viernes, 27 de octubre de 2023

Dioses genéticos. Capítulo 9: La novia de la víctima de un crimen

 

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La novia de la víctima de un crimen

 

Eugene permaneció en la undécima planta durante unos minutos. Su mente trabajaba deprisa y en cuestión de segundos había esbozado un mapa de la situación. A pesar de haber realizado pocas entrevistas, vio lo suficiente como para establecer algunas conjeturas, todas ellas disímiles pero también relacionadas.

 

En una ocasión le tocó interrogar al sospechoso de hackear la base de datos del Banco Nacional, sustrayendo grandes cantidades de dinero y repartiéndolo en una veintena de cuentas abiertas en diversos paraísos fiscales. El ladrón tenía una particularidad muy notoria: también usaba gafas infrarrojas. Durante las interpelaciones, el acusado mostraba duda ante las preguntas incómodas, síntoma reflejado por el haz que recorría los cristales de las gafas. El origen de este indicio tenía una razón neurológica. Las lentillas permitían corregir los daños en el lóbulo occipital y en el nervio óptico derivados de la ceguera, arrojando un espectro visual en diferentes tonalidades de color escarlata. Sin embargo, cuando el cerebro trabaja activamente, los impulsos provenientes de la sinapsis y las órdenes emitidas por el cerebro, impedían que el espectro visual no se generara correctamente. En consecuencia, las gafas producían un haz temporal para compensar tal defecto.

 

Cuando una persona mentía, el cerebro debía trabajar a un ritmo frenético. Cuando una persona mentía, el haz temporal debía recorrer de derecha a izquierda las gafas.

 

-Srta. Tustin-X9, ¿dónde puedo encontrar a la Dra. Méndez?-.

 

-La Dra. Lucía Méndez es la cuarta genetista en orden de importancia. Actualmente, está muy ocupada con un proyecto de vital importancia para la institución-.

 

-Aún así, Srta. Tustin-X9, me gustaría verla tan pronto como sea posible-.

 

Un temblor imperceptible se asomó en los labios de chica rubia.

 

-Haré lo que pueda para localizar a la Dra. Méndez, Sr. Goldstein-.

 

La acompañante extrajo un teléfono móvil plano y estrecho. Tras un discado rápido, entabló una conversación insustancial ¿quizás con otra persona clonada? ¿o con un ser humano normal? Lo cierto era que el diálogo carecía del calor personal ¿La Dra. Méndez está en el Laboratorio de Nanotecnología? ¿En la quinta planta? ¿Ha salido de una reunión de seguimiento? ¿Se quedará hasta muy tarde hoy?

 

-La Dra. Méndez le atenderá durante diez minutos, Sr. Goldstein- Anunció después de culminar la llamada, con la cabeza soslayada hacia adelante –Le espera en la Sala de Microbiología y Estudios Pluricelulares. Ha pedido que sea breve en sus preguntas-.

 

La sala en cuestión se hallaba en el sótano 7-B de la edificación. En este trayecto, Eugene no fue capaz de formular pregunta alguna a la mujer artificial, a consecuencia de que no eran los únicos pasajeros del ascensor. Aparentemente se trataba de la hora de salida del turno de tarde y el flujo de empleados era agobiante, tanto que el anciano se sintió desesperado por instantes.

 

De acuerdo a un aviso luminoso, el sótano 7-B era área restringida para el personal administrativo y de limpieza. Sólo podían acceder aquellos que tuviesen especial autorización y la intuición permitía adivinar que para tener semejante permiso, había que entrar en el selecto grupo catalogado como los mejores genetistas del mundo. ¿Y qué hacía falta para estar dentro de esa denominación? Ah, si. Crear lo que estaba fuera del alcance de las leyes divinas que habían regido su vida durante los dos últimos años.

 

Las luces dieron paso a una oscuridad parcial. La sala que buscaban estaba inundada por un ambiente de absoluto ocultismo. Separados por una distancia precisa de ocho metros, se disponían largas e infinitas filas de cilindros de cuatro metros de diámetro. Lo que Eugene vio le horrorizó por completo: cada cilindro contenía a un individuo durmiente en posición fetal, cuya nariz y boca estaban conectados a un tubo plástico que le suministraba un líquido viscoso y verde. Cada sujeto se hallaba suspendido dentro del cilindro gracias a un líquido transparente y de apariencia desagradable. Algunos de los sujetos no habían formado las extremidades, otros sin embargo estaban plenamente desarrollados, listos para confundirse en la sociedad moderna y tecnológica.  

 

-Sr. Rupstein ¿no?­- Habló una sombra en la distancia.

 

Eugene se volvió asustado hacia el origen de la voz.

 

-Imagino que sí- Prosiguió la silueta sin mostrar interés –Me han avisado que necesitaba hablar conmigo. Le pido que sea breve ¿le importa si fumo?-.

 

La sombra avanzó hacia una tenue luz fluorescente y el viejo ex-policía pudo detallar a su indiferente anfitriona. Se trataba de una mujer voluptuosa y esbelta, sus pechos rellenos se ajustaban en sintonía con la bata corta que la vestía. A todas luces se trataba de una hermosa mujer de origen latino, con cabellera larga y cuidadosamente peinada, ojos negros, pestañas sueltas y tez de ébano. Encendió un cigarrillo y exhaló el humo gris con parsimonia ¿En verdad se trataba de la prometida de la víctima? Si era cierto, el luto no estaba reflejado en su rostro.

 

-Dra. Lucía Méndez, le agradezco que haya accedido a hablar conmigo. Soy Eugene Goldstein e investigo la muerte de su prometido, el Dr. Lars Svensson-.

 

-Veo que ha hecho algunos deberes. No negaré que el Dr. Svensson y yo teníamos planes de contraer matrimonio algún día-.

 

-Supongo que no le importará que me explique cómo era su relación con el Dr. Svensson-.

 

-Intensa- Contestó la científica luego de un suspiro –Ambos nos conocimos aquí. Yo era una joven promesa avalada por la Universidad Politécnica de Ingeniería Genética. Obtuve más de ochenta matrículas de honor y me doctoré a la edad de veintidós años. Con esas credenciales, no tuve demasiados problemas para comenzar a trabajar aquí hace tres años. Puede confirmar todo eso si lo prefiere-.

 

-Me fío de sus palabras, Dra. Méndez. No obstante, aún no ha contestado a mi pregunta inicial-.

 

-Muy suspicaz, Sr… Goldstein- Sus delicadas manos se desplazaron suavemente dejando una estela de nicotina en el ambiente –El Dr. Svensson y yo comenzamos a trabajar en el mismo proyecto hace un año. Hace diez meses nos besamos por primera vez, hace ocho hicimos el amor por primera vez y hace cuatro meses me pidió matrimonio. El muy iluso quería una ceremonia católica ¿puede creerlo?-.

 

-No se le ve muy ilusionada-.

 

-¡Por favor! ¡Soy una científica! Todavía me cuesta creer que la persona que descifró el genoma humano y que fue capaz de reproducir a la perfección la copia más exacta de un ser humano, pretendiera acudir a una falsa deidad ¡Es ridículo!-.

 

-Al margen de esa creencia, Dra. Méndez ¿podría describir cómo era su trabajo con el Dr. Svensson?-.

 

La científica de rasgos latinos hizo una pausa para arrojar la colilla en un incinerador compacto que tenía en su escritorio. Por un momento, se reflejó un sentimiento de tristeza en su expresión.

 

-El Dr. Svensson es… era, en mi opinión, el único que podía superarme en inteligencia. Ni siquiera su padre está a la altura de sus conocimientos. Lo peor de todo es que el muy idiota jamás documentó ni un solo avance. Todo lo tenía en su maldita cabeza ¿lo comprende?- Alzó las manos en un gesto de rabia e impotencia –No escribió ni un solo protocolo, ni hizo una sola grabación. Se llevó con él todo su trabajo ¡Era un desgraciado egoísta! ¡Sólo nos dejó a Tustin-X9!-.

 

Señaló a la rubia sintética con desprecio, ¿o era odio? Eugene notó que la mujer creada artificialmente se sentía visiblemente penosa con la conversación, aunque soportó de forma estoica los inapropiados modales de la inteligente científica.

 

-En las últimas horas he intentado reproducir el trabajo del Dr. Svensson- La mujer abarcó con su mano derecha las decenas de cilindros que rodeaban la sala –He seguido todas las secuencias, cada una de las técnicas que recuerdo haber aplicado con ese sucio narciso ¿y sabe lo que he obtenido? ¡Nada! ¡He fracasado estrepitosamente!-.

 

-¿No documentó usted su trabajo con el Dr. Svensson?-.

 

-¡Naturalmente! ¿Por quién me toma? ¿Por una idiota? Escribí y memoricé cada etapa de mi labor con ese degenerado, pero siempre sospeché que él ocultaba algo ¡Y he aquí la prueba! ¡Lo único que he logrado es producir a veintiséis individuos en estado vegetativo! Todos ellos sin masa encefálica, con un corazón deficiente, sordos y mudos. Todavía no llego a comprender cómo el Dr. Svensson pudo concebir en esta misma sala a esa chiquilla-.

 

Otra vez el señalamiento a la joven artificial. Eugene debía cambiar la estrategia.

 

-El Dr. Baran ha asegurado que él también ha contribuido en la investigación con la Srta. Tustin-X9-.

 

-¡Calumnias! ¡Ese miserable asiático no puede atarse las trenzas de sus zapatos! Se vanagloria de su investigación con el líquido amniótico, para colgarse la medalla de haber trabajado en la creación de esa zorra-.

 

-¿Líquido amniótico?- Eugene frunció el ceño. No se esperaba una hostilidad de tal índole.

 

-¿Debo explicarlo todo? Me parece que estará aquí más de los diez minutos previstos. En fin, quizás si se lo explico pueda ver algo que pude haber pasado por alto- Se acercó a uno de los cilindros, en concreto al que contenía a un ser en estado avanzado y que esporádicamente movía los dedos de las manos – El Dr. Baran ha desarrollado una fórmula teórica para reproducir de forma empírica el fluido que amortigua el feto durante el embarazo. Eso es todo lo que él ha hecho. La forma en que se adaptó la ecuación química a la experimentación corrió a cargo del Dr. Svensson. Ese fluido se denomina líquido amniótico y su variante materialista es lo que usamos en estos cilindros para el desarrollo de los sujetos de prueba. No hay mayor misterio y yo no he obtenido aún una respuesta satisfactoria. Lo peor del caso, es que estoy agotando las últimas reversas de fluido de acuerdo a las modificaciones hechas por el Dr. Svensson. Cuando se agoten, no me queda la menor duda de que habrá que empezar desde cero-.

 

-¿Cree usted que pudo haber alguna rencilla laboral tras la muerte del Dr. Svensson?-.

 

-Si usted insinúa que yo lo maté, se equivoca por completo. Ahora bien, si usted insinúa que alguien de este instituto pudo asesinarle, le diré que tiene la estadística a su favor-.

 

-¿Incluiría a su padre en esa lista?-.

 

-Eso lo ha dicho usted, no yo. Pero lo cierto es que sí lo incluiría. Escúcheme con atención, Sr. Goldstein, porque lo que a continuación le diré no lo volveré a repetir jamás y en el futuro lo negaré aunque usted lo afirme ante un tribunal. El Dr. Svensson era el Albert Einstein de la Ingeniería Genética y yo le respetaba, más no le amaba. La razón por la que acepté su propuesta de matrimonio fue simplemente profesional. Al casarme con él, compartiría sus logros y ascendería posiciones dentro de la comunidad científica. Con su muerte, esos planes se han acabado. Pero por ejemplo, su padre sí que ha salido beneficiado de este asesinato, porque ahora posee los derechos de Tustin-X9 y podrá presentarla como una creación suya, podrá apropiarse de ella y ganar un lugar en la inmortalidad científica ¿entiende?-.

 

En el interior del cilindro, la criatura parpadeó brevemente y una alarma sonó dentro del recinto.

 

-¡Maldita sea! ¡No, no, no, no!- La sagaz científica se acercó hacia un ordenador que seguía las constantes vitales del espécimen. Sus dedos comenzaron a volar por el teclado táctil -¡No puede ser! La hipertermia se ha vuelto a presentar y su frecuencia cardíaca está por encima de los ciento cincuenta pulsos por minuto ¡Chen se ha vuelto a equivocar con las dosis de suero! ¡Esos asiáticos son todos unos inútiles!-.

 

Lo siguiente dejó perplejo a Eugene. El ser que descansaba en el interior del cilindro, expulsó el tubo plástico que estaba incrustado en la boca, dejando al descubierto un manantial de sangre que se mezcló con el fluido transparente que intentaba simular al líquido amniótico. La mano izquierda de la criatura se movió abruptamente hacia su pecho y comenzó a desgarrar la carne a base de un arañazo lento y en apariencia doloroso. Se escuchó un grito ahogado y gutural que provenía del interior del cilindro antes de la llegada del silencio sepulcral.

 

La científica de rasgos latinos masculló por lo bajo antes de golpear el teclado con violencia. Suspiró profundamente y encendió un segundo cigarrillo, mientras veía cómo la masa inerte del espécimen flotaba libremente en la mezcla indeterminada de un fluido rosado y nauseabundo.

 

-Siéntase afortunado, Sr. Goldstein. Acaba de presenciar cómo fracaso nuevamente. Hágame un favor ¿quiere? Honestamente, no espero que la comisión autónoma establecida por el instituto llegue a una conclusión contundente con respecto a la muerte del Dr. Svensson, así que cuando atrape al asesino dele las gracias de mi parte, por haber destrozado una magnífica oportunidad en mi carrera. Ahora le pido que se vaya. Tengo que hacer algo que el estúpido de mi prometido nunca hizo: documentar-.

 

Eugene abandonó consternado la sala, rememorando las imágenes horribles que había presenciado ¿Era eso posible? ¿Acaso esa mujer había presenciado más muertes como esa? ¿Qué había hecho Lars Svensson con Tustin-X9?

 

-¿Podríamos ir a un lugar privado, Srta. Tustin-X9? Necesito descansar y reordenar mis ideas- Inquirió el anciano, todavía agitado.

 

-Por supuesto, Sr. Goldstein. Le llevaré hasta el Sótano 2-A. Allí hay un aula para visitantes donde podrá sentarse-.

 

El aula de visitantes se parecía más a la sala de espera de un hospital o de un aeropuerto. Al menos una veintena de sillas se hallaban dispuestas en filas y columnas paralelas. Eugene se dejó caer sobre una de las sillas y buscó la botella con agua dentro de su chaqueta. Bebió con apetencia, tratando de olvidar la terrible agonía de ese ser. No sólo tenía que lidiar con el sufrimiento ocasionado por la muerte de su esposa. Ahora tenía que dejar en el tintero tan brutal acontecimiento.

 

-Dígame una cosa, Srta. Tustin-X9 ¿por qué le incomodaba la presencia de la Dra. Méndez?-.

 

-No sé a qué se refiere, Sr. Goldstein-.

 

-Desconozco si le han obligado a mentir en función de las necesidades y de los acontecimientos, Srta. Tustin-X9, pero lo cierto es que si lo que ha dicho la Dra. Méndez es cierto, el Dr. Svensson logró la perfección tecnológica con usted, puesto que también es capaz de reproducir emociones humanas. Lo lleva haciendo desde que la vi por primera vez. ¿Por qué no me lo cuenta?-.

 

-Si me disculpa, Sr. Goldstein, tengo que reportar nuestra situación. Volveré en unos minutos- Fue la escueta respuesta que dio la mujer antes de retirarse.

 

Eugene se quedó completamente solo en aquel salón. Tomó un sorbo de agua sin sodio y respiró en un vago intento de buscar calma. Se recostó en la silla y cerró los ojos.

 

No se dio cuenta del momento en que apagaron las luces, tampoco se dio cuenta de los pasos que se acercaban a sus espaldas. Todo sucedió muy rápido.

 

Antes de que se diera cuenta, una pareja de brazos macizos le apretaban con fuerza el frágil cuello.

 

Eugene nunca había sentido tanto dolor.

 

 

domingo, 22 de octubre de 2023

Dioses genéticos. Capítulo 8: Los hilos que mueven un crimen


8

Los hilos que mueven un crimen

 

Decidió empezar por la recepción.

 

Tenía dos razones para hacerlo. La primera consistía en el hecho de que, según lo informado por su acompañante (más bien sombra femenina), allí le darían la libreta de papel, la pluma con punta estilográfica y una botella con dos litros de agua sin sodio. La segunda razón era meramente geográfica. Necesitaba ubicarse en el laberinto formado por los pasillos, oficinas, cubículos y recovecos de ese instituto.

 

El mostrador estaba formado por una mesa semicircular de caoba pulida con refuerzos de aluminio brillante. En el centro, una mujer morena y de ojos ámbar le saludó amablemente, aunque al enterarse de los motivos de la visita, su semblante cambió drásticamente. Eugene no pudo evitar preguntarse si esa mujer también habría sido concebida en un laboratorio ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Acaso la humanidad avanzaba hacia un mundo basado en una nueva forma de vida? ¿Cómo se habían producido tantos cambios durante su aislamiento en un apacible poblado Amish?

 

Gracias a la mediación de su asistente de probeta, solicitó un listado con todos los nombres del personal científico y obrero de la institución. La mujer morena le entregó un dispositivo con pantalla táctil que, en principio, Eugene no supo cómo utilizar tal artilugio. Si ejercía mucha presión sobre la pantalla, un sonoro aviso de error le indicaba que no había seleccionado correctamente la opción deseada. Además, sus dedos delgaduchos eran completamente ineptos ante la suavidad de la pantalla.

 

-Me gustaría ver el lugar donde hallaron a la víctima- Anunció lacónicamente, luego de desistir momentáneamente en el uso de la diminuta pantalla táctil.

 

-Está usted en él, Sr. Goldstein- Contestó la rubia, sin inmutarse.

 

Eugene escrutó con ojos cansados el amplio recinto. No habían pasado dos días desde la muerte de un joven científico y la circulación de personas sobre el suelo de blanco mármol, impoluto y pulcro, no parecía tener fin. Era evidente que el escenario donde se había producido un crimen estaba contaminado. El veterano ex-policía levantó la vista tan sólo para percatarse de que sobre él, se encontraban en perfecta alineación más de quince pasarelas que se perdían con la altura del edificio.

 

Imaginó al joven Lars Svensson saltando desde uno de esos puentes, defraudado por algún fracaso personal o profesional, probablemente…

 

No. Esa posibilidad era muy remota. Su instinto le llevaba a descartar el suicidio.

 

-Por lo que entiendo, se acostumbra a clasificar a los genetistas en un orden determinado ¿no?-.

 

-Efectivamente, Sr. Goldstein. La clasificación se basa principalmente en la valoración que hace el Comité para la Reproducción Científica Asistida. Dicha valoración depende, entre otras cosas, de los méritos obtenidos, de las publicaciones realizadas en revistas digitales especializadas y del avance en investigaciones de interés general-.

 

¿Interés general? ¿En qué consistían las investigaciones de interés general? Eugene no veía la relación entre clonar a un ser humano con el interés general.

 

-Bien, por lo que tengo entendido, la víctima era el segundo genetista más importante, mientras que su padre es el primero. Por tanto, me gustaría ver al tercero, si es posible-.

 

-El tercer genetista más destacado es el Dr. Patrick Armstrong, quien además es el Gerente Administrativo. Su despacho está situado en la undécima planta, así que le guiaré hasta allí-.

 

Avanzaron sin prisas hacia un ascensor ancho, bajo el agudo miramiento de los trabajadores con los que eventualmente se cruzaban. Las láminas acristaladas del elevador se deslizaron suavemente, permitiendo la salida de un cuarteto de jóvenes técnicas ataviadas con batas blancas. Una de las muchachas destacaba sobre el resto, gracias a los ojos mecánicos que tenía implantados en sus cuencas oculares. Eugene aprovechó la ocasión de ser los únicos pasajeros, para conocer a la rubia sintética. Parecía tan real, tan genuina ¿Qué edad tendría? ¿Veintiocho años aparentes? ¿Treinta? ¿Y su edad real? ¿Dos? ¿Uno?

 

-¿Conoció usted a la víctima, Srta. Tustin-X9?-.

 

-El Dr. Svensson fue mi creador, Sr. Goldstein. Él diseñó íntegramente mi código genético-.

 

-¿No tuvo la delicadeza de darte un nombre de pila?-.

 

La chica pestañeó fugazmente ¿Un síntoma de duda, quizás?

 

-No tengo nombre de pila, Sr. Goldstein. He sido creada para cumplir un fin específico, el cual no es otro que servir al avance científico. Simplemente se me conoce con un apellido genérico y una numeración-.

 

-Aún así, Srta. Tustin-X9, en mi opinión es imposible que una persona se moleste en crear una copia perfecta de un ser humano, pero olvide bautizarle con un nombre-.

 

-Su opinión no es relevante dentro de la comunidad científica, Sr. Goldstein. Un nombre es lo que diferencia a los seres humanos. Yo no soy un ser humano, así que no soy digna de poseer uno-.

 

-Lo que realmente nos diferencia a los seres humanos es la personalidad, Srta. Tustin-X9-.

 

Las zapatas del ascensor se activaron y la megafonía electrónica anunciaba la llegada a la undécima planta. El recorrido fue breve. Eugene aprovechó la ocasión para detallar el puente que comunicaba el elevador con la zona de oficinas ¿Habría caído Lars desde esa planta? Era imposible saberlo, más aún cuando se fijó en su mente la revelación de que no había cámaras de grabación sobre el puente ¿Sería únicamente en el undécimo piso o todos estarían en las mismas condiciones?

 

El área donde ahora se hallaba contenía una sucesión de sala de reuniones de diversas características, pero con el denominador común de que las puertas de cristal dejaban entrever lo que sucedía dentro. La singular pareja pasó por una sala donde un hombre describía mediante diapositivas holográficas un diagrama complejo que el anciano no alcanzó a comprender. La mujer rubia se detuvo frente a una oficina amplia con un cartel dorado que rezaba lo siguiente:

 

“Dr. Patrick Armstrong. Gerente General y Director de Marketing”.

 

La puerta se abrió rápidamente. Parecía que alguien esperaba en el interior.

 

-Tenga un buen día, Dr. Armstrong- Saludó la chica, maquinalmente –Conmigo se encuentra el Sr. Eugene Goldstein, consultor externo que investiga la muerte del Dr. Svensson-.

 

A su encuentro apareció un hombre de elevada estatura, fornido, con brazos semejantes a fuertes tenazas, vestido con un traje oscuro y de calva prominente. Aunque muy seguramente sus rasgos más llamativos y visibles consistían en su ancha sonrisa, su nariz aguileña y unas gafas infrarrojas que cubrían sus ojos. Sólo podía haber dos razones por la que alguien utilizara ese tipo de gafas: o bien tenía algún defecto visual o era absolutamente ciego.

 

-Bienvenido, Sr. Goldstein- Dijo afectuosamente, mientras estrechaba la fláccida mano del policía retirado –Estoy convencido de que es algo que le habrán dicho muchas veces, pero estará de acuerdo en que jamás sobra decirlo. Por favor, pase y tome asiento- Continuó antes de señalar una cómoda silla recubierta con cuero sintético.

 

-Es usted muy amable, Dr. Armstrong- Habló Eugene, derrumbándose en el sillón y percatándose de que su acompañante permanecía parada –Espero que no le incomode que le haga algunas preguntas-.

 

-¡Por supuesto que no, Sr. Goldstein! Debo decir que estoy muy consternado por este hecho. El Dr. Svensson y yo fuimos grandes amigos y compañeros de trabajo-.

 

-Entonces le conocía muy bien ¿no es así?- Eugene lamió levemente la punta de la pluma e hizo una anotación en la libreta.

 

-Muchísimo. Compartimos diversas experiencias profesionales y académicas juntos, a pesar de que últimamente he centrado mi carrera en actividades administrativas. Aún así, en el pasado desarrollamos grandes avances. Como podrá comprobar, el Dr. Svensson y yo mejoramos el procedimiento para crear hígados artificialmente. Era un genio. No sé en qué estaba pensando cuando se suicidó-.

 

-¿Cree usted que fue un suicidio?-.

 

En las gafas infrarrojas, un haz de luz recorrió la longitud del visor de izquierda a derecha.

 

-¿No lo cree usted? ¿Acaso no ha leído el informe de la investigación interna?-.

 

-No. De acuerdo a la ley, ese informe no debe salir a la luz hasta que yo emita el mío-.

 

-No lo discuto, pero considere lo que le he dicho como un adelanto-.

 

-Vuelvo a repetirle la pregunta, Dr. Armstrong ¿Cree que el Dr. Svensson se suicidó?-.

 

La cabeza del científico se inclinó levemente y Eugene pudo distinguir los tornillos pequeños que sujetaban las gafas infrarrojas a las sienes. Sin duda alguna, ese hombre estaba ciego y muy probablemente no era un defecto de nacimiento.

 

-Él estaba muy agobiado últimamente, Sr. Goldstein. Verá, no sé si lo sabe, pero estaba a punto de contraer matrimonio con una colega. La Dra. Méndez trabajó con él en los meses recientes y bueno, ya se imagina lo que ocurre en estos casos- Hizo una pausa para reír toscamente –Los dos cometieron el error de enamorarse. Aún recuerdo el escándalo de la Sala de Fisicoquímica-.

 

-¿Qué ocurrió?- Inquirió Eugene percibiendo cómo, a su lado, la chica rubia balanceaba ligeramente su peso.

 

-¡Por favor, Sr. Goldstein! ¡No sea falto de imaginación! Aquel día, simplemente los pillaron en plena faena ¿me entiende?- El científico le dirigió una sonrisa más maliciosa que pícara –Pero ese hecho no debe empañar las virtudes de mi amigo. Me hubiese gustado hablar más con él, porque así quizás podría notar algún síntoma de depresión-.

 

-¿A qué se dedica actualmente, Dr. Armstrong?-.

 

-Soy el que dirige las finanzas- Respondió el aludido, contrariado por el cambio de rumbo que había tomado el interrogatorio –Es un trabajo cruel, pero alguien con criterio y con conocimiento científico tiene que hacerlo-.

 

-Supongo que entre sus obligaciones, están las relaciones públicas y el establecimiento de nuevos contratos- Eugene señaló algunas fotografías que permanecían colgadas en la pared, tal como se hacía en tiempos más antiguos. Una de ellas mostraba al científico junto a un individuo de expresión dura y vestido con uniforme carmesí.

 

-Supone usted muy bien-.

 

-¿Ha sostenido usted conversaciones con el sector militar?-.

 

-En efecto. En los últimos meses hemos recibido un pedido millonario para crear soluciones ante las afecciones coronarias que sufren muchos soldados de nuestra nación debido al estrés y a los traumas posteriores a un conflicto bélico ¿Sabe usted cuánto duró la Guerra del Índico? Fue breve, Sr. Goldstein. Tan breve que sólo duró dos semanas. Más de la mitad de los combatientes que regresaron, sufrieron colapsos en arterias y otras enfermedades cardíacas. ¿Sabe por qué? Por la adrenalina que le inyectan antes de entrar en combate. Eso es algo terrible. Destroza el tejido del corazón, produce anginas y erosiona las paredes capilares. No obstante, gracias a nuestro trabajo, podemos reemplazar el tejido averiado por uno nuevo, generado en nuestros laboratorios, y curar así a cualquier afectado-.

 

-Se nota que usted es un apasionado de este tema-.

 

-No sólo de este tema, Sr. Goldstein. Lo soy de mi trabajo en general-.

 

-¿Conocía el Dr. Svensson la existencia de este contrato?-.

 

-Naturalmente. Incluso se ofreció a trabajar en él-.

 

-Dr. Armstrong, lo siento mucho pero hay algo que no deja de preocuparme. El caballero que aparece en esa foto es del Ejército Rojo ¿verdad?- Eugene volvió a señalar la foto, haciendo énfasis en el sujeto ataviado con uniforme carmesí.

 

-Si…-.

 

-Si mal no recuerdo, nuestra nación no está afiliada al Ejército Rojo ¿no?-.

 

-No- Otra vez, el haz infrarrojo volvió a recorrer las gafas, esta vez con más intensidad.

 

-¿Eso es congruente, Dr. Armstrong? Me refiero al hecho de establecer contactos con el ejército enemigo de un país con el que se ha firmado un contrato militar muy importante ¿No ha considerado usted la posibilidad de que…?-.

 

-Sr. Goldstein, me temo que no podré responder a más preguntas- Las gafas del hombre centellearon con avidez –Mi tiempo es limitado y usted tiene una muerte por esclarecer, así que le pido comedidamente que se retire-.

 

El Dr. Patrick Armstrong le tendió la mano sin ánimo. Eugene hizo un par de anotaciones en su libreta antes de estrecharla. Esta vez no había el vigor que había percibido de forma previa al inicio del interrogatorio. La palma estaba gélida, fría.

 

¿Era remordimiento o algún secreto escondido?