domingo, 6 de octubre de 2019

Éxodo: Capítulo I.5


Capítulo I.5

Mientras el bisturí de Jaxx Butterfly penetraba en la suave carne de Martha Danielle, una planta más arriba, el doctor Marcus Richardson sostenía una acalorada discusión con su colega y socio de trabajo, el doctor Charles McDonald.

-Lo que has hecho ha sido muy arriesgado, Marcus- Le recriminó su amigo, un chico de treinta años de edad, ojos verdes, pelirrojo, pecoso y con voz grave. A diferencia de su mentor y amigo, carecía de prótesis mecánicas. Lo único artificial que había en todo su cuerpo consistía un microprocesador instalado en su cerebro que le permitía almacenar datos mediante una conexión inalámbrica, dispositivo muy común por ese entonces.

-No estoy de acuerdo, Charles. Ha sido una jugada maestra- Contestó Richardson, al tiempo que se dirigía a una ventana de grueso cristal.

-Faraday es muy vengativo. En algún momento se desquitará y…-.

-¡Tonterías! Ese estúpido militar no tiene la más mínima idea. Me necesita…- Volvió la mirada para encarar a su compañero y manifestar su agitación -¡Nos necesita! ¡Sólo nuestro equipo podrá manejarlas!- Concluyó, señalando con su dedo índice a la ventana.

Charles ladeó la cabeza.

-¿No lo ves? Cuando perfeccionemos a las yoctotermitas, Martha, tú y yo tendremos la clave para desactivarlas o activarlas a nuestro antojo ¡Es magnífico!-.

-No es una buena idea, Marcus… Nada de esto es una buena idea- Habló el científico de rojos cabellos cuando se derrumbaba en una silla.

-¿Qué te pasa, Charles?-.

Decenas de pensamientos surcaron la mente del doctor McDonald. Desde hacía cuatro noches no dormía, ni siquiera tomando los somníferos adecuados. Incluso comer era algo impensable y secundario, si se tenía en cuenta la gravedad de lo que descubrió una semana atrás.

-No veo del todo bien lo que hemos estado haciendo en los últimos años-.

-Perdona, pero no te entiendo… Has entregado tres años de tu vida y tu matrimonio a este proyecto ¿Qué hay de malo ahora?-.

-Muchas cosas…- Respondió Charles, dubitativo –Para empezar el asunto con todos esos militares, creo que no son los avaladores más fiables-.

-Ya lo hemos hablado- Habló Marcus, complaciente y colocando su mano humana en el hombro de su compañero –Cuando buscamos financiamiento, nadie nos creyó ni quiso ayudarnos. Ninguna universidad o institución tuvo el menor interés en nuestro trabajo, sólo el ejército de este país nos brindó el soporte que necesitábamos-.

-¿Y a qué precio, Marcus? Hemos creado un instrumento bélico muy peligroso-.

-¿Sólo nosotros? ¿Qué me dices sobre quienes diseñaron y construyeron las bombas atómicas?-.

-Esto es peor que una bomba atómica, Marcus… Lo sabes…-.

-No lo creo, Charles. Tenemos todo bajo control-.

El investigador pelirrojo buscó su maletín con nerviosismo. Una vez hallado sobre el escritorio del amplio despacho, rebuscó a tientas entre carpetas desordenadas y papeles sin identificar. Marcus esperó pacientemente y con los brazos en jarras, sabiendo que la desorganización era uno de los principales defectos de su asociado. Cuando Charles encontró las dos hojas arrugadas que buscaba, las mostró con inesperada frialdad. En ellas se apreciaban garabatos escritos a mano.

-Hace un mes me pediste que vigilara las frecuencias de las telemetrías ¿lo recuerdas?-.

-Sí, claro- Respondió Marcus, quien se había olvidado de tal solicitud –Pero no debe haber inconveniente alguno. No se han presentado interferencias a las frecuencias de transmisión de las señales de anulación-.

-Tienes razón. No hay problemas con las telemetrías de las yoctotermitas. Funcionan correctamente. La contrariedad proviene del procesador que anula esa telemetría-.

-Explícate-.

-Verás, una vez que el receptor de las telemetrías recibe la consigna, emitida a través del control remoto, de desactivar a una yoctotermita o a un grupo de ellas, el nanorelé ejecuta la orden mediante un corte de la tensión en el cerebro electrónico de la unidad-.

-Sé cómo funciona perfectamente una yoctotermita, Charles. No necesito que me des esos detalles-.

-Es preciso que lo haga porque quiero que entiendas la envergadura de la situación- Refutó el científico, envalentonado con su explicación –Como bien sabes, el cerebro de una yoctotermita funciona según el principio de las redes neuronales, permitiendo que una sola unidad pueda desarrollar conocimientos en función de su aprendizaje. Pueden llegar incluso a discernir sobre cuál es el camino más óptimo para triturar a un caza de combate en minutos, y reproducirse en el proceso-.

Marcus quiso interrumpir, sin embargo dejó que Charles se explayara para después dar su estocada final.

-No obstante, mi experimentación reciente con doscientas unidades tomadas al azar ha arrojado que las redes neuronales pueden ser empleadas para otros fines que se desvían de su propósito original. En todos los casos ensayados, las yocototermitas no sólo han aprendido a engullir y digerir mejor, también han podido entender el funcionamiento de muchos de los dispositivos de control, llegando incluso a anular órdenes básicas como la señal proveniente de las telemetrías. Dicho de otra forma, el muestreo aleatorio me ha llevado a la conclusión de que las yoctotermitas podrían ser capaces de desarrollar una independencia absoluta de cualquier señal de control externa. Aunque cambiásemos la frecuencia de la señal de control, seguirían siendo capaces de producir un conocimiento nuevo que invalidase esa otra frecuencia-.

Marcus miró torvamente a su compañero de trabajo.

-No voy a negar que ése es un escenario posible, pero también estoy en posición de afirmar que es descartable. Parece que te has olvidado de que todas las yoctotermitas son muy sensibles a tonos puros de más de cien decibelios de amplitud-.

-No lo he pasado por alto y en ese sentido los resultados son muy graves. Todas las unidades examinadas han mostrado el mismo comportamiento: son capaces de destruir sus oídos nanocibernéticos con tal de no sentir ese tono puro-.

-¿Dónde están las yoctotermitas evaluadas?-.

-Las he destruido todas, incluso a sus crías-.

-¿Cómo?-.

-He utilizado la señal de la telemetría justo antes de que aprendieran definitivamente cómo eliminarla-.

-¡Allí tienes tu respuesta!- Exclamó ferozmente Marcus -¡Lo has hecho a tiempo! ¡Ése es el secreto! ¿Lo ves? ¡No hay ningún peligro!-.

-Lo hay ¡Claro que lo hay!- Objetó Charles, con agitación y preocupación –He podido hacerlo porque se trataba de una muestra muy pequeña, pero… ¿Qué pasaría si fuera una población de yoctotermitas más grande? No hablemos de millones, pero sí de miles. Imagina que el ejército las usa indiscriminadamente. Podríamos sólo desconectar a un porcentaje muy pequeño, pero el resto seguirían activas-.

-No… No es cierto. Tú has dicho que ese aprendizaje era posible ¿Cómo me aseguras que puede ser aplicable para todas las yoctotermitas?-.

-Lo he revisado y comprobado más de diez veces, Marcus… Las unidades aprenden como un solo conjunto- Hizo una pausa para mostrar una de las dos hojas arrugadas –Verás, he hecho un cálculo muy básico y simple. Partamos de la hipótesis de que hemos podido desconectar a todas las unidades en uso, excepto a una sola. Esta yoctotermita en concreto ha podido evadir la señal de control de la telemetría a tiempo ¿entiendes?-.

-Sí ¿y?-.

-Pues bien, considera que esta yoctotermita ensambla una copia suya en un tiempo estimado de mil segundos, y que además le transmite este conocimiento nuevo en cuanto a la capacidad de anular la señal. Entonces, estas dos unidades fabricarían dos más en los mil segundos siguientes, esas cuatro yoctotermitas ensamblarían otras cuatro, y las ocho construirían otras ocho. Después de varias horas, no tendríamos treinta y seis yoctotermitas… ¡Tendríamos más de sesenta y ocho millones según una tasa de crecimiento exponencial! ¡Y todas ellas sabrán cómo anular la señal de control de las telemetrías!-.

-¡Pues buscaremos una nueva frecuencia que…!-.

-No servirá de nada ¿Es que no has entendido una sola palabra de lo que te he dicho? ¡Seríamos los responsables directos de provocar una plaga gris que destruiría a toda la humanidad en cuestión de días!-.

-¿Plaga gris? ¡Deliras!- Marcus apoyó las palmas de sus manos en el cristal y vio a través de él con expresión ausente –Están allí dentro, en algún lugar de ese recinto, esperando a ser activadas e iniciar su proceso de vida. Hemos… He creado una vida artificial y diminuta…- Hizo una pausa para desviar su atención hacia su compañero –No permitiré que arruines el trabajo de toda mi vida con tus mentiras absurdas… Tengo todo supervisado y controlado, así que no acepto tus comentarios. Quiero que te vayas ahora mismo y recojas tus cosas de tu escritorio mañana por la mañana-.

Marcus regresó su mirada hacia la ventana y siguió contemplando a los miles de seres cibernéticos que permanecían quietos y dispuestos a aprender mucho.

Ignoró cuándo Charles McDonald abandonó su despacho.

Una planta más abajo, Martha Danielle, luego de un largo y agónico sufrimiento, exhalaba el último suspiro de su vida.

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