viernes, 27 de octubre de 2023

Dioses genéticos. Capítulo 9: La novia de la víctima de un crimen

 

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La novia de la víctima de un crimen

 

Eugene permaneció en la undécima planta durante unos minutos. Su mente trabajaba deprisa y en cuestión de segundos había esbozado un mapa de la situación. A pesar de haber realizado pocas entrevistas, vio lo suficiente como para establecer algunas conjeturas, todas ellas disímiles pero también relacionadas.

 

En una ocasión le tocó interrogar al sospechoso de hackear la base de datos del Banco Nacional, sustrayendo grandes cantidades de dinero y repartiéndolo en una veintena de cuentas abiertas en diversos paraísos fiscales. El ladrón tenía una particularidad muy notoria: también usaba gafas infrarrojas. Durante las interpelaciones, el acusado mostraba duda ante las preguntas incómodas, síntoma reflejado por el haz que recorría los cristales de las gafas. El origen de este indicio tenía una razón neurológica. Las lentillas permitían corregir los daños en el lóbulo occipital y en el nervio óptico derivados de la ceguera, arrojando un espectro visual en diferentes tonalidades de color escarlata. Sin embargo, cuando el cerebro trabaja activamente, los impulsos provenientes de la sinapsis y las órdenes emitidas por el cerebro, impedían que el espectro visual no se generara correctamente. En consecuencia, las gafas producían un haz temporal para compensar tal defecto.

 

Cuando una persona mentía, el cerebro debía trabajar a un ritmo frenético. Cuando una persona mentía, el haz temporal debía recorrer de derecha a izquierda las gafas.

 

-Srta. Tustin-X9, ¿dónde puedo encontrar a la Dra. Méndez?-.

 

-La Dra. Lucía Méndez es la cuarta genetista en orden de importancia. Actualmente, está muy ocupada con un proyecto de vital importancia para la institución-.

 

-Aún así, Srta. Tustin-X9, me gustaría verla tan pronto como sea posible-.

 

Un temblor imperceptible se asomó en los labios de chica rubia.

 

-Haré lo que pueda para localizar a la Dra. Méndez, Sr. Goldstein-.

 

La acompañante extrajo un teléfono móvil plano y estrecho. Tras un discado rápido, entabló una conversación insustancial ¿quizás con otra persona clonada? ¿o con un ser humano normal? Lo cierto era que el diálogo carecía del calor personal ¿La Dra. Méndez está en el Laboratorio de Nanotecnología? ¿En la quinta planta? ¿Ha salido de una reunión de seguimiento? ¿Se quedará hasta muy tarde hoy?

 

-La Dra. Méndez le atenderá durante diez minutos, Sr. Goldstein- Anunció después de culminar la llamada, con la cabeza soslayada hacia adelante –Le espera en la Sala de Microbiología y Estudios Pluricelulares. Ha pedido que sea breve en sus preguntas-.

 

La sala en cuestión se hallaba en el sótano 7-B de la edificación. En este trayecto, Eugene no fue capaz de formular pregunta alguna a la mujer artificial, a consecuencia de que no eran los únicos pasajeros del ascensor. Aparentemente se trataba de la hora de salida del turno de tarde y el flujo de empleados era agobiante, tanto que el anciano se sintió desesperado por instantes.

 

De acuerdo a un aviso luminoso, el sótano 7-B era área restringida para el personal administrativo y de limpieza. Sólo podían acceder aquellos que tuviesen especial autorización y la intuición permitía adivinar que para tener semejante permiso, había que entrar en el selecto grupo catalogado como los mejores genetistas del mundo. ¿Y qué hacía falta para estar dentro de esa denominación? Ah, si. Crear lo que estaba fuera del alcance de las leyes divinas que habían regido su vida durante los dos últimos años.

 

Las luces dieron paso a una oscuridad parcial. La sala que buscaban estaba inundada por un ambiente de absoluto ocultismo. Separados por una distancia precisa de ocho metros, se disponían largas e infinitas filas de cilindros de cuatro metros de diámetro. Lo que Eugene vio le horrorizó por completo: cada cilindro contenía a un individuo durmiente en posición fetal, cuya nariz y boca estaban conectados a un tubo plástico que le suministraba un líquido viscoso y verde. Cada sujeto se hallaba suspendido dentro del cilindro gracias a un líquido transparente y de apariencia desagradable. Algunos de los sujetos no habían formado las extremidades, otros sin embargo estaban plenamente desarrollados, listos para confundirse en la sociedad moderna y tecnológica.  

 

-Sr. Rupstein ¿no?­- Habló una sombra en la distancia.

 

Eugene se volvió asustado hacia el origen de la voz.

 

-Imagino que sí- Prosiguió la silueta sin mostrar interés –Me han avisado que necesitaba hablar conmigo. Le pido que sea breve ¿le importa si fumo?-.

 

La sombra avanzó hacia una tenue luz fluorescente y el viejo ex-policía pudo detallar a su indiferente anfitriona. Se trataba de una mujer voluptuosa y esbelta, sus pechos rellenos se ajustaban en sintonía con la bata corta que la vestía. A todas luces se trataba de una hermosa mujer de origen latino, con cabellera larga y cuidadosamente peinada, ojos negros, pestañas sueltas y tez de ébano. Encendió un cigarrillo y exhaló el humo gris con parsimonia ¿En verdad se trataba de la prometida de la víctima? Si era cierto, el luto no estaba reflejado en su rostro.

 

-Dra. Lucía Méndez, le agradezco que haya accedido a hablar conmigo. Soy Eugene Goldstein e investigo la muerte de su prometido, el Dr. Lars Svensson-.

 

-Veo que ha hecho algunos deberes. No negaré que el Dr. Svensson y yo teníamos planes de contraer matrimonio algún día-.

 

-Supongo que no le importará que me explique cómo era su relación con el Dr. Svensson-.

 

-Intensa- Contestó la científica luego de un suspiro –Ambos nos conocimos aquí. Yo era una joven promesa avalada por la Universidad Politécnica de Ingeniería Genética. Obtuve más de ochenta matrículas de honor y me doctoré a la edad de veintidós años. Con esas credenciales, no tuve demasiados problemas para comenzar a trabajar aquí hace tres años. Puede confirmar todo eso si lo prefiere-.

 

-Me fío de sus palabras, Dra. Méndez. No obstante, aún no ha contestado a mi pregunta inicial-.

 

-Muy suspicaz, Sr… Goldstein- Sus delicadas manos se desplazaron suavemente dejando una estela de nicotina en el ambiente –El Dr. Svensson y yo comenzamos a trabajar en el mismo proyecto hace un año. Hace diez meses nos besamos por primera vez, hace ocho hicimos el amor por primera vez y hace cuatro meses me pidió matrimonio. El muy iluso quería una ceremonia católica ¿puede creerlo?-.

 

-No se le ve muy ilusionada-.

 

-¡Por favor! ¡Soy una científica! Todavía me cuesta creer que la persona que descifró el genoma humano y que fue capaz de reproducir a la perfección la copia más exacta de un ser humano, pretendiera acudir a una falsa deidad ¡Es ridículo!-.

 

-Al margen de esa creencia, Dra. Méndez ¿podría describir cómo era su trabajo con el Dr. Svensson?-.

 

La científica de rasgos latinos hizo una pausa para arrojar la colilla en un incinerador compacto que tenía en su escritorio. Por un momento, se reflejó un sentimiento de tristeza en su expresión.

 

-El Dr. Svensson es… era, en mi opinión, el único que podía superarme en inteligencia. Ni siquiera su padre está a la altura de sus conocimientos. Lo peor de todo es que el muy idiota jamás documentó ni un solo avance. Todo lo tenía en su maldita cabeza ¿lo comprende?- Alzó las manos en un gesto de rabia e impotencia –No escribió ni un solo protocolo, ni hizo una sola grabación. Se llevó con él todo su trabajo ¡Era un desgraciado egoísta! ¡Sólo nos dejó a Tustin-X9!-.

 

Señaló a la rubia sintética con desprecio, ¿o era odio? Eugene notó que la mujer creada artificialmente se sentía visiblemente penosa con la conversación, aunque soportó de forma estoica los inapropiados modales de la inteligente científica.

 

-En las últimas horas he intentado reproducir el trabajo del Dr. Svensson- La mujer abarcó con su mano derecha las decenas de cilindros que rodeaban la sala –He seguido todas las secuencias, cada una de las técnicas que recuerdo haber aplicado con ese sucio narciso ¿y sabe lo que he obtenido? ¡Nada! ¡He fracasado estrepitosamente!-.

 

-¿No documentó usted su trabajo con el Dr. Svensson?-.

 

-¡Naturalmente! ¿Por quién me toma? ¿Por una idiota? Escribí y memoricé cada etapa de mi labor con ese degenerado, pero siempre sospeché que él ocultaba algo ¡Y he aquí la prueba! ¡Lo único que he logrado es producir a veintiséis individuos en estado vegetativo! Todos ellos sin masa encefálica, con un corazón deficiente, sordos y mudos. Todavía no llego a comprender cómo el Dr. Svensson pudo concebir en esta misma sala a esa chiquilla-.

 

Otra vez el señalamiento a la joven artificial. Eugene debía cambiar la estrategia.

 

-El Dr. Baran ha asegurado que él también ha contribuido en la investigación con la Srta. Tustin-X9-.

 

-¡Calumnias! ¡Ese miserable asiático no puede atarse las trenzas de sus zapatos! Se vanagloria de su investigación con el líquido amniótico, para colgarse la medalla de haber trabajado en la creación de esa zorra-.

 

-¿Líquido amniótico?- Eugene frunció el ceño. No se esperaba una hostilidad de tal índole.

 

-¿Debo explicarlo todo? Me parece que estará aquí más de los diez minutos previstos. En fin, quizás si se lo explico pueda ver algo que pude haber pasado por alto- Se acercó a uno de los cilindros, en concreto al que contenía a un ser en estado avanzado y que esporádicamente movía los dedos de las manos – El Dr. Baran ha desarrollado una fórmula teórica para reproducir de forma empírica el fluido que amortigua el feto durante el embarazo. Eso es todo lo que él ha hecho. La forma en que se adaptó la ecuación química a la experimentación corrió a cargo del Dr. Svensson. Ese fluido se denomina líquido amniótico y su variante materialista es lo que usamos en estos cilindros para el desarrollo de los sujetos de prueba. No hay mayor misterio y yo no he obtenido aún una respuesta satisfactoria. Lo peor del caso, es que estoy agotando las últimas reversas de fluido de acuerdo a las modificaciones hechas por el Dr. Svensson. Cuando se agoten, no me queda la menor duda de que habrá que empezar desde cero-.

 

-¿Cree usted que pudo haber alguna rencilla laboral tras la muerte del Dr. Svensson?-.

 

-Si usted insinúa que yo lo maté, se equivoca por completo. Ahora bien, si usted insinúa que alguien de este instituto pudo asesinarle, le diré que tiene la estadística a su favor-.

 

-¿Incluiría a su padre en esa lista?-.

 

-Eso lo ha dicho usted, no yo. Pero lo cierto es que sí lo incluiría. Escúcheme con atención, Sr. Goldstein, porque lo que a continuación le diré no lo volveré a repetir jamás y en el futuro lo negaré aunque usted lo afirme ante un tribunal. El Dr. Svensson era el Albert Einstein de la Ingeniería Genética y yo le respetaba, más no le amaba. La razón por la que acepté su propuesta de matrimonio fue simplemente profesional. Al casarme con él, compartiría sus logros y ascendería posiciones dentro de la comunidad científica. Con su muerte, esos planes se han acabado. Pero por ejemplo, su padre sí que ha salido beneficiado de este asesinato, porque ahora posee los derechos de Tustin-X9 y podrá presentarla como una creación suya, podrá apropiarse de ella y ganar un lugar en la inmortalidad científica ¿entiende?-.

 

En el interior del cilindro, la criatura parpadeó brevemente y una alarma sonó dentro del recinto.

 

-¡Maldita sea! ¡No, no, no, no!- La sagaz científica se acercó hacia un ordenador que seguía las constantes vitales del espécimen. Sus dedos comenzaron a volar por el teclado táctil -¡No puede ser! La hipertermia se ha vuelto a presentar y su frecuencia cardíaca está por encima de los ciento cincuenta pulsos por minuto ¡Chen se ha vuelto a equivocar con las dosis de suero! ¡Esos asiáticos son todos unos inútiles!-.

 

Lo siguiente dejó perplejo a Eugene. El ser que descansaba en el interior del cilindro, expulsó el tubo plástico que estaba incrustado en la boca, dejando al descubierto un manantial de sangre que se mezcló con el fluido transparente que intentaba simular al líquido amniótico. La mano izquierda de la criatura se movió abruptamente hacia su pecho y comenzó a desgarrar la carne a base de un arañazo lento y en apariencia doloroso. Se escuchó un grito ahogado y gutural que provenía del interior del cilindro antes de la llegada del silencio sepulcral.

 

La científica de rasgos latinos masculló por lo bajo antes de golpear el teclado con violencia. Suspiró profundamente y encendió un segundo cigarrillo, mientras veía cómo la masa inerte del espécimen flotaba libremente en la mezcla indeterminada de un fluido rosado y nauseabundo.

 

-Siéntase afortunado, Sr. Goldstein. Acaba de presenciar cómo fracaso nuevamente. Hágame un favor ¿quiere? Honestamente, no espero que la comisión autónoma establecida por el instituto llegue a una conclusión contundente con respecto a la muerte del Dr. Svensson, así que cuando atrape al asesino dele las gracias de mi parte, por haber destrozado una magnífica oportunidad en mi carrera. Ahora le pido que se vaya. Tengo que hacer algo que el estúpido de mi prometido nunca hizo: documentar-.

 

Eugene abandonó consternado la sala, rememorando las imágenes horribles que había presenciado ¿Era eso posible? ¿Acaso esa mujer había presenciado más muertes como esa? ¿Qué había hecho Lars Svensson con Tustin-X9?

 

-¿Podríamos ir a un lugar privado, Srta. Tustin-X9? Necesito descansar y reordenar mis ideas- Inquirió el anciano, todavía agitado.

 

-Por supuesto, Sr. Goldstein. Le llevaré hasta el Sótano 2-A. Allí hay un aula para visitantes donde podrá sentarse-.

 

El aula de visitantes se parecía más a la sala de espera de un hospital o de un aeropuerto. Al menos una veintena de sillas se hallaban dispuestas en filas y columnas paralelas. Eugene se dejó caer sobre una de las sillas y buscó la botella con agua dentro de su chaqueta. Bebió con apetencia, tratando de olvidar la terrible agonía de ese ser. No sólo tenía que lidiar con el sufrimiento ocasionado por la muerte de su esposa. Ahora tenía que dejar en el tintero tan brutal acontecimiento.

 

-Dígame una cosa, Srta. Tustin-X9 ¿por qué le incomodaba la presencia de la Dra. Méndez?-.

 

-No sé a qué se refiere, Sr. Goldstein-.

 

-Desconozco si le han obligado a mentir en función de las necesidades y de los acontecimientos, Srta. Tustin-X9, pero lo cierto es que si lo que ha dicho la Dra. Méndez es cierto, el Dr. Svensson logró la perfección tecnológica con usted, puesto que también es capaz de reproducir emociones humanas. Lo lleva haciendo desde que la vi por primera vez. ¿Por qué no me lo cuenta?-.

 

-Si me disculpa, Sr. Goldstein, tengo que reportar nuestra situación. Volveré en unos minutos- Fue la escueta respuesta que dio la mujer antes de retirarse.

 

Eugene se quedó completamente solo en aquel salón. Tomó un sorbo de agua sin sodio y respiró en un vago intento de buscar calma. Se recostó en la silla y cerró los ojos.

 

No se dio cuenta del momento en que apagaron las luces, tampoco se dio cuenta de los pasos que se acercaban a sus espaldas. Todo sucedió muy rápido.

 

Antes de que se diera cuenta, una pareja de brazos macizos le apretaban con fuerza el frágil cuello.

 

Eugene nunca había sentido tanto dolor.

 

 

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