Parte
II
Los
marinos
Capítulo II.1
-Está prohibida toda clase de objetos
metálicos y dispositivos de comunicación- Anunció un oficial de policía
corpulento y calvo.
-Conozco las normas- Dijo la mujer
pelirroja, de ojos azules, pechos llenos y pecas en los cachetes –No es la
primera vez que vengo-.
Caminaron por largos pasillos, franqueados
por pesadas puertas con barrotes, oyendo los improperios lascivos de los
diferentes presidiarios que allí pernoctaban. Traspasaron un amplio portal que
conducía a una única celda, custodiada por dos celadores armados. La joven
soportó impasible el último cacheo antes de poder entablar conversación con la
persona que allí permanecía privada de su libertad.
Se paró frente a una ventanilla y descolgó
el auricular, para después apreciar el cansado y desmejorado rostro de su
hermano.
-Adele… Has venido a verme…- Habló el
retenido, colocando una mano en el cristal y forzando una sonrisa.
-No he tenido suerte, Charles- Admitió la
joven, luego de un incómodo silencio –El Tribunal Militar ha desestimado mi
recurso…-.
-No te preocupes, hermana. Has hecho lo
suficiente…-.
-¡No! No lo he hecho ¡Están decididos a
ejecutarte!-.
-Quizás sea mi destino… Sin duda,
necesitaban a un responsable del desastre y como yo soy el único investigador
que permanece con vida, me parece que el resultado es obvio-.
-¡No es cierto! Charles, desde que papá y
mamá nos dejaron me siento muy sola-.
-Pero tienes a tu esposo… El astrofísico
¿no?... Además, tienes que pensar en tu carrera profesional- Hizo una pausa
para acercarse a la colchoneta donde dormía dos horas al día y recogió un fajo
de folios con apuntes escritos con carboncillo –Hablando de tu esposo, tengo
algo para él… De vez en cuando, me dejan escribir cosas. No es muy habitual,
pero algunos de los guardianes son amables y me traen papel… Desde que hemos
emigrado a estas tierras profundas, la humanidad superviviente a la plaga gris
se ha estancado y…-.
-Charles, no he venido a hablar de…-.
-Es importante que me escuches, Adele.
Tengo una idea y necesito que alguien con credibilidad la transmita. Si nos
quedamos aquí, nos condenaremos a nuestra propia extinción… En los papeles que
te dejaré, hay diversos teoremas y corolarios descritos en el idioma universal
de la física aplicada y de la matemática. Dáselo a tu esposo, por favor… Tengo
la absoluta confianza de que él comprenderá lo que debe hacerse-.
Una hora más tarde, Adele McDonald, Teniente
Coronel de la Fuerza Naval y abogada criminalista, viajaba en el monorraíl
expreso, adormecida por el balanceo del vagón y aferrándose a la última
conversación sostenida con su hermano. Se negaba a aceptar el brutal
ajusticiamiento al que sería sometido, a pesar de todos los esfuerzos.
Recordaba también los últimos momentos que estuvo en la superficie terrestre; la
ansia de recoger a sus padres, futuros suegros y a quien sería su esposo; la
incertidumbre de no saber dónde estaba su hermano; las dificultades de hallar una
lanzadera y el pago de un escandaloso soborno a un ambicioso funcionario.
Le separaban siete años de tales
tribulaciones, pero aún las remembraba a la perfección.
Cuando acabó el túnel, Adele apreció el
horizonte azul de aquella ciudad sumergida y protegida por una enorme cúpula
transparente. Como la desaparecida y mítica Atlantis, la enorme urbe de la República
Atlántica crecía sin un urbanismo definido, indiferente ante las largas
ballenas, bancos de exóticos peces y peligrosos tiburones blancos, que ahora
constituían las nubes de un cielo oceánico.
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