Capítulo I.7
Charles McDonald vivía en el lado oeste de
la ciudad, a treinta kilómetros de su lugar habitual de trabajo. Bueno, más
bien a treinta kilómetros del lugar donde trabajaba hasta ese día.
Como el tráfico era un desastre, lo mejor
era desplazarse en el tren electromagnético, una maravilla que viajaba a una
velocidad punta de 600 km/h sin necesidad de tocar los anticuados raíles. Mientras
regresaba a su apartamento de cincuenta metros cuadrados, remembraba la
conversación sostenida con su amigo y tutor. Marcus le había dirigido su tesis
doctoral, despertando un interés subyacente en un área poco investigada. Su
vida se vio sumergida en la cibernética, la biomecánica y la nanotecnología.
Dejó de lado a su esposa, quien no tardó en encontrar la felicidad sexual en
brazos de un vecino atento y galán. Dejó de lado su higiene personal y las
comidas regulares. Dejó de lado muchas cosas, y ahora que su compañero le había
despedido injustamente pensaba que tenía una deuda que cobrar con intereses.
Se iría, naturalmente. Pero antes
expresaría su opinión a las autoridades adecuadas y, ante el eventual caso de
que no obtuviese respuesta alguna, acudiría a los siempre amarillistas pero muy
necesarios medios de comunicación social. Marcus tendría que escuchar, de un
modo o de otro.
Necesitaba pensar y meditar sobre su
planteamiento, así que lo mejor era el silencio. Nada de videollamadas,
holotelevisión, ni juegos de póker en la realidad virtual. Tenía que refutar
detalladamente cada uno de los probables argumentos de Richardson, así que
necesitaba concentración y…
El timbre del videoteléfono le alertó. Se
acercó con la intención de apagarlo, pero cuando vio el nombre de su
interlocutor se lo pensó dos veces. Aceptó la llamada y frente a sus ojos
impasibles se materializó la viva imagen de su padre, un hombre de edad madura,
atlético, cabello castaño y con arrugas en la frente. Él único parecido entre
Charles y él era el humor sarcástico. La imagen era a escala y los píxeles
reflejaban con total exactitud el sudor que corría por las mejillas de ese
hombre de sesenta años.
-Hola Charlie-.
-Odio que me llames así, papá-.
-Y yo que te olvides del cumpleaños de tu
madre. Ya sabes cómo se pone cuando no lo recuerdas-.
-¿Es hoy?-.
-Y dentro de un año también-.
-Papá,
hoy no es un buen día-.
-Charles McDonald Tanner, o vienes al
cumpleaños de tu madre o ahora mismo te voy a buscar-.
-¿Por qué todo es tan difícil, papá?-.
-¿Ha pasado algo, hijo?-.
-Nada, papá- Dijo, cambiando el rumbo de
la conversación –Ya sabes cómo soy… Llegaré en una hora-.
Mediante un conmutador cortó la
comunicación y la imagen de su padre proyectada sobre una tarima ovalada se
disipó en breves instantes.
Obligándose a no abandonar sus ideas, se
vistió en el más absoluto mutismo, aislándose de cualquier tipo de información
que podría provenir del exterior. Ni siquiera hizo el amago de escuchar la
radio en su coche eléctrico. Se limitó a llegar a casa de sus padres, sonreír
estúpidamente a las amigas de su madre, escuchar los reproches de su hermana, y
comer un pastel excesivamente dulce.
En ningún momento de aquella noche se
enteró de lo que le estaba sucediendo a Marcus Richardson.
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