le era muy conocido y familiar. Lars Svensson, el segundo mejor genetista del mundo, tan solo situado por detrás de su padre. Sin duda, esta muerte atraería la atención del público y de los medios de comunicación. Lars Svensson era el virtual dirigente del único instituto que llevaba a cabo la denominada “Genética Darwiniana”, una teoría que él no entendía del todo bien, aunque sí sabía que versaba sobre la creación de personas en unas espantosas cámaras.

 

Andrew se hallaba en ese instituto.

 

El cadáver también se hallaba en ese instituto.

 

-¿Crees que ha sido un suicidio?- Interrogó el forense luego de incorporarse con la ayuda de su bastón.

 

-Podría ser- Respondió Andrew, mirando hacia arriba.

 

Una veintena de puentes se alzaban en forma secuencial hasta una cúpula de hormigón revestida en acero inoxidable y oro resplandeciente. Un suicidio era una opción, pero la víctima era tan vigorosa, tan astuta, tan juvenil… ¿Por qué lo haría? ¿Cuál sería el motivo que le habría impulsado a tomar semejante decisión?

 

-¡Un suicidio!- Exclamó un sujeto gordo, adusto, vestido con una corbata mal ajustada, de ojos oscuros y bajo de estatura –Es evidente, Andrew. Sea quien sea, concluyó que su vida no valía nada, así que se arrojó desde alguno de los pisos superiores-.

 

-Felicitaciones, Detective. Ha resuelto usted el caso de la forma más ineficiente posible- Ironizó Andrew con una sonrisa.

 

El Detective Tobías Carter ladeó la cabeza con gesto indiferente. Ambos habían sido compañeros en la academia policial y Tobías había optado por el estancamiento en su profesión.

 

-En cierta forma, Tobías- Intervino Jimmy con tono conciliador –Tu conclusión no está del todo errada. Es indudable que cayó desde algún piso superior. Dado el estado del cadáver, la caída debió haberse originado desde el piso trece. Probablemente desde el quince. La caída libre debió haber seguido una curvatura aproximadamente parabólica, así que puedo calcular con precisión el piso exacto-.

 

-De cualquier forma, sólo nos quedaría averiguar las circunstancias de…- Habló Andrew.

 

-Del suicidio- Interrumpió Tobías.

 

Andrew quiso contradecir al detective, pero alguien irrumpió abruptamente en el escenario. Se trataba de un hombre ataviado con un pulcro traje y bata blanca, alto, de escaso cabello, gafas acristaladas y con unos profundos ojos verdes como esmeraldas. El inspector lo reconoció en el acto. Se trataba del genetista más prestigioso del gremio y el padre de la víctima.

 

-¿Qué ha pasado? ¡Es mi edificio! ¿Qué hacen ustedes aquí?-.

 

Andrew se acercó con cautela. De acuerdo a su análisis previo, supo que el anciano desconocía los detalles de los hechos acaecidos. Intuyó que su tiempo y el de su equipo, tenían los minutos contados, así que necesitaba ganar algunos segundos. De su bolsillo extrajo una lámina circular donde se materializó una imagen tridimensional de su persona.

 

-Inspector Andrew Poincaré, estoy a cargo de la investigación. Hace cuarenta minutos recibimos una llamada procedente de este edificio, donde notificaban que alguien había fallecido-.

 

-Están en un edificio gubernamental. La Policía Tecnológica no puede entrar a un edificio gubernamental sin la autorización de un juez-.

 

-Sr…-.

 

-Svensson, Dr. Hans Svensson- Corrigió el hombre, haciendo especial énfasis en su titulación –Como he dicho…-.

 

-Dr. Svensson, ha ocurrido una muerte y a consecuencia de los hechos, hemos intervenido a la mayor brevedad posible-.

 

-Entiendo su posición, Inspector Poincaré, y no sabe cuánto la agradezco. No obstante, a partir de este instante, la seguridad privada del instituto se encargará de este… incidente. Así que le pediré amablemente que, tanto usted como su equipo, se retiren de manera irrestricta e inmediata-.

 

-Sólo hasta que consiga una autorización judicial, Dr. Svensson-.

 

-Entonces regrese cuando la tenga, Inspector Poincaré-.

 

El peculiar duelo había terminado o, más bien, había sido postergado hasta otra ocasión. La burocracia estatal le daba una autonomía inédita a los organismos religiosos, a las organizaciones sin ánimo de lucro, a las universidades y a los institutos destinados a la investigación del fenómeno conocido como “mejora progresiva de la humanidad”.  Ese instituto examinaba a fondo ese fenómeno.

 

Cuando devolvió la mirada, se percató que Jimmy ya estaba arrastrando su bastón hacia el hall de entrada. Por su parte, Tobías fumaba un cigarrillo en las afueras y el resto de los cadetes ya recogían los holocordones. Andrew se despidió del Dr. Hans Svensson con un gesto inexistente que no fue correspondido.

 

La única duda que surcaba por la mente del veterano inspector era cómo iba a reaccionar la seguridad privada del instituto cuando se enteraran que el hijo del genetista más prestigioso había fallecido luego de una vertiginosa caída. 

 

viernes, 23 de diciembre de 2022

Dioses genéticos: Capítulo 1. Prólogo de un crimen

 

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Prólogo de un crimen

 

No puede ser. Ese objeto brillante y metálico no es una pistola. Indudablemente no debe existir, no es real, no está entre las manos que la sostienen. Sencillamente, es una ilusión producida por algún engañoso efecto óptico.

 

Al menos eso es lo que quería creer el Dr. Lars Svensson, el segundo mejor genetista del mundo y miembro fundador del Comité para la Reproducción Científica Asistida. Sus ojos verdes repasaban la silueta de aquel contundente y peligroso artículo bélico. El gatillo se desplegaba como la mitad de una hipérbola rígida y a la vez endeble, que temblaba ante la duda del dedo que pretendía halarle sin decisión.

 

Si. Esa pistola es ficticia e imaginaria. Es un espejis…

 

¡Bang!

 

La bala cruzó silbante muy cerca de su mejilla izquierda, dejándole de recuerdo un leve surco escarlata en la piel. En ese preciso instante, el joven Dr. Svensson mojó sus pantalones a la altura de la entrepierna, en un claro e indefectible síntoma de que la pistola era innegable, mortal y tangible.

 

-Escucha, no sé qué te he hecho. Yo…-.

 

¡Cállate!- La pistola subió y bajó siete centímetros en menos de una milésima de segundo -¡Eres un traidor y un mentiroso!-.

 

-No… No lo entiendo…-.

 

Quien portaba el arma avanzó un paso y el Dr. Svensson retrocedió dos. Ambos se hallaban en un pasillo ampliamente iluminado por faros de neón, espaciados de forma equidistante a lo largo de toda su longitud. El pasillo en cuestión se hallaba en el duodécimo piso de la edificación, siendo su única función comunicar las decenas de oficinas y cubículos con cuatro ascensores, cada uno con capacidad para dieciséis personas de estatura y peso medio. Para satisfacer tal finalidad, el arquitecto responsable del diseño del edificio, había pensado que era una excelente idea construir en cada piso un puente de cinco metros de ancho recubierto por barandillas doradas a cada lado.

 

Ahora, el Dr. Lars Svensson se hallaba a menos de tres pasos de una de esas barandillas.

 

-¡Eres un miserable charlatán, Lars! No tenías ningún derecho a engañarme ¡No tenías ningún derecho a hacer lo que hiciste!-.

 

-¡Espera! Todo esto es un vulgar malentendido ¡Yo jamás te traicioné!-.

 

-¡Descarado!- El cañón de la pistola se incrustó de súbito en la frente del científico, provocando que el joven genetista retrocediera dos pasos más –¿Aún en el umbral de tu propia muerte, tienes la vergüenza de mentir tan deliberadamente? ¡No tienes ninguna moral! ¡No mereces seguir viviendo!-.

 

-¿Qué piensas hacer…? Tu…- La voz trémula de Lars se cortó cuando sintió en sus caderas la fría superficie de la barandilla.

 

-¿Acaso no es evidente? Creía que ya lo habías comprendido. No obstante, tu pregunta confirma que, además de un estúpido embustero, eres un ignorante. Ignoraste todo desde un principio ¡Nunca te esforzaste por entender!-.

 

-¿De qué hablas? ¿Qué debía entender?-.

 

La voz de Lars se confundió con el seco ruido de una segunda detonación. Esta vez la bala siguió una trayectoria lo suficientemente desviada como para que el científico la esquivase con dificultad. Su centro de gravedad se situó por encima de la barandilla  y, a consecuencia del impulso que ya había impreso durante la evasión, su humanidad se volcó hacia un inexorable vacío. Un vacío que culminaba doce plantas más abajo, en un suelo cubierto por un blanco y reluciente mármol.

 

El científico exclamó un grito ahogado y breve. Su intensidad fue menor a la del estrépito que se formó cuando su estructura ósea se fragmentó en un número indeterminado de partes disímiles luego del brutal impacto.