domingo, 16 de febrero de 2020

Éxodo: Capítulo III.7


Capítulo III.7

El suelo de Sombra de Deimos vibró con fuerte agitación durante la séptima mañana del sexto mes de viaje. Cuando Laura pudo llegar al puente de mando, observó un caos impropio y un nerviosismo creciente. Randall Moynier ordenaba la puesta a punto de los misiles nucleares, una docena de técnicos manipulaban con rapidez las pantallas audiovisuales y Giovanni no dejaba de contemplar el panorama que le mostraba el gran y amplio cristal del puente.

En medio de la negrura del espacio y con Júpiter en el fondo, una enorme nave ovalada y blanca se cernía amenazadora.

-¿Qué ha pasado?- Preguntó Larry con frialdad. Laura no le había visto llegar.

-Ha aparecido hace diez minutos. Nuestros radares no la han detectado-.

-Que la Deidad nos ayude en estos momentos- Declaró la Digna Pastora Judith, con una reverencia ostentosa.

-La Deidad no nos ayudará si no nos ponemos en marcha- Replicó Giovanni, molesto y ofuscado –Laura ¿tenías conocimiento de esto?-.

-No, yo…-.

-No me mientas. Lo sabré si lo haces-.

-Es la verdad…-

-Moynier, prepare a su equipo táctico y aliste a sus deslizadores- No esperó respuesta del militar –Hasta los momentos no han hecho una declaración formal de hostilidad, así que no estoy en situación de informaros si atacarán-.

-No podemos atacar. No nos han agredido- Dijo Laura.

-¿Y si lo hacen? ¿Y si pretenden destruirnos?- Intervino Larry con mirada turbia.

-En ese caso, golpearemos primero y con contundencia- Contestó Giovanni.

El silencio de los minutos siguientes fue muy tenso e inquietante. Randall aferraba con fuerza la barandilla de su puesto, Giovanni no parpadeaba y permanecía inmutable, Larry no mostraba atisbo de sentimiento alguno y la sacerdotisa no paraba de murmurar oraciones ininteligibles.

Repentinamente, todas las pantallas del puente de mando se tornaron color naranja y una música rápida comenzó a sonar por todos los altavoces del galeón espacial. Ante el repentino desconcierto de Randall, Giovanni pidió un informe inmediato.

-¡Han entrado en nuestro sistema, capitán!- Gritó un técnico –Todos los ordenadores han sido inutilizados-.

-Esa melodía…- Musitó Larry, absorto –La conozco…-.

-¿Cuál melodía?- Preguntó Van der Meer, toscamente.

-Es una composición clásica de la vieja Tierra. Estoy seguro- El burócrata cerró los ojos y pareció disfrutar de la música –Ya sé. Se trata de la ópera de Las Valkirias compuesta por Richard Wagner ¿Qué puedo decir? Soy un aficionado a la historia-.

El capitán navegante intentó calmarse. Su galeón espacial había sido completamente anulado por un navío de origen indeterminado. Cuando la nave se acercó, Giovanni temió lo peor.

-¡Capitán! ¡Nos van a abordar!- Exclamó una técnica con el terror marcado en sus ojos.

No fue así. Como un cetáceo depredador, la nave enemiga abrió una abertura frontal que, literalmente, engulló a Sombra de Deimos. El interior de la nave consistía en un laberinto de tarimas, pasarelas colgantes y fuentes con un líquido púrpura. A través del cristal, la tripulación pudo ver con estupor cómo ocho tentáculos mecánicos abrazaban al galeón, bajo la vigilancia estricta de decenas de máquinas bípedas de gran altura.

Las Valkirias continuaban con su cabalgata triunfal.

-Randall, movilice a sus tropas- Bramó el navegante –Declaro la alerta roja. Todo el personal, sin excepción, deberá seguir el protocolo de seguridad- Giovanni hizo una pausa y se dirigió hacia sus acompañantes –Eso también os incluye a vosotros-.

-Yo soy un servidora de la Verdad Absoluta- Protestó la Digna Pastora Judith.

-Pues enciérrese en su camarote y no moleste. Laura, Larry, conmigo-.

La tripulación cubrió en poco tiempo los nueve accesos del galeón, dividiéndose en formación de tres grupos. Laura y su equipo de científicos se encontraban en el tercero, destinado a la retaguardia y al personal no combatiente, que en esos tensos instantes portaban fusiles y pistolas con balas de plomo. Giovanni se encontraba en el primer grupo del acceso principal. Unos metros más atrás, Laura se sorprendió al ver cómo Larry amartillaba con exactitud castrense su arma. 

Transcurrieron seis horas de perturbadora tranquilidad, que inquietaron a la tripulación. Las palabras de aparente sosiego de la cadena de mando no tenían el efecto esperado.

Y la música continuaba. Una y otra vez.

-¡Maldita sea! ¡Voy a dispararle a los altavoces!- Se quejó alguien.

La música paró súbitamente.

La luz blanca y cegadora llegó después.

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