domingo, 23 de mayo de 2010

Treinta años comiendo cocos

Otra vez Google. De acuerdo a lo que he podido leer, desde el pasado 21 de Mayo hay una versión del juego de Pac-Man (Pakku Man) disponible en el buscador, con motivo del treinta aniversario de este gran juego. Una original idea que complementa la amplia galería de celebraciones realizada por Google.



Saludos cordiales,

Wintermute.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Oper. Capítulo IX.

El Vértice. 11 de Julio de 2052.

Pocas cosas podían ir mal en la rutina diaria de Maxwell Chase. De hecho, cuando despertó aquella mañana supo que el día sería espléndido y muy productivo. Ya no recibía órdenes programadas, ahora las emitía. Ya no ejecutaba las decisiones que otros tomaban por él, ahora las planificaba y las ponía en práctica. Conocía de antemano el itinerario de sus actividades, establecía contactos directos con importantes clientes, hacía videoconferencias con representantes de gobiernos poderosos, navegaba por la Red y accedía a documentos confidenciales y clasificados de la corporación, tenía total libertad de acción y reacción, siempre y cuando Stirling no objetara ni contradijera tal alcance. En cierta forma, Maxwell agradecía la desaparición física de Nobuhiko Ikari, ya que de permanecer todavía con vida, era muy probable que siguiera trabajando con la reliquia de Harry Zimmerman.

La muerte del fundador de la compañía se anunció oportunamente con un emotivo discurso pronunciado por Harold Stirling y diseñado por el propio Maxwell. En un principio, los inversionistas, accionistas y clientes de la Corporación Ikari se habían mostrado cautelosos, pero el ejecutivo recién ascendido a directivo se encargó de hacer las gestiones adecuadas para transmitir la confianza necesaria. Maxwell reveló algo que era vox populi pero que nadie quería admitir ni se atrevía a afirmar: Nobuhiko ya había dejado hace mucho tiempo que Stirling tomara las riendas de la empresa, así que era seguro que el miembro fundador no conocía ni la mitad de las operaciones y proyectos que se estaban desarrollando en la actualidad. Esa dura verdad, conocida y a la vez escondida, fue lo que hizo que las acciones de la corporación no cayeran con estrépito. Y es que en efecto, las bolsas de Pekín, New York, Tokio, Berlín, Londres y El Vértice no habían registrado variaciones significativas en las acciones de la compañía el día posterior al anuncio.

Al cabo de dos jornadas más, se hizo de dominio público la noticia de que la Corporación Ikari preparaba un plan global de telecomunicaciones, que incluía la posibilidad de que personas con bajos recursos podía adquirir un implante neural a un coste muy bajo, y subvencionando las intervenciones quirúrgicas necesarias, para que todo ser humano sin excepción pudiese tener un acceso gratuito a la Red. La noticia tuvo un impacto muy positivo en la reputación de la empresa, el valor de sus acciones subió vertiginosamente, algunos gobiernos de países afectados por la guerra aplaudieron la medida, las superpotencias elogiaron el carácter filantrópico de la empresa, y más de un dirigente mundial se ofreció para contribuir en la ejecución de tan ambicioso proyecto. A exactamente seis días de la muerte del fundador Ikari, ya se estaban exportando las primeras remesas de implantes neuronales fabricados en diferentes núcleos de manufactura del planeta.

No obstante, ése no era el único logro obtenido en unos días agitados y satisfactorios. En una reunión bilateral integrada por miembros del Fondo Monetario Internacional y por la junta directiva de la corporación, se acordó el inicio del desarrollo de la Conexión Global Bancaria, proyecto que le permitiría a cualquier ciudadano del mundo revisar sus estados de cuenta, hacer transferencias de dinero y emitir pagos y cobros, por medio de la Red y de los implantes neurales que, generosamente, distribuía la empresa. Por otra parte, los firewall americano y soviético habían sido instalados con éxito. El Comité para la Estabilidad Patriótica del gobierno neosoviético estaba maravillado con la solidez del sistema, mientras que la Oficina de Servicios de Inteligencia vinculada al Estado americano había destacado la eficiencia del producto final ante la detección de actividades hostiles.

Maxwell se sentía responsable de tales frutos. Sus negociaciones, basadas en sus dotes de persuasión y en su peculiar inteligencia, habían llegado a feliz término. Con su sonrisa, era capaz de reunirse sin problemas con representantes de la Casa Blanca y del Kremlin en un mismo día, de hablar con distribuidores de todo el mundo y de responder con sarcasmo a las descalificaciones de la competencia. Era, después de Stirling, el hombre del momento y comenzaba a disfrutarlo.

Aunque todavía no era suficiente. Todavía quería más, todavía quedaban posiciones por escalar y él estaba dispuesto a asumir todos los retos para alcanzarlas. Su nuevo despacho estaba a tres pisos por encima del anterior, sin embargo no tardó en habituarse a él, sobretodo porque todavía contaba con la ayuda de su antigua secretaria, Sally Prescott, a solicitud personal ante Stirling quien no tuvo reparos en aceptar dicha promoción. La joven, lejos de alegrarse y mostrarse eufórica, sólo esbozó una sonrisa discreta y agradeció la atención recibida cuando Maxwell le notificó su ascenso. Para él, esa mujer representaba una meta difícil pero alcanzable, la deseaba con vehemencia, le consideraba como un premio que merecía pero que injustamente no había podido recibir, y cada vez que ella rechazaba una sutil proposición, él la anhelaba aún más.

Aquella mañana estaba espléndida con su traje azul claro, sus medias blancas de tul realzaban sus esbeltas piernas, su chaqueta de cotelé sintético le llegaba hasta los bellos zapatos, su cabellera rubia estaba impecablemente peinada, dejando que un par de mechones dorados le cayeran por encima de sus ojos ámbar. En ese instante, Maxwell no pudo evitar tener más de un pensamiento lascivo.

-Buenos días, Sally ¿Alguna novedad?- Preguntó risueño mientras recibía una microficha con excesiva cordialidad.

-Buenos días, Sr. Chase- Contestó con indiferencia la secretaria –Le recuerdo que dentro de una hora debe asistir a la reunión con el Departamento de Ingeniería, para discutir las mejoras del sistema operativo de nuestro navegador en la Red. Además, le ha llamado el Sr. Seward del Departamento de Marketing, para coordinar las campañas publicitarias en los países en vías de desarrollo-.

Maxwell se sintió aún más atraído por esa mujer. Antes de entrar a su oficina le miró con lujuria y pensó en invitarle a comer a un buen restaurante; le pareció buena idea reservar una mesa en Angelo’s para disfrutar de una excelente comida, y conocer un poco más las costumbres de la alta sociedad.

El resto del día transcurrió con relativa tranquilidad. Las decisiones iban y venían con las prisas de rigor, mientras que las reuniones duraban lo que tardaban en comenzar otras. Después de un almuerzo rápido y ligero, constituido por hortalizas hidropónicas y carne hidrogenada de ternera, realizó su primer contacto del día en la Red, con el fin de entrevistarse con un ingeniero jefe de Bucarest. Se recostó en su cómodo diván, insertó el conector en el periférico de su oreja izquierda, y dejó que sus ojos fuesen testigos del espectáculo de imágenes, vídeos y textos que se confundían en las diferentes páginas, hipermedios y contenidos multimedia que conformaban ese elemento intangible de tan vital importancia para la humanidad.

Justo antes de culminar el encuentro, recibió una corta comunicación a través de un canal privado. Se trataba de un strechtext formado por dos indicadores aceleradores, el primero facilitaba la lectura del texto desplazando el cursor del iris en dirección vertical, mientras que el segundo permitía agrandar o reducir las imágenes que se expandían a lo largo y ancho de la esclerótica ocular. Con un pensamiento independiente, le ordenó a su implante neural que lo almacenara en una carpeta de su memoria interna cerebral, y se dedicó a finalizar la entrevista. No revisó nada hasta la hora de salida, momento en que se percató de que su emisor era un viejo conocido, y que el mensaje estaba conformado por una serie de números aleatorios sin sentido aparente:


0 0 0 1 0 1 1 - - - 0 0 0 0 0 0 1

1 0 0 0 0 0 0 - - - 0 0 0 0 0 0 0


No le dio importancia al mensaje. De hecho se podría decir que lo ignoró por completo. Recogió su maletín de cuero, cerró la puerta de su despacho y echó un vistazo rápido al escritorio de su secretaria, pensando en lo que ella podría estar haciendo en ese momento y ansiando estar con ella. Le ordenó a la unidad central de su coche que le llevara hasta su casa, meditando durante el trayecto sobre la posibilidad de comprar uno de los nuevos Audi-Sauber que tanto anunciaban por la televisión holográfica. Ahora tenía un sueldo seis veces mayor, así que podía permitirse ciertos caprichos, incluso compraría un piso más grande ¿por qué no? Dejó de soñar cuando su implante neural le avisó que alguien deseaba establecer una conversación de voz con él. Con un gesto de fastidio, aceptó de mala gana.

-Buenas noches, Harry- Saludó con evidente apatía.

-Maxwell… ¿Has recibido mi strechtext?- El tono de Harry anunciaba desesperación e impaciencia. Al directivo le pareció extraño que el viejo le llamara por su nombre.

-En efecto. Pensaba llamarte mañana para que me explicaras su significado ¿Algún nuevo cliente?-.

-No hay tiempo para eso, Maxwell… Escúchame bien porque es importante… He averiguado por qué han muerto Samuel y Manmohan… ¡Es terrible! ¡Debes creerme!-.

Harry Zimmerman parecía muy asustado, quizás trastornado y paranoico. Maxwell ya había olvidado a esos dos ejecutivos muertos en diferentes circunstancias, incluso ya no se acordaba de que podría tratarse de una conspiración orquestada por los gobiernos americano y neosoviético.

-Tranquilízate, Harry. No creo que se algo tan grave… ¿Podrías hablarme de eso?-.

-¡No! ¡No puedo! Tiene que ser en persona, Maxwell… Es muy peligroso ¡Tiene que ser esta noche en mi casa! ¡Tengo miedo de salir y es posible que la Red ya esté intervenida! ¡Por favor no me falles!-.

Maxwell quiso rechazar y objetar dicha invitación, pero el anciano cortó la conexión antes de tiempo. Decidió que no iría a ese lugar, salvo que Sally estuviese allí esperándole con una bata transparente para hacer obscenidades. Llegó a su actual residencia y confirmó sus actuales aspiraciones. Indudablemente necesitaba de una vivienda más grande, debido principalmente a que en la actual no iba a caber el jacuzzi que pensaba instalar. Aunque ya pensaría en eso más tarde, de momento tenía una larga noche por delante, así que se despojó de su traje y le ordenó al ordenador domótico que ajustara la temperatura de la ducha a 39 ºC. Al cabo de tres segundos exactos se escuchaba cómo las gotas de agua caían suavemente. Desnudo, se acercó hacia la ducha, no sin antes mirarse en el espejo.

Su rostro se deformó horriblemente cuando, gracias al espejo, se dio cuenta de que detrás de él había un sujeto desconocido disfrazado con una máscara horrible, con las manos en los bolsillos de una gabardina larga y negra, y con aspecto aterrador. Sabía que había visto esa siniestra indumentaria en algún lugar ¿pero dónde? Quiso plantarle cara, pero el invasor hizo un movimiento fugaz que le inmovilizó el brazo derecho y le incrustó la cara en contra del cristal. Sintió como un fragmento del mismo se encajaba en su frente, produciéndole una herida espantosa.

-Maxwell Chase, empleado de la Corporación Ikari que vive en el piso 17–B de Imperial Park ¿me equivoco?- Dijo el invasor al oído de su presa con voz seca y ronca.

-Se trata de dinero ¿verdad?... Siempre se trata de…- Gimió tontamente, sintiendo una mayor presión de parte de la rígida mano que sujetaba su cabeza.

-¿Te suena el nombre de Manmohan Patil? Un par de sicarios asiáticos decidió aplastarle la cabeza con un martillo hace menos de un mes ¿qué te parece?-.

-No sé de qué…-.

El invasor zarandeó bruscamente la cabeza de Maxwell y la volvió a impactar contra el espejo. El directivo vio las estrellas, antes de que sintiera cómo le doblaban aún más el brazo.

-¡Manmohan era un ejecutivo de la oficina de Londres!- Graznó Maxwell pero la presión no disminuyó –Supe… Supe de su homicidio pero yo no hice nada… ¡Lo juro!-.

-Mientes…- Dijo el invasor para después hacer girar al magullado Maxwell y verle directamente a los ojos –Le pagaste a dos matones la suma de medio millón de dólares, por medio de una transferencia procedente de una cuenta en un banco de Buenos Aires-.

-¡Yo no hice nada!... ¡Lo juro!...-.

El invasor arrojó a Maxwell dentro de la ducha atravesando la mampara con estrépito, tomó la grifería elástica y le hizo tragar algunos litros de agua templada a 39 ºC. Seguidamente, envolvió el cuello del directivo con la manguera de plastiacero. La humanidad de Maxwell estaba severamente castigada con los añicos y restos de la mampara. El invasor aprovechó esta circunstancia para apretar con su bota un trozo de vidrio insertado en la pierna del directivo, arrancándole un chillido breve.

-“MP. 14–J” ¿Qué te dice ese mensaje?- Interrogó el invasor sin atender al ataque de tos que sufría Maxwell.

-Por favor… Por favor…-.

El invasor soltó la manguera y se alejó unos pasos sin perder de vista a Maxwell. El directivo tenía un aspecto patético: desnudo, golpeado y con la manguera de la ducha confundida alrededor de su cuerpo, provocando que el agua cristalina le cayera directamente en algunas heridas del cuerpo, derivadas de la mampara hecha añicos. El invasor extrajo pacientemente de su gabardina un cuchillo herrumbroso y un soplete portátil, a la vista de Maxwell cuyos ojos se abrieron con sorpresa, conmoción y desgracia.

-Verá, Sr. Chase… Si algo positivo dicen los medios de comunicación de mí, es que siempre obtengo lo que quiero. Lo cierto es que el secreto de semejante resultado se basa en que tengo mucha paciencia, así que no me obligue a demostrarlo-.

domingo, 9 de mayo de 2010

Viaje hacia el país de Nunca Jamás

Si hace un par de días el Google me sorprendía con un pequeño tributo a un genio de la música, hoy lo ha hecho con un no menos importante homenaje al 150º aniversario del nacimiento de James Matthew Barrie, dramaturgo y novelista escocés responsable de la creación de Peter Pan y de sus aventuras en la tierra de Nunca Jamás. La imagen conmemorativa está plagada de curiosos detalles, destacando la alusión al Capitán Garfio y la presencia de una maravillada Wendy Darling ante las hazañas del niño travieso armado con una espada de madera.



Gracias a esta singular reseña, he recordado aquella obra que describía una isla pintoresca donde convivían niños que nunca crecían, piratas gritones y terribles, feroces indios, sirenas de hermoso canto, un audaz cocodrilo y una celosa hada llamada Campanita.



Quizás esta noche intente ir a ese país, girando en la segunda estrella a la derecha y volando hasta el amanecer.

Saludos cordiales,

Wintermute.

viernes, 7 de mayo de 2010

Desde Rusia, con el amor de los cisnes

El día de hoy me llevé una grata sorpresa al abrir el buscador Google: Un bonito homenaje al 170º aniversario del nacimiento de un magistral compositor ruso. Se trata del maestro de maestros Pyotr Il'ich Chaikovsky, uno de esos hombres adelantados a su tiempo que compuso hermosas piezas como “El lago de los cisnes”, “La Obertura 1812” o “El primer concierto para piano”.



En esta entrada dejaré que una de estas composiciones clásicas demuestren la genialidad de este hombre. En concreto os dejo un vídeo divido en dos partes, interpretada por la Orquesta Hallé, que rinde tributo a la resistencia rusa del año 1812 ante las tropas de Napoleón Bonaparte.



Porque a los amantes del heavy metal también nos va lo clásico ¿no?

Saludos cordiales,

Wintermute.

domingo, 2 de mayo de 2010

Oper. Capítulo VIII.

Diario digital de Schrödinger. El Vértice. 30 de Junio de 2052.

Los titulares del noticiero holográfico de la tarde no eran muy alentadores. Dos mujeres indefensas habían sido halladas violadas y asesinadas en un callejón del Distrito 9, así que decidí hacer algunas preguntas por la zona, fracturando una pareja de manos y extrayendo un par de ojos mecánicos en el proceso. El charlatán que torturé me dijo que había encontrado a Joe y Ted durante la mañana, dos hermanos gemelos que se regocijaban de lo bien que se lo habían pasado con un par de prostitutas que nadie lamentaría. Sin embargo, los hermanos se habían equivocado al formular tal afirmación, porque yo nunca olvido. En estos momentos, Joe y Ted deben estar reconsiderando sus ideas mientras los gusanos y las ratas se comen sus cadáveres desmembrados.

Por otra parte, Enrico Maroni no me había llamado todavía por el asunto relacionado con Manmohan Patil. A pesar de que me pidió tiempo suficiente para reunir toda la información posible sobre mi solicitud, pensé que debía hacerle una nueva visita de cortesía para refresacarle la memoria. Sin embargo, a las 9:06 pm, recibí un mensaje encriptado en mi implante neuronal a través de la Red; el remitente era alguien que usaba el seudónimo de “Hello Kitty”, el aviso en cuestión y la breve conversación que mantuvimos la reproduzco a continuación:

Hello Kitty. 21:06:23: Muelle 18. 10:30 pm. Pregunta por Rumpelstiltskin.

S. 21:06:29: Por tu propia seguridad, espero que no me engañes.

Hello Kitty. 21:06:35: No hace falta que lo menciones, pero creo que sí es necesario que yo te recuerde que tienes un trato por cumplir.

No perdí el tiempo contestando a dicha indirecta. Eliminé toda conexión con la Red para evitar ser rastreado por los hackers de Maroni, y me dirigí hacia el punto de encuentro para localizar al informante. El muelle 18 era un lugar maloliente, donde pescadores inescrupulosos vendían animales marinos deformes por la contaminación del océano, traficantes de opio artificial hacían sus operaciones ilícitas y mendigos buscaban un lugar dónde refugiarse de los peligros nocturnos. Habitualmente, frecuentaba el lugar para enfrentarme a las tríadas de Jacqueline Wu, ello me debió haber adelantado algo sobre lo que pasó después, sin embargo, con la impaciencia de ubicar al hombre del líder italiano, me apersoné en el lugar sin caer en cuenta en ese detalle insignificante pero importante. Ése fue mi primer error.

En el cielo negro, una plataforma magnética flotante se desplazaba a menos de diez metros de altura con una publicidad machista, mostrando cómo una mujer en traje de baño y en una playa paradisiaca que seguramente no existe, tomaba una botella de cerveza bávara. Odio esas plataformas. Sólo sirven para obstaculizar el tráfico de aviones pequeños y el paso de los vehículos de levitación asistida.

En cuclillas sobre el tejado de un almacén, vi cómo un hombre alto vestido con sombrero y chaqueta negra, se acercaba hacia una farola estática. El sujeto extrajo un revólver láser Guizhou y desintegró la lámpara con una ráfaga, hecho que llamó mi atención puesto que los miembros de las tríadas chinas son los principales consumidores de tan peligrosas armas. Algunas explotaban en las manos antes de ser usadas, otras emitían letales descargas eléctricas sin motivo aparente y el resto, si había suerte, disparaban un haz de luz incandescente y radioactiva que chamuscaba la piel y derretía la superficie de los materiales metálicos, si no había suerte la pistola o se encasquillaba o estallaba. Por tal motivo, ni siquiera las milicias neosoviéticas y americanas empleaban semejante tipo arma; sólo la usaban los chinos, las tríadas y ese hombre. No darme cuenta de ese detalle sutil fue mi segundo error.

Me acerqué sigilosamente, aprovechando las sombras para ocultarme y sin perder de vista al individuo misterioso. Cuando estuve a una distancia prudencial, formulé la pregunta indicada, sin saber en qué me estaba metiendo:

-¿Rumpelstiltskin?-.

Más que una pregunta fue la contraseña para verme rodeado por un ejército de matones que salieron desde diversos puntos: seis surgieron desde los almacenes adyacentes, ocho aparecieron tras frenar bruscamente dos coches eléctricos y tres saltaron de una lancha vieja de madera; todos ellos estaban armados con pistolas láser, cuchillos y palos. Con mi sistema neural pude captar que estaban acelerados, los latidos de su corazón eran rápidos, impetuosos y exaltados. Llegaron tres coches más y el número de cuatreros se incrementó en diez, sin contar a una pareja que no esperaba ver: Cheng, un asesino vestido con una camiseta hawaiana y pantalones rojos muy cortos, ayudó a salir a una mujer hermosa, ataviada con una vestimenta tradicional china de color blanco que hacía juego con sus ojos jade; la mujer avanzó unos pasos y paseó entre sus esbirros con una sonrisa en el rostro.

-Rumpelstiltskin no ha podido venir, pero me ha pedido que viniera en su lugar- Dijo con soberbia y con ademanes delicados –Verás, Schrödinger… Maroni y yo hemos aparcado de momento nuestras diferencias comerciales para hacer frente a una plaga común. Me ha llamado para asegurarme que una cucaracha molesta estaría en este lugar a esta hora y, sinceramente, me contenta mucho que no se haya equivocado- La mujer hizo una pausa mientras que Cheng permanecía inmutable con las manos en la espalda, momento que utilicé para sopesar mis opciones –No sólo te has atrevido a afectar mis ganancias en el venta de opio, sino que también has incendiado dos de mis centros de distribución, dejar a una docena de vendedores en el hospital y matar a tres de mis mejores hombres… Pero lo que más me enfurece es que hayas destruido el restaurante de mi tío Wang…-.

-No me gustó su Chop Suey- Interrumpí con sorna e ironía.

-¡Te odio, Schrödinger!- Gritó con rostro desfigurado.

Evalué concienzudamente la situación en la que me encontraba. El desgraciado italiano me había tendido una trampa sucia y desalmada, digna de su personalidad, que incluía una reunión no pactada con Jacqueline Wu, astuta líder de las tríadas del Barrio Chino, dispuesta a acabar conmigo con la contribución de un ejército de asesinos traídos desde Shanghái y con modificaciones físicas hechas en algún laboratorio experimental sin las condiciones higiénicas adecuadas. Al ver que la plataforma publicitaria se acercaba lentamente, concluí que la situación no podía ser más maravillosa.

-Te diré algo más antes de morir, enmascarado- Continuó hablando la preciosa mujer asiática con un tono de voz que, francamente, me agradaba –Tu cruzada ha estado condenada desde el principio ¿crees que una sociedad tan corrompida con esta necesita de un justiciero para devolver la ley y el orden?-.

-Te equivocas, Jacqueline- Contesté empleando la voz más gutural que podía generar con el sintetizador instalado en mi garganta –Esta sociedad no necesita que le devuelvan la ley y el orden, esta sociedad necesita conocer un tipo de protección basada en el miedo más auténtico, para comprender que la ley y el orden no son los instrumentos más adecuados para sostener la estabilidad y la tranquilidad… Y yo soy capaz de ser el ente generador de dicha protección-

Antes de que la mujer pudiese responder, tomé un dardo explosivo con un movimiento ágil y lo lancé en dirección de la plataforma móvil, empleando la potencia máxima de los steppers de mis dedos y manos. El impacto produjo una detonación que destrozó la plataforma en tres partes disímiles, provocando confusión entre los asesinos de Jacqueline, quienes comenzaron a disparar en todas las direcciones cuando corrí en dirección al malecón. Salté sobre un amarillo que me atacaba frontalmente con un cuchillo ridículo y me lancé al agua, justo a tiempo para sentir la explosión que se producía debido a la caída de los restos de la plataforma publicitaria.

Buceé en las sucias aguas del muelle hasta que encontré un barco de unos veinte metros de eslora, anclado a cierta distancia del lugar donde se encontraban aquellos criminales asiáticos. Escalé la placa acorazada y oxidada hasta llegar a la cubierta, donde pude reconocer que se trataba de una embarcación abandonada. Wu vociferaba órdenes a los amarillos con grito potente, algunos de ellos yacían aplastados bajo la pesada plataforma, otros permanecían todavía aturdidos y desorientados, mientras que tres de ellos ardían en llamas entre chillidos de muerte.

Pensé que ya tendría tiempo de enfrentarme a esa maliciosa mujer y a su peculiar guardaespaldas, tenía un asunto pendiente con cierto siciliano traidor. Maroni había osado desafiarme sin pensar en las consecuencias y yo sólo tenía un objetivo en mente antes de que el día concluyera: enseñarle cuáles serían esas consecuencias.


Le vi fumando un puro cerca de la media noche mientras salía de un lavabo lujoso. Confiado y conduciendo su silla transportadora, llamó a su jefe de seguridad, confirmando mi hipótesis de que esta noche estaba especialmente nervioso. Quizás era esa la razón por la que me había encontrado a un gran número de italianos armados, en los alrededores de la residencia construida con el dinero procedente de las drogas y los negocios fraudulentos. Lo único que él no sabía era que todos sus hombres estaban disfrutando de un sueño del que no despertarían jamás.

Al no recibir respuesta, vi como comenzó a maldecir de una forma graciosa y registré la manera en que su corazón comenzaba a bombear sangre descontroladamente. Fue en el momento en que manipulaba su silla con la intención de dirigirse hacia su despacho, cuando decidí interponerme en su camino, arrancándole una expresión de sobresalto y turbación cuando observó los dos objetos que sostenía en mi mano derecha.

-He hablado con Rumpelstiltskin, Hello Kitty. Pero no me ha gustado lo que me ha dicho-.

-Escucha, yo… Tengo lo que quieres- Balbuceó luego de tragar saliva.

-El caso es, Hello Kitty, que conmigo no se juega y eso es algo que te dejé muy claro cuando te inyecté la bomba fluidodinámica que actualmente corre por tus venas-.

-Acompáñame…- Musitó ahogadamente.

Disfruté cada segundo de esa visita. El Don se sentía completamente derrotado, abatido y vencido, comprendió con naturalidad que su hora había llegado, aunque nunca supe si lo aceptó, pero a eso no le di importancia. Le seguí hasta su oficina, lugar que incluía una barra con botellas de diversos licores caros y refinados, una mesa de ébano grande y ordenada, y un confortable sillón confeccionado con la piel de algún animal exótico. Con torpeza, condujo su silla hasta la mesa, abrió un cajón y recogió una memoria flash portátil que mostró con sus temblorosas manos.

-Me ha costado mucho dinero, tiempo y favores, hallar la información que me has obligado a solicitar. En un principio, pensé en no hacerte caso pero la curiosidad me superó y comencé a hacer averiguaciones. Creo que esto es algo que tú no puedes controlar, Schrödinger… No se trata de drogas, de un simple ajuste de cuentas o de un vulgar homicidio… Es algo muy grande…-.

-Yo decido qué es lo que puedo controlar y qué es lo que no puedo controlar- Repliqué para después arrebatarle la memoria y guardarla en un bolsillo de mi gabardina negra.

El Don me miró con ojos suplicantes y vidriosos. Sonreí bajo mi máscara y dejé caer pesadamente sobre la mesa los dos objetos que sostenía con mi mano derecha. Las cabezas mutiladas de sus guardaespaldas, Vincenzo y Giacomo, rebotaron levemente y chocaron entre sí, para después mostrar sus rostros inertes y despavoridos al cabecilla de la mafia siciliana, quien hizo una mueca de asco, tuvo un par de arcadas y vomitó sobre su vientre una sustancia indeterminada y blanca. Mi sonrisa se ensanchó.

-¿Por qué lo hiciste, Enrico? Podrías haberme dado la información sin recurrir a Wu, sin provocar la muerte de tus estúpidos matones en tu propia casa y sin arriesgar tu vida-.

-Sólo quería probar suerte…-.

-Pues la has tentado demasiado- Concluí para, finalmente, pulsar el único botón rojo del pequeño control remoto que guardaba recelosamente en mi pantalón.

El Don sufrió un mareo repentino, se movió extrañamente en su silla y se desplomó bocarriba en el piso de parqué. Su nariz y boca comenzaron a expulsar sangre, sus ojos se hincharon hasta salirse de sus órbitas, las manos crecieron hasta duplicar su tamaño. Quiso gritar por el dolor, pero sólo pudo escupir más sangre. Me alejé un par de pasos para dejar que la bomba terminara sus efectos. Enrico Maroni tuvo repetidas convulsiones y espasmos, que me permitieron suponer que su hígado y sus pulmones ya se habrían disuelto. El momento estelar de su muerte vino poco tiempo después, cuando saltaron sendos chorros de sangre de las cuencas oculares, la cabeza explotó manchando el suelo brillante y limpio con una masa amorfa de restos de cerebro y fluidos de colores rosa y escarlata. Allí mismo, introduje la memoria flash en el puerto del bus universal y con mi implante neural revisé la información recopilada por el difunto mafioso. Palabras, números y frases se desplegaron en mis retinas a gran velocidad, constituyendo una información breve, concisa y esclarecedora, que me llevó a tener un nuevo punto de partida en el homicidio de Manmohan Patil.

domingo, 21 de febrero de 2010

Oper. Capítulo VII.

Valaquia. Mayo de 1458.

Finalmente, pasados casi doscientos años, el Duque había recuperado un título de la nobleza, un título que no era análogo al que ostentaba en su tierra natal, pero que de alguna manera le permitía adquirir un sentido a su existencia inmortal, a su maldición eterna y a su particular filosofía conceptual de la vida. Ya no tenía miedo, ni sufría de pesadillas y remordimientos por todas las almas que había dispuesto para alimentarse; de hecho, ignoraba a cuántos inocentes había asesinado con el fin de satisfacer su sed. Se podría decir que incluso cambió sus ideales y creencias de justicia, libertad, derecho y equidad por una perspectiva más violenta y extremista.

Todas las noches recordaba el procedimiento que había escogido para acceder al poder del principado que ahora ostentaba. Llegó a Valaquia atravesando la región montañosa de Transilvania, lugar al que había accedido tras un largo peregrinaje que le llevó a conocer el orgulloso Imperio Germánico, el numeroso y despiadado Imperio Otomano, el decadente Imperio Bizantino y la majestuosidad romana. El producto de ese peregrinaje no fue más que un mendigo escondido tras un manto de harapos, confundido ante la nueva tierra que descubría y desconocido entre la multitud de cíngaros y campesinos. Una mañana supo a través de una gitana anciana, que el voivoda valaco y uno de sus hijos se hospedaban en una taberna cercana; motivado por la curiosidad, se acercó al lugar en cuestión y se percató con sorpresa de que él guardaba un extraordinario parecido físico con el mencionado hijo. Su perturbada e ingeniosa mente, ideó un plan para usurpar la identidad de aquel hombre con el propósito de alcanzar nuevas cotas en su existencia.

Fue cuestión de tiempo, elemento fundamental que a él no le hacía falta, para ascender a un principado convulsionado y caracterizado por la constante amenaza turca, la cual se convirtió en una importante fuente de alimentación. Resuelto a administrar la justicia de la manera más eficaz posible, inició un período de tranquilidad basado en el terror: amputaba miembros, extraía ojos con ganchos y destruía los genitales de aquellos que practicaran la delincuencia y que osaran robar bienes ajenos. Sin embargo, su método favorito de castigo era el empalamiento, basado en la introducción de una estaca en el cuerpo de la víctima por medio de la boca o del recto. Al Duque le gustaba que las estacas fueran lo más largas posibles, porque de esta manera podía ordenar que las clavaran en el suelo, dejando al afectado colgado para que muriera tras una atroz agonía. Incluso prefería organizar empalamientos masivos de prisioneros turcos, asesinos, ladrones y vagos, disponiendo las estacas en seis o siete círculos concéntricos.

En eso se había convertido el Duque. Era un príncipe cegado por la oscuridad de su alma muerta y consumida. Era una sombra marchita que había olvidado los principios ilustres que antes regían su existencia. Era un enajenado demente que había sucumbido a la maldad de su carga eterna, cuyos actos inhumanos y sanguinarios constituían una anodina y mundana rutina. Era un ser despreciable.

El día anterior había recibido a un comerciante florentino en su castillo, era un hombre corpulento, con manos delicadas, vestido con ropas resplandecientes y con un bigote negro impecablemente cortado. El mercader denunciaba que unos ladrones le habían asaltado cuando llegaba a Valaquia; con un miedo angustiante narró cómo los rateros le golpeaban antes de huir en dirección a los Montes Cárpatos. El Duque escuchó con atención el relato de aquel sujeto, evaluando las diferentes posibilidades que podía adoptar y pensando en cuál de ellas le daría una mayor satisfacción. Tras un tiempo de meditación, le ordenó al comerciante que regresara a la mañana siguiente.

Dicha mañana fue muy agitada. Dos miembros de la guardia personal del Duque, le mostraron a los tres ladrones que habían ejecutado el robo; se trataba de tres gitanos pobres y andrajosos que se habían apropiado de una bolsa repleta de monedas de oro. Además de apresarlos, también habían arrestado a todos los miembros de sus familias: padres, hermanos, esposas e hijos quienes, aterrados y quejumbrosos, lloraban ante el terrible destino que temían recibir. Imploraron misericordia, pidieron piedad e indulto, pero el corazón negro del Duque, príncipe de Valaquia por hurto de identidad, ya tenía un veredicto decidido: el empalamiento. Veintitrés estacas fueron utilizadas para sancionar y torturar a los tres culpables y a sus familias.

El comerciante llegó a la hora fijada con excesiva puntualidad, advertido por las barbaridades que cometía el supuesto príncipe. Sintió una avalancha de pánico, espanto y repulsión cuando observó las estacas verticales y los cuerpos incrustados en sus extremos; además, la pena y la culpa le invadieron al reconocer en las estacas más altas a los ladrones que le habían robado y golpeado. No quería que sufrieran daño alguno puesto que, desde su punto de vista, sólo quería recuperar su dinero. Fue presentado ante el príncipe con mucha parsimonia, quien sentado en su trono ancho y elegante le hizo una pregunta sagaz y directa:

-¿Son ellos quienes han robado tus monedas de oro?-.

El mercader sólo pudo asentir con expresión atónita y temerosa.

-Esta es la bolsa que te han sustraído- Dijo el Duque mientras un criado le extendía el elemento de la discordia al mercante –Te ordeno que cuentes las monedas y revises si faltan algunas-.

El hombre de negocios obedeció en silencio, extrayendo todas las monedas de la bolsa y contándolas mentalmente. Cuando terminó semejante tarea, su miedo se acrecentó debido a que había una moneda adicional, de acuerdo a lo que realmente sabía que tenía. Pensó que se había equivocado al contar, pero no quería verificar nuevamente la cantidad puesto que el príncipe podría sospechar algo; tampoco quería omitir tal detalle, ya que pensaba que debía ser absolutamente sincero con ese regente trastornado.

-Sobra una…- Murmuró débilmente al tiempo que alzaba la moneda en cuestión.

El Duque sonrío maliciosamente.

-Has sido honesto y honrado. Si hubieras intentado quedártela, habrías acabado en la estaca más alta, junto con los ladrones que te han robado-.

Jamás se volvió a ver al comerciante florentino en aquella región montañosa, verde y pintoresca. El Duque, por su parte, continuó forjando un reinado cruento y temible que le llevó a ganarse el sobrenombre de “empalador”, mote que desembocó en una leyenda malsana que tristemente perduró en el tiempo.

domingo, 24 de enero de 2010

Oper. Capítulo VI.

El Vértice. 19 de Junio de 2052.

¿Es Sábado o Domingo?

Al menos eso es lo que se preguntaba Maxwell Chase cuando despertó en la cama de su piso oneroso en Imperial Park, tendido completamente desnudo y en la compañía de dos bonitas mujeres con perfecta silueta y un hombre con tríceps musculados y pecas. No recordaba exactamente quiénes eran, ni cómo se llamaban; sólo sabía que se había vestido impecablemente, para después asistir a la fiesta psytrance promovida en la discoteca del Postdamer Center, lugar donde las drogas psicodélicas formaban parte de un menú que corría con diligencia, bajo una estridente, repetitiva y agresiva música.

Revisó en la microficha que efectivamente se trataba de un Domingo cualquiera, pero lamentó que esta noche no podía repetir la faena puesto que el inicio de semana le obligaba a recuperar el ritmo del trabajo. Ello le motivó y le hizo recuperar las energías perdidas, lo cual le llevó a recordar la reunión que mantuvo por separado con el representante neosoviético y el militar americano. Ambos se habían mostrado muy satisfechos con los avances expuestos, incluso habían mostrado interés en detalles técnicos como la estructura de los algoritmos, la tipología de refrigeración empleada en los nanoprocesadores que se estaban ensamblando, o las características del BIOS que cargaría el sistema operativo del firewall. Sin embargo no percató ninguna sospecha o comentario inquisitivo, que le pudiera conducir a alguna pista o indicio sobre las muertes de Samuel y Manmohan. Ello le llevó a pensar que tal vez Harry estaba paranoico o quizás chocheaba, razón de peso como para sugerir el adelanto de su jubilación ante la junta directiva de la empresa.

El grácil y menudo aviso del ordenador domótico le sacó de sus pensamientos, aparentemente alguien había decidido unilateralmente iniciar una videoconferencia durante la mañana dominguera. Maxwell vio el nombre de quien hacía la llamada y soltó un suspiro de fastidio antes de aceptarla, no sin antes desactivar la opción de imagen, de tal manera que no pudieran ver su rostro durante la conversación.

-Buenos días, Harry- Saludó con un tono de voz monótono y neutral. Al igual que él, el anciano Zimmerman no había seleccionado la visualización de imagen.

-Buenos días, Maxwell. Espero no haberte despertado-.

-No, Harry. No lo has hecho… ¿De qué se trata?-.

-De algo importante, porque de lo contrario no te hubiese llamado. He recibido un aviso electrónico a través de los canales oficiales, parece que el Sr. Stirling quiere verte con el objetivo de tratar un asunto importante-.

-¿Stirling? ¿Bromeas?- Maxwell estaba impresionado, por no decir atónito.

-De ninguna manera bromearía con algo tan serio como eso. Desea verte en su residencia a las 11:00 am. Te sugiero que te vistas con brevedad y llegues con extrema puntualidad a la dirección que te envío. Buena suerte-.

El anciano ejecutivo cortó la comunicación tras dicha recomendación. Maxwell pensó en que había comenzado mal el día y que no podía continuar peor, así que decidió tomar una buena dosis de anfetaminas para estimular su sistema nervioso y renovar su estado de ánimo. Regresó a la cama y vio al durmiente trío de soslayo: las dos chicas se habían abrazado mutuamente, una era pelirroja y la otra, morena; el hombre seguía con la misma postura indiferente a la pareja de mujeres ¿Qué demonios había pasado anoche? Se preguntó Maxwell mientras se colocaba su mejor camisa blanca frente a un espejo alargado. Adornó su cuello con una corbata de seda negra, los pantalones del mismo color resplandecían con su pulcritud, la chaqueta se amoldó con perfección a sus hombros y a su espalda, los zapatos de charol fulguraban gracias a su brillo y las yuntas de plata adornaron sus muñecas.

Abandonó su apartamento, no sin antes avisar al portero que se encargara con discreción del desalojo de tres extraños que dormían sin su permiso en su habitación. Maxwell sabía que Keaton era un veterano de guerra que se ganaba la vida como conserje del conjunto residencial, pero también conocía las dotes de persuasión del portero para despedir a personas indeseadas, dotes que incluían métodos muy convincentes y que se basaban en la fuerza imprimida por los cilindros neumáticos de su brazo protésico. Por consiguiente, sabía que no encontraría a esos tres desconocidos para cuando regresara de la visita forzada que debía hacerle a Stirling. Únicamente tendría que darle a cambio, un poco de la vodka de contrabando que conseguía por medio de sus contactos con el gobierno neosoviético.

Cuando llegó al área de aparcamiento, sintió un profundo alivio al ver que el exterior de su flamante Mitsubishi–Toyota de color gris se encontraba en buenas condiciones; aunque no podía decir lo mismo del interior, en el asiento trasero había una sustancia viscosa de origen indeterminado, además de dos botellas vacías de ginebra sintética y un alargado frasco tubular con tres pastillas de alucinógenos sin usar. Antes de poner en marcha su coche, se percató de que en el asiento del copiloto había unas bragas de mujer con un dibujo infantil, hizo una mueca de desagrado y la guardó en la guantera; pensó que la botaría cuando estuviese de vuelta. Colocó su dedo índice derecho en la pantalla táctil instalada cerca del volante, justo al lado de la unidad central del ordenador del vehículo, la cual comenzó a escanear los pigmentos de la piel y cotejar la muestra respecto al registro existente en la base de datos.

-Buenos días, Sr. Chase ¿En qué puedo servirle?- Preguntó un voz metálica con cierto aire femenino.

-Llévame a las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este- Contestó maquinalmente y con la intención de que la unidad central tomara el control y le llevara a su destino.

-Lo siento, Sr. Chase. No estoy autorizado a ejecutar la acción recibida. Por favor, indique otras coordenadas o especifique otro comando-.

-Conéctate a la Red- Ordenó Maxwell con algo de desidia –Busca el nombre Harold Stirling-.

-Se han encontrado 32901743 resultados, Sr. Chase ¿Desea filtrar su búsqueda?- La pantalla de la unidad central mostraba el elevado número, alternando la interfaz gráfica del motor de exploración con un primer listado con diez opciones.

-Cruza la búsqueda con las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este-.

-Lo siento, Sr. Chase. No estoy autorizado a ejecutar la acción recibida. Por favor, indique otras coordenadas o especifique otro comando-.

Maxwell rezongó.

-Muéstrame el camino más rápido para llegar a las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este ¿quieres?-.

-La ruta más corta le tomará veinte minutos con cincuenta segundos a una velocidad promedio de 200 km/h, Sr. Chase ¿desea algo más?- La pantalla mostró un mapa en tres dimensiones de la zona urbana más exclusiva de El Vértice. De acuerdo a lo que pudo observar Maxwell, la casa de Stirling se encontraba enclavada dentro de una región rodeada de árboles y espesa vegetación.

-Sí. Apágate y no me molestes más-.

Maxwell manejó su coche pensando en las razones de tan singular llamado. Una de las cosas que más extrañas le parecía era que Stirling no permitía la llegada de vehículos autómatas a su casa. Debía tener alguna clase de satélite que bloqueara cualquier intento de ingreso por parte de algún agente informático, en consecuencia la única forma de poder acercarse a la fortaleza de Stirling era a través de medios tradicionales, y la operación manual de un coche era uno de esos medios.

La carretera se extendía en una sucesión de curvas pronunciadas custodiadas por pinos y eucaliptos de gran tamaño, y vigiladas por un brillante y dorado Sol que bañaba con sus rayos incandescentes la frescura del oxígeno vegetal. Maxwell recordó que no hace muchos años, dos fuerzas militares habían chocado en estos bosques, provocando una incontable cantidad de muertes innecesarias. Cruzó a la izquierda en una encrucijada y la vía se hizo más estrecha, recta e interminable. Durante poco más de siete minutos le pareció que su coche se había detenido sin causa alguna, puesto que el paisaje estaba constituido por una pradera verde sin ningún atisbo de civilización a la vista. No obstante, en el octavo minuto apreció en el horizonte una enorme mansión.

Se trataba de una mansión victoriana con amplias ventanas. En sus extremos se alzaban como titanes dos torres que culminaban en una suerte de techo puntiagudo, la fachada combinaba armónicamente granito y ladrillo, fundiéndose con un portal de madera muy elegante y que se podía apreciar en la distancia. Maxwell detuvo el automóvil frente a una verja metálica que recorría los alrededores de la mansión, pudiendo apreciar que en la reja de acceso habían dispuesto una figura que le pareció horrible, a pesar de que no supo distinguirla, puesto que en su opinión podría tratarse de un dragón o de un ser proveniente de algún rincón del universo. No obstante, si Maxwell hubiese estudiado lecciones de historia antigua, reconocería que la figura en cuestión correspondía a Cerbero, el perro de tres cabezas que custodiaba la puerta del Hades. Adicionalmente, hubiese reconocido que las dos estatuas de bronce situadas en las columnas de la reja, representaban a dos gárgolas mitológicas. Un dispositivo ocular salió desde ninguna parte y flotó alrededor del coche, inspeccionándolo durante un espacio de diez minutos. El dispositivo, circular y de pequeñas proporciones, se ubicó muy cerca del rostro de Maxwell, emitió un rayo color violeta y escaneó su iris.

Seguidamente, la reja se abrió.

Cuando llegó a la entrada de la mansión, se dio cuenta que la puerta era mucho más grande. Maxwell calculó con su implante neural que tenía tres metros setenta centímetros de alto por seis metros veinte centímetros de ancho. El portón estaba adornado con una representación de una batalla que debió pertenecer a tiempos antiguos. En ella se observaba un castillo medieval junto a lo que parecía ser un puente de piedra, sobre el cual se vislumbraban decenas de figuras humanas armadas con lanzas y espadas, grandes caballos y orgullosos jinetes; frente al castillo había una formación de figuras de diferentes características, no eran tan vistosas y bonitas como las primeras, ni tampoco poseían rasgos de admirable respeto. Naturalmente, Maxwell no supo apreciar la belleza del portón de madera, mientras esperaba que un anciano vestido con impecable traje abriera una portezuela de apenas dos metros de altura.

-El amo le está esperando, Sr. Chase. Pase por favor- La voz del recepcionista era aburrida y lenta, inspiraba sueño y desidia.

El mayordomo le guió por una serie de amplios pasillos, caracterizados por estar adornados por hermosos cuadros, impresionantes esculturas y estatuas pulcras. Rembrandt, Rafael, Picasso, Monet, van Gogh, Miguel Ángel, Goya, Dalí y El Greco, se conjugaban en una hermosa sinfonía artística que pasó completamente desapercibida por Maxwell, quien sólo pensaba en una ironía que no estaba lejos de la realidad: la casa del hombre más importante de la Corporación Ikari era muy austera en cuanto a tecnología se refiere. Porque si bien era cierto que Nobuhiko Ikari era el fundador de la empresa, también era cierto que Harold Stirling se había convertido en la persona más influyente de la misma además de su cofundador, incluso se podía decir con propiedad que ella no existía sin Stirling. Todas las operaciones de diseño, logística, marketing, finanzas y ejecución pasaban por el visto bueno del sagaz empresario, sin que se le escapara ni un solo detalle. Con el paso de los años, Stirling fue adquiriendo más notoriedad que Ikari, quien no aceptaba la llegada de la vejez y sustituía partes enfermas de su cuerpo por órganos clonados que debían ser cambiados periódicamente. Por contra, Stirling parecía no envejecer, incluso se veía como el primer día a pesar de tener algunas arrugas en su rostro. Los más escépticos decían que él era un androide fabricado por el propio Nobuhiko, otros decían que simplemente se trataba de un ser demasiado perfecto como para ser Dios.

Maxwell pudo obtener su propia versión cuando le vio. Stirling le esperaba en un amplio salón adornado con candelabros de oro y una mesa alargada, se encontraba de espaldas, fumando un puro alargado y con la mirada fija en la entrada. Sin decir ninguna palabra, el mayordomo les dejó solos tras cerrar con delicadeza la puerta de caoba con pomo dorado. Cuando el Director General de la Corporación Ikari giró sobre su propio eje, Maxwell pudo notar que se trataba de un hombre que se conservaba muy bien, sus ojos verdes parecían abarcar toda la estancia, su nariz era aguileña, su cabello canoso era abundante y estaba cuidadosamente peinado, su porte era ecuánime y sus manos limpias estaban engalanadas con anillos.

-Agradezco su puntualidad, Sr. Chase- Dijo a manera de saludo para después sentarse en un sillón de cuero granate frente a una mesa con dos copas que contenían un líquido oscuro –Ignoro si gusta del vino tinto, de cualquier forma espero que sea de su agrado esta muestra de mi cosecha personal. Por favor, le imploro que se siente-.

-Muchas gracias por su hospitalidad, Sr. Stirling- Dijo Maxwell tras una leve reverencia para luego sentarse en otro sillón similar frente al acaudalado directivo.

-Seré franco con usted, Sr. Chase. El motivo por el cual le hice venir es para comunicarle que esta madrugada ha fallecido, triste y dolorosamente, mi gran amigo Nobuhiko Ikari sin dejar hijos ni familia conocida- Hizo una pausa para tomar un poco del vino y detallar la expresión de sorpresa que se había dibujado en el rostro de Maxwell.

-Pero eso es imposible, Sr. Stirling… El Sr. Ikari…- Había quedado sin palabras y sin ningún grado de reacción con esa noticia que superaba sus expectativas.

-Lo sé, Sr. Chase, lo sé. Créame cuando le digo que no puedo estar más apenado. Nobuhiko y yo teníamos una relación muy especial, tanto que lo consideraba como un hermano… Más que un hermano- Volvió a hacer una pausa y tomó un poco más del vino. Extrañamente, a Maxwell le pareció que lo que tomaba Stirling no era vino, así que decidió no beber lo que le habían ofrecido –Por eso le he llamado, Sr. Chase. Como comprenderá, debemos hacer pública la noticia teniendo en cuenta que nuestros competidores más inmediatos tratarán de descalificar a la corporación-.

-Eso no es problema, Sr. Stirling- Habló Maxwell con su típico tono de lince empresarial –Takada Telecom y Siemens–Nokia están muy lejos de ser nuestros competidores, además podríamos hacer un manifiesto garantizando a nuestros inversores y clientes que nuestros proyectos se seguirán manteniendo a corto y a mediano plazo, con las mismas condiciones y criterios-.

-Esa es la clase de actitud que me gusta, Sr. Chase. Por eso le he hecho venir. Sé que usted ha conseguido importantes contratos y convenios que han convertido el nombre de nuestra empresa en algo más trascendental de lo que era, y eso me ha hecho pensar en usted como la persona indicada para manejar estos asuntos en las próximas horas, las cuales obviamente son cruciales-.

-Será todo un honor para mi, Sr. Stirling-.

-Por favor Maxwell, tutéame y llámame Harold- Dijo luego de levantarse y ofrecer su mano.

Maxwell estrechó con entusiasmo la sabia mano del nuevo dueño de la Corporación Ikari. La tarea que debía ejecutar no era fácil, pero él estaba seguro de ser la persona indicada, sentía la exaltación que le producía la muerte de un viejo, consecuencias que se resumían en un ascenso importante, que le hacía saltar más de un escalafón en la estructura jerárquica de la empresa.

-Te he de pedir otro favor, Maxwell- Stirling culminó su bebida con delicadeza y dejó la copa sobre mesa –La Corporación Ikari ha trabajado en los últimos dos años en un proyecto muy ambicioso que consiste en hacer llegar nuestras unidades neuronales a todos los rincones del planeta, con un coste de adquisición muy bajo y una calidad indiscutible. Todos los accionistas estamos de acuerdo en que todos los habitantes del mundo tienen derecho a la tecnología, a un acceso total a la Red y a la información esencial, en consecuencia tenemos la obligación de distribuir todos los implantes posibles. Quiero que en los próximos meses te dediques a profundizar más nuestros objetivos, diseña campañas audaces de ventas, consigue y enamora a patrocinadores y clientes, haz tu magia y recibirás una compensación muy generosa-.

-Cuenta conmigo, Harold- Alcanzó a responder Maxwell con una sonrisa que, por primera vez en mucho tiempo, resultó ser sincera.

jueves, 21 de enero de 2010

El enemigo escondido

Una de las primeras consideraciones que he debido tomar en cuenta durante los primeros días de mi nuevo trabajo, reside en la existencia de cuatro señores de apariencia singular que siempre están durante cualquier proceso de medida, de una forma silenciosa y anónima. Estos señores se llaman error, precisión, exactitud e incertidumbre. Este último es, sin duda, el más sigiloso e implacable. La incertidumbre representa esa extraña sensación de estar haciendo algo, sabiendo que hay un componente de ese algo que no es del todo correcto.

La elaboración de un ensayo o la toma de medidas no están exentos de la existencia de incertidumbre en las magnitudes medidas mediante el sistema de adquisición. Es por ello que se sigue una sistemática para el cálculo de la incertidumbre de medida en los ensayos descritos, siguiendo de esta manera con los lineamientos especificados por un agente secreto llamado Mr. ISO.

Mr. ISO es un hombre vestido de traje y corbata que indica qué se debe hacer y que no. Mr. ISO dice que si un instrumento se debe ubicar a un metro de una determinada posición, el instrumento se ubicará a un metro de esa determinada posición. De lo contrario, no me gustaría imaginar las consecuencias que tendría retar a este singular individuo.



El cálculo de la incertidumbre en la medición se inicia, de forma general, con la obtención de la incertidumbre típica u de la medida, según la ecuación siguiente, siendo u1 la incertidumbre referida a la calibración de los sensores asociados a la medida correspondiente, u2 la incertidumbre debida a la variabilidad de la función de la posición respecto a la vertical del propio sensor, y u3 la incertidumbre debida al equipo electrónico de adquisición.



Una vez determinada la incertidumbre típica de la medida, se calcula la incertidumbre expandida U de la misma, por medio del factor de cobertura k, atendiendo a la siguiente expresión:



Dicho factor de cobertura se obtiene mediante el cálculo previo del valor eficaz vef de la medición, teniendo en cuenta la fórmula de Welch-Satterthwaite detallada en la ecuación de la figura, donde N representa la cantidad de varianzas y vi los grados de libertad considerados en el análisis.



A partir del valor eficaz anteriormente expuesto, se obtiene el factor de cobertura que define un intervalo de confianza del 95,45 %, de acuerdo a la tabla mostrada a contiuación:



Normalmente, en el cálculo de la incertidumbre de medida no se tiene en cuenta la contribución debida a las condiciones ambientales, cuando el intervalo de tiempo necesario en el ensayo y disponible para realizar las lecturas correspondientes, es muy corto como para que los resultados se vean afectados por dicho aporte o deriva.

El cálculo, por muy sencillo que parezca, puede resultar en ocasiones complejo y arduo; principalmente si se tiene en cuenta que cada equipo, cada sensor, cada instrumento de medida y cada elemento de la cadena de medición tiene una incertidumbre específica.

De todas formas, es una consideración necesaria e importante. De lo contrario, Mr. ISO ejecutará su rigurosa ley.

miércoles, 6 de enero de 2010

Regreso desde una iPhone

He tenido que recurrir a la iPhone de mi novia para ingresar a esta bitácora. Pido disculpas a todos los lectores invisibles por no haber escrito nada luego de dos meses de ausencia. La carencia de Internet en este rincon de Euskadi, la búsqueda de un techo bajo el que dormir, los elevados costes de Euskatel con su compromiso de permanencia, la adaptación al nuevo lugar de trabajo y el aprendizaje de nuevas tecnologías me han impedido escribir con cierta constancia.

Próximamente espero disponer de Internet, así que no tardare en relatar mis experiencias en este extremo de la península ibérica. De momento solo me queda decir:

Zorionak eta Urte Berri On.

Saludos cordiales.

Wintermute.