Capítulo II.4
El
viaje duró exactamente trece días, cuatro horas, veinte minutos y ocho
segundos. De acuerdo al juicio de Adele, el antiguo submarino con propulsor
nuclear se portó de forma excepcional, surcando las aguas de la parte más
austral del continente americano, las infinitas mareas del Pacífico y los
dominios acuáticos de la Monarquía Absolutista del Índico. En dos ocasiones
puntuales, el capitán del submarino, un hábil y sigiloso Apóstol, ordenó a
petición de la abogada el envío de sondas no tripuladas para la exploración de
la superficie terrestre. La primera de esas oportunidades fue en la gélida y
solitaria Patagonia. La sonda emitió imágenes en tiempo real durante cinco
segundos escasos, antes de ser devorada literalmente por una manada de
homicidas yoctotermitas. La segunda oportunidad se dio en la desierta Aur
perteneciente a las Islas Marshall, y esa vez la sonda resistió valientemente
durante siete segundos. Adele pudo percatarse con súbito terror, que la plaga
gris se adaptaba al entorno y consumía lentamente el hermoso coral que rodeaba
el atolón.
Treinta
millones de años de evolución geológica fulminados en un abrir y cerrar de
ojos.
Triste
pero cierto. Era preciso emigrar. Era ineludible honrar a su hermano.
Por
eso ahora se arrodillaba ante un hombre obeso, vestido con una ridícula túnica
blanca y un sombrero ancho que ocultaba su feo rostro. Según el protocolo de
aquella autarquía reciente, todo visitante tenía la obligación de rendir
respeto al Emperador Durban mediante nimios rituales e innecesarias palabras de
adoración. Mostró entereza en todo momento, recordando el verdadero objetivo de
tan tedioso viaje. Por fortuna, Xander Waley había logrado algo positivo: convenció a los
diputados del Ayuntamiento para llevar a cabo una visita oficial destinada a
estrechar lazos comerciales y fraternales. Por tanto, mientras Waley se
dedicaba a hacer política absurda con el Emperador, ella materializará su plan
con el heredero de la corona, un joven morboso, con bigote mal aseado y enjuto,
que antes de la época grisácea era el hijo de un funcionario de nula
importancia en la extinta Indonesia.
Además,
el príncipe heredero era un ingeniero especializado en robótica, no muy
brillante, pero con contactos… interesantes.
Adele
y Xander fueron recibidos con honores de Estado en una ostentosa recepción. En
un momento dado, la joven escudriñó con la mirada a su presa, pero finalmente
ella jugó el papel de cazadora descubierta.
-¿Me
buscaba, Srta. McDonald?- Preguntó el Príncipe Susilos, entornando sus
estrechos ojos y levantando su mano, en un gesto de que debía ser besada según
la maldita norma.
-¡Oh,
Su Excelencia!- Exclamó Adele fingiendo cortesía y una amplia sonrisa –Espero
no incomodarle si le pido unos minutos de su valioso tiempo-.
-Una
mujer guapa como usted nunca me quita el tiempo. Si lo desea, podemos acudir a
mis aposentos particulares, en donde podremos conversar con más tranquilidad-.
-Me
gustaría, Su Excelencia y nuevamente no deseo ser un incordio-.
-¡Tonterías!
Hace mucho calor ¿no cree? Ordenaré que una doncella traiga una botella de
tuak, un licor ancestral que se extrae de la palma de coco ¿sabe?-.
Adele
volvió a forzar una sonrisa al tiempo que el heredero le miraba los pechos sin
escrúpulo alguno. A escasos cinco metros, Apóstol seguía prudentemente a la
pareja.
La
abogada catalogó la morada del heredero como un vulgar matadero de prostitutas.
Una cama redonda con sábanas de seda adornaba, un desván con espejo y una
ventana amplia adornaban con improvisación la pequeña habitación. Sobre el
desván, alguien se molestó en dejar una botella con el brebaje detallado por el
príncipe, acompañadas de dos copas de cristal. Cuando Susilos se distrajo con
la bebida, Adele extrajo un pequeño aparato de su escueta cartera negra,
deslizó su dedo índice sobre la pantalla táctil y lo guardó. Ahora debía
esperar cien segundos, tal como le había explicado su esposo.
-No
traigo a muchas mujeres aquí ¿sabe?- Decía el heredero, para después avanzar
con grandes zancadas –Me encanta estar acompañado de bellezas, por eso soy
selecto-.
-La
vista de la ventana es muy bonita- Habló la abogada, ignorando las obscenidades
y la vanidad de su anfitrión -¿Qué es todo eso?-.
El
panorama era maravilloso, en efecto. Peces de vivos colores revoloteaban en
bancos sin orden, escualos desfilaban en formación militar y, con cierta
eventualidad, burbujas emergían de algún punto indeterminado. Tras aquel
espectáculo natural, un talud de montaña submarina cubría el horizonte celeste
y turquesa.
-¡Ah!
¿No lo sabe? La nación que pronto regentaré, está rodeada por la fosa de Java,
la más profunda del océano Índico, y está constituida por numerosos volcanes,
la mayoría de ellos inactivos. Así que no se alarme. Preocúpese por el volcán
que habita en mí-.
Adele
se zafó como pudo del abrazo de aquel marginal. Debía esperar treinta segundos
más. Así que tenía que seguir improvisando.
-Debe
ser muy difícil la tarea de regentar a todo un pueblo ¿no? Más aún si se tiene
en cuenta la coyuntura en la que vivimos actualmente-.
-Lo
es, Srta. McDonald. Pero mi país es fuerte. Luego de que nuestra coalición
ganara la última guerra, nos convertimos en una potencia mundial, capaz de
salir adelante ante cualquier adversidad. Pero no hablemos de trabajo ¿quiere?
Disfrutemos de…-.
Tres,
dos, uno… Los cien segundos se agotaron tras una embarazosa eternidad.
-¿Y
qué me dice de la exploración espacial? Tenéis una encomiable reputación-.
-Sí,
la tenemos…- Acordó el heredero, con expresión de fastidio –Iniciamos un fuerte
campaña de investigación en ese sentido. Como estoy seguro que usted sabrá,
tengo una arraigada inclinación científica-.
-La
conozco perfectamente, incluso estoy al tanto de vuestras importantes bases
lunares. Todas ellas habitadas y preparadas para una colonización de nuestro
satélite-.
-No
ha venido a intimar conmigo ¿no?- Cortó Susilos, secamente y con ironía.
-Tiene
razón, Su Excelencia. He accedido a verle porque quiero plantearle una oferta
benéfica para ambos-.
-No
me interesa, Srta. McDonald. Le pido comedidamente que se vaya antes que…-.
-Para
empezar, soy Sra. McDonald de O’Riley y estoy felizmente casada. En
segundo lugar, si usted me despide yo tendré que tomar ciertas medidas
legales-.
-¡Esto es un ultraje!-.
-No lo es- Dijo Adele, dejándose caer en
la cama. Cruzó sus suaves piernas y activó un proyector holográfico que desplegó
una foto de un Susilos más joven y delgado –Es usted el de la foto ¿verdad?-.
Un silencio sepulcral y despectivo fue la
respuesta.
-Verá, Su Excelencia. Esta fotografía fue
tomada en una época dorada, en la cual usted fue un alumno del doctor Marcus Richardson
¿lo recuerda?-.
-¡No pienso contestar a ninguna pregunta!-
Vociferó el heredo, molesto y perturbado. Abrió la puerta de su habitación, tan
solo para encontrar un muro de cemento humano llamado Apóstol. El grandullón
dejó caer su pesada mano en el hombro del príncipe y le encaminó de nuevo hacia
la cama, cerrando la puerta en el proceso.
-No se moleste en llamar a nadie, Su
Excelencia- Prosiguió Adele con ironía –Antes de presenciar sus majaderos
juegos de seducción, me he tomado la libertad de activar un dispositivo que,
además de inhibidor de frecuencia, sirve como electroimán para borrar y
destruir cualquier disco duro que pueda registrar nuestra conversación-.
-¿Qué demonios quiere?-.
-Como le he dicho antes, me gustaría
proponerle un negocio muy interesante- Tras una breve orden, el proyector
mostraba una imagen de Susilos y un hombre mayor dotado de un brazo protésico
–Hábleme de esas instalaciones lunares de las cuales ustedes presumen con
fundamento. Pero esta vez, por favor, sea más específico-.
-Son bases secretas, no estoy autorizado
para…- El príncipe chilló de dolor al sentir cómo Apóstol cerraba las manos con
ensañamiento alrededor de su extremidad derecha -¡Está bien! ¡Hablaré!... Hemos
establecido grupos pequeños de personas en esas bases, con el objetivo de
preparar y establecer ciudades pioneras, para todo aquel que desee escapar del
confinamiento que vivimos en estos mares-.
-Intuyo que ese objetivo no será
altruista-.
-¿Acaso está mal cobrar por el trabajo
realizado? Los precios no serían tan altos-.
-Para un millonario o para un político,
puede. Pero… ¿Qué pasaría con la población humilde? ¿A ellos les haría un
descuento especial? ¿Un pago en cómodas cuotas?-.
-Está claro que eso no será así, porque no
sería rentable. Los que tengan limitaciones económicas deberán buscar otros
medios de supervivencia-.
Adele cambió de postura sobre la cama.
-Le propongo algo mejor, Su Excelencia-
Hizo una pausa muy breve para señalar la foto –Los antiguos sabios decían que
una imagen vale más que mil palabras ¿Qué le parece si yo acudo a los
tribunales internacionales y le digo que usted contribuyó, en diversas formas,
a la investigación que desarrolló el doctor Marcus Richardson? Creo que no debo
recordarle que él es considerado como el principal agresor grisáceo-.
-¡Calumnias! ¡No tiene pruebas!- Graznó un
pálido y tembloroso príncipe.
-¿Pruebas? Es curioso, pero tengo más de
cinco artículos científicos, publicados por usted y por el doctor Richardson,
en los cuales aparece al menos una vez la palabra “yoctotermita”.
Adicionalmente, hay registros de patente relacionados con algunos de los
componentes electrónicos y controladores de esas abominaciones. Puede que usted
se haya desmarcado a tiempo de ese proyecto, pero estuvo vinculado en sus
orígenes. Quizás su posición le haya ayudado, pero estoy segura de que si acudo
a los juzgados pertinentes, la monarquía de su padre tendrá al resto de
naciones en contra. Créame, puedo hacerlo. No olvide que a mi hermano lo han
juzgado por menos-.
Susilos
sudaba frío. Giró sobre su propio eje y se asustó con el inexpresivo rostro de
Apóstol. Se llevó las manos a la cabeza y, finalmente, resopló dilatadamente.
-¿Qué
quiere? Pídalo y se lo daré-.
-Lo que pretendo es muy simple, Su
Excelencia. Su monarquía tiene bases lunares que podrían ser utilizadas para
albergar, con suficiente comodidad, a los habitantes de todas las naciones,
incluso usted. Para eso, es obvio que hace falta capital, recursos, mano de
obra cualificada y apoyo económico, que a vuestro reino os sobra en abundancia.
Si su padre cede a la población mundial la totalidad de derechos sobre esas
instalaciones y recibimos el financiamiento adecuado, entonces yo podría omitir
su triste episodio con su infeliz aporte científico-.
-Lo que me pide es mucho… Yo…-.
-Bueno- Interrumpió Adele con un suspiro,
para después apagar el proyector y proceder a levantarse de la cama –Creo que
mi próximo paso será acudir al tribunal internacional de la República
Antártida, y hablaré con el juez Hal Atkinson. Estará encantado de procesar a otro
grisáceo y condenarle a muerte. Con el precedente y la jurisprudencia de mi
hermano, no tardará usted en recibir noticias-.
-¡Espere! ¡No se vaya! ¡De acuerdo!
Convenceré a mi padre, conseguiré todo lo que me ha pedido… Pero, por favor ¡no
haga eso! ¡Se lo imploro!-.
La figura no dejaba de ser patética. Con
una artimaña muy hábil, Adele había logrado derribar la arrogancia del heredero
a una corona surrealista y hedonista.
Ahora quedaba la parte más compleja del
plan. Tenía por delante una ardua tarea para dar comienzo a una migración
masiva.
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