sábado, 7 de diciembre de 2019

Éxodo: Capítulo II.3


Capítulo II.3

Era de noche, pero el majestuoso océano hacía que un cielo azul, mezclado con las luces de halógeno de las edificaciones, se reflejara contra la cúpula acristalada que cubría la totalidad de la dispersión urbana que conformaba la República Atlántica. En la esquina de una calle estrecha, repleta de puestos de comida, tenues farolas de gasoil, humeantes alcantarillas y expatriados de diversas nacionalidades, un hombre alto y vestido con sombrero y gabardina negra caminaba erráticamente, escuchando la amplia variedad de idiomas utilizados en conversaciones fútiles y regateos. Un concienzudo observador se percataría de la envergadura de dicho hombre, quien como gigante en la isla de Lilliput, sobresalía ante el gentío.  

Durante un tiempo indeterminado, serpenteó entre un buhonero que pregonaba la venta de sopa de miso aderezada con wasabi marino, y un turco que ofrecía una alfombra de Tabriz falsa a precio de oro. Posteriormente, avanzó hacia una bocacalle adornada por un aviso holográfico en el que dos mujeres se besaban suavemente, para después acceder a un callejón en el que una luminaria parpadeaba de forma intermitente y la gotera de una cañería oxidada producía un amplio charco. Al final de ese callejón, se acercó a una puerta torcida de acero y la golpeó en tres ocasiones. Una corredera se abrió y el hombre pudo contemplar unos ojos saltones.

-¿Qué han comido hoy las niños?- Preguntó el hombre con voz dubitativa.

-Judías y puré de patatas- Contestó una voz ronca detrás de la portezuela.

-Gracias por recibir a un humilde samaritano- Replicó el interesado, más temeroso.

Se escuchó la apertura del cerrojo y el chirriante quejido de la puerta. El hombre ingresó a una amplia sala en la que únicamente sobresalía una mesa de madera roída, rodeada de tres personas. Una de ellas, la mujer del grupo, se levantó y le abrazó efusivamente.

-Todavía no sé cómo me has convencido para hacer esto, Adele- Dijo el hombre, parco.   

-Es importante tomar todas las precauciones posibles- Se defendió la mujer, pícara.
El hombre se llamaba Jensen O’Riley, astrofísico de profesión, de ojos ámbar, pálido, delgado y con dos metros de estatura. Además, habían pasado cinco años desde que hizo el juramento de amar, hasta el final de sus días, a Adele McDonald.

-Ven, cariño. Siéntate- Decía Adele, mientras le tomaba por el brazo y le conducía a la mesa –Te presentaré. Con nosotros se encuentran el Capitán de Navío Ángelo Van der Meer y el diputado Xander Waley-.

-¿Y el mastodonte que me ha recibido?-.

-Ese mastodonte puede que no tenga nombre, pero amistosamente le llamamos Apóstol- Contestó Van der Meer, con una sonrisa oculta por su barba rubia y espesa.

-Caballeros, creo que no es conveniente que detalle las razones por las cuales nos hemos reunido de este modo clandestino- Habló Adele, con decisión y firmeza –En los últimos meses, Waley y yo hemos intentado establecer diferentes iniciativas desde la asamblea del Ayuntamiento para iniciar una carrera de exploración espacial, pero todo ha sido en vano. Esos fracasos nos han obligado a tomar acciones más… contundentes. Todos los aquí presentes, conocemos la necesidad de emigrar. Explícalo, cariño-.

-¿Yo?- Balbuceó Jensen, extrañado y confundido.

-Sí, cariño. Describe lo que has estado investigando durante los últimos meses-.

-Bueno, es complicado. No creo que…-.

-Pónganos a prueba- Interrumpió Ángelo, desafiante.

-Verán- Habló el astrofísico, rascándose la cabeza –La Universidad de la República Atlántica no dispone de laboratorios sofisticados y actualizados, como los que teníamos en la superficie. Sin embargo, mi equipo y yo hemos trabajado en un nuevo modelo de crucero espacial construido a partir de un material con una densidad de 0,9 miligramos por centímetro cúbico, en otras palabras sería más ligero que la espuma de poliestireno. Además, las pruebas previas demuestran que las yoctotermitas no pueden asimilar este tipo de material, por ahora. El crucero es, mejor dicho, sería capaz de alcanzar la ionósfera treinta minutos después del despegue, gracias al reactor de propulsión a chorro. Una vez superada la barrera de la exosfera, la nave usaría una vela solar para suplir las deficiencias de combustible ¿Alguna pregunta hasta ahora?-.

Waley tenía cara de estar perdido en un laberinto, pero Ángelo parecía interesado.

-Eso resolvería previsiblemente el problema del transporte- Continuó Jensen, notablemente excitado –Pese a ello, nos quedaría la elección del destino. Es en este punto donde puedo explayarme más, gracias a mi nivel de conocimiento. Como sabrán, la exploración del universo se inició en el lejano siglo XX y se afianzó en el XXI. Teniendo en cuenta que la mayoría de las mentes brillantes murió durante la plaga gris, he analizado las diferentes alternativas. En principio, Venus podría ser una posibilidad. Dispone de una capa de ozono firme, pero para sobrevivir allí requeriríamos de la construcción de estructuras capaces de soportar temperaturas de 500 ºC y una presión de 93 atmósferas en superficies muy agresivas, algo inviable. Por otro lado tenemos a Ganímedes, el satélite más grande de Júpiter, contiene una corteza de hielo y silicatos que se traduce en grandes reservas de agua. Aún así, no sería posible llegar hasta allí, debido a su lejanía. Esos descartes, nos permiten reducir la lista a un satélite más cercano y más explorado-.

-¿La Luna?- Aventuró Ángelo con expresión divertida.

-Punto para el caballero. Las instalaciones allí construidas hace doce años, podrían ser el inicio de una probable colonización del espacio…-.

-Pero esas bases lunares son propiedad de los regentes de la Monarquía Absolutista del Índico- Indicó Waley.   

Adele tuvo que darle la razón al diputado. La Monarquía Absolutista del Índico se había asentado en la fosa de Java, a raíz de la destrucción originada por la plaga gris. A pesar de que su población era ínfima, sus habitantes eran el resultado de la alianza de países con posturas encontradas, y era seguro que no dejarían con facilidad sus instalaciones.  

-Indudablemente es un problema- Acordó la joven abogada –Pero es solucionable-.
-Has dicho que tienes un equipo ¿De cuántas personas estamos hablando?- Intervino Ángelo, frotando su barbilla con la mano derecha.

-En realidad somos tres ingenieros, un matemático, dos físicos teóricos y yo- Admitió Jensen con rubor en sus mejillas.

-Necesitaremos mano de obra-.

-¿Puedes conseguirla?- Preguntó Adele.

-Tardaré un par de semanas, pero Apóstol y yo podríamos tener algún plan-.

-¿Y qué hay de los materiales? ¿Y el dinero?- Comentó el astrofísico, atropelladamente.

-Calma, cariño… Ya hemos hablado de esto con anterioridad- Respondió la mujer, con talante conciliador.

-Su marido tiene razón, McDonald. Supongo que construir una de esas naves no será nada barato- Precisó Waley, siguiendo su carácter habitual.

-Para eso está la comisión, Señoría-.

Xander Waley parpadeó breve pero angustiosamente.

-¿La comisión? ¿Cuál comisión?-.

-La comisión del Emperador Durban. Verá Waley, estoy completamente convencida que la Monarquía Absolutista del Índico no sólo nos cederá sus instalaciones en la Luna, sino también financiarán la primera migración espacial de nuestra especie-.

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