viernes, 1 de noviembre de 2019

Éxodo: Capítulo I.9


Capítulo I.9

En toda su vida, Marcus jamás había visto cómo asesinaban a alguien.

Había olvidado cuánto tiempo transcurrió desde que dio inicio aquella pesadilla, pero sabía que tenía que hacer algo si quería escapar. A todas luces resultaba obvio que no se podía entablar una conversación seria con ese individuo, ni siquiera cuando llegó aquel pobre desafortunado que anunciaba ser un negociador de la policía. Después de soltar una palabrería absurda sobre alguien apodado Pulgarcito y lograr el compromiso de ese funcionario para que se quedara por unos minutos, el asesino le encajó el cuchillo en el estómago sin más preámbulos. Posteriormente, se sentó en una silla para contemplar cómo ese hombre, padre de familia quizás, moría lentamente.

-Esto no va bien… ¡Esto no va bien! No me han dado lo que quiero…-.

-¿Qué es lo que quieres?- Se atrevió a preguntar Marcus, atado de pies y manos.

-Quiero que te calles ¡Necesito pensar!-.

¡Eso! ¡Dile que no hable más!

-No se lo digo a él ¡Te lo digo a ti! ¿Por qué me aconsejaste que matara al negociador? ¡Ahora tendría dos rehenes en vez de uno!-.

Lo has asesinado porque querías. Yo sólo he planteado una posibilidad.

-Veo que hablas con alguien ¿Puedo saber su nombre?- Intervino el investigador con cautela.

¡No le digas mi nombre al ogro feo! ¡Por favor!

-Se hace llamar el Gato con Botas- Respondió Jaxx con timidez.

-¡Ah! Como el viejo cuento-.

-¿Cuento? ¿Tú también lo has leído?-.

¡No creas sus mentiras! Pretende engañarnos…

-Evidentemente- Afirmó Marcus sin dudar –Es un relato muy antiguo, pero algunas madres todavía se lo leen a sus pequeños-.

¡No es cierto! Mi madre no me lo leía.

-Mi madre nunca me leyó ese cuento ¿La tuya si lo hacía?- Interrogó el psicópata con tristeza en su rostro.

-Al menos una vez al mes. Era uno de mis cuentos preferidos-.

-Por mi parte, era el único que tenía. Mi madre me lo daba antes de irse a trabajar… Ella trabajaba de noche… ¿Sabías?-.

-Mi madre murió joven- Mintió Marcus, porque de hecho su madre nonagenaria estaba confinada en un ancianato –Así que sólo recuerdo algunas cosas. Entre ellas, que me leía libros antes de ir a dormir-.

¡No se lo digas! ¡No digas eso!

-La mía era una prostituta y me daba el cuento para que yo me distrajera mientras llevaba tipos malolientes a casa. Ella fue mi primera víctima ¿sabes lo que digo? La maté encajándole un palo de madera en el ano-.

-Volvamos a lo del Gato con Botas- Dijo Marcus, visiblemente asustado por semejante confesión -¿Todavía lo lees?-.

-Todas las noches-.

-¿Te gustaría leerlo ahora? Lo tengo muy cerca de aquí-.

¡No tiene nada! ¡El ogro está mintiendo descaradamente!

-¿En serio? ¿Lo tienes?- La alegría se dibujó en la expresión de Jaxx Butterfly.

-Sí ¿Ves aquella ventana de allí?- Señaló con la mirada la pantalla de cristal donde reposaban los frutos de sus investigaciones –Tengo un salón particular lleno de cosas interesantes. Si me desatas, te prestaré mi ejemplar del Gato con Botas-.

¡Miente!

-¿Me lo prestarías? ¿De veras?-.

-De veras-.

¡No le creas!

-De acuerdo… Te desataré pero con una condición… Quiero que me regales tu libro, así yo podré tener a una mamá que me quiera…-.

-Trato hecho- Acordó Marcus, sintiendo una inyección de súbita adrenalina.

¡El ogro es un embustero! ¡Te está engañando!

El plan era muy sencillo y, al mismo tiempo, macabro. A su juicio, al llamar la atención de ese enajenado, Marcus ya había realizado la fase más compleja de su artimaña. Ahora quedaba la peor etapa: tenía que introducirle en la sala donde estaban las invisibles yoctotermitas, una vez dentro sólo tendría que activarlas y dejar que sus creaciones cibernéticas e invisibles hicieran el trabajo sucio.

Jaxx cumplió su parte del contrato verbal y, con el bisturí, cortó las bridas de plástico que sujetaban firmemente los tobillos y las muñecas de Marcus. El científico tardó un par de minutos en recuperarse, mientras sentía el hormigueo propio de la sangre que ya comenzaba a llegar a los puntos de interés para la movilidad.

-Has hecho una promesa… ¡Cúmplela!- Exigió el loco homicida en tono amenazador.

¡No lo hará! Te dije que no le hicieras caso.

-Desde luego- Acordó Marcus con fingida sonrisa al tiempo que señalaba con su mano sintética el amplio cristal –Necesito abrir la puerta de esa ventana ¿la ves? Se hace con un control remoto que tengo en mi mesa-.

-¡No has dicho algo sobre un control remoto!- Protestó Jaxx, poniéndose en guardia.

-Lo puedes coger tú, si deseas. Abre el primer cajón- Habló el científico tranquilamente y señalando el lugar indicado.

¡No cojas nada! ¡Es una triquiñuela muy infantil!

-¿Es este?- Interrogó el desquiciado con el ceño fruncido y analizando el dispositivo desde todos los ángulos posibles.

-El mismo… Dámelo y te daré el libro…-.

No nos dará el libro ¡Nos hará daño!

Jaxx Butterfly extendió su temblorosa mano izquierda y Marcus Richardson aceptó el control con toda la serenidad que pudo reunir y usando su brazo de carne y hueso.

Había ganado.

Pero…

Sin previo aviso, ocurrió un suceso que se salía del esquema previsto. La puerta cedió ante la potente patada de un hombre corpulento vestido con ropa militar y una bomba halógena irrumpió en la oficina, acompañada de órdenes y gritos. La bomba consistía en un artefacto pequeño capaz de reproducir un haz de luz incandescente que podía anular temporalmente la vista de un ciego a cien metros de distancia. 

Por un momento Marcus no vio lo que acontecía a su alrededor. Solamente sintió que la fuerte tenaza del psicópata le arrastró hacia una posición indefinida y que un cuchillo muy afilado se posó en su garganta.

Jamás soltó el control remoto.

-¡Quieto o disparamos!- Bramó uno de los invasores apuntando con un rifle de protones.

-¡Me has engañado! ¡El Gato con Botas tenía razón! ¡Ahora debo matar a todos los elfos que nos invaden!- Se escuchó decir a Jaxx.

-¡No disparen, por favor! Él no hará…- Intentó decir Marcus con dificultad y omitiendo el arma que aprisionaba su cuello.

-¡Los mataré a todos, elfos de la noche! ¡No quedará ninguno con vida en el País de las Maravillas! ¡Esta noche comeré remolachas sobre vuestras tumbas!- Chilló el loco.

-¡Va a matar al Dr. Richardson! ¡Disparen!- Ordenó el líder de aquel grupo de hombres armados.

-¡No!- Aulló el científico, zafándose ligeramente de su captor.

¡Degüella al ogro! ¡Hazme caso!

Todo sucedió rápidamente. Marcus, en una letanía muy cruel, recuperó parcialmente la visión, tan sólo para ver cómo el escuadrón de élite enviado por el General Faraday abría fuego con sus rifles. Un impacto del láser le destrozó la extremidad protésica mientras que dos más hacían añicos el cristal de la amplia ventana. Durante la inevitable caída, se percató de que las piernas del psicópata habían sido cercenadas a la altura de las rodillas a consecuencia del indiscriminado tiroteo.

El científico no se dio cuenta de que también le habían disparado en el pecho.

Adicionalmente, ignoró su arco reflejo que le llevó a cerrar instintivamente su mano alrededor del control remoto, activando así a las miles de yoctotermitas que dormían en la sala protegida por el ventanal roto y que ahora estaban muy hambrientas.

-El objetivo ha sido abatido- Repetía constantemente el líder del grupo –Tanto el rehén como el objetivo requieren de asistencia médica-.

La sangre comenzó a brotar de la boca del doctor Marcus Richardson y, para su propia consternación, no sentía ninguna clase de dolor. Sí tenía en cambio cosquillas, síntoma inequívoco de la cercanía de una muerte espantosa. Estaba muriendo pero no debido a las heridas ocasionadas por las armas láser. Sencillamente, desfallecía a causa de que sus queridas hijas, la creación derivada de años de trabajo, sus preciadas yoctotermitas, le devoraban con extraordinaria avidez y en silencio.

No alcanzó a pulsar de nuevo el botón del control remoto.

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