Capítulo I.6
Tenemos
que escapar, Jaxx. Ya hemos acabado con la mujerzuela impía.
-Ha sido maravilloso… La sangre…-.
Lo
ha sido, Jaxx. Pero ahora tenemos que irnos. Vístete.
-Pero quiero más. Su cuerpo todavía está caliente…-.
Ya
tendrás otras putas para divertirte. ¡Ahora tenemos que huir! ¡Nos atraparán si
nos quedamos!
Mientras se vestía y removía la sangre
seca de su abdomen, Jaxx remembró todo lo que había hecho para consumar su
nuevo acto de placer desmedido. Seleccionó a Martha Danielle por el simple
hecho de que vivía sola y era promiscua. En una ocasión la vio con un tipo
pelirrojo, en otra le acompañaba un anciano y la tercera vez la halló con un
sujeto calvo y regordete. Sin embargo, no sabía que esas personas eran
respectivamente un compañero de trabajo, su abuelo y su padre. Pero a Jaxx eso
le era indiferente. Lo importante era la opinión del Gato con Botas y el Gato
con Botas había dicho que ella era una cualquiera.
Seguirla en su rutina fue fácil. Más fácil
de lo habitual. De su casa al sitio donde se hacen cosas raras y de ese sitio a
su casa. Lo peor era el horario, debido a que la hora de entrada solía ser la
misma, pero la hora de salida podría dilatarse hasta bien entrada la madrugada.
El Gato con Botas le había asegurado que
Martha se quedaba hasta tarde para poder hacer obscenidades con sus amigos. Por
eso tenía que sacrificarla en ese recinto plagado de prostitución.
Ingresar sin ser visto al sitio donde se
hacen cosas raras fue más fácil aún. Todos los jueves, la lavandería traía los
uniformes que el día anterior recogían para su lavado, así que sólo tuvo que
degollar al repartidor de turno y fingir que era el sustituto de un trabajador
enfermo con fiebre. Una vez dentro, esperó pacientemente por el momento
propicio.
Disfrazado de un investigador común con
bata blanca, recorrió los pasillos en busca de una salida. Pronto encontrarían
el vehículo de la lavandería abandonado y alguien daría la voz de alerta, así
que tenía que hallar una ruta de escape cuanto antes. Giró a la izquierda y se
adentró en otro pasaje.
¡Te
dije que por aquí no era! ¡Vaya lío!
Hizo un amago de dar la vuelta, pero
escuchó voces de una animada conversación, así que decidió que debía seguir.
Como no quería cruzarse con nadie que le pudiese hacer alguna pregunta pensó
que era mejor esconderse, y para ello tenía dos alternativas: la puerta de “Investigaciones nanotecnológicas” o la
oficina de un tal Dr. Richardson. Resolvió invadir la morada de aquel tipejo,
pese a las objeciones del Gato con Botas.
Para su extrañeza, se trataba de una
puerta arcaica con pestillo, así que no dudó en abrirla ante la cercanía de un
grupo de personas. Cuando ingresó a la oficina, se percató de que no estaba
solo y que frente a un cristal muy amplio se hallaba parado un sujeto con un
brazo sintético.
¡Vete!
¡Vete antes de que nos vea!
Demasiado tarde. El ruido hizo que Marcus
Richardson se incorporara.
-¡Te he dicho que te vayas, Charles! No
quiero…- Marcus detuvo su caminar en seco, impresionado por la inesperada
visita -¿Quién es usted? ¿Qué hace?-.
¡Es
un ogro! ¡Mírale el brazo, Jaxx! ¡Es un ogro horrible!
-¡Cállate! ¡No puedo pensar!- Bramó el
desquiciado con mucha furia.
¡Tienes
que desnucarlo! Tiene un brazo espantoso.
-¡No! ¡Estoy en esta situación por tu
culpa! ¡Lo haremos a mi modo!-.
-¡Oiga! No sé quién es usted pero voy a
llamar a seguridad- Le interrumpió Marcus, para pulsar seguidamente un botón
rojo situado bajo su mesa de aluminio.
Una estridente alarma se dejó escuchar por
todo el lugar. En la distancia se dejaban escuchar gritos de auxilio y de
confusión, pasos erráticos y preguntas frenéticas.
¡Mira
lo que has hecho, Jaxx! ¡El ogro me hará daño!
-No, no nos hará daño- Dijo el lunático,
extrayendo el bisturí con el que minutos antes había destajado a Martha
Danielle –He pensado en algo nuevo… Jugaremos a los rehenes-.
¡Un
juego nuevo! ¡Qué divertido! ¡Vamos a jugar a que matábamos al ogro!
-Lo haremos, pero a su debido tiempo… Por
ahora será nuestro boleto de salida-.
Por primera vez en su vida, Marcus
Richardson sintió pánico. No tenía whisky para aliviar el miedo, ni sabía cómo
actuar ante una persona irracional que sólo balbuceaba incoherencias.
Tampoco supo cuándo se había orinado.
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