domingo, 22 de octubre de 2023

Dioses genéticos. Capítulo 8: Los hilos que mueven un crimen


8

Los hilos que mueven un crimen

 

Decidió empezar por la recepción.

 

Tenía dos razones para hacerlo. La primera consistía en el hecho de que, según lo informado por su acompañante (más bien sombra femenina), allí le darían la libreta de papel, la pluma con punta estilográfica y una botella con dos litros de agua sin sodio. La segunda razón era meramente geográfica. Necesitaba ubicarse en el laberinto formado por los pasillos, oficinas, cubículos y recovecos de ese instituto.

 

El mostrador estaba formado por una mesa semicircular de caoba pulida con refuerzos de aluminio brillante. En el centro, una mujer morena y de ojos ámbar le saludó amablemente, aunque al enterarse de los motivos de la visita, su semblante cambió drásticamente. Eugene no pudo evitar preguntarse si esa mujer también habría sido concebida en un laboratorio ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Acaso la humanidad avanzaba hacia un mundo basado en una nueva forma de vida? ¿Cómo se habían producido tantos cambios durante su aislamiento en un apacible poblado Amish?

 

Gracias a la mediación de su asistente de probeta, solicitó un listado con todos los nombres del personal científico y obrero de la institución. La mujer morena le entregó un dispositivo con pantalla táctil que, en principio, Eugene no supo cómo utilizar tal artilugio. Si ejercía mucha presión sobre la pantalla, un sonoro aviso de error le indicaba que no había seleccionado correctamente la opción deseada. Además, sus dedos delgaduchos eran completamente ineptos ante la suavidad de la pantalla.

 

-Me gustaría ver el lugar donde hallaron a la víctima- Anunció lacónicamente, luego de desistir momentáneamente en el uso de la diminuta pantalla táctil.

 

-Está usted en él, Sr. Goldstein- Contestó la rubia, sin inmutarse.

 

Eugene escrutó con ojos cansados el amplio recinto. No habían pasado dos días desde la muerte de un joven científico y la circulación de personas sobre el suelo de blanco mármol, impoluto y pulcro, no parecía tener fin. Era evidente que el escenario donde se había producido un crimen estaba contaminado. El veterano ex-policía levantó la vista tan sólo para percatarse de que sobre él, se encontraban en perfecta alineación más de quince pasarelas que se perdían con la altura del edificio.

 

Imaginó al joven Lars Svensson saltando desde uno de esos puentes, defraudado por algún fracaso personal o profesional, probablemente…

 

No. Esa posibilidad era muy remota. Su instinto le llevaba a descartar el suicidio.

 

-Por lo que entiendo, se acostumbra a clasificar a los genetistas en un orden determinado ¿no?-.

 

-Efectivamente, Sr. Goldstein. La clasificación se basa principalmente en la valoración que hace el Comité para la Reproducción Científica Asistida. Dicha valoración depende, entre otras cosas, de los méritos obtenidos, de las publicaciones realizadas en revistas digitales especializadas y del avance en investigaciones de interés general-.

 

¿Interés general? ¿En qué consistían las investigaciones de interés general? Eugene no veía la relación entre clonar a un ser humano con el interés general.

 

-Bien, por lo que tengo entendido, la víctima era el segundo genetista más importante, mientras que su padre es el primero. Por tanto, me gustaría ver al tercero, si es posible-.

 

-El tercer genetista más destacado es el Dr. Patrick Armstrong, quien además es el Gerente Administrativo. Su despacho está situado en la undécima planta, así que le guiaré hasta allí-.

 

Avanzaron sin prisas hacia un ascensor ancho, bajo el agudo miramiento de los trabajadores con los que eventualmente se cruzaban. Las láminas acristaladas del elevador se deslizaron suavemente, permitiendo la salida de un cuarteto de jóvenes técnicas ataviadas con batas blancas. Una de las muchachas destacaba sobre el resto, gracias a los ojos mecánicos que tenía implantados en sus cuencas oculares. Eugene aprovechó la ocasión de ser los únicos pasajeros, para conocer a la rubia sintética. Parecía tan real, tan genuina ¿Qué edad tendría? ¿Veintiocho años aparentes? ¿Treinta? ¿Y su edad real? ¿Dos? ¿Uno?

 

-¿Conoció usted a la víctima, Srta. Tustin-X9?-.

 

-El Dr. Svensson fue mi creador, Sr. Goldstein. Él diseñó íntegramente mi código genético-.

 

-¿No tuvo la delicadeza de darte un nombre de pila?-.

 

La chica pestañeó fugazmente ¿Un síntoma de duda, quizás?

 

-No tengo nombre de pila, Sr. Goldstein. He sido creada para cumplir un fin específico, el cual no es otro que servir al avance científico. Simplemente se me conoce con un apellido genérico y una numeración-.

 

-Aún así, Srta. Tustin-X9, en mi opinión es imposible que una persona se moleste en crear una copia perfecta de un ser humano, pero olvide bautizarle con un nombre-.

 

-Su opinión no es relevante dentro de la comunidad científica, Sr. Goldstein. Un nombre es lo que diferencia a los seres humanos. Yo no soy un ser humano, así que no soy digna de poseer uno-.

 

-Lo que realmente nos diferencia a los seres humanos es la personalidad, Srta. Tustin-X9-.

 

Las zapatas del ascensor se activaron y la megafonía electrónica anunciaba la llegada a la undécima planta. El recorrido fue breve. Eugene aprovechó la ocasión para detallar el puente que comunicaba el elevador con la zona de oficinas ¿Habría caído Lars desde esa planta? Era imposible saberlo, más aún cuando se fijó en su mente la revelación de que no había cámaras de grabación sobre el puente ¿Sería únicamente en el undécimo piso o todos estarían en las mismas condiciones?

 

El área donde ahora se hallaba contenía una sucesión de sala de reuniones de diversas características, pero con el denominador común de que las puertas de cristal dejaban entrever lo que sucedía dentro. La singular pareja pasó por una sala donde un hombre describía mediante diapositivas holográficas un diagrama complejo que el anciano no alcanzó a comprender. La mujer rubia se detuvo frente a una oficina amplia con un cartel dorado que rezaba lo siguiente:

 

“Dr. Patrick Armstrong. Gerente General y Director de Marketing”.

 

La puerta se abrió rápidamente. Parecía que alguien esperaba en el interior.

 

-Tenga un buen día, Dr. Armstrong- Saludó la chica, maquinalmente –Conmigo se encuentra el Sr. Eugene Goldstein, consultor externo que investiga la muerte del Dr. Svensson-.

 

A su encuentro apareció un hombre de elevada estatura, fornido, con brazos semejantes a fuertes tenazas, vestido con un traje oscuro y de calva prominente. Aunque muy seguramente sus rasgos más llamativos y visibles consistían en su ancha sonrisa, su nariz aguileña y unas gafas infrarrojas que cubrían sus ojos. Sólo podía haber dos razones por la que alguien utilizara ese tipo de gafas: o bien tenía algún defecto visual o era absolutamente ciego.

 

-Bienvenido, Sr. Goldstein- Dijo afectuosamente, mientras estrechaba la fláccida mano del policía retirado –Estoy convencido de que es algo que le habrán dicho muchas veces, pero estará de acuerdo en que jamás sobra decirlo. Por favor, pase y tome asiento- Continuó antes de señalar una cómoda silla recubierta con cuero sintético.

 

-Es usted muy amable, Dr. Armstrong- Habló Eugene, derrumbándose en el sillón y percatándose de que su acompañante permanecía parada –Espero que no le incomode que le haga algunas preguntas-.

 

-¡Por supuesto que no, Sr. Goldstein! Debo decir que estoy muy consternado por este hecho. El Dr. Svensson y yo fuimos grandes amigos y compañeros de trabajo-.

 

-Entonces le conocía muy bien ¿no es así?- Eugene lamió levemente la punta de la pluma e hizo una anotación en la libreta.

 

-Muchísimo. Compartimos diversas experiencias profesionales y académicas juntos, a pesar de que últimamente he centrado mi carrera en actividades administrativas. Aún así, en el pasado desarrollamos grandes avances. Como podrá comprobar, el Dr. Svensson y yo mejoramos el procedimiento para crear hígados artificialmente. Era un genio. No sé en qué estaba pensando cuando se suicidó-.

 

-¿Cree usted que fue un suicidio?-.

 

En las gafas infrarrojas, un haz de luz recorrió la longitud del visor de izquierda a derecha.

 

-¿No lo cree usted? ¿Acaso no ha leído el informe de la investigación interna?-.

 

-No. De acuerdo a la ley, ese informe no debe salir a la luz hasta que yo emita el mío-.

 

-No lo discuto, pero considere lo que le he dicho como un adelanto-.

 

-Vuelvo a repetirle la pregunta, Dr. Armstrong ¿Cree que el Dr. Svensson se suicidó?-.

 

La cabeza del científico se inclinó levemente y Eugene pudo distinguir los tornillos pequeños que sujetaban las gafas infrarrojas a las sienes. Sin duda alguna, ese hombre estaba ciego y muy probablemente no era un defecto de nacimiento.

 

-Él estaba muy agobiado últimamente, Sr. Goldstein. Verá, no sé si lo sabe, pero estaba a punto de contraer matrimonio con una colega. La Dra. Méndez trabajó con él en los meses recientes y bueno, ya se imagina lo que ocurre en estos casos- Hizo una pausa para reír toscamente –Los dos cometieron el error de enamorarse. Aún recuerdo el escándalo de la Sala de Fisicoquímica-.

 

-¿Qué ocurrió?- Inquirió Eugene percibiendo cómo, a su lado, la chica rubia balanceaba ligeramente su peso.

 

-¡Por favor, Sr. Goldstein! ¡No sea falto de imaginación! Aquel día, simplemente los pillaron en plena faena ¿me entiende?- El científico le dirigió una sonrisa más maliciosa que pícara –Pero ese hecho no debe empañar las virtudes de mi amigo. Me hubiese gustado hablar más con él, porque así quizás podría notar algún síntoma de depresión-.

 

-¿A qué se dedica actualmente, Dr. Armstrong?-.

 

-Soy el que dirige las finanzas- Respondió el aludido, contrariado por el cambio de rumbo que había tomado el interrogatorio –Es un trabajo cruel, pero alguien con criterio y con conocimiento científico tiene que hacerlo-.

 

-Supongo que entre sus obligaciones, están las relaciones públicas y el establecimiento de nuevos contratos- Eugene señaló algunas fotografías que permanecían colgadas en la pared, tal como se hacía en tiempos más antiguos. Una de ellas mostraba al científico junto a un individuo de expresión dura y vestido con uniforme carmesí.

 

-Supone usted muy bien-.

 

-¿Ha sostenido usted conversaciones con el sector militar?-.

 

-En efecto. En los últimos meses hemos recibido un pedido millonario para crear soluciones ante las afecciones coronarias que sufren muchos soldados de nuestra nación debido al estrés y a los traumas posteriores a un conflicto bélico ¿Sabe usted cuánto duró la Guerra del Índico? Fue breve, Sr. Goldstein. Tan breve que sólo duró dos semanas. Más de la mitad de los combatientes que regresaron, sufrieron colapsos en arterias y otras enfermedades cardíacas. ¿Sabe por qué? Por la adrenalina que le inyectan antes de entrar en combate. Eso es algo terrible. Destroza el tejido del corazón, produce anginas y erosiona las paredes capilares. No obstante, gracias a nuestro trabajo, podemos reemplazar el tejido averiado por uno nuevo, generado en nuestros laboratorios, y curar así a cualquier afectado-.

 

-Se nota que usted es un apasionado de este tema-.

 

-No sólo de este tema, Sr. Goldstein. Lo soy de mi trabajo en general-.

 

-¿Conocía el Dr. Svensson la existencia de este contrato?-.

 

-Naturalmente. Incluso se ofreció a trabajar en él-.

 

-Dr. Armstrong, lo siento mucho pero hay algo que no deja de preocuparme. El caballero que aparece en esa foto es del Ejército Rojo ¿verdad?- Eugene volvió a señalar la foto, haciendo énfasis en el sujeto ataviado con uniforme carmesí.

 

-Si…-.

 

-Si mal no recuerdo, nuestra nación no está afiliada al Ejército Rojo ¿no?-.

 

-No- Otra vez, el haz infrarrojo volvió a recorrer las gafas, esta vez con más intensidad.

 

-¿Eso es congruente, Dr. Armstrong? Me refiero al hecho de establecer contactos con el ejército enemigo de un país con el que se ha firmado un contrato militar muy importante ¿No ha considerado usted la posibilidad de que…?-.

 

-Sr. Goldstein, me temo que no podré responder a más preguntas- Las gafas del hombre centellearon con avidez –Mi tiempo es limitado y usted tiene una muerte por esclarecer, así que le pido comedidamente que se retire-.

 

El Dr. Patrick Armstrong le tendió la mano sin ánimo. Eugene hizo un par de anotaciones en su libreta antes de estrecharla. Esta vez no había el vigor que había percibido de forma previa al inicio del interrogatorio. La palma estaba gélida, fría.

 

¿Era remordimiento o algún secreto escondido?

 

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