domingo, 6 de septiembre de 2020

Infiltración. Primera parte: Initium

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Once segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Once segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Diez segundos. 

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Nueve segundos.

Tambor fuera. Casquillos fuera. Recargar. Tambor dentro.

Nueve segundos.

Seguía siendo lento. 

El dolor seguía allí aunque era cierto que ya había pasado la peor parte, tras unos días a base analgésicos. Elizabeth me había hecho los primeros auxilios a tiempo. No me detuve a pensar durante mucho tiempo lo que hubiese pasado en caso de no tratar a tiempo la lesión.

Descubrí que me costaba desenfundar el revólver con la rapidez acostumbrada a causa de la costilla rota, con lo cual debía entrenar en las maniobras habituales durante un tiroteo. La recarga era la maniobra más lenta, pero afortunadamente con el cargador rápido podía introducir todas las balas en el interior del tambor en un solo movimiento. 

Confiaba en que esa rapidez pudiese compensar mis deficiencias actuales. Por si fuera poco, si en efecto ese personaje aún seguía en esa dirección, desconocía cuál sería el número de matones que tendría a su cargo. Por lo tanto, era esperable un escenario catastrófico.

Liz había mejorado bastante esos días. Adoptaba su postura de forma casi natural y tiraba del gatillo en el momento exacto, cuando los brazos y las muñecas no se movían.

Pero yo seguía en los nefastos nueve segundos. 

Me sentiría más seguro si lo reducía en dos más. En un tiroteo dos segundos marcaban la diferencia entre acertar primero y morir después.

Liz seguía acertando en las botellas de cristal, una tras otra. 

Cuando se detuvo a recargar la abracé desde atrás.

-¿Cómo estás?- Me preguntó suavemente. 

-Admirándote, sin más-.

-Tonto, pregunto por lo otro-. 

-Ya se me ha pasado- Le besé el cuello.

-No me mientas-. 

Me erguí en toda mi estatura y estiré el brazo, tras un bostezo fingido para ocultar la molestia.

-¿Qué crees que pasará?-. 

-No lo sé. Lo sabremos cuando lleguemos- Respondí, disimulando el miedo que sentía por perderla -Quizás no encontremos nada y deberemos empezar otra vez-.

Recogimos nuestras cosas y comenzamos el regreso a la comunidad. Cuando estábamos a punto de llegar, nos encontramos con la Víbora. 

-¿Os vais ahora?-.

-Luego de reponer munición en la armería- Contesté. 

-Os acompañaremos. ¿Qué piensas hacer si es una pista falsa?-.

-Volver a investigar- Me encogí de hombros.

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Las calles de esa putrefacta ciudad eran una vorágine a cualquier hora y aquellos momentos de la noche no eran la excepción. Se necesitaba de un vehículo prestado y que mejor sitio para pedirlo que el parking de un centro de comercio abierto las veinticuatro horas. Con mi prótesis mecánica rompí el cristal de la ventana del conductor en un furgón. Ponerlo en marcha no fue difícil. En los días previos había estudiado la dirección proporcionada, tras consultar los mapas de la ciudad. Había una ruta directa y otra más discreta. Opté por la segunda, aunque más lenta. Llevaba hacia un polígono o zona industrial localizada en las afueras.

Descendimos de la furgoneta prestada y subimos por una ladera aledaña a un laberinto de edificios en funcionamiento. La dirección se corresponda con una empresa, más concretamente, con una estación de bombeo. Tras ascender por la ladera, nos arrastramos por la última parte hasta llegar a la cima.

-¿Qué vamos a hacer ahora?- Preguntó alguien. 

-Por el momento sólo mirar- Respondí en voz baja.

Tras una rejilla, se observaba un ritmo vertiginoso de trabajo. Por un portón, entraban y salían constantemente camiones con cisternas. Resultaba contradictorio que los camiones ingresaran a la estación repletos, a tenor de la descarga que estaban haciendo con diligencia un grupo de operarios. La operación era muy sencilla. El camión se detenía alrededor de una red de tuberías, un obrero conectaba una manguera de gran diámetro y seguidamente empezaba el trasvase hacia la estación, no desde la estación.

Finalmente, los camiones estaban vacíos cuando abandonaban el recinto. Eso no encajaba con el funcionamiento normal de una empresa de distribución de agua. Debía ser al revés. 

Tampoco encajaban las decenas de guardias armados.

Por si fuera poco, aeronaves con doble hélice hacían lo mismo. Aterrizaban en una improvisada pista y descargaban el contenido de sus depósitos hacia las tuberías. Al terminar, despegaban, perdiéndose en el cielo nublado, taciturno y gris. 

-Bajemos-.

-¿Cómo entraremos?- Preguntó ese mismo alguien. 

-Por el portón- Respondí.

Aparcar el furgón prestado a un kilómetro de la estación de bombeo y en mitad de la carretera fue lo más sencillo. No hubo que esperar mucho para que apareciera un camión cargado. Tras frenar abruptamente, comenzó a tocar la bocina. 

Subí las escaleras del camión y le propiné un puñetazo al conductor. Dormiría durante un rato. La cabina era amplia y tenía camarote, con el espacio suficiente para esconder al resto. Le pedí a la Víbora que condujese.

En el portón la seguridad un obtuso sujeto se limitaba a pedir un albarán. El guardia lo exigió sin saludar e inspeccionó el número de matrícula que figuraba en el documento. Devolvió el albarán y ordenó el paso.

Los camiones debían hacer una fila y esperar su turno para liberar la carga. Me pasé al asiento del copiloto y noté el fuerte olor a combustible que impregnaba toda la zona.

Abrí la puerta de la cabina por mi lado y bajé, ocultando los revólveres bajo la gabardina. Comencé a caminar y me oculté en la parte trasera del camión que teníamos adelante. En la fila no había mucha vigilancia. Sólo un solitario guardia haciendo revista de cada automotor. Cuando llegó el turno del nuestro, le sorprendí por detrás, tapándole la boca con mi mano mecánica y ejerciendo presión en su cuello con mi brazo.

-¿Qué tramáis aquí?-. 

El guardia intentó zafarse. Ejercí más presión y mi costilla rota se quejó.

Él no iba a ceder en su voluntad. La unión entre su cabeza y lo que completaba su cuerpo sí lo hizo en cambio. 

Liz y el resto ya habían descendido del camión, moviéndose sigilosamente.

-Creo que tiene tu talla, Víbora- Susurré, señalando el uniforme del guardia. 

-¿Ahora qué?- Elizabeth miraba hacia la fila. Aún teníamos cuatro camiones por delante.

-Parece que están tramando algo con el combustible. Por lo pronto, vamos a impedir que sigan haciendo eso-. 

Una aeronave pasó sobre nuestras cabezas. Estaba a punto de tomar contacto con tierra.

-Debemos dividirnos. Hay que sabotear el hangar y esta hilera de camiones- Proseguí.

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