Capítulo I.3
Marcus tomó la voluminosa mano metálica
del militar autoritario con sus dedos pulgar e índice, la contempló con evidente
desagrado y la retiró con repugnante delicadeza. Faraday asumió la reacción con
un humor impropio, vociferando una sonora risa y rodeando a su potencial
víctima con la barbilla levantada.
-Bueno, parece que usted no tendrá
oportunidad alguna de correr, Richardson- Comentó Bill con sorna y con la
mirada aparentemente extraviada –El trabajo que, en principio, debió haber
llevado a cabo y expondrá hoy mismo, no le ofrece ninguna oportunidad de…-.
-No pienso fracasar, Faraday- Le retó
Marcus, con decisión, para después dirigirse a un panel situado en un extremo
de la mesa.
El panel en cuestión consistía en una
placa de cristal sobre la cual se iluminaban una veintena de botones, que
mediante sutiles toques permitía la entrada de órdenes y datos a un
femtordenador de escaso espesor disimulado en un lateral de la placa. El ingeniero
doctor extendió su brazo izquierdo haciendo gala de una paciencia irritable.
Cada uno de los cinco dedos de su extremidad robótica se dividieron a su vez en
dos más, tras un ruido sordo. Los diez dedos resultantes se desplazaron sobre
la placa emitiendo una secuencia de comandos en cuestión de breves instantes.
El proceso finalizó tan rápido como fue
iniciado y su efecto fue el único posible: una pantalla holográfica desplegó
una imagen tridimensional perfecta y tan real, que parecía que el objeto que
allí se mostraba se podía tocar e incluso manipular. Los detalles eran pulcros
y exactos, los píxeles más difusos y nimios eran claros y, en resumen, el
inexistente pero a la vez innegable objeto flotaba libremente sobre la mesa.
-Lo que usted ve aquí, es lo que yo he
resuelto bautizar como yoctotermita- Explicó Marcus, inexpresivo pero con
seriedad –No pretendo profundizar en descripciones técnicas así que iré
directamente al grano-.
-Es de agradecer- Se burló Bill, antes de
cruzar los brazos.
A los ojos de cualquier espectador
ignorante, el objeto proyectado era análogo a un escarabajo asqueroso con
amplio vientre, de color blanco, con una pareja de alas transparentes adornadas
con mortecinos folículos. Marcus dejó que el obtuso militar dilucidara por
breves instantes sobre el artefacto insectoide. Si quería promocionar y vender
su producto, tendría que exagerar sobre sus virtudes y engrandecer sus
talentos. No había ningún truco especial en eso. Bastaba con llevar dichas
características al nivel siguiente: una fantasía tan absurda que pareciese real
y verídica.
Para cumplir con semejante premisa, haría
una demostración.
-La yoctotermita es, en esencia, un
yoctorobot- Expuso Marcus, agitando suavemente su brazo humano –Su estructura
exterior es muy ligera gracias a una aleación especial de polietileno, titanio,
manganeso y aluminio. En total, existen diez millones de nanocircuitos
distribuidos entre cuatro tarjetas de metacrilato. Cada tarjeta efectúa las
funciones básicas de este dispositivo: devorar, masticar, digerir y reproducir-.
-No he venido para que me den clases de
biología, Richardson-.
-Ni yo para dárselas, Faraday. Tenga
paciencia- Dijo, ignorando la iracunda mirada del mostrenco individuo y
pulsando un botón del panel, acción que apagó el proyector e inició la apertura
de un ventanal rectangular muy ancho, a través del cual se podía distinguir la
imagen de un vehículo desproporcionado y claramente bélico –Le presento a su
flamante tanque RS–422, dotado de un cañón láser capaz de destruir la coraza de
un buque nuclear, potentes ruedas que permiten el movimiento en cualquier
terreno y una torreta capaz de rotar 360º mientras arroja bombas térmicas de
racimo-.
-Conozco las prestaciones de mi unidad,
Richardson. No necesito que me las recuerde-.
-Es preciso que lo haga. Más aún teniendo
en cuenta que su ejército está a punto de perder cien millones-.
-¿Cómo dice?- Bill se levantó del mismo
modo que lo haría un chico que acabara de sentarse sobre un manto de
puntiagudas tachuelas
-Si mal no recuerdo es el precio de su
unidad, Faraday- Habló Marcus, satisfecho por haber captado toda la atención del
militar. Estaba decidido a no cometer el mismo error de Hiroshi, así que debía
emplear el lenguaje del dinero –Verá, dentro de su unidad he dispuesto de
exactamente seiscientas yoctotermitas. A su vez, el tanque en cuestión se ha
situado en el interior de una cámara blindada, por razones de seguridad que
pronto entenderá-.
-¿Con qué propósito ha hecho eso,
Richardson? Tiene setenta segundos para responder-.
-No necesito tanto tiempo- Contestó el
científico, muy altivo, mientras mostraba un control remoto de dimensiones
reducidas y con un único botón de color rojo –Mientras hablábamos sobre las
prestaciones de su magnífico vehículo, he pulsado este botón reanimando a las
seiscientas yoctotermitas en el proceso. Las yoctotermitas son insaciables,
jamás se cansan de comer. Una vez que una de ellas devora y mastica una parte
de su costoso tanque, se lleva a cabo un proceso de digestión que transcurre en
un par de milisegundos. El resultado de esa digestión es una nueva yoctotermita
y con estas dos, se producen enseguida otras dos. En otras palabras, mediante
esta secuencia se origina una mitosis mecánica muy simple que, con el tiempo,
termina destruyendo el objetivo, el cual es en este caso su espléndido tanque
¿me he explicado con claridad?-.
-No veo que…- Intentó decir Bill, pero lo
que vio a través de la ventana le dejó sin habla.
Primero se inclinó la torreta antes de
caer como un peso muerto en tres partes diferentes. En las ruedas, de acero
macizo, empezaron a vislumbrarse pequeños boquetes cuyo irregular diámetro se
veía incrementado con el tiempo. El cañón del tanque desaparecía a trozos y un
chirrido atroz se dejó oír como paso previo al cataclismo de la unidad: la
estructura del tanque se desplomó en el suelo. En apariencia, el pesado
vehículo era víctima de una corrosión muy agresiva y agreste.
-¿Desea que continúe, Faraday?-.
-¿Qué… Qué ha hecho?- Una estúpida
expresión de sorpresa se había manifestado en el rostro del militar, expresión
que fue acompañada con un chillido infantil.
-¿Desea que continúe, Faraday?-.
-Párelo… ¡Párelo! ¡No dañe más mi tanque!-.
-Muy bien- Dijo Marcus, pulsando el botón
rojo del control remoto –Las yoctotermitas están codificadas con una frecuencia
a modo de contraseña que nadie, excepto yo, conoce- Se acercó a la mesa y dejó
un envase de cristal, aparentemente vacío, a escasos centímetros del General
Faraday –Cada una de ellas tiene dieciséis afilados colmillos de cinco
nanómetros de longitud. En este frasco hay cinco de ellas, es decir, ochenta
colmillos hambrientos de su carne y dispuestos a reproducirse ¿Le gustaría probarlos?-.
-¿Qué insinúa?-.
-Lo que insinúo es muy evidente, Faraday
¿Tenemos o no tenemos trato?-.
La última vez que Bill Faraday se había
sentido tan humillado y derrotado, había perdido a un batallón completo de
fragatas tras el bombardeo acaecido en el Golfo de Tehuantepec.
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