domingo, 23 de mayo de 2010

Treinta años comiendo cocos

Otra vez Google. De acuerdo a lo que he podido leer, desde el pasado 21 de Mayo hay una versión del juego de Pac-Man (Pakku Man) disponible en el buscador, con motivo del treinta aniversario de este gran juego. Una original idea que complementa la amplia galería de celebraciones realizada por Google.



Saludos cordiales,

Wintermute.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Oper. Capítulo IX.

El Vértice. 11 de Julio de 2052.

Pocas cosas podían ir mal en la rutina diaria de Maxwell Chase. De hecho, cuando despertó aquella mañana supo que el día sería espléndido y muy productivo. Ya no recibía órdenes programadas, ahora las emitía. Ya no ejecutaba las decisiones que otros tomaban por él, ahora las planificaba y las ponía en práctica. Conocía de antemano el itinerario de sus actividades, establecía contactos directos con importantes clientes, hacía videoconferencias con representantes de gobiernos poderosos, navegaba por la Red y accedía a documentos confidenciales y clasificados de la corporación, tenía total libertad de acción y reacción, siempre y cuando Stirling no objetara ni contradijera tal alcance. En cierta forma, Maxwell agradecía la desaparición física de Nobuhiko Ikari, ya que de permanecer todavía con vida, era muy probable que siguiera trabajando con la reliquia de Harry Zimmerman.

La muerte del fundador de la compañía se anunció oportunamente con un emotivo discurso pronunciado por Harold Stirling y diseñado por el propio Maxwell. En un principio, los inversionistas, accionistas y clientes de la Corporación Ikari se habían mostrado cautelosos, pero el ejecutivo recién ascendido a directivo se encargó de hacer las gestiones adecuadas para transmitir la confianza necesaria. Maxwell reveló algo que era vox populi pero que nadie quería admitir ni se atrevía a afirmar: Nobuhiko ya había dejado hace mucho tiempo que Stirling tomara las riendas de la empresa, así que era seguro que el miembro fundador no conocía ni la mitad de las operaciones y proyectos que se estaban desarrollando en la actualidad. Esa dura verdad, conocida y a la vez escondida, fue lo que hizo que las acciones de la corporación no cayeran con estrépito. Y es que en efecto, las bolsas de Pekín, New York, Tokio, Berlín, Londres y El Vértice no habían registrado variaciones significativas en las acciones de la compañía el día posterior al anuncio.

Al cabo de dos jornadas más, se hizo de dominio público la noticia de que la Corporación Ikari preparaba un plan global de telecomunicaciones, que incluía la posibilidad de que personas con bajos recursos podía adquirir un implante neural a un coste muy bajo, y subvencionando las intervenciones quirúrgicas necesarias, para que todo ser humano sin excepción pudiese tener un acceso gratuito a la Red. La noticia tuvo un impacto muy positivo en la reputación de la empresa, el valor de sus acciones subió vertiginosamente, algunos gobiernos de países afectados por la guerra aplaudieron la medida, las superpotencias elogiaron el carácter filantrópico de la empresa, y más de un dirigente mundial se ofreció para contribuir en la ejecución de tan ambicioso proyecto. A exactamente seis días de la muerte del fundador Ikari, ya se estaban exportando las primeras remesas de implantes neuronales fabricados en diferentes núcleos de manufactura del planeta.

No obstante, ése no era el único logro obtenido en unos días agitados y satisfactorios. En una reunión bilateral integrada por miembros del Fondo Monetario Internacional y por la junta directiva de la corporación, se acordó el inicio del desarrollo de la Conexión Global Bancaria, proyecto que le permitiría a cualquier ciudadano del mundo revisar sus estados de cuenta, hacer transferencias de dinero y emitir pagos y cobros, por medio de la Red y de los implantes neurales que, generosamente, distribuía la empresa. Por otra parte, los firewall americano y soviético habían sido instalados con éxito. El Comité para la Estabilidad Patriótica del gobierno neosoviético estaba maravillado con la solidez del sistema, mientras que la Oficina de Servicios de Inteligencia vinculada al Estado americano había destacado la eficiencia del producto final ante la detección de actividades hostiles.

Maxwell se sentía responsable de tales frutos. Sus negociaciones, basadas en sus dotes de persuasión y en su peculiar inteligencia, habían llegado a feliz término. Con su sonrisa, era capaz de reunirse sin problemas con representantes de la Casa Blanca y del Kremlin en un mismo día, de hablar con distribuidores de todo el mundo y de responder con sarcasmo a las descalificaciones de la competencia. Era, después de Stirling, el hombre del momento y comenzaba a disfrutarlo.

Aunque todavía no era suficiente. Todavía quería más, todavía quedaban posiciones por escalar y él estaba dispuesto a asumir todos los retos para alcanzarlas. Su nuevo despacho estaba a tres pisos por encima del anterior, sin embargo no tardó en habituarse a él, sobretodo porque todavía contaba con la ayuda de su antigua secretaria, Sally Prescott, a solicitud personal ante Stirling quien no tuvo reparos en aceptar dicha promoción. La joven, lejos de alegrarse y mostrarse eufórica, sólo esbozó una sonrisa discreta y agradeció la atención recibida cuando Maxwell le notificó su ascenso. Para él, esa mujer representaba una meta difícil pero alcanzable, la deseaba con vehemencia, le consideraba como un premio que merecía pero que injustamente no había podido recibir, y cada vez que ella rechazaba una sutil proposición, él la anhelaba aún más.

Aquella mañana estaba espléndida con su traje azul claro, sus medias blancas de tul realzaban sus esbeltas piernas, su chaqueta de cotelé sintético le llegaba hasta los bellos zapatos, su cabellera rubia estaba impecablemente peinada, dejando que un par de mechones dorados le cayeran por encima de sus ojos ámbar. En ese instante, Maxwell no pudo evitar tener más de un pensamiento lascivo.

-Buenos días, Sally ¿Alguna novedad?- Preguntó risueño mientras recibía una microficha con excesiva cordialidad.

-Buenos días, Sr. Chase- Contestó con indiferencia la secretaria –Le recuerdo que dentro de una hora debe asistir a la reunión con el Departamento de Ingeniería, para discutir las mejoras del sistema operativo de nuestro navegador en la Red. Además, le ha llamado el Sr. Seward del Departamento de Marketing, para coordinar las campañas publicitarias en los países en vías de desarrollo-.

Maxwell se sintió aún más atraído por esa mujer. Antes de entrar a su oficina le miró con lujuria y pensó en invitarle a comer a un buen restaurante; le pareció buena idea reservar una mesa en Angelo’s para disfrutar de una excelente comida, y conocer un poco más las costumbres de la alta sociedad.

El resto del día transcurrió con relativa tranquilidad. Las decisiones iban y venían con las prisas de rigor, mientras que las reuniones duraban lo que tardaban en comenzar otras. Después de un almuerzo rápido y ligero, constituido por hortalizas hidropónicas y carne hidrogenada de ternera, realizó su primer contacto del día en la Red, con el fin de entrevistarse con un ingeniero jefe de Bucarest. Se recostó en su cómodo diván, insertó el conector en el periférico de su oreja izquierda, y dejó que sus ojos fuesen testigos del espectáculo de imágenes, vídeos y textos que se confundían en las diferentes páginas, hipermedios y contenidos multimedia que conformaban ese elemento intangible de tan vital importancia para la humanidad.

Justo antes de culminar el encuentro, recibió una corta comunicación a través de un canal privado. Se trataba de un strechtext formado por dos indicadores aceleradores, el primero facilitaba la lectura del texto desplazando el cursor del iris en dirección vertical, mientras que el segundo permitía agrandar o reducir las imágenes que se expandían a lo largo y ancho de la esclerótica ocular. Con un pensamiento independiente, le ordenó a su implante neural que lo almacenara en una carpeta de su memoria interna cerebral, y se dedicó a finalizar la entrevista. No revisó nada hasta la hora de salida, momento en que se percató de que su emisor era un viejo conocido, y que el mensaje estaba conformado por una serie de números aleatorios sin sentido aparente:


0 0 0 1 0 1 1 - - - 0 0 0 0 0 0 1

1 0 0 0 0 0 0 - - - 0 0 0 0 0 0 0


No le dio importancia al mensaje. De hecho se podría decir que lo ignoró por completo. Recogió su maletín de cuero, cerró la puerta de su despacho y echó un vistazo rápido al escritorio de su secretaria, pensando en lo que ella podría estar haciendo en ese momento y ansiando estar con ella. Le ordenó a la unidad central de su coche que le llevara hasta su casa, meditando durante el trayecto sobre la posibilidad de comprar uno de los nuevos Audi-Sauber que tanto anunciaban por la televisión holográfica. Ahora tenía un sueldo seis veces mayor, así que podía permitirse ciertos caprichos, incluso compraría un piso más grande ¿por qué no? Dejó de soñar cuando su implante neural le avisó que alguien deseaba establecer una conversación de voz con él. Con un gesto de fastidio, aceptó de mala gana.

-Buenas noches, Harry- Saludó con evidente apatía.

-Maxwell… ¿Has recibido mi strechtext?- El tono de Harry anunciaba desesperación e impaciencia. Al directivo le pareció extraño que el viejo le llamara por su nombre.

-En efecto. Pensaba llamarte mañana para que me explicaras su significado ¿Algún nuevo cliente?-.

-No hay tiempo para eso, Maxwell… Escúchame bien porque es importante… He averiguado por qué han muerto Samuel y Manmohan… ¡Es terrible! ¡Debes creerme!-.

Harry Zimmerman parecía muy asustado, quizás trastornado y paranoico. Maxwell ya había olvidado a esos dos ejecutivos muertos en diferentes circunstancias, incluso ya no se acordaba de que podría tratarse de una conspiración orquestada por los gobiernos americano y neosoviético.

-Tranquilízate, Harry. No creo que se algo tan grave… ¿Podrías hablarme de eso?-.

-¡No! ¡No puedo! Tiene que ser en persona, Maxwell… Es muy peligroso ¡Tiene que ser esta noche en mi casa! ¡Tengo miedo de salir y es posible que la Red ya esté intervenida! ¡Por favor no me falles!-.

Maxwell quiso rechazar y objetar dicha invitación, pero el anciano cortó la conexión antes de tiempo. Decidió que no iría a ese lugar, salvo que Sally estuviese allí esperándole con una bata transparente para hacer obscenidades. Llegó a su actual residencia y confirmó sus actuales aspiraciones. Indudablemente necesitaba de una vivienda más grande, debido principalmente a que en la actual no iba a caber el jacuzzi que pensaba instalar. Aunque ya pensaría en eso más tarde, de momento tenía una larga noche por delante, así que se despojó de su traje y le ordenó al ordenador domótico que ajustara la temperatura de la ducha a 39 ºC. Al cabo de tres segundos exactos se escuchaba cómo las gotas de agua caían suavemente. Desnudo, se acercó hacia la ducha, no sin antes mirarse en el espejo.

Su rostro se deformó horriblemente cuando, gracias al espejo, se dio cuenta de que detrás de él había un sujeto desconocido disfrazado con una máscara horrible, con las manos en los bolsillos de una gabardina larga y negra, y con aspecto aterrador. Sabía que había visto esa siniestra indumentaria en algún lugar ¿pero dónde? Quiso plantarle cara, pero el invasor hizo un movimiento fugaz que le inmovilizó el brazo derecho y le incrustó la cara en contra del cristal. Sintió como un fragmento del mismo se encajaba en su frente, produciéndole una herida espantosa.

-Maxwell Chase, empleado de la Corporación Ikari que vive en el piso 17–B de Imperial Park ¿me equivoco?- Dijo el invasor al oído de su presa con voz seca y ronca.

-Se trata de dinero ¿verdad?... Siempre se trata de…- Gimió tontamente, sintiendo una mayor presión de parte de la rígida mano que sujetaba su cabeza.

-¿Te suena el nombre de Manmohan Patil? Un par de sicarios asiáticos decidió aplastarle la cabeza con un martillo hace menos de un mes ¿qué te parece?-.

-No sé de qué…-.

El invasor zarandeó bruscamente la cabeza de Maxwell y la volvió a impactar contra el espejo. El directivo vio las estrellas, antes de que sintiera cómo le doblaban aún más el brazo.

-¡Manmohan era un ejecutivo de la oficina de Londres!- Graznó Maxwell pero la presión no disminuyó –Supe… Supe de su homicidio pero yo no hice nada… ¡Lo juro!-.

-Mientes…- Dijo el invasor para después hacer girar al magullado Maxwell y verle directamente a los ojos –Le pagaste a dos matones la suma de medio millón de dólares, por medio de una transferencia procedente de una cuenta en un banco de Buenos Aires-.

-¡Yo no hice nada!... ¡Lo juro!...-.

El invasor arrojó a Maxwell dentro de la ducha atravesando la mampara con estrépito, tomó la grifería elástica y le hizo tragar algunos litros de agua templada a 39 ºC. Seguidamente, envolvió el cuello del directivo con la manguera de plastiacero. La humanidad de Maxwell estaba severamente castigada con los añicos y restos de la mampara. El invasor aprovechó esta circunstancia para apretar con su bota un trozo de vidrio insertado en la pierna del directivo, arrancándole un chillido breve.

-“MP. 14–J” ¿Qué te dice ese mensaje?- Interrogó el invasor sin atender al ataque de tos que sufría Maxwell.

-Por favor… Por favor…-.

El invasor soltó la manguera y se alejó unos pasos sin perder de vista a Maxwell. El directivo tenía un aspecto patético: desnudo, golpeado y con la manguera de la ducha confundida alrededor de su cuerpo, provocando que el agua cristalina le cayera directamente en algunas heridas del cuerpo, derivadas de la mampara hecha añicos. El invasor extrajo pacientemente de su gabardina un cuchillo herrumbroso y un soplete portátil, a la vista de Maxwell cuyos ojos se abrieron con sorpresa, conmoción y desgracia.

-Verá, Sr. Chase… Si algo positivo dicen los medios de comunicación de mí, es que siempre obtengo lo que quiero. Lo cierto es que el secreto de semejante resultado se basa en que tengo mucha paciencia, así que no me obligue a demostrarlo-.

domingo, 9 de mayo de 2010

Viaje hacia el país de Nunca Jamás

Si hace un par de días el Google me sorprendía con un pequeño tributo a un genio de la música, hoy lo ha hecho con un no menos importante homenaje al 150º aniversario del nacimiento de James Matthew Barrie, dramaturgo y novelista escocés responsable de la creación de Peter Pan y de sus aventuras en la tierra de Nunca Jamás. La imagen conmemorativa está plagada de curiosos detalles, destacando la alusión al Capitán Garfio y la presencia de una maravillada Wendy Darling ante las hazañas del niño travieso armado con una espada de madera.



Gracias a esta singular reseña, he recordado aquella obra que describía una isla pintoresca donde convivían niños que nunca crecían, piratas gritones y terribles, feroces indios, sirenas de hermoso canto, un audaz cocodrilo y una celosa hada llamada Campanita.



Quizás esta noche intente ir a ese país, girando en la segunda estrella a la derecha y volando hasta el amanecer.

Saludos cordiales,

Wintermute.

viernes, 7 de mayo de 2010

Desde Rusia, con el amor de los cisnes

El día de hoy me llevé una grata sorpresa al abrir el buscador Google: Un bonito homenaje al 170º aniversario del nacimiento de un magistral compositor ruso. Se trata del maestro de maestros Pyotr Il'ich Chaikovsky, uno de esos hombres adelantados a su tiempo que compuso hermosas piezas como “El lago de los cisnes”, “La Obertura 1812” o “El primer concierto para piano”.



En esta entrada dejaré que una de estas composiciones clásicas demuestren la genialidad de este hombre. En concreto os dejo un vídeo divido en dos partes, interpretada por la Orquesta Hallé, que rinde tributo a la resistencia rusa del año 1812 ante las tropas de Napoleón Bonaparte.



Porque a los amantes del heavy metal también nos va lo clásico ¿no?

Saludos cordiales,

Wintermute.

domingo, 2 de mayo de 2010

Oper. Capítulo VIII.

Diario digital de Schrödinger. El Vértice. 30 de Junio de 2052.

Los titulares del noticiero holográfico de la tarde no eran muy alentadores. Dos mujeres indefensas habían sido halladas violadas y asesinadas en un callejón del Distrito 9, así que decidí hacer algunas preguntas por la zona, fracturando una pareja de manos y extrayendo un par de ojos mecánicos en el proceso. El charlatán que torturé me dijo que había encontrado a Joe y Ted durante la mañana, dos hermanos gemelos que se regocijaban de lo bien que se lo habían pasado con un par de prostitutas que nadie lamentaría. Sin embargo, los hermanos se habían equivocado al formular tal afirmación, porque yo nunca olvido. En estos momentos, Joe y Ted deben estar reconsiderando sus ideas mientras los gusanos y las ratas se comen sus cadáveres desmembrados.

Por otra parte, Enrico Maroni no me había llamado todavía por el asunto relacionado con Manmohan Patil. A pesar de que me pidió tiempo suficiente para reunir toda la información posible sobre mi solicitud, pensé que debía hacerle una nueva visita de cortesía para refresacarle la memoria. Sin embargo, a las 9:06 pm, recibí un mensaje encriptado en mi implante neuronal a través de la Red; el remitente era alguien que usaba el seudónimo de “Hello Kitty”, el aviso en cuestión y la breve conversación que mantuvimos la reproduzco a continuación:

Hello Kitty. 21:06:23: Muelle 18. 10:30 pm. Pregunta por Rumpelstiltskin.

S. 21:06:29: Por tu propia seguridad, espero que no me engañes.

Hello Kitty. 21:06:35: No hace falta que lo menciones, pero creo que sí es necesario que yo te recuerde que tienes un trato por cumplir.

No perdí el tiempo contestando a dicha indirecta. Eliminé toda conexión con la Red para evitar ser rastreado por los hackers de Maroni, y me dirigí hacia el punto de encuentro para localizar al informante. El muelle 18 era un lugar maloliente, donde pescadores inescrupulosos vendían animales marinos deformes por la contaminación del océano, traficantes de opio artificial hacían sus operaciones ilícitas y mendigos buscaban un lugar dónde refugiarse de los peligros nocturnos. Habitualmente, frecuentaba el lugar para enfrentarme a las tríadas de Jacqueline Wu, ello me debió haber adelantado algo sobre lo que pasó después, sin embargo, con la impaciencia de ubicar al hombre del líder italiano, me apersoné en el lugar sin caer en cuenta en ese detalle insignificante pero importante. Ése fue mi primer error.

En el cielo negro, una plataforma magnética flotante se desplazaba a menos de diez metros de altura con una publicidad machista, mostrando cómo una mujer en traje de baño y en una playa paradisiaca que seguramente no existe, tomaba una botella de cerveza bávara. Odio esas plataformas. Sólo sirven para obstaculizar el tráfico de aviones pequeños y el paso de los vehículos de levitación asistida.

En cuclillas sobre el tejado de un almacén, vi cómo un hombre alto vestido con sombrero y chaqueta negra, se acercaba hacia una farola estática. El sujeto extrajo un revólver láser Guizhou y desintegró la lámpara con una ráfaga, hecho que llamó mi atención puesto que los miembros de las tríadas chinas son los principales consumidores de tan peligrosas armas. Algunas explotaban en las manos antes de ser usadas, otras emitían letales descargas eléctricas sin motivo aparente y el resto, si había suerte, disparaban un haz de luz incandescente y radioactiva que chamuscaba la piel y derretía la superficie de los materiales metálicos, si no había suerte la pistola o se encasquillaba o estallaba. Por tal motivo, ni siquiera las milicias neosoviéticas y americanas empleaban semejante tipo arma; sólo la usaban los chinos, las tríadas y ese hombre. No darme cuenta de ese detalle sutil fue mi segundo error.

Me acerqué sigilosamente, aprovechando las sombras para ocultarme y sin perder de vista al individuo misterioso. Cuando estuve a una distancia prudencial, formulé la pregunta indicada, sin saber en qué me estaba metiendo:

-¿Rumpelstiltskin?-.

Más que una pregunta fue la contraseña para verme rodeado por un ejército de matones que salieron desde diversos puntos: seis surgieron desde los almacenes adyacentes, ocho aparecieron tras frenar bruscamente dos coches eléctricos y tres saltaron de una lancha vieja de madera; todos ellos estaban armados con pistolas láser, cuchillos y palos. Con mi sistema neural pude captar que estaban acelerados, los latidos de su corazón eran rápidos, impetuosos y exaltados. Llegaron tres coches más y el número de cuatreros se incrementó en diez, sin contar a una pareja que no esperaba ver: Cheng, un asesino vestido con una camiseta hawaiana y pantalones rojos muy cortos, ayudó a salir a una mujer hermosa, ataviada con una vestimenta tradicional china de color blanco que hacía juego con sus ojos jade; la mujer avanzó unos pasos y paseó entre sus esbirros con una sonrisa en el rostro.

-Rumpelstiltskin no ha podido venir, pero me ha pedido que viniera en su lugar- Dijo con soberbia y con ademanes delicados –Verás, Schrödinger… Maroni y yo hemos aparcado de momento nuestras diferencias comerciales para hacer frente a una plaga común. Me ha llamado para asegurarme que una cucaracha molesta estaría en este lugar a esta hora y, sinceramente, me contenta mucho que no se haya equivocado- La mujer hizo una pausa mientras que Cheng permanecía inmutable con las manos en la espalda, momento que utilicé para sopesar mis opciones –No sólo te has atrevido a afectar mis ganancias en el venta de opio, sino que también has incendiado dos de mis centros de distribución, dejar a una docena de vendedores en el hospital y matar a tres de mis mejores hombres… Pero lo que más me enfurece es que hayas destruido el restaurante de mi tío Wang…-.

-No me gustó su Chop Suey- Interrumpí con sorna e ironía.

-¡Te odio, Schrödinger!- Gritó con rostro desfigurado.

Evalué concienzudamente la situación en la que me encontraba. El desgraciado italiano me había tendido una trampa sucia y desalmada, digna de su personalidad, que incluía una reunión no pactada con Jacqueline Wu, astuta líder de las tríadas del Barrio Chino, dispuesta a acabar conmigo con la contribución de un ejército de asesinos traídos desde Shanghái y con modificaciones físicas hechas en algún laboratorio experimental sin las condiciones higiénicas adecuadas. Al ver que la plataforma publicitaria se acercaba lentamente, concluí que la situación no podía ser más maravillosa.

-Te diré algo más antes de morir, enmascarado- Continuó hablando la preciosa mujer asiática con un tono de voz que, francamente, me agradaba –Tu cruzada ha estado condenada desde el principio ¿crees que una sociedad tan corrompida con esta necesita de un justiciero para devolver la ley y el orden?-.

-Te equivocas, Jacqueline- Contesté empleando la voz más gutural que podía generar con el sintetizador instalado en mi garganta –Esta sociedad no necesita que le devuelvan la ley y el orden, esta sociedad necesita conocer un tipo de protección basada en el miedo más auténtico, para comprender que la ley y el orden no son los instrumentos más adecuados para sostener la estabilidad y la tranquilidad… Y yo soy capaz de ser el ente generador de dicha protección-

Antes de que la mujer pudiese responder, tomé un dardo explosivo con un movimiento ágil y lo lancé en dirección de la plataforma móvil, empleando la potencia máxima de los steppers de mis dedos y manos. El impacto produjo una detonación que destrozó la plataforma en tres partes disímiles, provocando confusión entre los asesinos de Jacqueline, quienes comenzaron a disparar en todas las direcciones cuando corrí en dirección al malecón. Salté sobre un amarillo que me atacaba frontalmente con un cuchillo ridículo y me lancé al agua, justo a tiempo para sentir la explosión que se producía debido a la caída de los restos de la plataforma publicitaria.

Buceé en las sucias aguas del muelle hasta que encontré un barco de unos veinte metros de eslora, anclado a cierta distancia del lugar donde se encontraban aquellos criminales asiáticos. Escalé la placa acorazada y oxidada hasta llegar a la cubierta, donde pude reconocer que se trataba de una embarcación abandonada. Wu vociferaba órdenes a los amarillos con grito potente, algunos de ellos yacían aplastados bajo la pesada plataforma, otros permanecían todavía aturdidos y desorientados, mientras que tres de ellos ardían en llamas entre chillidos de muerte.

Pensé que ya tendría tiempo de enfrentarme a esa maliciosa mujer y a su peculiar guardaespaldas, tenía un asunto pendiente con cierto siciliano traidor. Maroni había osado desafiarme sin pensar en las consecuencias y yo sólo tenía un objetivo en mente antes de que el día concluyera: enseñarle cuáles serían esas consecuencias.


Le vi fumando un puro cerca de la media noche mientras salía de un lavabo lujoso. Confiado y conduciendo su silla transportadora, llamó a su jefe de seguridad, confirmando mi hipótesis de que esta noche estaba especialmente nervioso. Quizás era esa la razón por la que me había encontrado a un gran número de italianos armados, en los alrededores de la residencia construida con el dinero procedente de las drogas y los negocios fraudulentos. Lo único que él no sabía era que todos sus hombres estaban disfrutando de un sueño del que no despertarían jamás.

Al no recibir respuesta, vi como comenzó a maldecir de una forma graciosa y registré la manera en que su corazón comenzaba a bombear sangre descontroladamente. Fue en el momento en que manipulaba su silla con la intención de dirigirse hacia su despacho, cuando decidí interponerme en su camino, arrancándole una expresión de sobresalto y turbación cuando observó los dos objetos que sostenía en mi mano derecha.

-He hablado con Rumpelstiltskin, Hello Kitty. Pero no me ha gustado lo que me ha dicho-.

-Escucha, yo… Tengo lo que quieres- Balbuceó luego de tragar saliva.

-El caso es, Hello Kitty, que conmigo no se juega y eso es algo que te dejé muy claro cuando te inyecté la bomba fluidodinámica que actualmente corre por tus venas-.

-Acompáñame…- Musitó ahogadamente.

Disfruté cada segundo de esa visita. El Don se sentía completamente derrotado, abatido y vencido, comprendió con naturalidad que su hora había llegado, aunque nunca supe si lo aceptó, pero a eso no le di importancia. Le seguí hasta su oficina, lugar que incluía una barra con botellas de diversos licores caros y refinados, una mesa de ébano grande y ordenada, y un confortable sillón confeccionado con la piel de algún animal exótico. Con torpeza, condujo su silla hasta la mesa, abrió un cajón y recogió una memoria flash portátil que mostró con sus temblorosas manos.

-Me ha costado mucho dinero, tiempo y favores, hallar la información que me has obligado a solicitar. En un principio, pensé en no hacerte caso pero la curiosidad me superó y comencé a hacer averiguaciones. Creo que esto es algo que tú no puedes controlar, Schrödinger… No se trata de drogas, de un simple ajuste de cuentas o de un vulgar homicidio… Es algo muy grande…-.

-Yo decido qué es lo que puedo controlar y qué es lo que no puedo controlar- Repliqué para después arrebatarle la memoria y guardarla en un bolsillo de mi gabardina negra.

El Don me miró con ojos suplicantes y vidriosos. Sonreí bajo mi máscara y dejé caer pesadamente sobre la mesa los dos objetos que sostenía con mi mano derecha. Las cabezas mutiladas de sus guardaespaldas, Vincenzo y Giacomo, rebotaron levemente y chocaron entre sí, para después mostrar sus rostros inertes y despavoridos al cabecilla de la mafia siciliana, quien hizo una mueca de asco, tuvo un par de arcadas y vomitó sobre su vientre una sustancia indeterminada y blanca. Mi sonrisa se ensanchó.

-¿Por qué lo hiciste, Enrico? Podrías haberme dado la información sin recurrir a Wu, sin provocar la muerte de tus estúpidos matones en tu propia casa y sin arriesgar tu vida-.

-Sólo quería probar suerte…-.

-Pues la has tentado demasiado- Concluí para, finalmente, pulsar el único botón rojo del pequeño control remoto que guardaba recelosamente en mi pantalón.

El Don sufrió un mareo repentino, se movió extrañamente en su silla y se desplomó bocarriba en el piso de parqué. Su nariz y boca comenzaron a expulsar sangre, sus ojos se hincharon hasta salirse de sus órbitas, las manos crecieron hasta duplicar su tamaño. Quiso gritar por el dolor, pero sólo pudo escupir más sangre. Me alejé un par de pasos para dejar que la bomba terminara sus efectos. Enrico Maroni tuvo repetidas convulsiones y espasmos, que me permitieron suponer que su hígado y sus pulmones ya se habrían disuelto. El momento estelar de su muerte vino poco tiempo después, cuando saltaron sendos chorros de sangre de las cuencas oculares, la cabeza explotó manchando el suelo brillante y limpio con una masa amorfa de restos de cerebro y fluidos de colores rosa y escarlata. Allí mismo, introduje la memoria flash en el puerto del bus universal y con mi implante neural revisé la información recopilada por el difunto mafioso. Palabras, números y frases se desplegaron en mis retinas a gran velocidad, constituyendo una información breve, concisa y esclarecedora, que me llevó a tener un nuevo punto de partida en el homicidio de Manmohan Patil.