domingo, 10 de mayo de 2009

Comienzos

Mientras empiezo a escribir estas líneas, el Real Madrid está perdiendo estrepitosamente en Mestalla.

Noticias deportivas aparte, la presente entrada de esta bitácora pretende ser una descripción aproximada de una de las primeras experiencias que tuve cuando apenas era un cordero en el mundillo en el que ahora me desenvuelvo. Aquella mañana me había despertado muy ilusionado, me había puesto un pantalón decente, una camisa azul cuidadosamente planchada, mi mejor cinturón, zapatos negros brillantes y mi clásico maletín oscuro. Llegué antes de la hora prevista, antes del inicio de las actividades en el Anexo D0 del Templo.

El Templo se compone de tres partes diferenciadas: la primera, denominada Anexo G-1, es donde están los laboratorios de máquinas, un prototipo de banco pruebas para el análisis de la fricción en los neumáticos, y una pequeña sala de proyecciones con un trío de ordenadores. La segunda sección es donde paso la mayor parte de mis días, teóricamente debería llamarla Anexo F0, pero me gusta reconocerla como el lugar donde está la pecera, además de inmensas oficinas y la sala de becarios. La última parte del Templo es el Anexo D0, cuna de la secretaría, nido de intelectuales y de vestíbulos ataviados con mecanismos construidos en madera.

Pues bien, volviendo al tema, aquella mañana me hallaba ante una puerta gris, nervioso e impaciente por todas las expectativas que me había planteado. Mi padre ya había regresado, ya me encontraba en tierras desconocidas y por primera vez en mi vida me sentía solo. Oprimí el botón del timbre, escuché la simpática melodía y esperé a que alguien activara la hembrilla de la puerta. Ingresé al Anexo D0, observé maravillado una maqueta de un yugo escocés y busqué con la vista la secretaría. Cuando la encontré detallé que dos damas, delgadas y bien vestidas, estaban sentadas frente a sendas pantallas de ordenador. Intuí que no había nadie más, toqué la puerta con timidez y dije algo más o menos parecido a esto:

-Buenos días… Mi nombre es Wintermute. Me he comunicado con ustedes por correo electrónico y…-.

-¡Así que tú eres Wintermute!-.

La frase me cogió por sorpresa. Sencillamente no la esperaba. Así que yo era Wintermute. Sí, yo era Wintermute, pero dependiendo del caso podría no ser Wintermute. Noté que el sudor me corría libremente por las sienes.

-Hasta que por fin nos conocemos, Wintermute. Hemos leído todos tus correos-.

Lo reconozco. He sido, soy y creo que seré muy insistente en el tema de las comunicaciones. Hasta que no recibo una respuesta concreta soy capaz de enviar más de un aviso con el fin de lograr mi cometido y de sentirme seguro ante las dudas. En concreto, hubo un mes en que a esta dama le debí haber enviado más de dos comunicaciones por semana, con copia a todo el personal administrativo del Templo. Así que, todavía a día de hoy, creo que la mencionada frase decía más bien algo como “Así que tú eres el individuo que nos preguntaba hasta el monto de la matrícula, llenándonos la bandeja de entrada en el proceso”.

Sí, yo soy ese individuo. Esbocé una sonrisa temerosa a modo de disculpa por la insistencia ¿Qué otra cosa podía hacer? El caso es que me presenté debidamente y enseguida fui correspondido sabiendo los nombres de tan gentiles mujeres. Pregunté sobre los períodos del curso, entregué la documentación que debía entregar, rellené los impresos que me dieron, y suministré el par de fotos que me pidieron para el carnet universitario.

-¿Cuándo será la primera clase?-.

La pregunta era tan obvia como inocente. No tenía idea sobre el horario, sobre los salones de clases, sobre el profesorado. En fin, no sabía nada sobre lo que estaba a punto de comenzar. Sentía que cualquier interrogante que podía hacer, sería resuelta con una simple respuesta que yo no alcanzaba a ver.

-Tranquilo- Dijo una de ellas con un ademán afable- Vamos a llamar al Maestro en Fabricación y le preguntaremos sobre sus clases. Seguramente empezarás esta semana-.

Marcó un número con destreza en el teléfono inalámbrico, espero unos segundos y habló en el segundo idioma de tierras desconocidas. Un idioma que no era klingon, ni inglés, ni siquiera castellano. Era el segundo idioma que se habla en tierras desconocidas. Supuse que el Maestro en Fabricación también hablaba en el mismo idioma, cuestión que pude comprobar tiempo después.

-El Maestro en Fabricación está por venir. Si quieres hablar con él sobre las clases, te recomiendo que esperes-.

Me ofrecieron una silla alta, de esas que tienen la base de madera barnizada. En un principio pensé que podría esperar entre diez y treinta minutos, pero el inexorable paso de los segundos me hizo llegar a una conclusión distinta. Esperé, esperé y esperé viendo cómo algunas personas entraban, preguntaban algo en el segundo idioma de tierras desconocidas y se iban con la misma rapidez que llegaban.

-Está tardando un poco- Dijo una de las damas consultando su reloj.

-Sí- Contesté mientras me removía en el asiento

-Voy a llamarle otra vez-.

Repitió el mismo ritual telefónico y habló otra vez en el segundo idioma. Cuando acabó me miró con ojos condescendientes para recitar:

-Al Maestro en Fabricación se le ha olvidado que estabas aquí-.

En estos momentos es cuando yo me caigo como en las historietas de Condorito entre un sonoro ¡Plop!. Es lo que tiene ser un Maestro en Fabricación, la cantidad de obligaciones relacionadas con el tema debe ser infinita. Tras más de dos horas de espera, pude finalmente verle. Es un hombre de baja estatura, ojos claros, barba pulcramente cortada, jersey castaño y cabello cuidadosamente peinado hacia la derecha. Aquella vez, en cuestión de cinco minutos, me dio un punto de partida, un comienzo, el inicio de un largo camino a través de las tierras desconocidas. Él no lo sabe, ni jamás lo sabrá, pero aquella vez me dio una motivación, un propósito, con tan solo explicarme cuándo y dónde comenzaría el curso que él mismo impartía.

Han pasado casi cuatro años desde entonces y yo lo recuerdo perfectamente. Más allá de la anécdota de la espera, lo que más importa es cómo se produjo ese punto de partida, y la reacción posterior de mi padre al contársela por teléfono. Luego ya vendría el segundo y definitivo momento cumbre en dicho inicio, aunque eso ya es otra historia.

Mientras culmino estas líneas, el Real Madrid ha perdido el partido de forma humillante. En fin, cada persona en este mundo tiene su hora, a veces se pierde y a veces se gana, y yo todavía espero la mía.

Saludos cordiales.

Wintermute.

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