Capítulo III.5
Tras cuatro meses de arduo trabajo, el
enorme galeón espacial Sombra de Deimos
estaba preparado para tan largo viaje. Giovanni Van der Meer había seleccionado
a doscientas personas perfectamente capacitadas para formar parte de la
tripulación, recabado alimentos y provisiones para diez años, instalado el más
potente armamento nuclear y dispuesto de todas las herramientas conocidas para
una expedición hostil.
La mañana previa al viaje, Laura O’Riley
se presentó en compañía de una treintena de científicos acreditados por la
Agencia Aeroespacial. Giovanni la encontró muy hermosa con su cabello pelirrojo
atado en una sutil cola. No obstante, no dejó que le dominasen sus
sentimientos, así que decidió actuar con determinación.
-Vuestro equipo puede instalarse en los
camarotes de la primera sección, aledaña al puente de mando. Evidentemente,
recibirán una instrucción muy precisa y obligatoria del personal militar que
nos acompañará, en lo que manejo a armas se refiere naturalmente. Eso te
incluye también a ti y esto no es negociable-.
-Mis compañeros y yo somos personas de
ciencias, Giovanni…- Objetó Laura.
-Lo sé, pero si van a viajar con nosotros,
quiero que sepáis al menos cómo defenderos. Mi tripulación también necesitará
sentirse segura, Laura- Tras un silencio incómodo, prosiguió –Las comidas se
servirán en diversos horarios, dado que tu equipo no forma parte esencial de la
tripulación, puede asistir al comedor cuando lo desee. Además, según tus
exigencias, hemos habilitado un salón laboratorio con todos los equipos e
instrumentación que me has indicado-.
Mientras conversaban, caminaban por un
largo pasillo, ataviado con luces, puertas y personal que caminaba con rapidez
de un sitio para otro, ocupado y absorto en las tareas previas al despegue. El
pasillo culminaba de forma abrupta en un amplio portal de acero, cuyas hojas se
deslizaron suavemente gracias a doce servomotores síncronos.
Finalmente, Laura pudo contemplar la
majestuosidad del puente de mando. Pantallas holográficas, ordenadores
automatizados y cincuenta aventureros, armónicamente se distribuían en siete
plataformas. En el fondo, un amplio termocristal cubría la visión de la nave,
aunque en aquellos momentos lo único que se podía apreciar era el lúgubre
hangar de la estación aeroespacial.
- ¿Coñac, Herr Van der Meer?- Interrogó
sin previo aviso la voz mecánica y femenina de un robot. Laura le recordaba
vagamente.
-No, Jazmín. Muchas gracias. ¿Deseas algo,
Laura?- Preguntó Giovanni con cortesía.
Ella no contestó. Se dejó llevar por el
frenesí reinante en el puente de mando. Un hombre de edad avanzada no paraba de
vociferar órdenes.
-Se llama Randall Moynier- Comentó el
navegante –Es un coronel retirado del ejército aeronáutico. Es muy
cuadriculado, pero hace bien su trabajo- Hizo una pausa para acercarse un poco
más hacia el suave aroma de la mujer científica –¿Te indico dónde estará tu
habitación?-.
-¡Vaya, Van der Meer! Decididamente, no
has tenido conmigo esas atenciones-.
Quien interrumpió era un hombre de
complexión atlética, rostro ovalado y pecoso, nariz aguileña, cabello rojizo y
ojos taimados. Vestía con un traje negro y zapatos brillantes. En rasgos
generales, para un desconocido, se podría decir que él era el hombre del
dinero. Sin embargo, en este caso concreto, para Giovanni se trataba del hombre
de la burocracia extrema de algún organismo gubernamental con nombre imposible.
La incomodidad de Laura ante la presencia
de aquel sujeto era más que notable.
-Supongo que es lo normal, principalmente
cuando se trata de una mujer como ésta ¿no?- Proseguía el individuo –En fin, no
hay nada más que discutir en este aspecto. No obstante, me gustaría presentaros
al representante de la Iglesia del Nuevo Universo que nos acompañará… Más bien,
debo decir que se trata de una representante-.
Las palabras del burócrata se vieron
acompasadas de la presencia de una mujer alta, de exótica belleza y cabellera
negra, vestida con una túnica blanca y un jubón carmesí.
-Espero que a ella también le indiques
dónde están sus aposentos, Giovanni- Habló con sarcasmo el hombre.
-Larry, por favor, no malinterpretes las
cosas- Dijo el navegante, con desdén.
-No hay nada que malinterpretar. Las
mujeres siempre nos subyugarán. Ni siquiera la plaga gris podrá con ellas ¿no
es así?-.
-Ruego que disculpen la insolencia de mi
compañero funcionario- Intervino la mujer exuberante –Soy la Digna Pastora
Judith, que la paz del Señor Verdadero reine y more en vuestros corazones
puros-.
Extendió sus manos en un ademán ostentoso,
que indicaba que debían ser besadas en señal de sumisión, tal como lo marcaban
las directrices y dogmas de su religión. Pero ni el navegante ni la científica
tuvieron la intención de cumplir con semejante credo.
-Perdónelos, Su Ilustrísima- Comentó
Larry, con rostro serio.
-No hay nada que perdonar. Los impíos
siempre serán…-.
Laura tuvo suficiente.
-Espero que me disculpes, Giovanni-
Interrumpió ella, con gesto cansado –Mi equipo y yo, tenemos mucho por hacer-.
-Pero… ¿y tú camarote?- Fue la única
pregunta que Giovanni pudo balbucear.
-Ya lo encontraré. No será tan difícil-.
Laura avanzó a grandes zancadas, dejando
atrás a aquel singular trío y decida a iniciar con la expedición. Sus
pensamientos debían estar centrados en asuntos importantes.
Y, desde luego, Larry O’Riley no era uno
de esos asuntos importantes.
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