jueves, 8 de diciembre de 2022

Apagones

Eran los primeros días del confinamiento y nos estábamos adaptando a la nueva situación. Por la mañana y las tardes, intentábamos llevar una rutina más o menos llevadera. El teletrabajo y la educación por medios digitales se habían convertido en una realidad, con lo cual nos ayudaba a mantener una sensación de regularidad.

La noche ya era otra cuestión. El peque no podía salir a jugar con sus amigos en el parque así que era necesario reinventarse. Un día la sala era la isla donde un pirata había escondido un tesoro, otro era un campo de fútbol, el siguiente un cuadrilátero de lucha libre… Así hasta quedarse sin ideas.

Una de esas noches, tuvimos un apagón en casa. La luz simplemente dejó de hacer su función más elemental: iluminar nuestra existencia. Afortunadamente, en casa tengo un par de luces de emergencia, así que no fue problema encontrar una linterna para dirigirme al cuadro eléctrico. Tras una primera inspección, todos los térmicos estaban en su sitio. No había ninguna anomalía.

-¿Lo has arreglado?- Interrogó mi mujer desde la sala.

Gruñí por lo bajo. Si lo hubiese arreglado, ya habría luz obviamente.

-Debe ser un corte general- Respondí.

Enseguida noté que no estaba en lo cierto. Por la ventana pude ver cómo otras viviendas tenían las luces encendidas. Volví la mirada, pensativo, pero la luz volvió.

Me encogí de hombros. Pensé en ese momento que había sido algo puntual.

A los dos días, no recuerdo si a la misma hora, sucedió otro apagón, con igual resultado. La situación comenzó a presentarse diariamente y siempre de noche. Escribí en el grupo de WhatsApp de la comunidad de vecinos preguntando si a alguien le pasaba algo igual. Las respuestas fueron variopintas: “No lo sé. Espero haberte ayudado”, “Tendrás una derivación del diferencial” o “Me pasó una vez en Octubre”. Nada concreto. Ninguna solución.

Poco más de una semana después del corte inicial es cuando sucedió lo que resolví llamar posteriormente como “El Incidente”. Corte de luz, térmicos en buen estado. Pensé en primer lugar que no tardaría en volver, pero tras diez minutos supe que esta vez era distinto.

-¿No lo vas a arreglar?- Dijo mi mujer desde la sala. Déjà vu.

Contemplé el cuadro eléctrico. Bajé y subí el primer térmico. Repetí la operación el resto. Nada.

-¿No deberías bajar todos a la vez?- Esta vez mi mujer estaba detrás.

-Mrpphf-.

Revisé los enchufes, volví a bajar y subir los térmicos de uno en uno, olisqueé el ambiente para ver si había algo chamuscado…

-No sé qué más hacer. Habrá que esperar- Hablé.

-Buscaré una vela- No vi la mirada de mujer, pero estaba seguro de que podía perforar una lámina de acero de tres centímetros de espesor.

Un “clac” me sacó de mi ensimismamiento. Uno de los térmicos se había bajado sin previo aviso. Cuando llegué al cuadro, mi mujer ya lo había subido.

-¿Cuál era el térmico?- Le pregunté.

-No lo sé, ¿es importante saberlo?-.

-Claro, había que marcar ese térmico-.

En ese momento, la vela se apagó y mi hijo empezó a reírse. Cuando quisimos saber el motivo, nos dijo, imperturbable, desde la oscuridad:

-Había una sombra con formas raras. Era graciosa-.

Mantuvimos el silencio y decidimos esperar. Media hora después la luz volvió sin más dilaciones. Fue la última vez que tuvimos esa experiencia. Me daba vergüenza admitir que no era capaz de hallar una explicación a todo aquello, más cuando se supone que las instalaciones eléctricas eran parte de mi campo de aplicación en el trabajo.  

No volvimos a hablar o comentar nada sobre los apagones, hasta que en la desescalada supimos que una de las vecinas había hecho un novenario para el aniversario de su difunto esposo. Siempre rezaba por las noches y había coincidido con las fechas de los apagones.

Casualidad o no, a veces pienso en eso.

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