sábado, 25 de enero de 2020

Éxodo: Capítulo III.5


Capítulo III.5

Tras cuatro meses de arduo trabajo, el enorme galeón espacial Sombra de Deimos estaba preparado para tan largo viaje. Giovanni Van der Meer había seleccionado a doscientas personas perfectamente capacitadas para formar parte de la tripulación, recabado alimentos y provisiones para diez años, instalado el más potente armamento nuclear y dispuesto de todas las herramientas conocidas para una expedición hostil.

La mañana previa al viaje, Laura O’Riley se presentó en compañía de una treintena de científicos acreditados por la Agencia Aeroespacial. Giovanni la encontró muy hermosa con su cabello pelirrojo atado en una sutil cola. No obstante, no dejó que le dominasen sus sentimientos, así que decidió actuar con determinación.

-Vuestro equipo puede instalarse en los camarotes de la primera sección, aledaña al puente de mando. Evidentemente, recibirán una instrucción muy precisa y obligatoria del personal militar que nos acompañará, en lo que manejo a armas se refiere naturalmente. Eso te incluye también a ti y esto no es negociable-.

-Mis compañeros y yo somos personas de ciencias, Giovanni…- Objetó Laura.

-Lo sé, pero si van a viajar con nosotros, quiero que sepáis al menos cómo defenderos. Mi tripulación también necesitará sentirse segura, Laura- Tras un silencio incómodo, prosiguió –Las comidas se servirán en diversos horarios, dado que tu equipo no forma parte esencial de la tripulación, puede asistir al comedor cuando lo desee. Además, según tus exigencias, hemos habilitado un salón laboratorio con todos los equipos e instrumentación que me has indicado-.

Mientras conversaban, caminaban por un largo pasillo, ataviado con luces, puertas y personal que caminaba con rapidez de un sitio para otro, ocupado y absorto en las tareas previas al despegue. El pasillo culminaba de forma abrupta en un amplio portal de acero, cuyas hojas se deslizaron suavemente gracias a doce servomotores síncronos.

Finalmente, Laura pudo contemplar la majestuosidad del puente de mando. Pantallas holográficas, ordenadores automatizados y cincuenta aventureros, armónicamente se distribuían en siete plataformas. En el fondo, un amplio termocristal cubría la visión de la nave, aunque en aquellos momentos lo único que se podía apreciar era el lúgubre hangar de la estación aeroespacial.

- ¿Coñac, Herr Van der Meer?- Interrogó sin previo aviso la voz mecánica y femenina de un robot. Laura le recordaba vagamente.

-No, Jazmín. Muchas gracias. ¿Deseas algo, Laura?- Preguntó Giovanni con cortesía.

Ella no contestó. Se dejó llevar por el frenesí reinante en el puente de mando. Un hombre de edad avanzada no paraba de vociferar órdenes.

-Se llama Randall Moynier- Comentó el navegante –Es un coronel retirado del ejército aeronáutico. Es muy cuadriculado, pero hace bien su trabajo- Hizo una pausa para acercarse un poco más hacia el suave aroma de la mujer científica –¿Te indico dónde estará tu habitación?-.

-¡Vaya, Van der Meer! Decididamente, no has tenido conmigo esas atenciones-.

Quien interrumpió era un hombre de complexión atlética, rostro ovalado y pecoso, nariz aguileña, cabello rojizo y ojos taimados. Vestía con un traje negro y zapatos brillantes. En rasgos generales, para un desconocido, se podría decir que él era el hombre del dinero. Sin embargo, en este caso concreto, para Giovanni se trataba del hombre de la burocracia extrema de algún organismo gubernamental con nombre imposible.

La incomodidad de Laura ante la presencia de aquel sujeto era más que notable.

-Supongo que es lo normal, principalmente cuando se trata de una mujer como ésta ¿no?- Proseguía el individuo –En fin, no hay nada más que discutir en este aspecto. No obstante, me gustaría presentaros al representante de la Iglesia del Nuevo Universo que nos acompañará… Más bien, debo decir que se trata de una representante-.

Las palabras del burócrata se vieron acompasadas de la presencia de una mujer alta, de exótica belleza y cabellera negra, vestida con una túnica blanca y un jubón carmesí.
-Espero que a ella también le indiques dónde están sus aposentos, Giovanni- Habló con sarcasmo el hombre.

-Larry, por favor, no malinterpretes las cosas- Dijo el navegante, con desdén.

-No hay nada que malinterpretar. Las mujeres siempre nos subyugarán. Ni siquiera la plaga gris podrá con ellas ¿no es así?-.

-Ruego que disculpen la insolencia de mi compañero funcionario- Intervino la mujer exuberante –Soy la Digna Pastora Judith, que la paz del Señor Verdadero reine y more en vuestros corazones puros-.

Extendió sus manos en un ademán ostentoso, que indicaba que debían ser besadas en señal de sumisión, tal como lo marcaban las directrices y dogmas de su religión. Pero ni el navegante ni la científica tuvieron la intención de cumplir con semejante credo.

-Perdónelos, Su Ilustrísima- Comentó Larry, con rostro serio.

-No hay nada que perdonar. Los impíos siempre serán…-.

Laura tuvo suficiente.

-Espero que me disculpes, Giovanni- Interrumpió ella, con gesto cansado –Mi equipo y yo, tenemos mucho por hacer-.

-Pero… ¿y tú camarote?- Fue la única pregunta que Giovanni pudo balbucear.

-Ya lo encontraré. No será tan difícil-.

Laura avanzó a grandes zancadas, dejando atrás a aquel singular trío y decida a iniciar con la expedición. Sus pensamientos debían estar centrados en asuntos importantes.

Y, desde luego, Larry O’Riley no era uno de esos asuntos importantes.

domingo, 19 de enero de 2020

Éxodo: Capítulo III.4


Capítulo III.4

A diferencia de cualquiera de las ciudades submarinas de la Tierra, la ciudad de Selena era limpia, ordenada y civilizada. Su extensión ocupaba las dos terceras partes del satélite lunar, incluyendo una sección del lado oscuro. Donde antes había cráteres y profundos valles, los primeros arquitectos y albañiles diseñaron y construyeron un entramado cuadricular de edificios de cuatro plantas, autosuficientes pero dependientes de energía por fisión nuclear. El tren magnético se había convertido en el medio de transporte más eficaz y rápido, capaz de comunicar los dos extremos de la urbe en menos de una hora.

Larry viajaba en la sección de primera clase de uno de esos trenes cuando sostuvo aquella conversación con el hombre vestido con traje negro.

-Está hecho- Había dicho Larry, en un susurro suave.

-¿Ha confesado?- Preguntó innecesariamente el sujeto de negro.

-Lo que sabíamos. Ni una palabra más, ni una palabra menos-.

-Perfecto. Seguiremos con el plan según lo previsto-.

-¿Qué debo hacer con la chica?-.

-Nada. Parece que ya ha conseguido el medio de transporte, así que dejaremos que los hechos se desenvuelvan por sí mismos-.

Larry asintió lentamente.

-No hace falta que te diga la relevancia que tiene ese proyecto para nuestros intereses. Aunque los superiores están contentos por el modo en el que has resuelto estas primeras molestias, insisten en que los resultados han de ser impecables y contundentes-.

El hombre de negro abandonó su asiento y avanzó con zancadas rápidas a lo largo del pasillo del tren. Larry ojeó sin interés aparente el paisaje que le mostraban las ventanas de cristal endurecido. Edificios blancos se alzaban con toda su imponencia y sus pisos iluminados, mientras cientos de vehículos aerodeslizadores surcaban la jungla de metal y hormigón al compás de luces de neón. Por encima de todo aquel ordenado entramado de estructuras, una corona de cemento gris protegía la debilidad de aquella sociedad del mutismo regalado por el profundo y oscuro espacio.

En el fondo, esta sociedad no era muy diferente a las olvidadas urbes marinas. Ambos tipos de colectivos se encontraban encerrados por cúpulas que los protegían del entorno agresivo que les rodeaba. Sin embargo, la analogía más evidente radicaba en el deseo vehemente de la supervivencia. Un deseo que se desarrollaba bajo cúpulas desnudas y taciturnas, alejadas del esplendor de los paisajes relatados por cuentos del planeta azul, mundo que ya era parte de una historia nefasta y nada halagüeña.

Cuando el tren llegó a su destino final, Larry se comportó como un pasajero más. Al salir de la estación ferroviaria, tomó un taxi que le llevó a las urbanizaciones norteñas de la ciudad. El conductor intentó entablar una conversación intrascendente, pero Larry quería descansar, así que decidió ignorar cualquier amago de diálogo.

Abandonó el vehículo a un kilómetro de su destino, el cual consistía en un edificio con forma cúbica. Subió las escaleras con parsimonia, mientras en uno de los apartamentos un bebé lloraba con toda la potencia de sus pulmones. Abrió la puerta del único piso situado en la cuarta planta. Estaba ansioso por perderse en su propia cama.

El ataque le llegó desde atrás y en forma de un cuchillo muy afilado. Larry intuyó el movimiento antes de que el arma se enterrara en su omóplato derecho, así que sólo tuvo que hacer una finta y desviar la agresión. En la oscuridad de su vivienda, sólo podía apreciar una silueta que se contorsionaba con la agilidad de un lince.

Su atacante le sorprendió con una embestida frontal y, antes de que pudiese evitarlo, el cuchillo estaba en el borde de su cuello. Larry retrocedió rápidamente hasta que su espalda tocó la pared. Por un instante muy breve notó el gélido filo sobre su piel, hasta que logró apoderarse de la muñeca de su rival.  Cuando comenzó a retorcerla, escuchó el aullido de dolor de una mujer.

El cuchillo cayó y los labios de Larry besaron con premura y desesperación la boca de su agresora, quien le correspondió con igual intensidad. La mujer le quitó la camisa, arrancándole los botones con ímpetu, al tiempo que él deslizaba sus manos bajo la falda y rompía la ropa interior de la chica, antes de tumbarla sobre el suelo.

Las dos parejas de ojos se encontraron en la oscuridad.

-Te estás volviendo muy descuidado, cariño- Le dijo ella, divertida.

-Sólo te he dado un poco de ventaja- Replicó él, antes de quitarle la blusa.

Allí mismo, sobre la alfombra de seda sintética, Larry la penetró con fuerza y en repetidas ocasiones. Cuando estaba a punto de estallar, la mujer le envolvió con su cuerpo y cambió de posición, dominándole desde arriba y moviendo sus caderas con frenético ritmo, hasta que los dos se fundieron en una explosión de lujuria y fluidos.

Ya relajados, la mujer se incorporó, dejando caer su larga cabellera hasta las nalgas. Larry apoyó su rostro sobre los codos y buscó a tientas el interruptor de luz más próximo.

-Ha llamado el jefe- Habló ella, con indiferencia –Dice que ya está todo acordado… ¡Vaya! Mira lo que has hecho. Me has roto las braguitas-.

-Los dos tenemos nuestro papel- Larry hizo una pausa y encendió la luz de una lámpara de halógeno pequeña. Tras un mes de duro trabajo y sin poder verla, pudo contemplarla. Ese día estaba especialmente atractiva, con su cabello negro y vigoroso, su piel aceitunada, sus ojos castaños y sus pezones oscuros.

-Por eso no podemos fastidiarla, querido. Han sido seis años muy difíciles, infiltrándome en esa secta de demonios. Debo irme ahora mismo. No quiero que me echen de menos-.

-¿No te quedarás un poco más?- Preguntó Larry.

-Ya sabes que no puedo- Contestó ella, colocándose la falda –Dentro de dos días recibiré el título. Entretanto, tengo que convencer a muchos idiotas que la Deidad Absoluta es el único camino y bla, bla, bla. Eso sin contar el desastre que ha dejado Ignatius ¿Sabes lo que le han hecho?-.

-No me interesa- Contestó Larry, encogiéndose de hombros y enciendo un cigarrillo.

-Lo han desmembrado vivo- La mujer río con ironía -¿Dónde está mi zapato izquierdo? No lo encuentro. El caso es que a un iluminado se le ocurrió la gran idea de cortarle los brazos con un hacha, después de darle una paliza a Ignatius, castrarle y sodomizarle ¿puedes creerlo? Ahora tengo que limpiar la imagen de esa ridícula  Biblia Verdadera… ¡Aquí está mi zapato!-.

-Ésta es la parte crucial del plan y tú eres la mejor-.

-Lo cual confirma mi teoría. Tu trabajo con Ignatius ha sido sencillo. Impecable, pero sencillo. Ahora yo tengo que poner mucho orden-.

-Todo sea por el bienestar del gobierno y de Selena-.

-¿En verdad crees esa parafernalia?-.

-No. Pero es lo que me da de comer y lo único que sé hacer. ¿Cuándo te volveré a ver, Roxanne?-.

-La próxima vez que nos veamos, querido, seré la Digna Pastora Judith, primera mujer en predicar las tonterías de la Biblia Verdadera- Contempló con orgullo el desorden que había originado durante la pelea previa al coito –Repetiremos este numerito en el altar de la Deidad Absoluta. Estoy segura de que nos la pasaremos muy bien-.