Capítulo III.6
Desde la perspectiva del galeón espacial,
los anillos de Saturno eran más majestuosos que las vistas que ofrecían las
holografías hechas por antiguos satélites no tripulados.
Laura permanecía recostada sobre dos
cómodas almohadas, mientras contemplaba tal maravilla y revisaba sus últimos
apuntes. En los últimos cinco meses había tenido escasos momentos de sosiego y
ése era uno de ellos. Su rutina empezaba muy temprano. Concretamente, a las
seis de la mañana según el horario terrestre estándar. Luego de un desayuno, se
reunía con los miembros de su equipo a repasar una y otra vez los resultados de
sus investigaciones, tiempo que era interrumpido por Randall y Giovanni para
las lecciones de autodefensa y manejo de armas.
Randall Moynier era muy estricto. Obligaba
al personal científico a correr durante una hora, les obligaba a disparar con
fusiles de asalto a una diana y, si algún pobre infeliz erraba el tiro, todo el
grupo tenía que hacer quince flexiones sin rechistar.
Laura había hecho muchas flexiones durante
las primeras clases.
Giovanni, por el contrario, era más dócil
sin dejar de ser enérgico. Laura desconocía que él era experto en artes
marciales. Cuando Moynier acababa con la humanidad de sus aprendices, el
capitán navegante entraba en acción. Les enseñó llaves de judo, maniobras de
karate y golpes de boxeo. Laura no estaba tan segura de que todo aquello podría
ser útil pero, al menos, le mantenía en forma.
Al culminar tal paliza, Laura y sus
colegas científicos se aseaban, tomaban el almuerzo en la más completa soledad
y, seguidamente, volvían a sus estudios hasta la hora de dormir. Uno de los
aspectos más positivos de semejante rutina consistía en que no veía con frecuencia
a Larry y a la sacerdotisa.
Alguien llamó a su puerta. Laura conocía
su voz y se alegró de escucharla.
-Buenas noches- Dijo Van der Meer –Espero
no interrumpir-.
-Para nada- Contestó ella, con un ligero
rubor en las mejillas.
Giovanni estaba particularmente encantador
con su uniforme de capitán navegante, su dorado cabello, sus botas de charol y
su gorro color cobrizo. Durante el viaje, Laura había encontrado en él a un
caballero de los cuentos de hadas narrados en la vieja Tierra.
-Muy bonito ¿no?- Comentó Giovanni con la
mirada puesta en los anillos –Me preguntaba si tenías tiempo de tomar algo
conmigo-.
-Claro- Respondió ella, casi sin pensar.
El navegante venía preparado con dos copas
esbeltas y una botella. Sirvió el contenido con destreza y rapidez.
-Me gusta mucho el coñac. Es una bebida
compleja de encontrar y comprar, pero para un comerciante como yo, hay
caprichos que son irresistibles-.
Laura probó un sorbo y lo encontró amargo,
pero agradable.
-Estamos muy cerca de Ganímedes- Habló Van
der Meer, luego de degustar el líquido y secarse los labios con un pañuelo de
seda blanca.
-Pareces preocupado-.
-Las sondas que hemos enviado no han
regresado y sólo una ha transmitido una imagen de novecientos milisegundos de
duración-.
-¿Qué habéis visto en la imagen?-.
-Nada. Sólo una negrura absoluta. Cuéntame
un poco más sobre tu descubrimiento-.
Laura le había revelado muy pocos
detalles, dado el carácter de confidencialidad que adquirió con la Agencia
Aeroespacial al momento de firmar su contrato de trabajo. Con Giovanni hizo una
excepción muy limitada, aunque decidió en ese momento ampliarla.
-Verás, Selena se ha edificado sobre el
satélite lunar de la Tierra. Es un hecho fehaciente que la Luna se formó tras
el impacto de un cuerpo planetario del
tamaño de Marte contra lo que era aún una Tierra primitiva, así que de
algún modo, la humanidad todavía se encuentra atada y confinada al cordón
umbilical de lo que es nuestro planeta de origen-.
Laura no se percató de que había acabado
con su copa. Tampoco se dio cuenta de cuándo Giovanni la volvió a llenar.
-He leído todos los apuntes y libros que
escribió mi antepasado, Jensen O’Riley. Según sus investigaciones, pude conocer
y comprobar que Ganímedes está constituida por enormes masas de agua. Motivada
por esa aseveración, me propuse estudiar todos los emplazamientos posibles,
susceptibles a una eventual colonización-.
-¿Y Ganímedes es uno de esos
emplazamientos?-.
-No lo sé. Lo único que puedo afirmar con
certeza es lo que allí he encontrado… La Agencia posee un potente emisor de
señales, aunque eso seguro ya lo sabes…- Las palabras salían de forma
atropellada de los labios de Laura. No sabía si era por el alcohol o por la
excitación de relatar su trabajo –Durante dos años transferí ondas y pulsos
magnéticos a todos los confines del universo. Si existía el planeta que
buscaba, tenía la certeza de encontrarlo gracias a esos pulsos… Pero…-.
-¿Pero?- Giovanni quiso llenar la copa con
coñac, pero la científica ladeó la cabeza.
-Lo único que recibí fue un mensaje… Un
mensaje que, en principio, nos desconcertó. No sabíamos su origen ni tampoco
pudimos entenderlo… Hasta que uno de mis colegas dio con el resultado… Se
trataba de un texto cifrado en Código Morse…-.
-¿Código Morse?- El navegante frunció el
ceño –Es un sistema de cifrado de la antigua Tierra y está en desuso-.
-Sí-.
-¿Y qué decía ese mensaje?-.
-Venid a Ganímedes… Os estamos
esperando…-.
Giovanni estaba atónito ante tanta información.
¿Era posible que una civilización humana se hubiese asentado en las
proximidades de Júpiter? ¿Existía la probabilidad de que esa sociedad tuviese
un origen no humano? Decididamente, no tenía respuesta a ninguna de esas
preguntas, ni tampoco tenía constancia de que una expedición tripulada desde la
Tierra o desde Selena haya llegado tan lejos.
Laura se había dormido en su cama. El
capitán navegante no pudo evitar maravillarse ante su cabellera roja, sus
pechos llenos y su rostro adormecido. Le cubrió con una manta y le dejó un
suave beso en la frente.
Sería el primero de muchos.
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