domingo, 24 de enero de 2010

Oper. Capítulo VI.

El Vértice. 19 de Junio de 2052.

¿Es Sábado o Domingo?

Al menos eso es lo que se preguntaba Maxwell Chase cuando despertó en la cama de su piso oneroso en Imperial Park, tendido completamente desnudo y en la compañía de dos bonitas mujeres con perfecta silueta y un hombre con tríceps musculados y pecas. No recordaba exactamente quiénes eran, ni cómo se llamaban; sólo sabía que se había vestido impecablemente, para después asistir a la fiesta psytrance promovida en la discoteca del Postdamer Center, lugar donde las drogas psicodélicas formaban parte de un menú que corría con diligencia, bajo una estridente, repetitiva y agresiva música.

Revisó en la microficha que efectivamente se trataba de un Domingo cualquiera, pero lamentó que esta noche no podía repetir la faena puesto que el inicio de semana le obligaba a recuperar el ritmo del trabajo. Ello le motivó y le hizo recuperar las energías perdidas, lo cual le llevó a recordar la reunión que mantuvo por separado con el representante neosoviético y el militar americano. Ambos se habían mostrado muy satisfechos con los avances expuestos, incluso habían mostrado interés en detalles técnicos como la estructura de los algoritmos, la tipología de refrigeración empleada en los nanoprocesadores que se estaban ensamblando, o las características del BIOS que cargaría el sistema operativo del firewall. Sin embargo no percató ninguna sospecha o comentario inquisitivo, que le pudiera conducir a alguna pista o indicio sobre las muertes de Samuel y Manmohan. Ello le llevó a pensar que tal vez Harry estaba paranoico o quizás chocheaba, razón de peso como para sugerir el adelanto de su jubilación ante la junta directiva de la empresa.

El grácil y menudo aviso del ordenador domótico le sacó de sus pensamientos, aparentemente alguien había decidido unilateralmente iniciar una videoconferencia durante la mañana dominguera. Maxwell vio el nombre de quien hacía la llamada y soltó un suspiro de fastidio antes de aceptarla, no sin antes desactivar la opción de imagen, de tal manera que no pudieran ver su rostro durante la conversación.

-Buenos días, Harry- Saludó con un tono de voz monótono y neutral. Al igual que él, el anciano Zimmerman no había seleccionado la visualización de imagen.

-Buenos días, Maxwell. Espero no haberte despertado-.

-No, Harry. No lo has hecho… ¿De qué se trata?-.

-De algo importante, porque de lo contrario no te hubiese llamado. He recibido un aviso electrónico a través de los canales oficiales, parece que el Sr. Stirling quiere verte con el objetivo de tratar un asunto importante-.

-¿Stirling? ¿Bromeas?- Maxwell estaba impresionado, por no decir atónito.

-De ninguna manera bromearía con algo tan serio como eso. Desea verte en su residencia a las 11:00 am. Te sugiero que te vistas con brevedad y llegues con extrema puntualidad a la dirección que te envío. Buena suerte-.

El anciano ejecutivo cortó la comunicación tras dicha recomendación. Maxwell pensó en que había comenzado mal el día y que no podía continuar peor, así que decidió tomar una buena dosis de anfetaminas para estimular su sistema nervioso y renovar su estado de ánimo. Regresó a la cama y vio al durmiente trío de soslayo: las dos chicas se habían abrazado mutuamente, una era pelirroja y la otra, morena; el hombre seguía con la misma postura indiferente a la pareja de mujeres ¿Qué demonios había pasado anoche? Se preguntó Maxwell mientras se colocaba su mejor camisa blanca frente a un espejo alargado. Adornó su cuello con una corbata de seda negra, los pantalones del mismo color resplandecían con su pulcritud, la chaqueta se amoldó con perfección a sus hombros y a su espalda, los zapatos de charol fulguraban gracias a su brillo y las yuntas de plata adornaron sus muñecas.

Abandonó su apartamento, no sin antes avisar al portero que se encargara con discreción del desalojo de tres extraños que dormían sin su permiso en su habitación. Maxwell sabía que Keaton era un veterano de guerra que se ganaba la vida como conserje del conjunto residencial, pero también conocía las dotes de persuasión del portero para despedir a personas indeseadas, dotes que incluían métodos muy convincentes y que se basaban en la fuerza imprimida por los cilindros neumáticos de su brazo protésico. Por consiguiente, sabía que no encontraría a esos tres desconocidos para cuando regresara de la visita forzada que debía hacerle a Stirling. Únicamente tendría que darle a cambio, un poco de la vodka de contrabando que conseguía por medio de sus contactos con el gobierno neosoviético.

Cuando llegó al área de aparcamiento, sintió un profundo alivio al ver que el exterior de su flamante Mitsubishi–Toyota de color gris se encontraba en buenas condiciones; aunque no podía decir lo mismo del interior, en el asiento trasero había una sustancia viscosa de origen indeterminado, además de dos botellas vacías de ginebra sintética y un alargado frasco tubular con tres pastillas de alucinógenos sin usar. Antes de poner en marcha su coche, se percató de que en el asiento del copiloto había unas bragas de mujer con un dibujo infantil, hizo una mueca de desagrado y la guardó en la guantera; pensó que la botaría cuando estuviese de vuelta. Colocó su dedo índice derecho en la pantalla táctil instalada cerca del volante, justo al lado de la unidad central del ordenador del vehículo, la cual comenzó a escanear los pigmentos de la piel y cotejar la muestra respecto al registro existente en la base de datos.

-Buenos días, Sr. Chase ¿En qué puedo servirle?- Preguntó un voz metálica con cierto aire femenino.

-Llévame a las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este- Contestó maquinalmente y con la intención de que la unidad central tomara el control y le llevara a su destino.

-Lo siento, Sr. Chase. No estoy autorizado a ejecutar la acción recibida. Por favor, indique otras coordenadas o especifique otro comando-.

-Conéctate a la Red- Ordenó Maxwell con algo de desidia –Busca el nombre Harold Stirling-.

-Se han encontrado 32901743 resultados, Sr. Chase ¿Desea filtrar su búsqueda?- La pantalla de la unidad central mostraba el elevado número, alternando la interfaz gráfica del motor de exploración con un primer listado con diez opciones.

-Cruza la búsqueda con las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este-.

-Lo siento, Sr. Chase. No estoy autorizado a ejecutar la acción recibida. Por favor, indique otras coordenadas o especifique otro comando-.

Maxwell rezongó.

-Muéstrame el camino más rápido para llegar a las coordenadas 25°08’89’’Sur y 24°10’74’’ Este ¿quieres?-.

-La ruta más corta le tomará veinte minutos con cincuenta segundos a una velocidad promedio de 200 km/h, Sr. Chase ¿desea algo más?- La pantalla mostró un mapa en tres dimensiones de la zona urbana más exclusiva de El Vértice. De acuerdo a lo que pudo observar Maxwell, la casa de Stirling se encontraba enclavada dentro de una región rodeada de árboles y espesa vegetación.

-Sí. Apágate y no me molestes más-.

Maxwell manejó su coche pensando en las razones de tan singular llamado. Una de las cosas que más extrañas le parecía era que Stirling no permitía la llegada de vehículos autómatas a su casa. Debía tener alguna clase de satélite que bloqueara cualquier intento de ingreso por parte de algún agente informático, en consecuencia la única forma de poder acercarse a la fortaleza de Stirling era a través de medios tradicionales, y la operación manual de un coche era uno de esos medios.

La carretera se extendía en una sucesión de curvas pronunciadas custodiadas por pinos y eucaliptos de gran tamaño, y vigiladas por un brillante y dorado Sol que bañaba con sus rayos incandescentes la frescura del oxígeno vegetal. Maxwell recordó que no hace muchos años, dos fuerzas militares habían chocado en estos bosques, provocando una incontable cantidad de muertes innecesarias. Cruzó a la izquierda en una encrucijada y la vía se hizo más estrecha, recta e interminable. Durante poco más de siete minutos le pareció que su coche se había detenido sin causa alguna, puesto que el paisaje estaba constituido por una pradera verde sin ningún atisbo de civilización a la vista. No obstante, en el octavo minuto apreció en el horizonte una enorme mansión.

Se trataba de una mansión victoriana con amplias ventanas. En sus extremos se alzaban como titanes dos torres que culminaban en una suerte de techo puntiagudo, la fachada combinaba armónicamente granito y ladrillo, fundiéndose con un portal de madera muy elegante y que se podía apreciar en la distancia. Maxwell detuvo el automóvil frente a una verja metálica que recorría los alrededores de la mansión, pudiendo apreciar que en la reja de acceso habían dispuesto una figura que le pareció horrible, a pesar de que no supo distinguirla, puesto que en su opinión podría tratarse de un dragón o de un ser proveniente de algún rincón del universo. No obstante, si Maxwell hubiese estudiado lecciones de historia antigua, reconocería que la figura en cuestión correspondía a Cerbero, el perro de tres cabezas que custodiaba la puerta del Hades. Adicionalmente, hubiese reconocido que las dos estatuas de bronce situadas en las columnas de la reja, representaban a dos gárgolas mitológicas. Un dispositivo ocular salió desde ninguna parte y flotó alrededor del coche, inspeccionándolo durante un espacio de diez minutos. El dispositivo, circular y de pequeñas proporciones, se ubicó muy cerca del rostro de Maxwell, emitió un rayo color violeta y escaneó su iris.

Seguidamente, la reja se abrió.

Cuando llegó a la entrada de la mansión, se dio cuenta que la puerta era mucho más grande. Maxwell calculó con su implante neural que tenía tres metros setenta centímetros de alto por seis metros veinte centímetros de ancho. El portón estaba adornado con una representación de una batalla que debió pertenecer a tiempos antiguos. En ella se observaba un castillo medieval junto a lo que parecía ser un puente de piedra, sobre el cual se vislumbraban decenas de figuras humanas armadas con lanzas y espadas, grandes caballos y orgullosos jinetes; frente al castillo había una formación de figuras de diferentes características, no eran tan vistosas y bonitas como las primeras, ni tampoco poseían rasgos de admirable respeto. Naturalmente, Maxwell no supo apreciar la belleza del portón de madera, mientras esperaba que un anciano vestido con impecable traje abriera una portezuela de apenas dos metros de altura.

-El amo le está esperando, Sr. Chase. Pase por favor- La voz del recepcionista era aburrida y lenta, inspiraba sueño y desidia.

El mayordomo le guió por una serie de amplios pasillos, caracterizados por estar adornados por hermosos cuadros, impresionantes esculturas y estatuas pulcras. Rembrandt, Rafael, Picasso, Monet, van Gogh, Miguel Ángel, Goya, Dalí y El Greco, se conjugaban en una hermosa sinfonía artística que pasó completamente desapercibida por Maxwell, quien sólo pensaba en una ironía que no estaba lejos de la realidad: la casa del hombre más importante de la Corporación Ikari era muy austera en cuanto a tecnología se refiere. Porque si bien era cierto que Nobuhiko Ikari era el fundador de la empresa, también era cierto que Harold Stirling se había convertido en la persona más influyente de la misma además de su cofundador, incluso se podía decir con propiedad que ella no existía sin Stirling. Todas las operaciones de diseño, logística, marketing, finanzas y ejecución pasaban por el visto bueno del sagaz empresario, sin que se le escapara ni un solo detalle. Con el paso de los años, Stirling fue adquiriendo más notoriedad que Ikari, quien no aceptaba la llegada de la vejez y sustituía partes enfermas de su cuerpo por órganos clonados que debían ser cambiados periódicamente. Por contra, Stirling parecía no envejecer, incluso se veía como el primer día a pesar de tener algunas arrugas en su rostro. Los más escépticos decían que él era un androide fabricado por el propio Nobuhiko, otros decían que simplemente se trataba de un ser demasiado perfecto como para ser Dios.

Maxwell pudo obtener su propia versión cuando le vio. Stirling le esperaba en un amplio salón adornado con candelabros de oro y una mesa alargada, se encontraba de espaldas, fumando un puro alargado y con la mirada fija en la entrada. Sin decir ninguna palabra, el mayordomo les dejó solos tras cerrar con delicadeza la puerta de caoba con pomo dorado. Cuando el Director General de la Corporación Ikari giró sobre su propio eje, Maxwell pudo notar que se trataba de un hombre que se conservaba muy bien, sus ojos verdes parecían abarcar toda la estancia, su nariz era aguileña, su cabello canoso era abundante y estaba cuidadosamente peinado, su porte era ecuánime y sus manos limpias estaban engalanadas con anillos.

-Agradezco su puntualidad, Sr. Chase- Dijo a manera de saludo para después sentarse en un sillón de cuero granate frente a una mesa con dos copas que contenían un líquido oscuro –Ignoro si gusta del vino tinto, de cualquier forma espero que sea de su agrado esta muestra de mi cosecha personal. Por favor, le imploro que se siente-.

-Muchas gracias por su hospitalidad, Sr. Stirling- Dijo Maxwell tras una leve reverencia para luego sentarse en otro sillón similar frente al acaudalado directivo.

-Seré franco con usted, Sr. Chase. El motivo por el cual le hice venir es para comunicarle que esta madrugada ha fallecido, triste y dolorosamente, mi gran amigo Nobuhiko Ikari sin dejar hijos ni familia conocida- Hizo una pausa para tomar un poco del vino y detallar la expresión de sorpresa que se había dibujado en el rostro de Maxwell.

-Pero eso es imposible, Sr. Stirling… El Sr. Ikari…- Había quedado sin palabras y sin ningún grado de reacción con esa noticia que superaba sus expectativas.

-Lo sé, Sr. Chase, lo sé. Créame cuando le digo que no puedo estar más apenado. Nobuhiko y yo teníamos una relación muy especial, tanto que lo consideraba como un hermano… Más que un hermano- Volvió a hacer una pausa y tomó un poco más del vino. Extrañamente, a Maxwell le pareció que lo que tomaba Stirling no era vino, así que decidió no beber lo que le habían ofrecido –Por eso le he llamado, Sr. Chase. Como comprenderá, debemos hacer pública la noticia teniendo en cuenta que nuestros competidores más inmediatos tratarán de descalificar a la corporación-.

-Eso no es problema, Sr. Stirling- Habló Maxwell con su típico tono de lince empresarial –Takada Telecom y Siemens–Nokia están muy lejos de ser nuestros competidores, además podríamos hacer un manifiesto garantizando a nuestros inversores y clientes que nuestros proyectos se seguirán manteniendo a corto y a mediano plazo, con las mismas condiciones y criterios-.

-Esa es la clase de actitud que me gusta, Sr. Chase. Por eso le he hecho venir. Sé que usted ha conseguido importantes contratos y convenios que han convertido el nombre de nuestra empresa en algo más trascendental de lo que era, y eso me ha hecho pensar en usted como la persona indicada para manejar estos asuntos en las próximas horas, las cuales obviamente son cruciales-.

-Será todo un honor para mi, Sr. Stirling-.

-Por favor Maxwell, tutéame y llámame Harold- Dijo luego de levantarse y ofrecer su mano.

Maxwell estrechó con entusiasmo la sabia mano del nuevo dueño de la Corporación Ikari. La tarea que debía ejecutar no era fácil, pero él estaba seguro de ser la persona indicada, sentía la exaltación que le producía la muerte de un viejo, consecuencias que se resumían en un ascenso importante, que le hacía saltar más de un escalafón en la estructura jerárquica de la empresa.

-Te he de pedir otro favor, Maxwell- Stirling culminó su bebida con delicadeza y dejó la copa sobre mesa –La Corporación Ikari ha trabajado en los últimos dos años en un proyecto muy ambicioso que consiste en hacer llegar nuestras unidades neuronales a todos los rincones del planeta, con un coste de adquisición muy bajo y una calidad indiscutible. Todos los accionistas estamos de acuerdo en que todos los habitantes del mundo tienen derecho a la tecnología, a un acceso total a la Red y a la información esencial, en consecuencia tenemos la obligación de distribuir todos los implantes posibles. Quiero que en los próximos meses te dediques a profundizar más nuestros objetivos, diseña campañas audaces de ventas, consigue y enamora a patrocinadores y clientes, haz tu magia y recibirás una compensación muy generosa-.

-Cuenta conmigo, Harold- Alcanzó a responder Maxwell con una sonrisa que, por primera vez en mucho tiempo, resultó ser sincera.

jueves, 21 de enero de 2010

El enemigo escondido

Una de las primeras consideraciones que he debido tomar en cuenta durante los primeros días de mi nuevo trabajo, reside en la existencia de cuatro señores de apariencia singular que siempre están durante cualquier proceso de medida, de una forma silenciosa y anónima. Estos señores se llaman error, precisión, exactitud e incertidumbre. Este último es, sin duda, el más sigiloso e implacable. La incertidumbre representa esa extraña sensación de estar haciendo algo, sabiendo que hay un componente de ese algo que no es del todo correcto.

La elaboración de un ensayo o la toma de medidas no están exentos de la existencia de incertidumbre en las magnitudes medidas mediante el sistema de adquisición. Es por ello que se sigue una sistemática para el cálculo de la incertidumbre de medida en los ensayos descritos, siguiendo de esta manera con los lineamientos especificados por un agente secreto llamado Mr. ISO.

Mr. ISO es un hombre vestido de traje y corbata que indica qué se debe hacer y que no. Mr. ISO dice que si un instrumento se debe ubicar a un metro de una determinada posición, el instrumento se ubicará a un metro de esa determinada posición. De lo contrario, no me gustaría imaginar las consecuencias que tendría retar a este singular individuo.



El cálculo de la incertidumbre en la medición se inicia, de forma general, con la obtención de la incertidumbre típica u de la medida, según la ecuación siguiente, siendo u1 la incertidumbre referida a la calibración de los sensores asociados a la medida correspondiente, u2 la incertidumbre debida a la variabilidad de la función de la posición respecto a la vertical del propio sensor, y u3 la incertidumbre debida al equipo electrónico de adquisición.



Una vez determinada la incertidumbre típica de la medida, se calcula la incertidumbre expandida U de la misma, por medio del factor de cobertura k, atendiendo a la siguiente expresión:



Dicho factor de cobertura se obtiene mediante el cálculo previo del valor eficaz vef de la medición, teniendo en cuenta la fórmula de Welch-Satterthwaite detallada en la ecuación de la figura, donde N representa la cantidad de varianzas y vi los grados de libertad considerados en el análisis.



A partir del valor eficaz anteriormente expuesto, se obtiene el factor de cobertura que define un intervalo de confianza del 95,45 %, de acuerdo a la tabla mostrada a contiuación:



Normalmente, en el cálculo de la incertidumbre de medida no se tiene en cuenta la contribución debida a las condiciones ambientales, cuando el intervalo de tiempo necesario en el ensayo y disponible para realizar las lecturas correspondientes, es muy corto como para que los resultados se vean afectados por dicho aporte o deriva.

El cálculo, por muy sencillo que parezca, puede resultar en ocasiones complejo y arduo; principalmente si se tiene en cuenta que cada equipo, cada sensor, cada instrumento de medida y cada elemento de la cadena de medición tiene una incertidumbre específica.

De todas formas, es una consideración necesaria e importante. De lo contrario, Mr. ISO ejecutará su rigurosa ley.

miércoles, 6 de enero de 2010

Regreso desde una iPhone

He tenido que recurrir a la iPhone de mi novia para ingresar a esta bitácora. Pido disculpas a todos los lectores invisibles por no haber escrito nada luego de dos meses de ausencia. La carencia de Internet en este rincon de Euskadi, la búsqueda de un techo bajo el que dormir, los elevados costes de Euskatel con su compromiso de permanencia, la adaptación al nuevo lugar de trabajo y el aprendizaje de nuevas tecnologías me han impedido escribir con cierta constancia.

Próximamente espero disponer de Internet, así que no tardare en relatar mis experiencias en este extremo de la península ibérica. De momento solo me queda decir:

Zorionak eta Urte Berri On.

Saludos cordiales.

Wintermute.