lunes, 6 de enero de 2020

Éxodo: Capítulo III.3


Capítulo III.3

El baño de agua fría despertó al Digno Pastor Ignatius II. Luego de rezongar y ahogarse con el líquido, abrió los ojos tan solo para darse cuenta de su precaria situación. Estaba en el salón principal de su mansión, completamente desnudo, con las piernas y brazos atados y enganchados con cadenas de fuerte acero.

-¿Con quién has hablado, Ignatius?- Preguntó a su izquierda una voz calmada y gélida.

-¡Esto les costará caro!- Bramó el clérigo -¿Saben quién soy? Me llamo…-.

La enorme espalda del sacerdote fue el objetivo de un objeto punzante y caliente que le quemó la piel y le produjo un dolor indescriptible. El apresado sólo pudo graznar por el dolor y desear estúpidamente que todo se tratara de una pesadilla.

-¿Con quién has hablado, Ignatius?- Volvió a interrogar la misma voz, sin atisbo de duda –Sabemos lo que has hecho y lo que representas, así que no lo hagas más difícil de lo que realmente es-.

-¡Soy un Pastor! ¡Hablo con mucha gente!-.

-Además de un charlatán, eres también un usurero, y ciertamente hablas con muchas personas, pero últimamente te has reunido con alguien muy… especial ¿cierto?-.

-No sé de qué hablas, yo…-.

El dueño de la voz le incrustó una pesada bota a la altura de los testículos. El Pastor vio un arco iris de todos los colores.

-Vamos, Ignatius. Si cooperas, puede que te ayudemos a escapar. Podrías vivir el resto de tu vida en una de las urbes oceánicas de la Tierra, predicando las estupideces que dices habitualmente. De lo contrario, personalmente te arrojaré en una cápsula con destino a la corteza terrestre y ya sabes lo que se dice de la plaga gris ¿lo comprendes?-.

El clérigo asintió rápidamente.

-Perfecto. Ya que nos hemos compenetrado, responde a mi pregunta-.

-Hace dos semanas me he reunido con el Alcalde Jonas Cárter y…-.

El pellizco en el pezón izquierdo le hizo llorar.

-No, Ignatius. Muy mal. Pensé que nos estábamos entendiendo, pero veo que no es así. No te he preguntado por tus frecuentes reuniones con las autoridades gubernamentales. Déjame refrescarte la memoria por si se te ha olvidado. Según nuestra información, te has reunido tres veces en el último año con contrabandistas neosicilianos ¿verdad que no me equivoco?-.

Ignatius, avergonzado, descendió la mirada.

-De acuerdo a lo poco que sabemos, tenemos entendido que querías asesinar a Laura O’Riley ¿por qué?-.

-Ella es una aberración y una cultivadora del pecado, ella…-.

-No, estimado amigo. No es así- Cortó secamente la voz, sin aumentar su tono –Ésa es tu tonta excusa, pero lo cierto es que deseabas su muerte por el descubrimiento que ella ha hecho- El dueño de la voz caminó con parsimonia por la estancia, antes de sentarse cómodamente en un sillón –La realidad es que ese descubrimiento podría cambiar la perspectiva sobre la situación actual de la humanidad y, por ende, tu economía ¿cómo crees que reaccionarían tus creyentes ante tal descubrimiento?-.

-No hago nada malo, sólo cobro por mi trabajo…-.

-¿Tu trabajas? No me hagas reír apreciado compañero. Lo que tú haces es una estafa al buen sentido común-.

-¿Qué harás conmigo?-.

-¿Yo? Nada. Hemos arrestado a los sicarios que habías contratado, así que ya está todo hecho-.

El hombre se acercó al tiempo que ensanchaba su sonrisa. Desató las cadenas que oprimían las muñecas y tobillos del sacerdote, para después aventarle a la cara una sábana blanca.

-Por cierto, Ignatius- Dijo el sujeto desde el marco de una puerta que conducía hacia el tubo antigravitacional –Mientras conversábamos, uno de mis subordinados filtró a los medios de comunicación y a la policía un vídeo en el que ultrajabas en esta casa a un joven-.

-¿Qué dices? ¡Yo no he hecho eso!-.

-Es la única verdad que has dicho, pero nuestra tecnología nos permite hacer montajes muy convincentes. Mucho más convincentes que las mentiras que sueles proclamar en tus apariciones públicas- El sujeto hizo una pausa y, sin ocultar que disfrutaba del momento, le espetó: –Espero que tengas suerte-.

El Digno Pastor Ignatius II quiso decir algo, pero las palabras se atragantaron en su torpe boca. Simplemente se limitó a permanecer parado con expresión estúpida mientras los minutos pasaban. ¿Qué debía hacer? ¿Quién podría ayudarle? ¿Cómo podía zafarse de tan falsa acusación? No lo sabía. De hecho, tenía un total desconocimiento sobre sus actos más inmediatos.

Desde hacía dos décadas exactas, ostentaba el poder absoluto de la Iglesia del Nuevo Universo. Comenzó como un presbítero a la corta edad de los dieciséis años y, bajo la tutela de su predecesor el Digno Pastor Cosmé I, ascendió escalafones en la complicada estructura jerárquica de la institución religiosa. Por tanto tenía muchos amigos de alta alcurnia y, principalmente, dinero. El dinero compraba voluntades y verdades. Quizás podría sobornar a funcionarios de aduana, escapar a la Tierra y desde allí limpiar su honesta, hierática, sacrosanta y santificada reputación.

El ruido de una trifulca cercana le sacó de la abstracción de sus insulsos pensamientos. De súbito, un estruendo se dejó escuchar en el exterior de su residencia. El escándalo fue seguido por gritos, golpes en las puertas y ventanas, e insultos de una turba enaltecida. Alguien rompió el cristal de un vitral y por el improvisado acceso, ingresaron decenas de personas armadas con palos, navajas y botellas.

-¡Éste es el pederasta!- Exclamó uno de los manifestantes.

-¡Quememos su casa! ¡Es un hipócrita!- Dijo otro.

Ignatius balbuceó toda clase de disculpas, pero fue en vano. Un agresor le golpeó con un barrote de acero en las rodillas que le hizo trastabillar, otro le propinó patadas a la altura de las costillas, y la lluvia de golpes no se hizo esperar.
 
Los discursos farsantes se volvieron en contra del Pastor. La turba que antes le veneraba ahora dirigía un odio visceral manifestado en forma de linchamiento.

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