lunes, 25 de mayo de 2020

Éxodo: Capítulo III.11


Capítulo III.11

El cuarteto escuchó el relato del anciano con atención y en el más absoluto silencio. Laura fue la primera en hablar.

-¿Funciona esa máquina?-.

-No- Respondió el anciano, ladeando la cabeza ligeramente –Soy el único que conoce tanto la teoría como la tecnología. He decidido que es una máquina muy peligrosa, así que he procurado borrar el conocimiento de la misma en todas las líneas temporales…-.

-Suponiendo que lo que nos ha dicho es cierto ¿Qué quiere de nosotros?- Intervino Larry, incrédulo y a la vez interesado.

-Tengo muchas tareas para vosotros…- El anciano sonrío –Para empezar, quiero que todos conozcan a mis hijos… He creado 99999 androides copias de mi mismo, con la apariencia que yo tenía cuando era joven… Son amigables, trabajadores, inmortales y estériles. Me gusta llamarles “mis pequeños Oompa Loompa”… Tomé el apodo a partir de un libro muy entretenido ¿Lo habéis leído? Tuve la oportunidad de conocer a su autor-.

-¿Qué pretende que hagamos con ellos?- Preguntó Giovanni.

-Quiero que los integren en la nueva sociedad que fundaréis…- El anciano sabía que tenía que aprovechar cada minuto, así que continuó –Tarde o temprano, la plaga gris que azota la Tierra asimilará las masas oceánicas y nuestro planeta natal será víctima de una total hecatombe… Cuando eso ocurra, pasarán muchos milenios hasta que las yoctotermitas se autodestruyan y la humanidad regrese. Mientras tanto, es preciso que salvéis a las personas que aún viven allí… La primera tarea que os pido es que trasladéis a esos hombres y mujeres hasta Ganímedes… Mis hijos han fabricado miles de naves nodriza y están dispuestos a emprender tantos viajes como sean necesarios…-.

Hizo una pausa, mientras 45901 le daba de tomar un poco de agua contenida en un cuenco de cerámica.
-Dicho esto, comenzaré a relatar los encargos que tengo para cada uno de vosotros…- Miró a la sacerdotisa con compasión –Digna Pastora Judith, usted no es quien dice ser… No lo niegue… Con mucho esfuerzo y sacrificio se ha infiltrado en una organización religiosa a petición de su gobierno…- Larry no pareció sorprendido, pero Laura y Giovanni volvieron atónitos la mirada hacia la mujer –Puede que usted no lo sepa, pero Selena está al borde de una guerra civil a consecuencia del radicalismo creciente de la religión. Lo he visto en mis viajes temporales y es la posibilidad más segura… Su trabajo consistirá en aprovecharse de su situación para concienciar a las personas, instruirlas en un dogma más humano…-.

-Mi verdadero nombre es Roxanne- Dijo la mujer después de una larga reflexión –No sé cómo voy a lograr lo que has pedido…-.

-Lo harás. Estoy seguro de ello porque también lo he visto- Interrumpió el anciano, volviendo la mirada hacia quien sería su segundo acólito –Larry O’Riley, lo que has hecho con el Digno Pastor Ignatius II no está bien… Es el vivo reflejo de lo que no se debe hacer con la sociedad… Lo que pretendo decir es que los gobiernos que desean controlar todo, usando trampas y montajes para ello, pueden ocasionar desgracias muy terribles… He visto líneas temporales en las que Selena cae bajo la opresión de un régimen absolutista y totalitario… Tu tarea es involucrarte más con la sociedad y llevar a la población hacia un régimen más igualitario… Un gobierno más justo-.

-Eso es una utopía- Contradijo Larry, indeciso.

-No es cierto… La utopía sería dejar todo como está… Dejando que la codicia de un gobierno corrupto destruya el bienestar social… Roxanne y tú podréis hacer un buen equipo para evitar el descalabro de Selena…-.

Alternó miradas entre Larry y Laura.

-Una cosa más, os imploro que os llevéis bien como hermanos que sois…-.

-Tenemos diferencias ideológicas, pero eso no quiere decir que nos odiemos- Dijo Larry.
Hiroshi sonrió.

-Laura y Giovanni, la misión que os encargaré a vosotros no es tan trivial… Es más compleja de lo que parece… Ganímedes necesita a un sucesor, más aún teniendo en cuenta que recibirá toda la población que reside en las pocas ciudades submarinas de la Tierra… Vuestro encargo será facilitar la adaptación de esas personas en la gran urbe que he diseñado y construido… No os pido nada más, porque sé que será una tarea muy ardua…-.

-Lo que nos revelas es muy difícil de asimilar- Habló Laura.

-Lo sé… Pero también estoy convencido de que sois los más indicados… El nuevo éxodo que os he encargado será uno más en la sucesiva historia de la humanidad… Pero también es el más importante, porque marca el inicio de una nueva era de colonización espacial…-.

-Hay algo que no entiendo- Dijo Giovanni –Tenías el poder y el conocimiento para hacer esos viajes en el tiempo ¿Por qué no has intervenido para evitar la plaga gris que condenó a la Tierra? Simplemente podrías haber regresado al instante previo al inicio de tal destrucción y erradicarla para siempre-.

-Cierto… Tengo el poder y el conocimiento para ello, pero… ¿Acaso tendríamos esta conversación de haberlo hecho?-.

La pregunta dejó pensativo al capitán navegante.

-He visto muchos eventos a lo largo de mi vida y he hecho todo lo posible para concebir la semilla de un mejor bienestar para la humanidad… Más no puedo hacer… Ahora, sólo depende de vosotros… Necesito descansar…-.

Hiroshi Iwata, el Primero, exhaló un largo suspiro antes de cerrar los ojos para siempre.

viernes, 1 de mayo de 2020

Éxodo: Capítulo III.10


Capítulo III.10

Motivado por la dextroanfetamina, o muy seguramente por el miedo, el físico Hiroshi Iwata tomó la decisión más importante de su existencia. Si iba a morir, no sería por el arma de uno de los esbirros del General Bill Faraday. No sabía cuál era su destino, ni si iba a sobrevivir al viaje.

Sólo sintió una extraña sensación de velocidad, cosquillas y luces de colores.

Cuando despertó, ya no se encontraba en la misma habitación con el obtuso militar y el prepotente doctor Marcus Richardson. Se hallaba en una pradera muy amplia y, por vez primera, pudo aspirar un aire limpio, aunque impregnado por la pólvora. En la distancia, escuchó una detonación brusca seguida de gritos de lucha. Abrió la mampara con torpeza, se tiró al suelo y se arrastró hasta llegar a una plantación de trigo.

Se percató de que en lo alto de una elevación un grupo de hombres vestidos con uniformes color azul, avanzaban al galope de hermosos caballos, mientras sonaban trompetas y alzaban espadas. Más atrás, una hilera de cañones disparaban con potencia metrallas que estallaban más adelante. El ejército chocó abruptamente con otro batallón, formado por sujetos de uniforme gris armados con bayonetas. Durante unos minutos que le parecieron eternos, Hiroshi presenció una masacre absurda.

No se dio cuenta de la escopeta que le apuntaba directamente a la cabeza.

-¿Qué haces aquí?­ ¿Eres un espía del sur?- Interrogó alguien con violencia.

Hiroshi volvió la mirada y sintió pánico. Balbuceó algo, pero fue infructuoso.

-Eres un indio- Dijo el hombre, ataviado con la vestimenta azul y un sombrero de ala ancha. Una barba rubia y larga le cubría la cara -¿Qué hace un indio aquí? ¿No deberías estar en la reserva de Mississippi? Tienes una ropa muy rara-.

El físico japonés no entendía nada. El hombre le levantó por el hombro con brusquedad. En el fondo, el batallón del uniforme gris parecía haber perdido el conflicto.
-Las batallas están siendo muy duras, pero el norte lleva la ventaja-.

Como parte de su investigación, Hiroshi había estudiado diferentes épocas de la historia y ese escenario le recordó vagamente las ilustraciones que analizó sobre la guerra civil estadounidense. El soldado le aseguró que le llevaría ante el teniente de su guarnición, con el fin de llevarle a la tribu más próxima de los pieles rojas. Cuando el físico se resignó, un hormigueo molesto le cubrió el cuerpo. 

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

Apreció en una estancia rodeada de espejos, acompañado de su solitaria máquina. Ante el ímpetu del acto, un sujeto ataviado con peluca blanca, calzones azules, zapatos ridículos y rostro maquillado se sobresaltó y dejó caer una copa de cristal con atractivos dibujos. El aristócrata comenzó a farfullar quejas e Hiroshi comprendió que se trataba de una variante muy antigua del francés.

La majestuosidad del Palacio de Versalles se extendía ante sus ojos. Pero no pudo disfrutarla durante mucho tiempo.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

El ejército alemán avanzaba implacable sobre las exiguas defensas polacas. Hiroshi llegó a tiempo para ver cómo los pesados tanques se dirigían inexorables hacia las filas de soldados y barricadas que se interponían entre los agresores y la desamparada ciudad de Cracovia. Era el año 1939 y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial estaban al acecho. Hiroshi se llevó las manos a los oídos ante los disparos, gritó de rabia y, por primera vez, deseó que el matón de Bill Faraday le encajara un cuchillo en el estómago.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

El helicóptero pasó serpenteante por encima del físico. La tierra se movía bajo sus pies y se derrumbó sobre el asfalto de una calle agrietada. Una madre rodeó a su hijo con sus brazos, mientras la ciudad colombiana de Armenia era víctima de un mortal terremoto.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

Hiroshi permaneció extraviado en un galimatías de épocas diferentes. En un plazo muy corto, visitó la era precámbrica, el período de guerras entre escoceses e ingleses, los tiempos en que Roma era el centro del mundo, el poderío de Alejandro Magno, la revolución industrial del siglo XIX, los inicios de la democracia griega, la explosión tecnológica del tercer milenio y la decadencia de la sociedad humana.

Cuando la locura estaba a punto de apoderarse de su razón, logró controlar el poder de su invención. El mando de la máquina se desconectó e Hiroshi pudo dar comienzo a una expedición que le llevó a conocer todas las líneas temporales, todas las posibilidades y todos los finales posibles.

Fue entonces cuando se estableció en un futuro muy lejano, con la humanidad viviendo fuera de los límites del Sistema Solar, colonizando fronteras situadas a millones de años luz y viviendo el sueño de visionarios escritores del siglo XX. Con la tecnología de esa época, se asentó en Ganímedes, fabricó una posible línea temporal y resolvió esperar.

Tenía un tiempo escaso y muchas cosas por hacer.