Capítulo III.3
El baño de agua fría despertó al Digno
Pastor Ignatius II. Luego de rezongar y ahogarse con el líquido, abrió los ojos
tan solo para darse cuenta de su precaria situación. Estaba en el salón
principal de su mansión, completamente desnudo, con las piernas y brazos atados
y enganchados con cadenas de fuerte acero.
-¿Con quién has hablado, Ignatius?-
Preguntó a su izquierda una voz calmada y gélida.
-¡Esto les costará caro!- Bramó el clérigo
-¿Saben quién soy? Me llamo…-.
La enorme espalda del sacerdote fue el
objetivo de un objeto punzante y caliente que le quemó la piel y le produjo un
dolor indescriptible. El apresado sólo pudo graznar por el dolor y desear
estúpidamente que todo se tratara de una pesadilla.
-¿Con quién has hablado, Ignatius?- Volvió
a interrogar la misma voz, sin atisbo de duda –Sabemos lo que has hecho y lo
que representas, así que no lo hagas más difícil de lo que realmente es-.
-¡Soy un Pastor! ¡Hablo con mucha gente!-.
-Además de un charlatán, eres también un
usurero, y ciertamente hablas con muchas personas, pero últimamente te has
reunido con alguien muy… especial ¿cierto?-.
-No sé de qué hablas, yo…-.
El dueño de la voz le incrustó una pesada
bota a la altura de los testículos. El Pastor vio un arco iris de todos los
colores.
-Vamos, Ignatius. Si cooperas, puede que
te ayudemos a escapar. Podrías vivir el resto de tu vida en una de las urbes
oceánicas de la Tierra, predicando las estupideces que dices habitualmente. De
lo contrario, personalmente te arrojaré en una cápsula con destino a la corteza
terrestre y ya sabes lo que se dice de la plaga gris ¿lo comprendes?-.
El clérigo asintió rápidamente.
-Perfecto. Ya que nos hemos compenetrado,
responde a mi pregunta-.
-Hace dos semanas me he reunido con el
Alcalde Jonas Cárter y…-.
El pellizco en el pezón izquierdo le hizo
llorar.
-No, Ignatius. Muy mal. Pensé que nos
estábamos entendiendo, pero veo que no es así. No te he preguntado por tus
frecuentes reuniones con las autoridades gubernamentales. Déjame refrescarte la
memoria por si se te ha olvidado. Según nuestra información, te has reunido tres
veces en el último año con contrabandistas neosicilianos ¿verdad que no me
equivoco?-.
Ignatius, avergonzado, descendió la
mirada.
-De acuerdo a lo poco que sabemos, tenemos
entendido que querías asesinar a Laura O’Riley ¿por qué?-.
-Ella es una aberración y una cultivadora
del pecado, ella…-.
-No, estimado amigo. No es así- Cortó
secamente la voz, sin aumentar su tono –Ésa es tu tonta excusa, pero lo cierto
es que deseabas su muerte por el descubrimiento que ella ha hecho- El dueño de
la voz caminó con parsimonia por la estancia, antes de sentarse cómodamente en
un sillón –La realidad es que ese descubrimiento podría cambiar la perspectiva
sobre la situación actual de la humanidad y, por ende, tu economía ¿cómo crees
que reaccionarían tus creyentes ante tal descubrimiento?-.
-No hago nada malo, sólo cobro por mi
trabajo…-.
-¿Tu trabajas? No me hagas reír apreciado
compañero. Lo que tú haces es una estafa al buen sentido común-.
-¿Qué harás conmigo?-.
-¿Yo? Nada. Hemos arrestado a los sicarios
que habías contratado, así que ya está todo hecho-.
El hombre se acercó al tiempo que
ensanchaba su sonrisa. Desató las cadenas que oprimían las muñecas y tobillos
del sacerdote, para después aventarle a la cara una sábana blanca.
-Por cierto, Ignatius- Dijo el sujeto
desde el marco de una puerta que conducía hacia el tubo antigravitacional
–Mientras conversábamos, uno de mis subordinados filtró a los medios de
comunicación y a la policía un vídeo en el que ultrajabas en esta casa a un
joven-.
-¿Qué dices? ¡Yo no he hecho eso!-.
-Es la única verdad que has dicho, pero
nuestra tecnología nos permite hacer montajes muy convincentes. Mucho más
convincentes que las mentiras que sueles proclamar en tus apariciones públicas-
El sujeto hizo una pausa y, sin ocultar que disfrutaba del momento, le espetó:
–Espero que tengas suerte-.
El Digno Pastor Ignatius II quiso decir
algo, pero las palabras se atragantaron en su torpe boca. Simplemente se limitó
a permanecer parado con expresión estúpida mientras los minutos pasaban. ¿Qué
debía hacer? ¿Quién podría ayudarle? ¿Cómo podía zafarse de tan falsa
acusación? No lo sabía. De hecho, tenía un total desconocimiento sobre sus
actos más inmediatos.
Desde hacía dos décadas exactas, ostentaba
el poder absoluto de la Iglesia del Nuevo Universo. Comenzó como un presbítero
a la corta edad de los dieciséis años y, bajo la tutela de su predecesor el
Digno Pastor Cosmé I, ascendió escalafones en la complicada estructura
jerárquica de la institución religiosa. Por tanto tenía muchos amigos de alta
alcurnia y, principalmente, dinero. El dinero compraba voluntades y verdades.
Quizás podría sobornar a funcionarios de aduana, escapar a la Tierra y desde
allí limpiar su honesta, hierática, sacrosanta y santificada reputación.
El ruido de una trifulca cercana le sacó
de la abstracción de sus insulsos pensamientos. De súbito, un estruendo se dejó
escuchar en el exterior de su residencia. El escándalo fue seguido por gritos,
golpes en las puertas y ventanas, e insultos de una turba enaltecida. Alguien
rompió el cristal de un vitral y por el improvisado acceso, ingresaron decenas
de personas armadas con palos, navajas y botellas.
-¡Éste es el pederasta!- Exclamó uno de
los manifestantes.
-¡Quememos su casa! ¡Es un hipócrita!-
Dijo otro.
Ignatius balbuceó toda clase de disculpas,
pero fue en vano. Un agresor le golpeó con un barrote de acero en las rodillas
que le hizo trastabillar, otro le propinó patadas a la altura de las costillas,
y la lluvia de golpes no se hizo esperar.
Los discursos farsantes se volvieron en
contra del Pastor. La turba que antes le veneraba ahora dirigía un odio
visceral manifestado en forma de linchamiento.
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