sábado, 30 de diciembre de 2023

Recuento lúdico de 2023 (y VI).

Buenos días a los lectores invisibles.

En esta publicación pretendo seguir con el recuento lúdico del año que finaliza mañana. Esta vez, muestro solo las fotografías, debido a que han sido varias las partidas más destacables.

El Señor de los Anillos: Juego de cartas.

 






Tacmento.

 


Tiny epic crimes.

 



Street masters.

 



Black sonata.

 


Pathfinder: El juego de cartas de aventuras.

 





Fictions: Memorias de un gángster.

 


Legendary encounters: Matrix.

 



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Saludos cordiales.

Wintermute.

domingo, 12 de noviembre de 2023

Nacimiento

El helicóptero surcaba sigilosamente y en vuelo bajo el manto de densos árboles. En su interior, cuatro hombres ataviados con ropa verde olivo perfectamente amoldada a sus músculos daban las últimas revisiones a su armamento y equipo. Un quinto individuo, vestido con camisa y pantalón de lino, hablaba sin parar. Se trataba del Coronel Smith.

-Ya habéis oído al Comandante Wilson en la base- Dijo, a modo de recordatorio. A todas luces innecesario y redundante -Hace nueve horas perdimos contacto con el pelotón del Teniente Hicks. Vuestra misión es esencialmente de reconocimiento y rescate. Sin embargo, yo agrego una orden adicional-.

El Sargento McCloud frunció el ceño. Presentía que no le iba a gustar lo que escucharía a continuación.

No se equivocaba.

-El Teniente Hicks debía escoltar a un disidente de Obiang Nguema dispuesto a confesar distintos crímenes perpetrados por la dictadura. Vuestro objetivo primordial es encontrar a ese hombre y traerle de vuelta con vida-.

Los cuatro militares recibieron fotografías del sujeto en cuestión. Se trataba de un joven de unos veinte años, de piel oscura y con una cicatriz en la mejilla izquierda.

-¿Preguntas?-.

-¿Qué pasa si no le encontramos?- Interrogó el Teniente Colmenar, líder del escuadrón, afroamericano de Kansas y obtuso a la hora de cumplir el procedimiento sin rechistar.

-Eso no es una opción viable- El Coronel Smith le dirigió una mirada inflexible con sus ojos grises.

-Bien, caballeros, ya habéis escuchado al Coronel y sabéis cuál es nuestro trabajo- El Teniente masticaba un chicle mientras hablaba.

-Señor, ¡Sí, Señor!- respondieron los otros tres.

Descendieron con rapidez de unas cuerdas, mientras el helicóptero mantenía la posición. McCloud no se sentía cómodo desde su llegada a la base estadounidense en Gabón. Su tradición judía le alertaba de que el ambiente estaba enrarecido en esa región del planeta. No tenía una explicación racional para su miedo, pero sabía que era cierto.

Alzó la mirada cuando el helicóptero les abandonó en mitad de aquella llanura selvática, cálida y húmeda.

Sincronizaron sus relojes, ajustando un cronómetro regresivo en quinientos minutos. Era el tiempo que tenían para establecer el primer contacto con la base.

El Sargento Ramírez iba en la vanguardia, con su fusil M16 preparado. Detrás de él, McLoud y Colmenar vigilaban los laterales, mientras que el gigante Subteniente Williamson cubría la retaguardia con su Stoner LMG. Estaban a tres millas de la frontera con Guinea Ecuatorial, pero el camino era un desastre.

No tardaron en avistar la primera de las dificultades. Un campamento de campesinos hacía su vida normal. Un grupo de lo que parecían ser agricultores portaban pesados sacos a sus hombros. Caminaron hasta lo que parecía ser una plaza improvisada y soltaron los sacos en el centro.

No obstante, lo que contenía el interior de esos sacos no era ni trigo, ni sorgo, ni nada cultivable. Se trataban de dos adolescentes asustados y con el rostro ensangrentado. Gritaron en un idioma que los militares desconocían, pero por sus gestos pedían auxilio.

Colmenar negó con la cabeza, cortando cualquier intención de intervenir.

Una figura ataviada con una túnica y una capucha color púrpura apareció desde una de las chozas. Detrás de él, una pareja de fornidos y tatuados escoltas portaban sendos machetes brillantes.

Los agricultores ataron a los jóvenes, juntando las muñecas con los tobillos. Ellos lloraban mientras el resto iniciaban unos cánticos monótonos pero rítmicos. La intensidad de ese malsano ritual se incrementó cuando los matones armados con los machetes llegaron hasta el habitáculo donde estaban aquellos jóvenes.

La figura de la capucha alzó una copa de madera y la elevó hacia el cielo celeste.

Los machetes descendieron y dos cabezas rodaron por el áspero suelo.

Alguien llenó el cáliz con la sangre que manaba de los cadáveres y se la entregó al encapuchado. Los gritos del tumulto se acentuaron cuando se bebió el contenido hasta quedar satisfecho.

Todo había acabado en cuestión de minutos. Un trío de campesinos se llevaban los cuerpos y limpiaban el desastre con serrín.

Colmenar hizo una seña y ordenó rodear el poblado, ahora que todo parecía más tranquilo. Ninguno de esos cuatro militares se preguntó qué había pasado. Habían visto muchas barbaridades en Mosul, Bagdad y Kunar. Lo habían tomado como una más, aunque Ramírez no dejó de apretar su crucifijo en ningún momento.  

Cuando dejaron atrás ese poblado, comenzaron el ascenso hacia una colina. En teoría era el último lugar desde donde se habían recibido noticias de Hicks. Según las indicaciones del GPS estaban muy cerca, de hecho.

Tan cerca que hallaron cinco picas verticales incrustadas en la tierra. Cinco cráneos mal quemados eran el listón de esas picas.

La visión era cuanto menos horrorosa.

-Teniente, los collares- Habló Ramírez, persignándose.

En efecto, cada cráneo tenía un collar del ejército estadounidense. Uno de ellos pertenecía a Hicks. Tristemente ya habían cumplido una parte de su misión. Todo el escuadrón había sido masacrado por salvajes.

McCloud y Williamson recogieron los collares con rapidez. Si no podían recuperar a sus compañeros para darles la sepultura adecuada, al menos regresarían con sus distintivos.

No había ni rastro del disidente.

Llegaron al anochecer a la cima de la colina. En la lejanía se distinguían las tenues luces del puesto fronterizo. Aún tenían que encontrar a su objetivo.

-Zorro rojo a nido. Zorro rojo a nido, confirmen- Hablaba McCloud por la radio, mientras sus compañeros observan con atención los alrededores -Zorro rojo a nido, ¿alguien me oye?-.

-Zorro rojo, informe- La indiscutible voz de Smith se escuchaba con mucha dificultad.

-Hemos hecho contacto con el Grupo Alfa. Todos están inutilizados-.

-¿Y vuestro objetivo primario?-.

-No lo hemos hallado-.

Estática y mucha interferencia.

-…Búsquenlo… Informen en… minutos…-.

-Zorro rojo a nido, repita la última parte-.

-La… encontrar… minutos…-.

-Es inútil- Zanjó Colmenar- Hagamos turnos. Williamson, Ramírez, haréis el primero. En una hora os relevamos McCloud y yo-.

El sueño fue tan breve como agotador. El ruido de disparos despertó a los dos militares. Williamson disparaba sin control hacia las sombras de los árboles. Cuando el Teniente se puso a su lado, vio cómo un cuchillo se había alojado en su estómago, pero eso no impedía que el hombretón hijo único de refugiados haitianos no parase en su deseo de activar su Stoner LMG.

-¡McCloud! ¡Equipo médico! ¡Ahora!-.

Intentaron estabilizar a su compañero, pero fue en vano. Se trataba de un cuchillo alargado en cuyo mango de madera había un texto ilegible.

-Esos bárbaros… Esos malnacidos se llevaron a Miguel- Balbuceó el militar en sus últimos estertores.

-Trata de no hablar- Dijo el sargento, intentando contener la hemorragia.

Pero el fortachón ya había culminado su presencia terrenal en este mundo.

-Williamson disparaba hacia la aldea- Señaló el Teniente.

-Señor, la misión…- Objetó McCloud.

-Esto es parte de la misión, Sargento. Lo haremos rápido. Son solo unos pirados con machetes. Les atacaremos y rescataremos a Ramírez-.

Taparon el cuerpo de su compañero con la esperanza de recuperarlo más tarde. Siguieron el camino en tándem, con sus armas preparadas para el ataque. La expectativa del teniente era encontrar a los campesinos, pero para su sorpresa la aldea estaba desierta. No había rastro humano de ningún tipo.

Excepto por una melodía que provenía desde alguna parte.

Eran los cánticos que habían escuchado aquel mismo día más temprano. Siguieron la música hasta una precaria cabaña sin puertas, a la cual accedieron sin pensar. Dentro de la misma, una portezuela en el suelo llevaba a algún destino inesperado.

-Teniente, volvamos y pidamos refuerzos-.

Colmenar negó con la cabeza y penetró con determinación. Ante ellos, una escalera descendente en espiral apareció como la garganta de un oso enfurecido. La iluminación era escasa, salvo por unas farolas de gasoil puestas aquí y allá. Los escalones parecían que estaban fabricados a mano sobre la piedra del subsuelo.

Cuando terminaron de descender, contemplaron con horror un espectáculo que no habían visto en todos sus años al servicio del ejército.

Miguel Ramírez yacía encadenado sobre una cama de hierro fundido. En su pecho le habían dibujado con la sangre de un carnero una estrella de cinco puntas. El carnero en cuestión estaba destripado a un lado de la cama. Le habían sacado los órganos y dos hombres se bañaban con ellos, los pasaban por sus piernas, brazos, cara y cuello.

Los aldeanos por el contrario se arrodillaban ante el atril donde se desarrollaba tan brutal acto.  No dejaban de repetir frases en un idioma extraño y levantaban sus manos hacia el techo de la cueva. Finalmente, el encapuchado vestido de púrpura levantó el cáliz al tiempo que exclamaba una frase con tono gutural. 

Cuando terminaron los dos hombres de embadurnarse con los restos del animal, tomaron los machetes y se encaminaron hacia la cama.

Colmenar dio una orden y los dos militares comenzaron a disparar, abriéndose paso entre la multitud. Algunos de los campesinos estaban armados con cuchillos y palos, pero ellos no discriminaron a nadie.

Uno de los machetes bajó y mutiló el brazo izquierdo de Ramírez, quien gritó por el dolor. Cuando el segundo se disponía a hacer lo mismo en el derecho, McCloud le reventó la cabeza.

El sacerdote púrpura se dispuso a llenar él mismo el cáliz con la sangre que brotaba del muñón. La turba de seguidores rodeaba a Colmenar, quien era incapaz de salir de su arrinconamiento. El sargento vio cómo uno de los campesinos apuñalaba a su superior bajo una axila.

McCloud avanzó hacia la cama solo para contemplar con súbito terror cómo una luz incandescente manaba de la estrella de cinco puntas dibujada en el pecho de su compañero. Una herida comenzó a abrirse sin previo aviso. Unas garras trataban de hacerse paso entre la carne de Ramírez, para seguidamente emerger la figura elíptica de una cabeza con colmillos que chilló con rabia.

-¡Morid, hijos de puta!- Exclamó Colmenar, mientras le quitaba una anilla a una granada y la sostenía con su mano derecha. Al menos una docena de cuchillos se clavaron en distintas partes del cuerpo.

La explosión siguiente produjo un desconcierto general. El sacerdote púrpura extrajo a una criatura del interior del cuerpo de Miguel. Se trataba de una forma curva, con cinco tentáculos en lugar de brazos y piernas. Su dentadura era grotesca y con malformaciones. Una lengua alargada partida por la mitad serpenteaba y relamía la sangre de su infortunado e involuntario progenitor.

-¡Yig! ¡Yig!- Vociferó con voz potente el sacerdote púrpura antes de desaparecer.

McCloud se atrincheró tras una estalagmita, con la idea de dar la batalla antes de perecer. Pero los campesinos iniciaron el ascenso por las escaleras, hacia el poblado.

Cuando todo se calmó y el silencio reinaba el lugar, el Sargento se dirigió hacia la cama. Vio la expresión atónita de muerte dibujada en el rostro de su compañero. Con pericia, consiguió liberar las cadenas restantes y alzó el cadáver por encima del hombro.

No pudo hacer nada por los fragmentos que quedaban de Colmenar.

Regresó con dificultad hacia el poblado, pero no había nadie. Subió por la colina, tan solo para darse cuenta de que el cadáver de Williamson no estaba donde le habían dejado.

Resolvió continuar con el camino hacia el puesto fronterizo, cargando con Ramirez a sus espaldas y sosteniendo su pistola 9 mm. Si alguien quería terminar lo que habían empezado antes, estaba dispuesto a hacerles frente.

Alcanzó su destino a la mañana siguiente. La guardia gubernamental le apresó y se hicieron cargo del cadáver de Ramírez. Le interrogaron durante horas, pero McCloud respondió que solo contestaría a las preguntas del Comandante Wilson, quien no tardó en llegar acompañado de Smith.

-Sargento-.

-Comandante- Respondió McCloud con el saludo habitual.

-¿Qué demonios ha pasado?-.

Ambos escucharon con detenimiento el informe de su subordinado, sin interrupciones.

-No nos han mencionado nada sobre el cadáver de Ramírez. Las autoridades de Gabón son corruptas, así que no me extrañaría que pidiesen un pago a cambio- Intervino Wilson.

-Lo investigaré- Acordó Smith -¿Y el disidente?-.

McCloud ladeó con la cabeza.

No muy lejos de allí, en el escondrijo subterráneo de otra aldea, una sombra púrpura se quitaba la capucha. Se acarició la cicatriz de la mejilla mientras sonreía maliciosamente y le hacía cosquillas a la criatura que se movía en una cuna de madera.

Si se usaban las palabras y los pretextos adecuados, resultaba muy fácil encontrar los incautos necesarios para los sacrificios requeridos en el ceremonial de nacimiento.

Ahora solo tocaba esperar que esa entidad creciera hasta convertirse en el nuevo dueño del mundo.

Él le complacería en todos sus caprichos y deseos.