lunes, 21 de septiembre de 2020

sábado, 19 de septiembre de 2020

Infiltración: Tercera (¿y última?) parte: Incertidumbre negra.

 Si creía que ese intento de infiltración estaba torciéndose hacia inequívocos derroteros, era porque aún no había llegado el desastre definitivo. La pista de aterrizaje era un infierno en llamas y en la zona donde estaban los camiones ya se escuchaban los primeros enfrentamientos.

Tras el hangar, un edificio enorme con una cúpula metálica se alzaba por encima de toda la estación de bombeo.

-Está allí- Hablé en voz baja, más para mí mismo.

-Iremos- Dijo Liz.

Los tres nos dirigimos hacia esa estructura. En apariencia era un edificio alto, pero poco más. Inicialmente había pensado que se trataba de dependencias administrativas y salas de control, pero ignoraba que había algo más y ése fue mi principal error para lo que sobrevino después.

La puerta principal era sede de un silencio anodino y fuera de lugar, a tenor de los disparos que en el exterior se escuchaban. Por la radio se oían avisos de toda clase.

-¡Nos atacan en el Sector 8!-.

-¡Idiotas! No disparéis cerca de los camiones con combustible-.

-¡Necesitamos más asistencia en la zona de bombeo!-.

-¡Nos están acribillando!-.

-¡El combustible! ¡El combustible!-.

-Preparar ya el plan de contingencia-.

Dos asuntos me llamaron poderosamente la atención. Su especial preocupación por el combustible y un repentino plan de contingencia. Si no estaba equivocado, este tipo de planes normalmente incluyen rutas de escape. ¿Uno de esos aviones, quizás? ¿Algún conducto subterráneo?

No pude pensar con más detenimiento porque mientras ese tipo de preguntas me invadían, el ataque masivo comenzó de pronto. Subíamos por una escalera en espiral cuando desde algún punto más arriba, las detonaciones comenzaron.

Se trataba de una docena como mínimo y todos ellos disponían de ametralladoras y revólveres rápidos. Temiendo por la niña, la llevé contra la pared. Obviamente estábamos en una situación de desventaja, pero los disparos no buscaban acertar. Simplemente eran de cobertura.

Con Orgullo regresé el ataque de forma ocasional, buscando avanzar al tiempo que los agresores se ocultasen.

Repentinamente, los cimientos del edificio temblaron y un chirrido anunció lo que ya era prácticamente inminente. La cúpula se abrió por la mitad y dejó a la vista un cielo estrellado y limpio. Tras avanzar un poco más por las escaleras, alcancé un suelo estable con lo que ya era obvio. Una aeronave de gran envergadura estaba a punto de partir y veinte hombres iniciaron un tiroteo.

-¡Cloe, pequeña! ¡Huye!- Grité con agitación antes de lanzarme hacia aquellos sujetos con mis dos pistolas en alto.

Elizabeth corrió detrás de mi hacia una locura.

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Desconocí cómo había llegado a aquel sitio, pero era más que evidente que me encontraba en el interior de la aeronave, a tenor del ruido de motores y alguna turbulencia casual.

Me dolía la zona de la costilla y estaba incómodo debido a la posición en la que me hallaba. Me tenían atado con cadenas de hierro a la altura de los tobillos y las muñecas. También tenía dolor en la nuca, justo dónde me habían golpeado para dejarme inconsciente.

Aunque lo peor era el olor. Nadie había limpiado ese sitio en mucho tiempo.

El quejido de la puerta metálica y el cerramiento me anunció que alguien se aproximaba.

Una masa voluminosa accedió a la habitación. Me pareció increíble que alguien tan ancho pudiese acceder por esa puerta, probablemente hecha a medida. Quien supuse que era Gorda se hallaba cómodamente instalada sobre un carrito con ruedas, empujado por dos de sus lacayos. Otros tres sujetos armados le acompañaban.

-Así que tú eres Maxwell de Rivia- Dijo con una voz suave y ácida.

-Depende de quién pregunte- Repliqué.

-Insolente- Continuó ella, con una mueca de fastidio –Aunque debo agradecerte por algo. Has tenido la amabilidad de traer contigo a Elizabeth Von Wellinghërt-.

-¿Qué la habéis hecho?- Interrogué, lanzándome hacia adelante. Las cadenas enquistadas en la pared me obligaron a irme hacia atrás.

-Por ahora nada- Sonrió y su papada se movió -M quiere que esté en buen estado e intacta y así se la voy a entregar… Sin embargo, no me ha dicho nada sobre ti-.

-Entonces así es como debe ser- Hablé, resignado.

-Ése no es mi problema-.

-Dime una cosa, ¿qué estabais haciendo con todo ese combustible?-.

-Incendiar la ciudad, pero eso no sé si ya será posible. Por lo menos, M tendrá a su codiciada fuente de conocimiento, esa chica Von Wellinghërt. Una cosa por otra. Un fallo por un éxito. No hablemos más de lo que no importa. Charlemos sobre lo que te sucederá-.

Le miré torvamente.

Sus esbirros me sujetaron y, mientras me retorcía, noté cómo me inyectaban alguna solución en el brazo.

-Vas a dormir durante unas horas. Cuando te despiertes, lo harás en una de las mesas del Cirujano-.

Quise decir algo, maldecir la suerte, dispararle, pero mi cuerpo desfalleció tenuemente hacia una incierta negrura.

Mi último pensamiento fue hacia Elizabeth. 

 




domingo, 13 de septiembre de 2020

Infiltración. Segunda parte: Desviación del plan.

 El hangar no estaba lejos. Liz, la pequeña Cloé y yo corrimos juntos. Las necesitaba a ambas. El plan inicial era que, mientras Elizabeth y yo cubríamos el perímetro, la niña podía sabotear la cabina de la aeronave gracias a su flexibilidad y tamaño. De este modo, se inutilizaría e impediría el aterrizaje de más naves.

Digo inicial porque se torció hacia un derrotero completamente distinto.

Un operario desenganchaba la maguera tras acabar el trasvase hacia una tubería. El piloto por su parte permanecía en la cabina, esperando la orden de partir.

Me acerqué por detrás y le golpeé con la culata de Orgullo, uno de mis revólveres. Liz ayudaba a la niña a subirse a la eslora de la aeronave.

Desgraciadamente no conté con un segundo operario que me sorprendió desde el flanco izquierdo, portando una llave ajustable de gran tamaño. La blandió desde abajo con el fin de romperme la cabeza, pero pude esquivarla, aunque el revólver se me cayó en el proceso. Retrocedí y cargué hacia adelante. El combate cuerpo a cuerpo no era mi especialidad, pero confiaba en noquearle. 

El sujeto volvió otra vez al ataque con la llave, pero tenía la guarda baja y le propiné un puñetazo a la altura del tórax. La herramienta cayó y le di un segundo golpe en la mandíbula.

La segunda circunstancia fue que no muy lejos de allí, un hombre musculoso, de tez oscura y con rostro astuto se percató de la pelea. Tras despojarse de la chaqueta, decidió acercarse mientras se sonaba los nudillos. 

El operario se arrodilló tras mi segundo golpe. Le rompí algunos dientes con un tercero.

Volví la mirada y pude observar que el piloto apuntaba a Liz y a la niña con una pistola. Desenfundé a Prejuicio, mi segundo revólver, pero la costilla rota volvió a protestar. Por fortuna, Elizabeth si fue más rápida y disparó primero. El cadáver del piloto se derribó contra los controles, empujando una palanca en el proceso. Los motores crujieron con virulencia y la aeronave comenzó a dar vueltas alrededor de su propio eje.

Quise ayudarles, pero noté que una mano atenazaba mi revólver y lo arrojaba a otra parte, cerca de Orgullo. 

-Así que tenemos un intruso- Anunció el hombretón. Me superaba en altura por una cabeza. Era enorme. Debía medir más de dos metros de estatura -Me divertiré un poco contigo-.

No esperé más y mi puño mecánico se encajó en su cara. El tipo sonrió y escupió algo de sangre. Avanzó, pero en ese momento el ala de la aeronave pasó muy cerca. Nos agachamos a tiempo, acostándonos en el suelo. Las hélices giraban a gran velocidad.

Fui el primero en levantarme. Era más que obvio que no iba a ganarle en un combate físico, pero sí podía hacerlo si vaciaba un tambor completo en el pecho de ese individuo.

Más arriba, Liz y Cloé ya estaban dentro de la cabina, pero el cristal se cerró. 

Más abajo, el hombretón me había dado una patada en el estómago y el dolor de la costilla regresó en todo su esplendor. Me llevé el brazo a la zona afectada y el bastardo se río.

Rodé hacia la izquierda, oculto entre las dos ruedas delanteras. El musculoso se abalanzó y consiguió atraparme por la pierna izquierda. Con la derecha pude darle un par de patadas en la nariz, hasta el punto de conseguir zafarme. Orgullo y Prejuicio estaban en la otra punta. 

Cuando me levanté tuve que volver a agacharme. Una hélice pasó muy cerca.

Para complicar aún más el enredo, una furgoneta pasó con varios hombres armados, que naturalmente se habían percatado de la situación. 

Desconozco cómo lo consiguieron, pero comprendí que la pequeña había conseguido estabilizar el avión en sus movimientos circulares mientras que Liz les disparaba con una torreta defensiva, dispuesta en la aeronave para tal fin.

El hombretón dio un par de zancadas y ya lo tenía encima de mi. Pretendía clavarme un cuchillo muy afilado en la garganta. Detuve sus manos con la prótesis y le encajé un par de puñetazos a la altura del hígado, ocasionando que el cuchillo se cayera y que yo me liberara de su opresión. Rodé por el suelo otra vez, esquivando las ruedas y alcanzando a Orgullo y Prejuicio. Cuando pretendí apuntarle con ambas armas, vi que él ya hacía lo suyo con una pistola. 

-Bien, tendré que interrogar a tus amigos. Gorda no quiere molestias-.

Vi lo que venía a continuación, así que cubrí mi rostro con las manos, empuñando ambos revólveres. 

La sonrisa del sujeto cambió a una mueca de confusión. Cuando volvió la mirada, esa mueca se convirtió en un gesto de terror.

No tuvo tiempo de esquivar la hélice. 

El ala izquierda de la aeronave se tiñó de una mezcla de sangre y sesos.

El resto del ya cadáver se derrumbó lentamente. 

Conseguí reponerme y subir hacia la cabina, cerrada y trabada. Disparé en la cerradura y pude abrirla para que las dos pudiesen salir. En el proceso, la palanca del avión le dirigió hacia adelante, inexorablemente hacia la pista de aterrizaje. En el trayecto coincidió con otra aeronave provocando un atronador accidente.

La infiltración se había ido a la porra. 

Me tomé un segundo para respirar y guardar a Orgullo en su funda. Maldito dolor.

-¿Estáis bien?- Pregunté.

Nos interrumpieron. En el cadáver del gigante, una radio sonaba a la altura de su cinturón. 

-Vinicius, Vinicius, amorcito… ¿Qué ha pasado?- La voz era melodiosa, armónica y delicada.

Cogí la radio.

-¡Vinicius! ¡Responde!- Esta vez la voz estaba enfadada. 

-¿El musculito aceitoso?- Dije y al otro lado se escuchó un chasquido -La última vez que le vi tenía la hélice de una aeronave empotrada en el trasero-.

-¿Quién eres?-. 

-¿Eres Gorda?-.

-¿QUIÉN ERES?-. 

-Vamos a por ti- Amartillé a Prejuicio y corté la comunicación.

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domingo, 6 de septiembre de 2020

Infiltración. Primera parte: Initium

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Once segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Once segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Diez segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Nueve segundos.

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Nueve segundos.

Seguía siendo lento. 

El dolor seguía allí aunque era cierto que ya había pasado la peor parte, tras unos días a base analgésicos. Elizabeth me había hecho los primeros auxilios a tiempo. No me detuve a pensar durante mucho tiempo lo que hubiese pasado en caso de no tratar a tiempo la lesión.

Descubrí que me costaba desenfundar el revólver con la rapidez acostumbrada a causa de la costilla rota, con lo cual debía entrenar en las maniobras habituales durante un tiroteo. La recarga era la maniobra más lenta, pero afortunadamente con el cargador rápido podía introducir todas las balas en el interior del tambor en un solo movimiento. 

Confiaba en que esa rapidez pudiese compensar mis deficiencias actuales. Por si fuera poco, si en efecto ese personaje aún seguía en esa dirección, desconocía cuál sería el número de matones que tendría a su cargo. Por lo tanto, era esperable un escenario catastrófico.

Liz había mejorado bastante esos días. Adoptaba su postura de forma casi natural y tiraba del gatillo en el momento exacto, cuando los brazos y las muñecas no se movían.

Pero yo seguía en los nefastos nueve segundos. 

Me sentiría más seguro si lo reducía en dos más. En un tiroteo dos segundos marcaban la diferencia entre acertar primero y morir después.

Liz seguía acertando en las botellas de cristal, una tras otra. 

Cuando se detuvo a recargar la abracé desde atrás.

-¿Cómo estás?- Me preguntó suavemente. 

-Admirándote, sin más-.

-Tonto, pregunto por lo otro-. 

-Ya se me ha pasado- Le besé el cuello.

-No me mientas-. 

Me erguí en toda mi estatura y estiré el brazo, tras un bostezo fingido para ocultar la molestia.

-¿Qué crees que pasará?-. 

-No lo sé. Lo sabremos cuando lleguemos- Respondí, disimulando el miedo que sentía por perderla -Quizás no encontremos nada y deberemos empezar otra vez-.

Recogimos nuestras cosas y comenzamos el regreso a la comunidad. Cuando estábamos a punto de llegar, nos encontramos con la Víbora. 

-¿Os vais ahora?-.

-Luego de reponer munición en la armería- Contesté. 

-Os acompañaremos. ¿Qué piensas hacer si es una pista falsa?-.

-Volver a investigar- Me encogí de hombros.

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Las calles de esa putrefacta ciudad eran una vorágine a cualquier hora y aquellos momentos de la noche no eran la excepción. Se necesitaba de un vehículo prestado y que mejor sitio para pedirlo que el parking de un centro de comercio abierto las veinticuatro horas. Con mi prótesis mecánica rompí el cristal de la ventana del conductor en un furgón. Ponerlo en marcha no fue difícil. En los días previos había estudiado la dirección proporcionada, tras consultar los mapas de la ciudad. Había una ruta directa y otra más discreta. Opté por la segunda, aunque más lenta. Llevaba hacia un polígono o zona industrial localizada en las afueras.

Descendimos de la furgoneta prestada y subimos por una ladera aledaña a un laberinto de edificios en funcionamiento. La dirección se corresponda con una empresa, más concretamente, con una estación de bombeo. Tras ascender por la ladera, nos arrastramos por la última parte hasta llegar a la cima.

-¿Qué vamos a hacer ahora?- Preguntó alguien. 

-Por el momento sólo mirar- Respondí en voz baja.

Tras una rejilla, se observaba un ritmo vertiginoso de trabajo. Por un portón, entraban y salían constantemente camiones con cisternas. Resultaba contradictorio que los camiones ingresaran a la estación repletos, a tenor de la descarga que estaban haciendo con diligencia un grupo de operarios. La operación era muy sencilla. El camión se detenía alrededor de una red de tuberías, un obrero conectaba una manguera de gran diámetro y seguidamente empezaba el trasvase hacia la estación, no desde la estación.

Finalmente, los camiones estaban vacíos cuando abandonaban el recinto. Eso no encajaba con el funcionamiento normal de una empresa de distribución de agua. Debía ser al revés. 

Tampoco encajaban las decenas de guardias armados.

Por si fuera poco, aeronaves con doble hélice hacían lo mismo. Aterrizaban en una improvisada pista y descargaban el contenido de sus depósitos hacia las tuberías. Al terminar, despegaban, perdiéndose en el cielo nublado, taciturno y gris. 

-Bajemos-.

-¿Cómo entraremos?- Preguntó ese mismo alguien. 

-Por el portón- Respondí.

Aparcar el furgón prestado a un kilómetro de la estación de bombeo y en mitad de la carretera fue lo más sencillo. No hubo que esperar mucho para que apareciera un camión cargado. Tras frenar abruptamente, comenzó a tocar la bocina. 

Subí las escaleras del camión y le propiné un puñetazo al conductor. Dormiría durante un rato. La cabina era amplia y tenía camarote, con el espacio suficiente para esconder al resto. Le pedí a la Víbora que condujese.

En el portón la seguridad un obtuso sujeto se limitaba a pedir un albarán. El guardia lo exigió sin saludar e inspeccionó el número de matrícula que figuraba en el documento. Devolvió el albarán y ordenó el paso.

Los camiones debían hacer una fila y esperar su turno para liberar la carga. Me pasé al asiento del copiloto y noté el fuerte olor a combustible que impregnaba toda la zona.

Abrí la puerta de la cabina por mi lado y bajé, ocultando los revólveres bajo la gabardina. Comencé a caminar y me oculté en la parte trasera del camión que teníamos adelante. En la fila no había mucha vigilancia. Sólo un solitario guardia haciendo revista de cada automotor. Cuando llegó el turno del nuestro, le sorprendí por detrás, tapándole la boca con mi mano mecánica y ejerciendo presión en su cuello con mi brazo.

-¿Qué tramáis aquí?-. 

El guardia intentó zafarse. Ejercí más presión y mi costilla rota se quejó.

Él no iba a ceder en su voluntad. La unión entre su cabeza y lo que completaba su cuerpo sí lo hizo en cambio. 

Liz y el resto ya habían descendido del camión, moviéndose sigilosamente.

-Creo que tiene tu talla, Víbora- Susurré, señalando el uniforme del guardia. 

-¿Ahora qué?- Elizabeth miraba hacia la fila. Aún teníamos cuatro camiones por delante.

-Parece que están tramando algo con el combustible. Por lo pronto, vamos a impedir que sigan haciendo eso-. 

Una aeronave pasó sobre nuestras cabezas. Estaba a punto de tomar contacto con tierra.

-Debemos dividirnos. Hay que sabotear el hangar y esta hilera de camiones- Proseguí.

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Carta anónima

Querida muerte.

Te llevaste todo lo que una vez amé. Segaste almas que deseé vincular a esta tierra, aunque ello conllevara mi propio sacrificio.

Como un invierno especialmente duro, transformaste mi corazón en un páramo desolado, repleto de agujeros que intenté colmar con sustancias que me invitaban a conocerte.

Desde que supe de tu existencia me sentí perseguido, humillado y caducado.

Y, aun así, te deseo más que nunca.

Deseo que me cojas de la mano y me arrastres por el cosmos. Que me lleves a lugares remotos donde la realidad se funde en un torbellino de almas y oscuridad. Deseo conocer tu auténtica naturaleza, comprender tu existencia y sentir por fin la paz que tanto anhelo.

Porque al igual que un amor de verano, te deseo, pero no te comprendo. Te me antojas caprichosa, cruel y fortuita. Atrapas con tu manto de oscuridad con total indiferencia. Sentencias a reyes y plebeyos por igual.

Y yo me pregunto, ¿serás derrotada alguna vez? Ni los monarcas más ostentosos consiguieron frenar tu llegada, ni los ejércitos más preparados tuvieron una oportunidad contra tu sadismo. Extrajiste la vida de los campos de batalla como un flebotomista especialmente experimentado. Derrocaste imperios con un solo movimiento. ¿Podría ni siquiera un Dios acabar con tu existencia?

Durante mucho tiempo me he creído más capacitado que mis antepasados. Durante mucho tiempo te he estudiado, he aprendido de tu ejecución y he pensado en que quizá, cuando te tuviera frente a mí, yo sería aquel que te hiciera desaparecer. Yo sería esa divinidad capaz de desterrarte. Pero he descubierto mi auténtica naturaleza y los límites que comporta, y con ello, mis ganas de continuar luchando contra un ser invicto han desaparecido.

Porque si en el momento en el que nací apareciste para marcarme con la fecha de tu llegada, ¿cómo pretendo librarme de semejante maldición?

Ayúdame a encontrar una manera de entenderte. Ayúdame a hacerte mía. Cientos de veces te he reclamado, y aunque muchas veces he estado a las puertas de tu reino, jamás me he atrevido a llamar.

Mi amor por ti se ve reñido por el terror que me supone enfrentarme al vacío eterno al que se sentencia aquel que se desvanece bajo tu influjo. Sólo soy un chico que teme ser confinado a una oscuridad sin fin.

Y pese a mis miedos, mi deseo de paz hace que te busque. Es por eso que cuando me atravieses con tu guadaña y me levantes para dejar que el filo desgarre mi carne, te miraré a las cuencas y sonreiré, abrazando el dolor, y comprendiendo por fin que, aunque lleves la crueldad por bandera, portas la bendición de la libertad a aquel que tocas con tu ruina.