viernes, 7 de febrero de 2020

Éxodo: Capítulo III.6


Capítulo III.6

Desde la perspectiva del galeón espacial, los anillos de Saturno eran más majestuosos que las vistas que ofrecían las holografías hechas por antiguos satélites no tripulados.

Laura permanecía recostada sobre dos cómodas almohadas, mientras contemplaba tal maravilla y revisaba sus últimos apuntes. En los últimos cinco meses había tenido escasos momentos de sosiego y ése era uno de ellos. Su rutina empezaba muy temprano. Concretamente, a las seis de la mañana según el horario terrestre estándar. Luego de un desayuno, se reunía con los miembros de su equipo a repasar una y otra vez los resultados de sus investigaciones, tiempo que era interrumpido por Randall y Giovanni para las lecciones de autodefensa y manejo de armas.

Randall Moynier era muy estricto. Obligaba al personal científico a correr durante una hora, les obligaba a disparar con fusiles de asalto a una diana y, si algún pobre infeliz erraba el tiro, todo el grupo tenía que hacer quince flexiones sin rechistar.

Laura había hecho muchas flexiones durante las primeras clases.

Giovanni, por el contrario, era más dócil sin dejar de ser enérgico. Laura desconocía que él era experto en artes marciales. Cuando Moynier acababa con la humanidad de sus aprendices, el capitán navegante entraba en acción. Les enseñó llaves de judo, maniobras de karate y golpes de boxeo. Laura no estaba tan segura de que todo aquello podría ser útil pero, al menos, le mantenía en forma.

Al culminar tal paliza, Laura y sus colegas científicos se aseaban, tomaban el almuerzo en la más completa soledad y, seguidamente, volvían a sus estudios hasta la hora de dormir. Uno de los aspectos más positivos de semejante rutina consistía en que no veía con frecuencia a Larry y a la sacerdotisa.

Alguien llamó a su puerta. Laura conocía su voz y se alegró de escucharla.

-Buenas noches- Dijo Van der Meer –Espero no interrumpir-.

-Para nada- Contestó ella, con un ligero rubor en las mejillas.

Giovanni estaba particularmente encantador con su uniforme de capitán navegante, su dorado cabello, sus botas de charol y su gorro color cobrizo. Durante el viaje, Laura había encontrado en él a un caballero de los cuentos de hadas narrados en la vieja Tierra.

-Muy bonito ¿no?- Comentó Giovanni con la mirada puesta en los anillos –Me preguntaba si tenías tiempo de tomar algo conmigo-.

-Claro- Respondió ella, casi sin pensar.

El navegante venía preparado con dos copas esbeltas y una botella. Sirvió el contenido con destreza y rapidez.

-Me gusta mucho el coñac. Es una bebida compleja de encontrar y comprar, pero para un comerciante como yo, hay caprichos que son irresistibles-.

Laura probó un sorbo y lo encontró amargo, pero agradable.

-Estamos muy cerca de Ganímedes- Habló Van der Meer, luego de degustar el líquido y secarse los labios con un pañuelo de seda blanca.

-Pareces preocupado-.

-Las sondas que hemos enviado no han regresado y sólo una ha transmitido una imagen de novecientos milisegundos de duración-.

-¿Qué habéis visto en la imagen?-.

-Nada. Sólo una negrura absoluta. Cuéntame un poco más sobre tu descubrimiento-.

Laura le había revelado muy pocos detalles, dado el carácter de confidencialidad que adquirió con la Agencia Aeroespacial al momento de firmar su contrato de trabajo. Con Giovanni hizo una excepción muy limitada, aunque decidió en ese momento ampliarla.
-Verás, Selena se ha edificado sobre el satélite lunar de la Tierra. Es un hecho fehaciente que la Luna se formó tras el impacto de un cuerpo planetario del tamaño de Marte contra lo que era aún una Tierra primitiva, así que de algún modo, la humanidad todavía se encuentra atada y confinada al cordón umbilical de lo que es nuestro planeta de origen-.

Laura no se percató de que había acabado con su copa. Tampoco se dio cuenta de cuándo Giovanni la volvió a llenar.

-He leído todos los apuntes y libros que escribió mi antepasado, Jensen O’Riley. Según sus investigaciones, pude conocer y comprobar que Ganímedes está constituida por enormes masas de agua. Motivada por esa aseveración, me propuse estudiar todos los emplazamientos posibles, susceptibles a una eventual colonización-.

-¿Y Ganímedes es uno de esos emplazamientos?-.

-No lo sé. Lo único que puedo afirmar con certeza es lo que allí he encontrado… La Agencia posee un potente emisor de señales, aunque eso seguro ya lo sabes…- Las palabras salían de forma atropellada de los labios de Laura. No sabía si era por el alcohol o por la excitación de relatar su trabajo –Durante dos años transferí ondas y pulsos magnéticos a todos los confines del universo. Si existía el planeta que buscaba, tenía la certeza de encontrarlo gracias a esos pulsos… Pero…-.

-¿Pero?- Giovanni quiso llenar la copa con coñac, pero la científica ladeó la cabeza.

-Lo único que recibí fue un mensaje… Un mensaje que, en principio, nos desconcertó. No sabíamos su origen ni tampoco pudimos entenderlo… Hasta que uno de mis colegas dio con el resultado… Se trataba de un texto cifrado en Código Morse…-.

-¿Código Morse?- El navegante frunció el ceño –Es un sistema de cifrado de la antigua Tierra y está en desuso-.

-Sí-.

-¿Y qué decía ese mensaje?-.

-Venid a Ganímedes… Os estamos esperando…-.

Giovanni estaba atónito ante tanta información. ¿Era posible que una civilización humana se hubiese asentado en las proximidades de Júpiter? ¿Existía la probabilidad de que esa sociedad tuviese un origen no humano? Decididamente, no tenía respuesta a ninguna de esas preguntas, ni tampoco tenía constancia de que una expedición tripulada desde la Tierra o desde Selena haya llegado tan lejos.

Laura se había dormido en su cama. El capitán navegante no pudo evitar maravillarse ante su cabellera roja, sus pechos llenos y su rostro adormecido. Le cubrió con una manta y le dejó un suave beso en la frente.

Sería el primero de muchos.

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