viernes, 1 de mayo de 2020

Éxodo: Capítulo III.10


Capítulo III.10

Motivado por la dextroanfetamina, o muy seguramente por el miedo, el físico Hiroshi Iwata tomó la decisión más importante de su existencia. Si iba a morir, no sería por el arma de uno de los esbirros del General Bill Faraday. No sabía cuál era su destino, ni si iba a sobrevivir al viaje.

Sólo sintió una extraña sensación de velocidad, cosquillas y luces de colores.

Cuando despertó, ya no se encontraba en la misma habitación con el obtuso militar y el prepotente doctor Marcus Richardson. Se hallaba en una pradera muy amplia y, por vez primera, pudo aspirar un aire limpio, aunque impregnado por la pólvora. En la distancia, escuchó una detonación brusca seguida de gritos de lucha. Abrió la mampara con torpeza, se tiró al suelo y se arrastró hasta llegar a una plantación de trigo.

Se percató de que en lo alto de una elevación un grupo de hombres vestidos con uniformes color azul, avanzaban al galope de hermosos caballos, mientras sonaban trompetas y alzaban espadas. Más atrás, una hilera de cañones disparaban con potencia metrallas que estallaban más adelante. El ejército chocó abruptamente con otro batallón, formado por sujetos de uniforme gris armados con bayonetas. Durante unos minutos que le parecieron eternos, Hiroshi presenció una masacre absurda.

No se dio cuenta de la escopeta que le apuntaba directamente a la cabeza.

-¿Qué haces aquí?­ ¿Eres un espía del sur?- Interrogó alguien con violencia.

Hiroshi volvió la mirada y sintió pánico. Balbuceó algo, pero fue infructuoso.

-Eres un indio- Dijo el hombre, ataviado con la vestimenta azul y un sombrero de ala ancha. Una barba rubia y larga le cubría la cara -¿Qué hace un indio aquí? ¿No deberías estar en la reserva de Mississippi? Tienes una ropa muy rara-.

El físico japonés no entendía nada. El hombre le levantó por el hombro con brusquedad. En el fondo, el batallón del uniforme gris parecía haber perdido el conflicto.
-Las batallas están siendo muy duras, pero el norte lleva la ventaja-.

Como parte de su investigación, Hiroshi había estudiado diferentes épocas de la historia y ese escenario le recordó vagamente las ilustraciones que analizó sobre la guerra civil estadounidense. El soldado le aseguró que le llevaría ante el teniente de su guarnición, con el fin de llevarle a la tribu más próxima de los pieles rojas. Cuando el físico se resignó, un hormigueo molesto le cubrió el cuerpo. 

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

Apreció en una estancia rodeada de espejos, acompañado de su solitaria máquina. Ante el ímpetu del acto, un sujeto ataviado con peluca blanca, calzones azules, zapatos ridículos y rostro maquillado se sobresaltó y dejó caer una copa de cristal con atractivos dibujos. El aristócrata comenzó a farfullar quejas e Hiroshi comprendió que se trataba de una variante muy antigua del francés.

La majestuosidad del Palacio de Versalles se extendía ante sus ojos. Pero no pudo disfrutarla durante mucho tiempo.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

El ejército alemán avanzaba implacable sobre las exiguas defensas polacas. Hiroshi llegó a tiempo para ver cómo los pesados tanques se dirigían inexorables hacia las filas de soldados y barricadas que se interponían entre los agresores y la desamparada ciudad de Cracovia. Era el año 1939 y los orígenes de la Segunda Guerra Mundial estaban al acecho. Hiroshi se llevó las manos a los oídos ante los disparos, gritó de rabia y, por primera vez, deseó que el matón de Bill Faraday le encajara un cuchillo en el estómago.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

El helicóptero pasó serpenteante por encima del físico. La tierra se movía bajo sus pies y se derrumbó sobre el asfalto de una calle agrietada. Una madre rodeó a su hijo con sus brazos, mientras la ciudad colombiana de Armenia era víctima de un mortal terremoto.

Velocidad. Cosquillas. Luces de colores.

Hiroshi permaneció extraviado en un galimatías de épocas diferentes. En un plazo muy corto, visitó la era precámbrica, el período de guerras entre escoceses e ingleses, los tiempos en que Roma era el centro del mundo, el poderío de Alejandro Magno, la revolución industrial del siglo XIX, los inicios de la democracia griega, la explosión tecnológica del tercer milenio y la decadencia de la sociedad humana.

Cuando la locura estaba a punto de apoderarse de su razón, logró controlar el poder de su invención. El mando de la máquina se desconectó e Hiroshi pudo dar comienzo a una expedición que le llevó a conocer todas las líneas temporales, todas las posibilidades y todos los finales posibles.

Fue entonces cuando se estableció en un futuro muy lejano, con la humanidad viviendo fuera de los límites del Sistema Solar, colonizando fronteras situadas a millones de años luz y viviendo el sueño de visionarios escritores del siglo XX. Con la tecnología de esa época, se asentó en Ganímedes, fabricó una posible línea temporal y resolvió esperar.

Tenía un tiempo escaso y muchas cosas por hacer.

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