Capítulo II.3
Era de noche, pero el majestuoso océano
hacía que un cielo azul, mezclado con las luces de halógeno de las
edificaciones, se reflejara contra la cúpula acristalada que cubría la
totalidad de la dispersión urbana que conformaba la República Atlántica. En la
esquina de una calle estrecha, repleta de puestos de comida, tenues farolas de
gasoil, humeantes alcantarillas y expatriados de diversas nacionalidades, un
hombre alto y vestido con sombrero y gabardina negra caminaba erráticamente,
escuchando la amplia variedad de idiomas utilizados en conversaciones fútiles y
regateos. Un concienzudo observador se percataría de la envergadura de dicho
hombre, quien como gigante en la isla de Lilliput, sobresalía ante el
gentío.
Durante
un tiempo indeterminado, serpenteó entre un buhonero que pregonaba la venta de
sopa de miso aderezada con wasabi marino, y un turco que ofrecía una alfombra
de Tabriz falsa a precio de oro. Posteriormente, avanzó hacia una bocacalle
adornada por un aviso holográfico en el que dos mujeres se besaban suavemente,
para después acceder a un callejón en el que una luminaria parpadeaba de forma
intermitente y la gotera de una cañería oxidada producía un amplio charco. Al
final de ese callejón, se acercó a una puerta torcida de acero y la golpeó en
tres ocasiones. Una corredera se abrió y el hombre pudo contemplar unos ojos
saltones.
-¿Qué
han comido hoy las niños?- Preguntó el hombre con voz dubitativa.
-Judías
y puré de patatas- Contestó una voz ronca detrás de la portezuela.
-Gracias
por recibir a un humilde samaritano- Replicó el interesado, más temeroso.
Se
escuchó la apertura del cerrojo y el chirriante quejido de la puerta. El hombre
ingresó a una amplia sala en la que únicamente sobresalía una mesa de madera
roída, rodeada de tres personas. Una de ellas, la mujer del grupo, se levantó y
le abrazó efusivamente.
-Todavía
no sé cómo me has convencido para hacer esto, Adele- Dijo el hombre, parco.
-Es importante
tomar todas las precauciones posibles- Se defendió la mujer, pícara.
El
hombre se llamaba Jensen O’Riley, astrofísico de profesión, de ojos
ámbar, pálido, delgado y con dos metros de estatura. Además, habían pasado
cinco años desde que hizo el juramento de amar, hasta el final de sus días, a
Adele McDonald.
-Ven, cariño. Siéntate- Decía Adele,
mientras le tomaba por el brazo y le conducía a la mesa –Te presentaré. Con
nosotros se encuentran el Capitán de Navío Ángelo Van der Meer y el diputado
Xander Waley-.
-¿Y el mastodonte que me ha recibido?-.
-Ese mastodonte puede que no tenga nombre,
pero amistosamente le llamamos Apóstol- Contestó Van der Meer, con una sonrisa
oculta por su barba rubia y espesa.
-Caballeros,
creo que no es conveniente que detalle las razones por las cuales nos hemos
reunido de este modo clandestino- Habló Adele, con decisión y firmeza –En los
últimos meses, Waley y yo hemos intentado establecer diferentes iniciativas
desde la asamblea del Ayuntamiento para iniciar una carrera de exploración
espacial, pero todo ha sido en vano. Esos fracasos nos han obligado a tomar
acciones más… contundentes. Todos los aquí presentes, conocemos la necesidad de
emigrar. Explícalo, cariño-.
-¿Yo?-
Balbuceó Jensen, extrañado y confundido.
-Sí,
cariño. Describe lo que has estado investigando durante los últimos meses-.
-Bueno,
es complicado. No creo que…-.
-Pónganos
a prueba- Interrumpió Ángelo, desafiante.
-Verán-
Habló el astrofísico, rascándose la cabeza –La Universidad de la República
Atlántica no dispone de laboratorios sofisticados y actualizados, como los que
teníamos en la superficie. Sin embargo, mi equipo y yo hemos trabajado en un
nuevo modelo de crucero espacial construido a partir de un material con una
densidad de 0,9 miligramos por centímetro cúbico, en otras palabras sería más ligero que
la espuma de poliestireno. Además, las pruebas previas demuestran que las
yoctotermitas no pueden asimilar este tipo de material, por ahora. El crucero
es, mejor dicho, sería capaz de alcanzar la ionósfera treinta minutos después
del despegue, gracias al reactor de propulsión a chorro. Una vez superada la
barrera de la exosfera, la nave usaría una vela solar para suplir las
deficiencias de combustible ¿Alguna pregunta hasta ahora?-.
Waley tenía cara de estar perdido en un
laberinto, pero Ángelo parecía interesado.
-Eso
resolvería previsiblemente el problema del transporte- Continuó Jensen,
notablemente excitado –Pese a ello, nos quedaría la elección del destino. Es en
este punto donde puedo explayarme más, gracias a mi nivel de conocimiento. Como
sabrán, la exploración del universo se inició en el lejano siglo XX y se
afianzó en el XXI. Teniendo en cuenta que la mayoría de las mentes brillantes
murió durante la plaga gris, he analizado las diferentes alternativas. En
principio, Venus podría ser una posibilidad. Dispone de una capa de ozono
firme, pero para sobrevivir allí requeriríamos de la construcción de
estructuras capaces de soportar temperaturas de 500 ºC y una presión de 93
atmósferas en superficies muy agresivas, algo inviable. Por otro lado tenemos a
Ganímedes, el satélite más grande de Júpiter, contiene una corteza de hielo y
silicatos que se traduce en grandes reservas de agua. Aún así, no sería posible
llegar hasta allí, debido a su lejanía. Esos descartes, nos permiten reducir la
lista a un satélite más cercano y más explorado-.
-¿La
Luna?- Aventuró Ángelo con expresión divertida.
-Punto
para el caballero. Las instalaciones allí construidas hace doce años, podrían
ser el inicio de una probable colonización del espacio…-.
-Pero
esas bases lunares son propiedad de los regentes de la Monarquía Absolutista
del Índico- Indicó Waley.
Adele
tuvo que darle la razón al diputado. La Monarquía Absolutista del Índico se
había asentado en la fosa de Java, a raíz de la destrucción originada por la
plaga gris. A pesar de que su población era ínfima, sus habitantes eran el
resultado de la alianza de países con posturas encontradas, y era seguro que no
dejarían con facilidad sus instalaciones.
-Indudablemente
es un problema- Acordó la joven abogada –Pero es solucionable-.
-Has
dicho que tienes un equipo ¿De cuántas personas estamos hablando?- Intervino
Ángelo, frotando su barbilla con la mano derecha.
-En
realidad somos tres ingenieros, un matemático, dos físicos teóricos y yo-
Admitió Jensen con rubor en sus mejillas.
-Necesitaremos
mano de obra-.
-¿Puedes
conseguirla?- Preguntó Adele.
-Tardaré
un par de semanas, pero Apóstol y yo podríamos tener algún plan-.
-¿Y
qué hay de los materiales? ¿Y el dinero?- Comentó el astrofísico,
atropelladamente.
-Calma,
cariño… Ya hemos hablado de esto con anterioridad- Respondió la mujer, con
talante conciliador.
-Su
marido tiene razón, McDonald. Supongo que construir una de esas naves no será
nada barato- Precisó Waley, siguiendo su carácter habitual.
-Para
eso está la comisión, Señoría-.
Xander Waley parpadeó breve pero
angustiosamente.
-¿La
comisión? ¿Cuál comisión?-.
-La
comisión del Emperador Durban. Verá Waley, estoy completamente convencida que
la Monarquía Absolutista del Índico no sólo nos cederá sus instalaciones en la
Luna, sino también financiarán la primera migración espacial de nuestra
especie-.
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