Parte
III
Los
selenitas
Capítulo III.1
-Queridos hermanos, la inmundicia del
pecado nos rodea desde hace más de cien años. Cada vez que veo a esta sociedad,
me doy cuenta de que los escépticos son una lacra malsana que no merecen el don
de la vida. Me es imposible creer que alguien no pueda tener fe incondicional
en la Deidad Absoluta-.
Quien hacía tan contundentes afirmaciones
era el Pastor Ignatius II, un sujeto con un estómago esférico, piernas cortas y
brazos fofos. Ignatius era el regente de la Iglesia del Nuevo Universo, una
institución religiosa que se inmiscuía con odiosa frecuencia en los asuntos del
gobierno lunar. De hecho, no había decisión alguna que no pasara por la
obligada consulta de semejante personaje, desde proyectos simples como los
horarios de la limpieza en las calles hasta medidas trascendentales como el
cobro de impuestos.
-El Docente Octam, Primer Predicador de la
Deidad y redactor de la Biblia Verdadera, predijo que la humanidad moriría
aquí, en estas aterradoras viviendas de la Luna. No se equivocaba ¡La sociedad
que hoy vive en este santuario de prostitución está impregnada con el horror
del pecado! ¡Esto no es tolerable! ¡Hay quienes dicen que debemos expandir
nuestros límites! ¡Hay quienes dicen que debemos encontrar más planetas
habitables! ¡Yo les digo que todo eso es pecado y que ellos merecen morir! La
Palabra Divina es y será nuestra única salvación-.
El rostro del clérigo se encontraba
enrojecido por la pasión y por la ansiedad de comer. Tras unos segundos de
reflexión absurda, alzó las manos y se dirigió a su público.
-¿Creéis en la Deidad Absoluta?-.
-¡Sí creemos!- Respondió la multitud con
fervor.
-¿Creéis en la Biblia Verdadera?-.
-¡Sí creemos!- Los vítores eran cada vez
más fanáticos.
-¿Habéis pagado el tributo mensual al
Digno Pastor Ignatius II, es decir, a mi?-.
-¡Sí, lo hemos pagado!- Los devotos
contestaron esta vez con menos entusiasmo.
-Pues si habéis hecho todo cuanto os pide
la Deidad Absoluta, entonces vivid vuestras vidas con la creencia libre y
exenta del nauseabundo pecado-.
El presbítero sonrió con falsedad ante los
aplausos de los asistentes, fingió prestar la atención suficiente ante las
súplicas de algunos creyentes que se le acercaban, besó con desprecio a una
bebé sietemesina que no dejaba de llorar, dejó que un par de jóvenes recién
casados le besaran las manos y, tras unos minutos que le parecieron
sempiternos, abandonó la ostentosa iglesia con el fin de terminar su jornada de
trabajo y mentiras en su amplia mansión, repleta de costosos objetos y lujo
hedonista.
Su residencia, fruto de las obligatorias
contribuciones que debían pagar mensualmente sus seguidores y fieles, se
hallaba en las afueras de Selena, ciudad capital de la primera colonia espacial
asentada en la Luna. Para acceder a la vivienda, era preciso pasar por rigurosos
controles de seguridad, cruzar un largo corredor repleto de verdes árboles de
plástico, y anunciarse ante un mayordomo de aspecto cansado. Sin embargo, a
Ignatius le bastaba con acceder al tubo antigravitacional, que consistía en un
túnel subterráneo que comunicaba la sacristía de su iglesia con la mansión.
Al Pastor le gustaba mucho el alcohol de
toda índole. Cuando se disponía a llenar un vaso de cristal de bohemia con vino
de uvas hidrogenadas, se sobresaltó al encontrar a una pareja de intrusos en la
barra de su licorería particular.
-¿Quiénes sois vosotros? ¿Cómo habéis
podido entrar en mi casa?- Chilló Ignatius, muy molesto y a la vez asustado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario