Capítulo I.5
Mientras el bisturí de Jaxx Butterfly
penetraba en la suave carne de Martha Danielle, una planta más arriba, el
doctor Marcus Richardson sostenía una acalorada discusión con su colega y socio
de trabajo, el doctor Charles McDonald.
-Lo que has hecho ha sido muy arriesgado,
Marcus- Le recriminó su amigo, un chico de treinta años de edad, ojos verdes,
pelirrojo, pecoso y con voz grave. A diferencia de su mentor y amigo, carecía
de prótesis mecánicas. Lo único artificial que había en todo su cuerpo
consistía un microprocesador instalado en su cerebro que le permitía almacenar
datos mediante una conexión inalámbrica, dispositivo muy común por ese
entonces.
-No estoy de acuerdo, Charles. Ha sido una
jugada maestra- Contestó Richardson, al tiempo que se dirigía a una ventana de
grueso cristal.
-Faraday es muy vengativo. En algún
momento se desquitará y…-.
-¡Tonterías! Ese estúpido militar no tiene
la más mínima idea. Me necesita…- Volvió la mirada para encarar a su compañero
y manifestar su agitación -¡Nos necesita! ¡Sólo nuestro equipo podrá
manejarlas!- Concluyó, señalando con su dedo índice a la ventana.
Charles ladeó la cabeza.
-¿No lo ves? Cuando perfeccionemos a las
yoctotermitas, Martha, tú y yo tendremos la clave para desactivarlas o
activarlas a nuestro antojo ¡Es magnífico!-.
-No es una buena idea, Marcus… Nada de
esto es una buena idea- Habló el científico de rojos cabellos cuando se
derrumbaba en una silla.
-¿Qué te pasa, Charles?-.
Decenas de pensamientos surcaron la mente
del doctor McDonald. Desde hacía cuatro noches no dormía, ni siquiera tomando
los somníferos adecuados. Incluso comer era algo impensable y secundario, si se
tenía en cuenta la gravedad de lo que descubrió una semana atrás.
-No veo del todo bien lo que hemos estado
haciendo en los últimos años-.
-Perdona, pero no te entiendo… Has
entregado tres años de tu vida y tu matrimonio a este proyecto ¿Qué hay de malo
ahora?-.
-Muchas cosas…- Respondió Charles,
dubitativo –Para empezar el asunto con todos esos militares, creo que no son
los avaladores más fiables-.
-Ya lo hemos hablado- Habló Marcus,
complaciente y colocando su mano humana en el hombro de su compañero –Cuando
buscamos financiamiento, nadie nos creyó ni quiso ayudarnos. Ninguna
universidad o institución tuvo el menor interés en nuestro trabajo, sólo el
ejército de este país nos brindó el soporte que necesitábamos-.
-¿Y a qué precio, Marcus? Hemos creado un
instrumento bélico muy peligroso-.
-¿Sólo nosotros? ¿Qué me dices sobre
quienes diseñaron y construyeron las bombas atómicas?-.
-Esto es peor que una bomba atómica,
Marcus… Lo sabes…-.
-No lo creo, Charles. Tenemos todo bajo
control-.
El investigador pelirrojo buscó su maletín
con nerviosismo. Una vez hallado sobre el escritorio del amplio despacho,
rebuscó a tientas entre carpetas desordenadas y papeles sin identificar. Marcus
esperó pacientemente y con los brazos en jarras, sabiendo que la
desorganización era uno de los principales defectos de su asociado. Cuando
Charles encontró las dos hojas arrugadas que buscaba, las mostró con inesperada
frialdad. En ellas se apreciaban garabatos escritos a mano.
-Hace un mes me pediste que vigilara las
frecuencias de las telemetrías ¿lo recuerdas?-.
-Sí, claro- Respondió Marcus, quien se
había olvidado de tal solicitud –Pero no debe haber inconveniente alguno. No se
han presentado interferencias a las frecuencias de transmisión de las señales
de anulación-.
-Tienes razón. No hay problemas con las
telemetrías de las yoctotermitas. Funcionan correctamente. La contrariedad proviene
del procesador que anula esa telemetría-.
-Explícate-.
-Verás, una vez que el receptor de las
telemetrías recibe la consigna, emitida a través del control remoto, de
desactivar a una yoctotermita o a un grupo de ellas, el nanorelé ejecuta la
orden mediante un corte de la tensión en el cerebro electrónico de la unidad-.
-Sé cómo funciona perfectamente una
yoctotermita, Charles. No necesito que me des esos detalles-.
-Es preciso que lo haga porque quiero que
entiendas la envergadura de la situación- Refutó el científico, envalentonado
con su explicación –Como bien sabes, el cerebro de una yoctotermita funciona
según el principio de las redes neuronales, permitiendo que una sola unidad
pueda desarrollar conocimientos en función de su aprendizaje. Pueden llegar
incluso a discernir sobre cuál es el camino más óptimo para triturar a un caza
de combate en minutos, y reproducirse en el proceso-.
Marcus quiso interrumpir, sin embargo dejó
que Charles se explayara para después dar su estocada final.
-No obstante, mi experimentación reciente
con doscientas unidades tomadas al azar ha arrojado que las redes neuronales
pueden ser empleadas para otros fines que se desvían de su propósito original.
En todos los casos ensayados, las yocototermitas no sólo han aprendido a
engullir y digerir mejor, también han podido entender el funcionamiento de
muchos de los dispositivos de control, llegando incluso a anular órdenes básicas
como la señal proveniente de las telemetrías. Dicho de otra forma, el muestreo
aleatorio me ha llevado a la conclusión de que las yoctotermitas podrían ser
capaces de desarrollar una independencia absoluta de cualquier señal de control
externa. Aunque cambiásemos la frecuencia de la señal de control, seguirían
siendo capaces de producir un conocimiento nuevo que invalidase esa otra
frecuencia-.
Marcus miró torvamente a su compañero de
trabajo.
-No voy a negar que ése es un escenario
posible, pero también estoy en posición de afirmar que es descartable. Parece
que te has olvidado de que todas las yoctotermitas son muy sensibles a tonos
puros de más de cien decibelios de amplitud-.
-No lo he pasado por alto y en ese sentido
los resultados son muy graves. Todas las unidades examinadas han mostrado el
mismo comportamiento: son capaces de destruir sus oídos nanocibernéticos con
tal de no sentir ese tono puro-.
-¿Dónde están las yoctotermitas evaluadas?-.
-Las he destruido todas, incluso a sus
crías-.
-¿Cómo?-.
-He utilizado la señal de la telemetría
justo antes de que aprendieran definitivamente cómo eliminarla-.
-¡Allí tienes tu respuesta!- Exclamó
ferozmente Marcus -¡Lo has hecho a tiempo! ¡Ése es el secreto! ¿Lo ves? ¡No hay
ningún peligro!-.
-Lo hay ¡Claro que lo hay!- Objetó
Charles, con agitación y preocupación –He podido hacerlo porque se trataba de
una muestra muy pequeña, pero… ¿Qué pasaría si fuera una población de yoctotermitas
más grande? No hablemos de millones, pero sí de miles. Imagina que el ejército
las usa indiscriminadamente. Podríamos sólo desconectar a un porcentaje muy
pequeño, pero el resto seguirían activas-.
-No… No es cierto. Tú has dicho que ese
aprendizaje era posible ¿Cómo me aseguras que puede ser aplicable para todas
las yoctotermitas?-.
-Lo he revisado y comprobado más de diez
veces, Marcus… Las unidades aprenden como un solo conjunto- Hizo una pausa para
mostrar una de las dos hojas arrugadas –Verás, he hecho un cálculo muy básico y
simple. Partamos de la hipótesis de que hemos podido desconectar a todas las
unidades en uso, excepto a una sola. Esta yoctotermita en concreto ha podido
evadir la señal de control de la telemetría a tiempo ¿entiendes?-.
-Sí ¿y?-.
-Pues bien, considera que esta
yoctotermita ensambla una copia suya en un tiempo estimado de mil segundos, y
que además le transmite este conocimiento nuevo en cuanto a la capacidad de
anular la señal. Entonces, estas dos unidades fabricarían dos más en los mil segundos
siguientes, esas cuatro yoctotermitas ensamblarían otras cuatro, y las ocho
construirían otras ocho. Después de varias horas, no tendríamos treinta y seis
yoctotermitas… ¡Tendríamos más de sesenta y ocho millones según una tasa de
crecimiento exponencial! ¡Y todas ellas sabrán cómo anular la señal de control
de las telemetrías!-.
-¡Pues buscaremos una nueva frecuencia
que…!-.
-No servirá de nada ¿Es que no has
entendido una sola palabra de lo que te he dicho? ¡Seríamos los responsables
directos de provocar una plaga gris que destruiría a toda la humanidad en
cuestión de días!-.
-¿Plaga gris? ¡Deliras!- Marcus apoyó las
palmas de sus manos en el cristal y vio a través de él con expresión ausente
–Están allí dentro, en algún lugar de ese recinto, esperando a ser activadas e
iniciar su proceso de vida. Hemos… He creado una vida artificial y diminuta…-
Hizo una pausa para desviar su atención hacia su compañero –No permitiré que
arruines el trabajo de toda mi vida con tus mentiras absurdas… Tengo todo supervisado
y controlado, así que no acepto tus comentarios. Quiero que te vayas ahora
mismo y recojas tus cosas de tu escritorio mañana por la mañana-.
Marcus regresó su mirada hacia la ventana
y siguió contemplando a los miles de seres cibernéticos que permanecían quietos
y dispuestos a aprender mucho.
Ignoró cuándo Charles McDonald abandonó su
despacho.
Una planta más abajo, Martha Danielle,
luego de un largo y agónico sufrimiento, exhalaba el último suspiro de su vida.
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