Retrato
de un hombre asustado al inicio de su muerte: Adur Oyarzábal, nacido en Lazkao
hace 34 años, complexión atlética, un metro setenta centímetros de estatura,
sesenta kilogramos de peso, cabello rubio y, antes del incidente, excelente
estado mental.
El
calor de aquella madrugada de Octubre era, cuanto menos, inusual. Aún faltaban
meses para la celebración de la Ehunmilak pero ya se sentía preparado para
hacer el trayecto más largo, el mismo que contemplaba varias decenas de
kilómetros en menos de dos días. Había aparcado su coche en Larraiz y, tras
unos estiramientos previos, comenzó a trotar en dirección a la cima del
Txindoki.
El
reloj marcaba las 04:04. Para él no era importante, pero para un pequeño grupo
muy cercano era una hora crucial.
La
música de su dispositivo electrónico fluía sin pausa a través de sus oídos y
estimulaba su caminata. En su frente tenia dispuesta una lámpara de gran
alcance que le permitía esquivar a tiempo cualquier piedra u obstáculo
repentino. Sin embargo, sin previo aviso, la música dejó de rezumar y la luz
comenzó a parpadear de forma irregular, hasta que un grito gutural retumbó en
los oídos desde los auriculares.
Se
los quitó deprisa y con súbita agitación. Miró su dispositivo y la tenue luz
azul de la pantalla digital mostraba unos símbolos extraños. En un principio
pensó que se trataban de caracteres japoneses o cantoneses, pero no se parecían
ni por asomo, aunque también reconoció que no tenía idea de ese idioma y podría
estar equivocado.
Hizo
un amago de volver a colocarse los auriculares, pero los gritos continuaban,
erráticos pero firmes.
Hasta
que no dejaron de emitirse sólo por los auriculares.
Venían
del oeste, de unos arbustos, de un grupo de árboles más arriba, de todas partes
y de ninguna. La cadencia aumentaba y cada vez se escuchaban más cerca.
Decidió
correr hacia su coche. Algo no estaba bien. Lo sentía. La lámpara parecía no
funcionar, pero conocía aquellos caminos. Giró a la izquierda, luego a la
derecha. Tenía que ser por aquí. Sí. Era por esa vereda. Pero no llegó a ningún
sitio. Estaba desorientado hasta que consiguió ver a una silueta oscura y muy
alta.
-Kai...
Kaixo...- Balbuceó estúpidamente.
No se
percató de la hoz que portaba la silueta en su mano derecha. La silueta permanecía
impasible, impertérrita y no daba indicio alguno de moverse.
El
chillido agudo y estridente vino después. Algo aterrizó muy cerca del
deportista.
Cuando
volvió la mirada, se percató de que una figura infantil se había sumado a la
improvisada reunión. No obstante, no se trataba de un niño. Su pelvis estaba
deformada en un ángulo imposible, su manos (si es que eran tal cosa) eran
alargadas y su cabeza era ovalada. Se arrastró por el suelo a cuatro patas y
Adur retrocedió instintivamente.
La
hoz descendió abruptamente e hizo un corte limpio en su espalda. Aulló de dolor
y se abalanzó hacia un matorral poco firme. Sintió que atravesaba las plantas y
ya no pisaba suelo.
La
gravedad hizo el resto.
Despertó
varios días después en la unidad de cuidados intensivos de Zumárraga. La
familia estaba muy contenta por la rápida mejoría. Tras los abrazos y besos
oportunos, le habían actualizado de su situación. Aparentemente había sufrido
un accidente mientras hacía deporte por la montaña. Quizás no había visto el
pequeño precipicio y se desplomó contra zarzas y maleza. Su pierna izquierda
estaba fracturada y tenía arañazos por todo el cuerpo, siendo el más profundo
el corte que había sufrido en su espalda.
Aún
confuso por los fármacos, intentó asimilar toda la información hasta que una
enfermera solicitó a los familiares que abandonaran la habitación.
-¿Qué
tal estás?- Preguntó una doctora, quien apareció minutos después de la
enfermera.
-Me
duele un poco... pero bien...-.
-Deberías
haber tenido más cuidado- Dijo la doctora cuando le auscultaba.
-No
sé qué pasó... Yo...-.
-Nunca
lo sabrás- Intervino la enfermera, al tiempo que colocaba una solución en la
vía intravenosa con una jeringa.
-Has
arruinado el rito de Samhaim- La doctora tenía el rostro severo -El año que
viene lo lograremos-.
Adur
no entendía nada. Sólo tuvo la súbita aprehensión de dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario