lunes, 9 de septiembre de 2019

9/9/19

Hola amigos invisibles. Para el momento en que escribo estas breves líneas, es 9 de Septiembre de 2019 o, escrito de otra manera, 9/9/19.

¿Sabían que esta fecha puede ser representada de forma polinómica? Veamos:


¿Rebuscado? No. Simplemente maravilloso.

Éxodo: Capítulo I.4


Capítulo I.4

Jaxx Butterfly era un psicópata de poca monta pero con mucha imaginación. Su cerebro actuaba con mucha eficiencia cuando se trataba de asesinar, lo cual le ocasionaba un éxtasis que no sentía con alguna otra clase de experiencia. Le fascinaba trazar una línea roja muy fina con un escalpelo a lo largo del cuerpo de sus víctimas mientras estaban vivas, le encantaba escuchar los gemidos de dolor ahogados por la mordaza que previamente colocaba en las bocas de sus desdichados mártires, le gustaba mutilar los dedos para después chupar la sangre, y se corría con intensidad cuando vaciaba las cuencas oculares mediante el práctico uso de una cuchara.

En ese momento tenía éxtasis.

En ese momento se disponía a asesinar a una persona.

Se trataba de una joven ingeniera que trabajaba en un centro de investigación para nuevas tecnologías militares. Aunque Jaxx no sabía nada sobre ciencias, tenía un conocimiento exacto sobre anatomía. Sabía que si cortaba con su bisturí en la zona aledaña a los pezones, podría infligir un dolor maravilloso.

La víctima se llamaba Martha Danielle, tenía veinticuatro años, una hermosa piel de ébano, ojos negros y se sentía muy afortunada por trabajar bajo la tutela del doctor Marcus Richardson, la mente maestra de la biomecánica contemporánea. Aquella mañana se despertó muy temprano, ilusionada por la noticia que había recibido la noche anterior: el proyecto común con el sector militar resultó ser un éxito y ello implicaba una maravillosa subvención a su departamento y un jugoso aumento de sueldo. Decidió que pasaría unas merecidas vacaciones en las Bahamas, tendría a un individuo fibroso y musculoso a su servicio para servir daiquirís mientras agitaba una palma color olivo, y muy posiblemente pasaría una noche loca al lado de algún turista rubio de cuyo nombre jamás se acordaría.

Ahora nada de eso importaba. Quería gritar, pero aquel sujeto de cabello desordenado y gris le había tapado la boca con un trapo sudoroso. Quería escapar, pero el enajenado con una cicatriz espantosa en la frente le había encadenado a una mesa. No podía hacer nada, ni siquiera tuvo ocasión de evitar aquel desastre.

La sala de calibraciones para equipos nanotecnológicos no era el sitio más concurrido en esas horas del día, pero debía acudir allí para buscar los anemómetros de ultrasonido, requeridos para las pruebas de validación de las yoctotermitas. Ignoraba cómo una persona extraña podría infiltrarse en un recinto tan seguro como la Oficina para Investigaciones Bélicas, pero lo cierto era que ese tipo sin cordura lo había hecho. Primero, le sorprendió por detrás con una barra metálica. Luego, le golpeó en el brazo, provocándole seguramente una fractura en el codo y un desmayo inmediato. Para cuando despertó, yacía sobre la mesa hexagonal donde se llevaban a cabo los procesos de milisoldadura para las tarjetas electrónicas de control. 

-Siento mucho hacer esto, Cenicienta- Dijo Jaxx con voz temblorosa –Pero alguien tiene que hacerlo. Tus hermanas han sido muy putas y ahora deben enfrentarse al castigo de la patata caliente ¿me entiendes, verdad?-.

Martha no entendía nada. Sólo sabía que iba a morir, si no hacía algo antes.

-¿Qué me estás diciendo? ¿Has regresado?- Preguntó el desequilibrado con cara de sorpresa -¡Estás de suerte, Cenicienta! ¡El Gato con Botas está aquí con nosotros! ¡Qué alegría!-.

Si, Jaxx. Estoy contigo. Tenemos que hablar.

-¿Hablar? ¿Por qué? ¿Qué he hecho ahora?- Chilló sin propósito y con gesto estúpido de clemencia.

No has hecho nada, Jaxx. Por el contrario. Debo felicitarte.

-¿Lo ves, Cenicienta? ¡El Gato con Botas me ha felicitado!-.

No cantes victoria porque todavía tienes trabajo que hacer ¿Lo entiendes?

-Lo comprendo perfectamente…-.

¡No! ¡No comprendes nada! ¡Lo sabes!

-¡No lo sé! ¡Sólo hago lo que me dices!- Exclamó Jaxx, colocándose en cuclillas y escondiendo su rostro tras las manos.

Pero te gusta hacer lo que te pido ¿no? ¡Reconócelo!

-Sí, sí, sí… ¡Sí!-.

¡Más fuerte! ¡No escucho!

-¡Me encanta!-.

Di que te excita.

-¡Me excita!-.

Bien. Muy bien. Es un comienzo, Jaxx. ¿Ves a la zorra de allí?

-La veo- Dijo, incorporándose y viendo con decisión a la indefensa chica.

Vamos a quitarle el útero a esa perra. No vamos a permitir que su prostitución se reproduzca en nuestro mundo perfecto.

Jaxx Butterfly alzó el bisturí por encima de su cabeza, dejando que el peligroso brillo de su filo se reflejara en los aterrados ojos de Martha Danielle.

La ingeniera, ignorante de quién era el Gato con Botas y del estado mental de su captor, en ese instante supo y aceptó que iba a morir.

domingo, 1 de septiembre de 2019

Éxodo: Capítulo I.3


Capítulo I.3

Marcus tomó la voluminosa mano metálica del militar autoritario con sus dedos pulgar e índice, la contempló con evidente desagrado y la retiró con repugnante delicadeza. Faraday asumió la reacción con un humor impropio, vociferando una sonora risa y rodeando a su potencial víctima con la barbilla levantada.

-Bueno, parece que usted no tendrá oportunidad alguna de correr, Richardson- Comentó Bill con sorna y con la mirada aparentemente extraviada –El trabajo que, en principio, debió haber llevado a cabo y expondrá hoy mismo, no le ofrece ninguna oportunidad de…-.

-No pienso fracasar, Faraday- Le retó Marcus, con decisión, para después dirigirse a un panel situado en un extremo de la mesa.

El panel en cuestión consistía en una placa de cristal sobre la cual se iluminaban una veintena de botones, que mediante sutiles toques permitía la entrada de órdenes y datos a un femtordenador de escaso espesor disimulado en un lateral de la placa. El ingeniero doctor extendió su brazo izquierdo haciendo gala de una paciencia irritable. Cada uno de los cinco dedos de su extremidad robótica se dividieron a su vez en dos más, tras un ruido sordo. Los diez dedos resultantes se desplazaron sobre la placa emitiendo una secuencia de comandos en cuestión de breves instantes.

El proceso finalizó tan rápido como fue iniciado y su efecto fue el único posible: una pantalla holográfica desplegó una imagen tridimensional perfecta y tan real, que parecía que el objeto que allí se mostraba se podía tocar e incluso manipular. Los detalles eran pulcros y exactos, los píxeles más difusos y nimios eran claros y, en resumen, el inexistente pero a la vez innegable objeto flotaba libremente sobre la mesa.

-Lo que usted ve aquí, es lo que yo he resuelto bautizar como yoctotermita- Explicó Marcus, inexpresivo pero con seriedad –No pretendo profundizar en descripciones técnicas así que iré directamente al grano-.

-Es de agradecer- Se burló Bill, antes de cruzar los brazos.

A los ojos de cualquier espectador ignorante, el objeto proyectado era análogo a un escarabajo asqueroso con amplio vientre, de color blanco, con una pareja de alas transparentes adornadas con mortecinos folículos. Marcus dejó que el obtuso militar dilucidara por breves instantes sobre el artefacto insectoide. Si quería promocionar y vender su producto, tendría que exagerar sobre sus virtudes y engrandecer sus talentos. No había ningún truco especial en eso. Bastaba con llevar dichas características al nivel siguiente: una fantasía tan absurda que pareciese real y verídica.

Para cumplir con semejante premisa, haría una demostración.

-La yoctotermita es, en esencia, un yoctorobot- Expuso Marcus, agitando suavemente su brazo humano –Su estructura exterior es muy ligera gracias a una aleación especial de polietileno, titanio, manganeso y aluminio. En total, existen diez millones de nanocircuitos distribuidos entre cuatro tarjetas de metacrilato. Cada tarjeta efectúa las funciones básicas de este dispositivo: devorar, masticar, digerir y reproducir-.

-No he venido para que me den clases de biología, Richardson-.

-Ni yo para dárselas, Faraday. Tenga paciencia- Dijo, ignorando la iracunda mirada del mostrenco individuo y pulsando un botón del panel, acción que apagó el proyector e inició la apertura de un ventanal rectangular muy ancho, a través del cual se podía distinguir la imagen de un vehículo desproporcionado y claramente bélico –Le presento a su flamante tanque RS–422, dotado de un cañón láser capaz de destruir la coraza de un buque nuclear, potentes ruedas que permiten el movimiento en cualquier terreno y una torreta capaz de rotar 360º mientras arroja bombas térmicas de racimo-.

-Conozco las prestaciones de mi unidad, Richardson. No necesito que me las recuerde-.

-Es preciso que lo haga. Más aún teniendo en cuenta que su ejército está a punto de perder cien millones-.

-¿Cómo dice?- Bill se levantó del mismo modo que lo haría un chico que acabara de sentarse sobre un manto de puntiagudas tachuelas   

-Si mal no recuerdo es el precio de su unidad, Faraday- Habló Marcus, satisfecho por haber captado toda la atención del militar. Estaba decidido a no cometer el mismo error de Hiroshi, así que debía emplear el lenguaje del dinero –Verá, dentro de su unidad he dispuesto de exactamente seiscientas yoctotermitas. A su vez, el tanque en cuestión se ha situado en el interior de una cámara blindada, por razones de seguridad que pronto entenderá-.

-¿Con qué propósito ha hecho eso, Richardson? Tiene setenta segundos para responder-.

-No necesito tanto tiempo- Contestó el científico, muy altivo, mientras mostraba un control remoto de dimensiones reducidas y con un único botón de color rojo –Mientras hablábamos sobre las prestaciones de su magnífico vehículo, he pulsado este botón reanimando a las seiscientas yoctotermitas en el proceso. Las yoctotermitas son insaciables, jamás se cansan de comer. Una vez que una de ellas devora y mastica una parte de su costoso tanque, se lleva a cabo un proceso de digestión que transcurre en un par de milisegundos. El resultado de esa digestión es una nueva yoctotermita y con estas dos, se producen enseguida otras dos. En otras palabras, mediante esta secuencia se origina una mitosis mecánica muy simple que, con el tiempo, termina destruyendo el objetivo, el cual es en este caso su espléndido tanque ¿me he explicado con claridad?-.

-No veo que…- Intentó decir Bill, pero lo que vio a través de la ventana le dejó sin habla.

Primero se inclinó la torreta antes de caer como un peso muerto en tres partes diferentes. En las ruedas, de acero macizo, empezaron a vislumbrarse pequeños boquetes cuyo irregular diámetro se veía incrementado con el tiempo. El cañón del tanque desaparecía a trozos y un chirrido atroz se dejó oír como paso previo al cataclismo de la unidad: la estructura del tanque se desplomó en el suelo. En apariencia, el pesado vehículo era víctima de una corrosión muy agresiva y agreste.

-¿Desea que continúe, Faraday?-.

-¿Qué… Qué ha hecho?- Una estúpida expresión de sorpresa se había manifestado en el rostro del militar, expresión que fue acompañada con un chillido infantil.
-¿Desea que continúe, Faraday?-.

-Párelo… ¡Párelo! ¡No dañe más mi tanque!-.

-Muy bien- Dijo Marcus, pulsando el botón rojo del control remoto –Las yoctotermitas están codificadas con una frecuencia a modo de contraseña que nadie, excepto yo, conoce- Se acercó a la mesa y dejó un envase de cristal, aparentemente vacío, a escasos centímetros del General Faraday –Cada una de ellas tiene dieciséis afilados colmillos de cinco nanómetros de longitud. En este frasco hay cinco de ellas, es decir, ochenta colmillos hambrientos de su carne y dispuestos a reproducirse  ¿Le gustaría probarlos?-.

-¿Qué insinúa?-.

-Lo que insinúo es muy evidente, Faraday ¿Tenemos o no tenemos trato?-.

La última vez que Bill Faraday se había sentido tan humillado y derrotado, había perdido a un batallón completo de fragatas tras el bombardeo acaecido en el Golfo de Tehuantepec.