jueves, 7 de mayo de 2009

La pecera

En mi anterior entrada, representé una pequeña historia de mi propia autoría, basada en un relato de Richard Burton Matheson, uno de los escritores que más me ha llamado la atención desde siempre. El relato en cuestión ha sido llevado a la televisión en más de una ocasión, como parte de la serie "La Dimensión Desconocida", siendo uno de los más aclamados y recordados.

En definitiva, lo que he hecho es realizar mi propia versión de "Nightmare at 20000 Feet", situándola en el concurrido metro de la ciudad de Barcelona. Sin embargo, he realizado un especial énfasis en los miedos que puede llegar a sentir una persona común y corriente ante una determinada circunstancia. El miedo es, en ocasiones, fuente de valor y temeridad. Miedo era lo que yo sentía cuando decidí emprender un largo viaje hacia tierras desconocidas.

Tierras desconocidas. Me apetece escribir de eso precisamente. Cada día es una tierra desconocida, cada minuto es una tierra desconocida, cada momento es una tierra desconocida. Cuando llegué a tierras desconocidas me vi preso por el pánico, por el temor a quedarme solo y por la incertidumbre sobre qué haría exactamente con mi vida. Pasados incontables días con sus respectivas noches, sólo puedo decir que actualmente me sigo sintiendo en tierras desconocidas, a pesar de que conozco la mayoría de sus calles y áreas adyacentes y, naturalmente, a personas que me han ayudado incondicionalmente.


Dentro de esas tierras desconocidas existe un lugar maravilloso al cual yo me atrevo a llamarle "la pecera". La pecera es un lugar de exactamente dos metros cuadrados, donde se puede encontrar un ordenador de mesa, un escritorio antiguo, libros, documentos de todo tipo, borradores, lápices, bolígrafos y un pequeño control remoto que permite abrir un único pero importante portón del que ya hablaré más adelante. La pecera es, también, un comedor, el lugar donde decido almorzar, donde tomo el refrigerio matutino y donde bebo el chocolate caliente en invierno. La pecera es un sitio único en su especie. Posee una pared de madera recubierta en fórmica blanca, unas ventanas que me permiten dominar todo el despacho de becarios y una puerta convencional que nunca cierro.


Anteriormente, la pecera había pertenecido a un colega colombiano que aprecio mucho. Cuando culminó sus estudios de doctorado y regresó a su país, la recibí en herencia y ahora es mi punto de vigilia, mi rincón privilegiado. Allí es donde he desarrollado parte de los objetivos de un documento que estoy cerca de concluir, Dios mediante. El único punto débil de la pecera es su ventana, una vez abierta es difícil volver a cerrarla con eficiencia, además es de cristal amplio y temo que pueda romperse a la menor sacudida del viento. De cualquier forma mi pecera es algo más que el lugar donde me siento a trabajar, a leer, a informarme del panorama mundial, a estudiar y, ahora, a escribir en esta bitácora o blog. La pecera es el lugar donde he pasado la mayor parte de los últimos años. Habitualmente, estoy entre nueve y once horas en este cubículo. Gracias a la pecera he visto pasar más de un invierno, las caídas de las hojas durante el otoño, la lluvia fresca de primavera y el sol sin escrúpulos del verano.

Por eso le tengo aprecio a la pecera. Porque la pecera ha formado parte de mi vida, me he fundido en ella durante los últimos meses y, gracias a ella, he podido pensar con tranquilidad cuando me he visto estancado en algún problema relacionado con mi trabajo académico.

Por todas las razones arriba expuestas, el día de hoy les describo a la pecera, lugar que más adelante usaré para relatar algunas de mis experiencias más curiosas.

Saludos cordiales.

Wintermute.

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