viernes, 23 de diciembre de 2022

Dioses genéticos: Capítulo 1. Prólogo de un crimen

 

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Prólogo de un crimen

 

No puede ser. Ese objeto brillante y metálico no es una pistola. Indudablemente no debe existir, no es real, no está entre las manos que la sostienen. Sencillamente, es una ilusión producida por algún engañoso efecto óptico.

 

Al menos eso es lo que quería creer el Dr. Lars Svensson, el segundo mejor genetista del mundo y miembro fundador del Comité para la Reproducción Científica Asistida. Sus ojos verdes repasaban la silueta de aquel contundente y peligroso artículo bélico. El gatillo se desplegaba como la mitad de una hipérbola rígida y a la vez endeble, que temblaba ante la duda del dedo que pretendía halarle sin decisión.

 

Si. Esa pistola es ficticia e imaginaria. Es un espejis…

 

¡Bang!

 

La bala cruzó silbante muy cerca de su mejilla izquierda, dejándole de recuerdo un leve surco escarlata en la piel. En ese preciso instante, el joven Dr. Svensson mojó sus pantalones a la altura de la entrepierna, en un claro e indefectible síntoma de que la pistola era innegable, mortal y tangible.

 

-Escucha, no sé qué te he hecho. Yo…-.

 

¡Cállate!- La pistola subió y bajó siete centímetros en menos de una milésima de segundo -¡Eres un traidor y un mentiroso!-.

 

-No… No lo entiendo…-.

 

Quien portaba el arma avanzó un paso y el Dr. Svensson retrocedió dos. Ambos se hallaban en un pasillo ampliamente iluminado por faros de neón, espaciados de forma equidistante a lo largo de toda su longitud. El pasillo en cuestión se hallaba en el duodécimo piso de la edificación, siendo su única función comunicar las decenas de oficinas y cubículos con cuatro ascensores, cada uno con capacidad para dieciséis personas de estatura y peso medio. Para satisfacer tal finalidad, el arquitecto responsable del diseño del edificio, había pensado que era una excelente idea construir en cada piso un puente de cinco metros de ancho recubierto por barandillas doradas a cada lado.

 

Ahora, el Dr. Lars Svensson se hallaba a menos de tres pasos de una de esas barandillas.

 

-¡Eres un miserable charlatán, Lars! No tenías ningún derecho a engañarme ¡No tenías ningún derecho a hacer lo que hiciste!-.

 

-¡Espera! Todo esto es un vulgar malentendido ¡Yo jamás te traicioné!-.

 

-¡Descarado!- El cañón de la pistola se incrustó de súbito en la frente del científico, provocando que el joven genetista retrocediera dos pasos más –¿Aún en el umbral de tu propia muerte, tienes la vergüenza de mentir tan deliberadamente? ¡No tienes ninguna moral! ¡No mereces seguir viviendo!-.

 

-¿Qué piensas hacer…? Tu…- La voz trémula de Lars se cortó cuando sintió en sus caderas la fría superficie de la barandilla.

 

-¿Acaso no es evidente? Creía que ya lo habías comprendido. No obstante, tu pregunta confirma que, además de un estúpido embustero, eres un ignorante. Ignoraste todo desde un principio ¡Nunca te esforzaste por entender!-.

 

-¿De qué hablas? ¿Qué debía entender?-.

 

La voz de Lars se confundió con el seco ruido de una segunda detonación. Esta vez la bala siguió una trayectoria lo suficientemente desviada como para que el científico la esquivase con dificultad. Su centro de gravedad se situó por encima de la barandilla  y, a consecuencia del impulso que ya había impreso durante la evasión, su humanidad se volcó hacia un inexorable vacío. Un vacío que culminaba doce plantas más abajo, en un suelo cubierto por un blanco y reluciente mármol.

 

El científico exclamó un grito ahogado y breve. Su intensidad fue menor a la del estrépito que se formó cuando su estructura ósea se fragmentó en un número indeterminado de partes disímiles luego del brutal impacto.

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