domingo, 2 de mayo de 2010

Oper. Capítulo VIII.

Diario digital de Schrödinger. El Vértice. 30 de Junio de 2052.

Los titulares del noticiero holográfico de la tarde no eran muy alentadores. Dos mujeres indefensas habían sido halladas violadas y asesinadas en un callejón del Distrito 9, así que decidí hacer algunas preguntas por la zona, fracturando una pareja de manos y extrayendo un par de ojos mecánicos en el proceso. El charlatán que torturé me dijo que había encontrado a Joe y Ted durante la mañana, dos hermanos gemelos que se regocijaban de lo bien que se lo habían pasado con un par de prostitutas que nadie lamentaría. Sin embargo, los hermanos se habían equivocado al formular tal afirmación, porque yo nunca olvido. En estos momentos, Joe y Ted deben estar reconsiderando sus ideas mientras los gusanos y las ratas se comen sus cadáveres desmembrados.

Por otra parte, Enrico Maroni no me había llamado todavía por el asunto relacionado con Manmohan Patil. A pesar de que me pidió tiempo suficiente para reunir toda la información posible sobre mi solicitud, pensé que debía hacerle una nueva visita de cortesía para refresacarle la memoria. Sin embargo, a las 9:06 pm, recibí un mensaje encriptado en mi implante neuronal a través de la Red; el remitente era alguien que usaba el seudónimo de “Hello Kitty”, el aviso en cuestión y la breve conversación que mantuvimos la reproduzco a continuación:

Hello Kitty. 21:06:23: Muelle 18. 10:30 pm. Pregunta por Rumpelstiltskin.

S. 21:06:29: Por tu propia seguridad, espero que no me engañes.

Hello Kitty. 21:06:35: No hace falta que lo menciones, pero creo que sí es necesario que yo te recuerde que tienes un trato por cumplir.

No perdí el tiempo contestando a dicha indirecta. Eliminé toda conexión con la Red para evitar ser rastreado por los hackers de Maroni, y me dirigí hacia el punto de encuentro para localizar al informante. El muelle 18 era un lugar maloliente, donde pescadores inescrupulosos vendían animales marinos deformes por la contaminación del océano, traficantes de opio artificial hacían sus operaciones ilícitas y mendigos buscaban un lugar dónde refugiarse de los peligros nocturnos. Habitualmente, frecuentaba el lugar para enfrentarme a las tríadas de Jacqueline Wu, ello me debió haber adelantado algo sobre lo que pasó después, sin embargo, con la impaciencia de ubicar al hombre del líder italiano, me apersoné en el lugar sin caer en cuenta en ese detalle insignificante pero importante. Ése fue mi primer error.

En el cielo negro, una plataforma magnética flotante se desplazaba a menos de diez metros de altura con una publicidad machista, mostrando cómo una mujer en traje de baño y en una playa paradisiaca que seguramente no existe, tomaba una botella de cerveza bávara. Odio esas plataformas. Sólo sirven para obstaculizar el tráfico de aviones pequeños y el paso de los vehículos de levitación asistida.

En cuclillas sobre el tejado de un almacén, vi cómo un hombre alto vestido con sombrero y chaqueta negra, se acercaba hacia una farola estática. El sujeto extrajo un revólver láser Guizhou y desintegró la lámpara con una ráfaga, hecho que llamó mi atención puesto que los miembros de las tríadas chinas son los principales consumidores de tan peligrosas armas. Algunas explotaban en las manos antes de ser usadas, otras emitían letales descargas eléctricas sin motivo aparente y el resto, si había suerte, disparaban un haz de luz incandescente y radioactiva que chamuscaba la piel y derretía la superficie de los materiales metálicos, si no había suerte la pistola o se encasquillaba o estallaba. Por tal motivo, ni siquiera las milicias neosoviéticas y americanas empleaban semejante tipo arma; sólo la usaban los chinos, las tríadas y ese hombre. No darme cuenta de ese detalle sutil fue mi segundo error.

Me acerqué sigilosamente, aprovechando las sombras para ocultarme y sin perder de vista al individuo misterioso. Cuando estuve a una distancia prudencial, formulé la pregunta indicada, sin saber en qué me estaba metiendo:

-¿Rumpelstiltskin?-.

Más que una pregunta fue la contraseña para verme rodeado por un ejército de matones que salieron desde diversos puntos: seis surgieron desde los almacenes adyacentes, ocho aparecieron tras frenar bruscamente dos coches eléctricos y tres saltaron de una lancha vieja de madera; todos ellos estaban armados con pistolas láser, cuchillos y palos. Con mi sistema neural pude captar que estaban acelerados, los latidos de su corazón eran rápidos, impetuosos y exaltados. Llegaron tres coches más y el número de cuatreros se incrementó en diez, sin contar a una pareja que no esperaba ver: Cheng, un asesino vestido con una camiseta hawaiana y pantalones rojos muy cortos, ayudó a salir a una mujer hermosa, ataviada con una vestimenta tradicional china de color blanco que hacía juego con sus ojos jade; la mujer avanzó unos pasos y paseó entre sus esbirros con una sonrisa en el rostro.

-Rumpelstiltskin no ha podido venir, pero me ha pedido que viniera en su lugar- Dijo con soberbia y con ademanes delicados –Verás, Schrödinger… Maroni y yo hemos aparcado de momento nuestras diferencias comerciales para hacer frente a una plaga común. Me ha llamado para asegurarme que una cucaracha molesta estaría en este lugar a esta hora y, sinceramente, me contenta mucho que no se haya equivocado- La mujer hizo una pausa mientras que Cheng permanecía inmutable con las manos en la espalda, momento que utilicé para sopesar mis opciones –No sólo te has atrevido a afectar mis ganancias en el venta de opio, sino que también has incendiado dos de mis centros de distribución, dejar a una docena de vendedores en el hospital y matar a tres de mis mejores hombres… Pero lo que más me enfurece es que hayas destruido el restaurante de mi tío Wang…-.

-No me gustó su Chop Suey- Interrumpí con sorna e ironía.

-¡Te odio, Schrödinger!- Gritó con rostro desfigurado.

Evalué concienzudamente la situación en la que me encontraba. El desgraciado italiano me había tendido una trampa sucia y desalmada, digna de su personalidad, que incluía una reunión no pactada con Jacqueline Wu, astuta líder de las tríadas del Barrio Chino, dispuesta a acabar conmigo con la contribución de un ejército de asesinos traídos desde Shanghái y con modificaciones físicas hechas en algún laboratorio experimental sin las condiciones higiénicas adecuadas. Al ver que la plataforma publicitaria se acercaba lentamente, concluí que la situación no podía ser más maravillosa.

-Te diré algo más antes de morir, enmascarado- Continuó hablando la preciosa mujer asiática con un tono de voz que, francamente, me agradaba –Tu cruzada ha estado condenada desde el principio ¿crees que una sociedad tan corrompida con esta necesita de un justiciero para devolver la ley y el orden?-.

-Te equivocas, Jacqueline- Contesté empleando la voz más gutural que podía generar con el sintetizador instalado en mi garganta –Esta sociedad no necesita que le devuelvan la ley y el orden, esta sociedad necesita conocer un tipo de protección basada en el miedo más auténtico, para comprender que la ley y el orden no son los instrumentos más adecuados para sostener la estabilidad y la tranquilidad… Y yo soy capaz de ser el ente generador de dicha protección-

Antes de que la mujer pudiese responder, tomé un dardo explosivo con un movimiento ágil y lo lancé en dirección de la plataforma móvil, empleando la potencia máxima de los steppers de mis dedos y manos. El impacto produjo una detonación que destrozó la plataforma en tres partes disímiles, provocando confusión entre los asesinos de Jacqueline, quienes comenzaron a disparar en todas las direcciones cuando corrí en dirección al malecón. Salté sobre un amarillo que me atacaba frontalmente con un cuchillo ridículo y me lancé al agua, justo a tiempo para sentir la explosión que se producía debido a la caída de los restos de la plataforma publicitaria.

Buceé en las sucias aguas del muelle hasta que encontré un barco de unos veinte metros de eslora, anclado a cierta distancia del lugar donde se encontraban aquellos criminales asiáticos. Escalé la placa acorazada y oxidada hasta llegar a la cubierta, donde pude reconocer que se trataba de una embarcación abandonada. Wu vociferaba órdenes a los amarillos con grito potente, algunos de ellos yacían aplastados bajo la pesada plataforma, otros permanecían todavía aturdidos y desorientados, mientras que tres de ellos ardían en llamas entre chillidos de muerte.

Pensé que ya tendría tiempo de enfrentarme a esa maliciosa mujer y a su peculiar guardaespaldas, tenía un asunto pendiente con cierto siciliano traidor. Maroni había osado desafiarme sin pensar en las consecuencias y yo sólo tenía un objetivo en mente antes de que el día concluyera: enseñarle cuáles serían esas consecuencias.


Le vi fumando un puro cerca de la media noche mientras salía de un lavabo lujoso. Confiado y conduciendo su silla transportadora, llamó a su jefe de seguridad, confirmando mi hipótesis de que esta noche estaba especialmente nervioso. Quizás era esa la razón por la que me había encontrado a un gran número de italianos armados, en los alrededores de la residencia construida con el dinero procedente de las drogas y los negocios fraudulentos. Lo único que él no sabía era que todos sus hombres estaban disfrutando de un sueño del que no despertarían jamás.

Al no recibir respuesta, vi como comenzó a maldecir de una forma graciosa y registré la manera en que su corazón comenzaba a bombear sangre descontroladamente. Fue en el momento en que manipulaba su silla con la intención de dirigirse hacia su despacho, cuando decidí interponerme en su camino, arrancándole una expresión de sobresalto y turbación cuando observó los dos objetos que sostenía en mi mano derecha.

-He hablado con Rumpelstiltskin, Hello Kitty. Pero no me ha gustado lo que me ha dicho-.

-Escucha, yo… Tengo lo que quieres- Balbuceó luego de tragar saliva.

-El caso es, Hello Kitty, que conmigo no se juega y eso es algo que te dejé muy claro cuando te inyecté la bomba fluidodinámica que actualmente corre por tus venas-.

-Acompáñame…- Musitó ahogadamente.

Disfruté cada segundo de esa visita. El Don se sentía completamente derrotado, abatido y vencido, comprendió con naturalidad que su hora había llegado, aunque nunca supe si lo aceptó, pero a eso no le di importancia. Le seguí hasta su oficina, lugar que incluía una barra con botellas de diversos licores caros y refinados, una mesa de ébano grande y ordenada, y un confortable sillón confeccionado con la piel de algún animal exótico. Con torpeza, condujo su silla hasta la mesa, abrió un cajón y recogió una memoria flash portátil que mostró con sus temblorosas manos.

-Me ha costado mucho dinero, tiempo y favores, hallar la información que me has obligado a solicitar. En un principio, pensé en no hacerte caso pero la curiosidad me superó y comencé a hacer averiguaciones. Creo que esto es algo que tú no puedes controlar, Schrödinger… No se trata de drogas, de un simple ajuste de cuentas o de un vulgar homicidio… Es algo muy grande…-.

-Yo decido qué es lo que puedo controlar y qué es lo que no puedo controlar- Repliqué para después arrebatarle la memoria y guardarla en un bolsillo de mi gabardina negra.

El Don me miró con ojos suplicantes y vidriosos. Sonreí bajo mi máscara y dejé caer pesadamente sobre la mesa los dos objetos que sostenía con mi mano derecha. Las cabezas mutiladas de sus guardaespaldas, Vincenzo y Giacomo, rebotaron levemente y chocaron entre sí, para después mostrar sus rostros inertes y despavoridos al cabecilla de la mafia siciliana, quien hizo una mueca de asco, tuvo un par de arcadas y vomitó sobre su vientre una sustancia indeterminada y blanca. Mi sonrisa se ensanchó.

-¿Por qué lo hiciste, Enrico? Podrías haberme dado la información sin recurrir a Wu, sin provocar la muerte de tus estúpidos matones en tu propia casa y sin arriesgar tu vida-.

-Sólo quería probar suerte…-.

-Pues la has tentado demasiado- Concluí para, finalmente, pulsar el único botón rojo del pequeño control remoto que guardaba recelosamente en mi pantalón.

El Don sufrió un mareo repentino, se movió extrañamente en su silla y se desplomó bocarriba en el piso de parqué. Su nariz y boca comenzaron a expulsar sangre, sus ojos se hincharon hasta salirse de sus órbitas, las manos crecieron hasta duplicar su tamaño. Quiso gritar por el dolor, pero sólo pudo escupir más sangre. Me alejé un par de pasos para dejar que la bomba terminara sus efectos. Enrico Maroni tuvo repetidas convulsiones y espasmos, que me permitieron suponer que su hígado y sus pulmones ya se habrían disuelto. El momento estelar de su muerte vino poco tiempo después, cuando saltaron sendos chorros de sangre de las cuencas oculares, la cabeza explotó manchando el suelo brillante y limpio con una masa amorfa de restos de cerebro y fluidos de colores rosa y escarlata. Allí mismo, introduje la memoria flash en el puerto del bus universal y con mi implante neural revisé la información recopilada por el difunto mafioso. Palabras, números y frases se desplegaron en mis retinas a gran velocidad, constituyendo una información breve, concisa y esclarecedora, que me llevó a tener un nuevo punto de partida en el homicidio de Manmohan Patil.

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