Capítulo I.10
A las 7:34 de lo que aparentaba ser el
inicio de una soleada mañana, Charles McDonald había concluido la redacción de
un informe sustancioso en el que planteaba sus dudas e inquietudes en relación
al proyecto de las yoctotermitas. En primer lugar, pensaba en anunciarle
directamente sus intenciones a Marcus, por el respeto que aún sentía por él.
Acto seguido, acudiría a los superiores del Servicio de Inteligencia Mundial,
contaría su visión de los hechos y su antiguo amigo recibiría una lección que
difícilmente olvidaría.
Veinte minutos después, desayunó cereales
con uvas pasas hidrogenadas y leche sintética de vacas clonadas. De su boca,
salió una palabra ronca mezclada con el ruido sordo del masticado que activó
una pantalla plana. La pantalla cubría, a lo ancho y largo, la pared del
comedor y emitía imágenes en tres dimensiones con alta resolución.
No le hizo falta hacer zapping. Todos los canales
emitían la misma escena: una joven de cabello oscuro, ojos rasgados, figura
esbelta y rostro poéticamente angustiado, hablaba de forma apresurada y sin
pausa sobre un incidente de gravedad. Inicialmente, Charles no le dio la debida
importancia a la noticia, pero cuando se percató que tras aquella reportera se
alzaba el edificio donde trabajaba y al cual pretendía asistir, incrementó el
volumen del dispositivo con súbito frenesí.
-…no sabemos exactamente la naturaleza de
esta epidemia- Narraba la chica, cuyo nombre era Alice Won según un subtítulo
en relieve –Hasta los momentos la única certeza sobre la cual podemos informar,
es que hay dos personas infectadas por el virus. Un hombre en estado de
observación y una mujer que ha fallecido. Los especialistas esperan que con la
autopsia se puedan obtener indicios que permitan clasificar la verdadera índole
de esta enfermedad-.
La cámara centró su atención en un sujeto
voluminoso y con un rostro inflexible que Charles reconoció al instante. Detrás
de ese personaje, tres hombres vestidos con trajes blancos e impermeables
trasladaban en una camilla a un paciente inerte.
-Con nosotros se encuentra el General Bill
Faraday ¿Puede facilitarnos algún detalle sobre este suceso?-.
-En primer lugar, quiero enviar un mensaje
de tranquilidad a la población. Tenemos la situación bajo control. Hemos puesto
en cuarentena a las dos víctimas y esperamos que en las próximas dos horas, la
investigación finalice-.
-¿Podría darnos los nombres de esas dos
víctimas?-.
-Por el momento, únicamente puedo
confirmar que Martha Danielle y Jaxx Butterfly se encuentran en observación
médica-.
Al margen de la conversación, los tres
sujetos vestidos de traje se detuvieron para examinar el infectado.
-Pero, una fuente interna nos ha informado
que la Srta. Danielle ha sido asesinada por…-.
-Esa información es falsa- Interrumpió
Faraday sin inmutarse.
-¿Y qué relevancia tiene la intervención
del doctor Marcus Richardson en estos hechos?-.
-No haré ninguna declaración al respecto-.
Un grito desgarrador entorpeció la
entrevista y el origen de semejante graznido provenía de la camilla. El
supuesto paciente alzaba con convulsión los brazos y se retorcía en un ángulo
improbable, mientras uno de los paramédicos de traje blanco intentaba sin éxito
inyectarle un fluido transparente y glutinoso.
-¡No dejes de grabar!- Masculló en algún
momento la periodista.
La cámara se acercó al contagiado y la
imagen fue, como mínimo, grotesca. El enfermo carecía de piernas, en apariencia
cercenada y cauterizada por algún tipo de arma láser. El estómago estaba
abierto y disponía de un agujero deforme, que dejaba al descubierto vísceras
mezcladas con líquidos carmesí y rosados.
Sin previo aviso, el asistente de la
inyectadora se percató de que su traje era literalmente engullido por una especie
de corrosión malsana en aumento.
-¡Qué alguien le quite la cámara a ese
tipo!- Chilló rabiosamente Bill Faraday.
-¡Están coartando la libertad de
expresión! ¡Señores espectadores, observen los hechos y deduzcan sus propias
conclusiones! ¡Nos han mentido y…!-.
-¡He dicho que dejen de grabar!- Ordenó la
voz del militar antes de que los nudillos de un puño macizo dieran el paso a
una imagen destellante de color gris.
Charles estaba estupefacto.
-Damas y caballeros, acaban de ver la
repetición del último reportaje que ha realizado nuestra compañera Alice Won
hace cinco horas- Anunciaba un presentador de edad madura y con corbata –Hemos
intentando contactar con ella, pero el ejército ha definido la zona de
seguridad con un radio de diez kilómetros…-.
McDonald marcó un número en una pantalla
digital. Después de dos tonos, una mujer habló con tono espantado.
-¿Adele?-.
-¡Charles! ¿Por qué no nos has llamado?
¿Has visto las noticias? ¡Estaba preocupada por ti! ¡Eres un desconsiderado!
¿Acaso no entiendes…?-.
-¡Adele! ¡Escúchame! Es importante que lo
hagas ¿Tienes algún modo de llegar a una lanzadera submarina?-.
-Charles, me estás asustando…-.
-Dime ¿Puedes conseguir una lanzadera
submarina?-.
-Si… ¡Sí! ¿Por qué lo preguntas?-.
-Bien…- Se llevó una mano a la frente e
intentó ordenar sus ideas –Llama a papá, a mamá, a tu novio y escapa cuanto
antes en la lanzadera…-.
-Espera, espera, espera ¿A dónde pretendes
que vaya?-.
-¡No lo sé! ¿No visitas habitualmente bases
oceánicas? Podrías ir a una de ellas-.
-Son instalaciones militares secretas. No
puedo presentarme así como…-.
-Adele… ¿confías en mí?-.
-Sí, confío plenamente en ti, pero estoy
confundida-.
-Lo entiendo, Adele, pero haz lo que te
pido-.
-¿Y qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer?-.
-No te preocupes por mí. Os encontraré-
Sentenció Charles, sabiendo que engañaba a su hermana.
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