jueves, 8 de diciembre de 2022

La noche de las puertas vivientes

Lo siguiente es una anécdota real que me ocurrió en Mayo de 2012.

Me encontraba trabajando en un país de la Europa central, más concretamente en ese dónde está la región de Bohemia y sus magníficos cristales. Un compañero y yo estábamos con la puesta a punto de un nuevo modelo de trenes eléctricos de media distancia, del tipo que alberga a decenas de pasajeros.

Sobre las 03:00 horas se inició una lluvia primaveral, quizás algo atípica para el día, puesto que el calor dominó gran parte de la tarde y noche anterior. Pavel, el maquinista, nos dijo que sería algo pasajero, probablemente de unos minutos, puesto que la previsión meteorológica avisaba de un cielo despejado, del tipo que puedes ver las estrellas.

No terminó su exposición, cuando vi un par de ojos asustados en mitad de las vías. Un cervatillo estaba petrificado. El miedo le impedía moverse. Pavel reaccionó tarde, pero no era su culpa. Es necesario tener en cuenta que para frenar un tren a 160 km/h se necesita de mucha distancia, incluso en el modo de urgencia.

La suerte estaba echada.

Escuchamos primero un golpe seco en el frontal del vehículo, seguido de otros tantos por debajo del mismo. En algún momento, aquella masa metálica fruto de la ingeniería moderna consiguió detenerse. El maquinista nos alertó de que se había presentado un fallo en el vehículo.

Nos vestimos con la chamarra de un color amarillo muy vivo y nos dispusimos a descender del tren. Una gran mancha roja había pintado la nariz de la máquina. Mi compañero iluminó con la linterna y vimos un espectáculo difícil de describir, pero era lo más parecido a una sopa de tomate arrojada contra una pared, o un cuadro, como marca la moda actual.

Detecté enseguida cuál era el problema. Una de las balizas del vehículo había recibido un impacto directo con la envergadura del animal, y colgaba precariamente de los cables. Había que arreglarla si queríamos seguir avanzando. Mientras tanto, Pavel informaba de la situación en perfecto checo al Centro de Control Operacional. Nos autorizaban a permanecer en ese lugar durante veinte minutos, de lo contrario enviarían una locomotora para nuestro rescate.

Calculé que en veinte minutos sería difícil resolver el problema, pero al menos lo intentaríamos.

Nos dispusimos a buscar las herramientas, pero extrañamente las puertas de acceso a la sala de pasajeros estaban cerradas. Fruncí el ceño, las habíamos habilitado para salir. Pensé en ese momento que probablemente se habían deshabilitado transcurrido el tiempo pertinente de seguridad.

Afortunadamente tenía el llavín de emergencia. Lo introduje en la cerradura externa y no ocurrió nada.

-¿Qué ocurre?- Preguntó mi compañero, un señor con muchos años de experiencia y que estaba curtido en una gran multitud de viajes.

-No abre- Respondí innecesariamente.

Lo intentó él también pero no tuvo éxito. Fuimos a otra puerta, a la siguiente y a la siguiente. Los resultados eran idénticos.

Cuando estábamos en la última, la alarma de habilitación se había activado en otra un poco más lejos, una de las que ya habíamos revisado, signo de que esa estaba abierta. Avanzamos hacia ella, pero cuando llegamos se había cerrado otra vez.

Me rasqué la cabeza, confuso. Estábamos perdiendo un tiempo valioso.

Sucedió lo mismo en otra, situado en el lado opuesto. Rodeamos el tren y llegamos a ella. También estaba cerrada y el llavín no funcionaba.

-¿Pavel? ¿estás dentro del tren?- Pregunté por la radio.

Escuché su negativa y vi a una distancia de unos cuarenta metros cómo agitaba los brazos. ¿Qué estaba pasando?

-Será una avería del lazo de puertas- Precisó mi compañero.

Asentí levemente. Tenía sentido, pero ¿Por qué no funcionaba el llavín? Eso si era raro. El llavín activaba un mecanismo independientemente de la lógica electrónica. Tenía que funcionar.

Una brisa gélida me estremeció por un momento y lo que sucedió no lo he vuelto a ver en ningún otro vehículo. Las alarmas de apertura de puertas comenzaron a sonar en todo el vehículo y las puertas se abrían y cerraban sin control.

Era imposible meterse sin el riesgo de quedarse atrapado entre las hojas dobles de la puerta y hacerse algún daño, aunque sea leve. Miré a mi compañero y éste estaba completamente extraviado. Más tarde me confesaría que jamás había visto algo igual, hasta la fecha actual.  

Hasta que cesaron las puertas y se cerraron por completo. Enseguida se apagó el tren y nos quedamos completamente a oscuras, salvo por la mortecina luz de la linterna.

Le pedí a Pavel que pidiera la locomotora para acudir a nuestro rescate. Esperamos una hora en silencio. Ninguno quería mencionar o hablar nada sobre ese asunto.

Cuando la locomotora alcanzó nuestra posición, dos operarios fornidos hicieron un muy buen trabajo acoplando a aquella gigante de motorización Diesel al tren. Nos subimos a esa locomotora e iniciamos el regreso a la precaria velocidad de 60 km/h, lo cual nos hizo llegar al alba a nuestro destino final.

Al día siguiente, revisé la posición GPS de la zona donde nos quedamos varados. El lugar más cercano se llamaba Kutná Hora. Cuando se lo mencioné a Pavel, vi cómo se persignaba. Al preguntarle la razón de su reacción, me dijo que en ese poblado existe una pequeña capilla católica llamada Osario de Sedlec, cuyo mobiliario, candelabros y demás adornos están elaborados con los huesos y esqueletos de los cadáveres de antiguos nobles y ciudadanos que habían sido enterrados en su cementerio en siglos pasados.

Intrigados, mi compañero y yo decidimos visitar la capilla en nuestra tarde libre. En efecto, la capilla es un espectáculo visual entre lo dantesco y lo hermoso. Lámparas formadas por tibias y cráneos, asientos hechos con huesos perfectamente conservados…

Revisamos el tren esa misma mañana y estaba todo correcto. No había reportes de averías en las puertas, ni tampoco en el software de control. Todo estaba en una extraña normalidad.

Desde entonces, atribuimos ese incidente a una serie fortuita de eventos. El atropello del animal, la mala suerte, pero en ningún momento nadie quiso añadir a ese cóctel la mera posibilidad de que el dueño o dueña de algunos de esos huesos nos hubiese hecho una hábil triquiñuela.

Era lo mejor.  

__________

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario