domingo, 19 de enero de 2020

Éxodo: Capítulo III.4


Capítulo III.4

A diferencia de cualquiera de las ciudades submarinas de la Tierra, la ciudad de Selena era limpia, ordenada y civilizada. Su extensión ocupaba las dos terceras partes del satélite lunar, incluyendo una sección del lado oscuro. Donde antes había cráteres y profundos valles, los primeros arquitectos y albañiles diseñaron y construyeron un entramado cuadricular de edificios de cuatro plantas, autosuficientes pero dependientes de energía por fisión nuclear. El tren magnético se había convertido en el medio de transporte más eficaz y rápido, capaz de comunicar los dos extremos de la urbe en menos de una hora.

Larry viajaba en la sección de primera clase de uno de esos trenes cuando sostuvo aquella conversación con el hombre vestido con traje negro.

-Está hecho- Había dicho Larry, en un susurro suave.

-¿Ha confesado?- Preguntó innecesariamente el sujeto de negro.

-Lo que sabíamos. Ni una palabra más, ni una palabra menos-.

-Perfecto. Seguiremos con el plan según lo previsto-.

-¿Qué debo hacer con la chica?-.

-Nada. Parece que ya ha conseguido el medio de transporte, así que dejaremos que los hechos se desenvuelvan por sí mismos-.

Larry asintió lentamente.

-No hace falta que te diga la relevancia que tiene ese proyecto para nuestros intereses. Aunque los superiores están contentos por el modo en el que has resuelto estas primeras molestias, insisten en que los resultados han de ser impecables y contundentes-.

El hombre de negro abandonó su asiento y avanzó con zancadas rápidas a lo largo del pasillo del tren. Larry ojeó sin interés aparente el paisaje que le mostraban las ventanas de cristal endurecido. Edificios blancos se alzaban con toda su imponencia y sus pisos iluminados, mientras cientos de vehículos aerodeslizadores surcaban la jungla de metal y hormigón al compás de luces de neón. Por encima de todo aquel ordenado entramado de estructuras, una corona de cemento gris protegía la debilidad de aquella sociedad del mutismo regalado por el profundo y oscuro espacio.

En el fondo, esta sociedad no era muy diferente a las olvidadas urbes marinas. Ambos tipos de colectivos se encontraban encerrados por cúpulas que los protegían del entorno agresivo que les rodeaba. Sin embargo, la analogía más evidente radicaba en el deseo vehemente de la supervivencia. Un deseo que se desarrollaba bajo cúpulas desnudas y taciturnas, alejadas del esplendor de los paisajes relatados por cuentos del planeta azul, mundo que ya era parte de una historia nefasta y nada halagüeña.

Cuando el tren llegó a su destino final, Larry se comportó como un pasajero más. Al salir de la estación ferroviaria, tomó un taxi que le llevó a las urbanizaciones norteñas de la ciudad. El conductor intentó entablar una conversación intrascendente, pero Larry quería descansar, así que decidió ignorar cualquier amago de diálogo.

Abandonó el vehículo a un kilómetro de su destino, el cual consistía en un edificio con forma cúbica. Subió las escaleras con parsimonia, mientras en uno de los apartamentos un bebé lloraba con toda la potencia de sus pulmones. Abrió la puerta del único piso situado en la cuarta planta. Estaba ansioso por perderse en su propia cama.

El ataque le llegó desde atrás y en forma de un cuchillo muy afilado. Larry intuyó el movimiento antes de que el arma se enterrara en su omóplato derecho, así que sólo tuvo que hacer una finta y desviar la agresión. En la oscuridad de su vivienda, sólo podía apreciar una silueta que se contorsionaba con la agilidad de un lince.

Su atacante le sorprendió con una embestida frontal y, antes de que pudiese evitarlo, el cuchillo estaba en el borde de su cuello. Larry retrocedió rápidamente hasta que su espalda tocó la pared. Por un instante muy breve notó el gélido filo sobre su piel, hasta que logró apoderarse de la muñeca de su rival.  Cuando comenzó a retorcerla, escuchó el aullido de dolor de una mujer.

El cuchillo cayó y los labios de Larry besaron con premura y desesperación la boca de su agresora, quien le correspondió con igual intensidad. La mujer le quitó la camisa, arrancándole los botones con ímpetu, al tiempo que él deslizaba sus manos bajo la falda y rompía la ropa interior de la chica, antes de tumbarla sobre el suelo.

Las dos parejas de ojos se encontraron en la oscuridad.

-Te estás volviendo muy descuidado, cariño- Le dijo ella, divertida.

-Sólo te he dado un poco de ventaja- Replicó él, antes de quitarle la blusa.

Allí mismo, sobre la alfombra de seda sintética, Larry la penetró con fuerza y en repetidas ocasiones. Cuando estaba a punto de estallar, la mujer le envolvió con su cuerpo y cambió de posición, dominándole desde arriba y moviendo sus caderas con frenético ritmo, hasta que los dos se fundieron en una explosión de lujuria y fluidos.

Ya relajados, la mujer se incorporó, dejando caer su larga cabellera hasta las nalgas. Larry apoyó su rostro sobre los codos y buscó a tientas el interruptor de luz más próximo.

-Ha llamado el jefe- Habló ella, con indiferencia –Dice que ya está todo acordado… ¡Vaya! Mira lo que has hecho. Me has roto las braguitas-.

-Los dos tenemos nuestro papel- Larry hizo una pausa y encendió la luz de una lámpara de halógeno pequeña. Tras un mes de duro trabajo y sin poder verla, pudo contemplarla. Ese día estaba especialmente atractiva, con su cabello negro y vigoroso, su piel aceitunada, sus ojos castaños y sus pezones oscuros.

-Por eso no podemos fastidiarla, querido. Han sido seis años muy difíciles, infiltrándome en esa secta de demonios. Debo irme ahora mismo. No quiero que me echen de menos-.

-¿No te quedarás un poco más?- Preguntó Larry.

-Ya sabes que no puedo- Contestó ella, colocándose la falda –Dentro de dos días recibiré el título. Entretanto, tengo que convencer a muchos idiotas que la Deidad Absoluta es el único camino y bla, bla, bla. Eso sin contar el desastre que ha dejado Ignatius ¿Sabes lo que le han hecho?-.

-No me interesa- Contestó Larry, encogiéndose de hombros y enciendo un cigarrillo.

-Lo han desmembrado vivo- La mujer río con ironía -¿Dónde está mi zapato izquierdo? No lo encuentro. El caso es que a un iluminado se le ocurrió la gran idea de cortarle los brazos con un hacha, después de darle una paliza a Ignatius, castrarle y sodomizarle ¿puedes creerlo? Ahora tengo que limpiar la imagen de esa ridícula  Biblia Verdadera… ¡Aquí está mi zapato!-.

-Ésta es la parte crucial del plan y tú eres la mejor-.

-Lo cual confirma mi teoría. Tu trabajo con Ignatius ha sido sencillo. Impecable, pero sencillo. Ahora yo tengo que poner mucho orden-.

-Todo sea por el bienestar del gobierno y de Selena-.

-¿En verdad crees esa parafernalia?-.

-No. Pero es lo que me da de comer y lo único que sé hacer. ¿Cuándo te volveré a ver, Roxanne?-.

-La próxima vez que nos veamos, querido, seré la Digna Pastora Judith, primera mujer en predicar las tonterías de la Biblia Verdadera- Contempló con orgullo el desorden que había originado durante la pelea previa al coito –Repetiremos este numerito en el altar de la Deidad Absoluta. Estoy segura de que nos la pasaremos muy bien-.

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