jueves, 29 de abril de 2021

Ese breve momento

Tenerla a mi lado era una sensación bipolar. Por una parte, no deseaba separarme de su limpio corazón. Por el contrario, tenía miedo, auténtico miedo. No quería que sufriera mucho más por mi culpa. Pensaba en la forma fortuita y desafortunada en que la conocí: Secuestrándola, como parte de un trabajo que me habían obligado a llevar a cabo. Por ese motivo, era preciso que me centrara aún más. Ella sería capaz de cuidarse, pero yo estaba absolutamente decidido a morir por ella. Lo había resuelto cuando nuestros labios se tocaron por vez primera o, quizás, cuando la vi en aquella mansión.

Debía deshacerme de esos temores. La cabaña estaba en apariencia abandonada, pero resultó ser una ilusión. Tras dar un rodeo alrededor de la estructura, pudimos comprobar que no había nadie, al menos en la planta baja. No se veía ningún tipo de iluminación ni allí, ni el piso superior. Forzar la cerradura sin romperla no fue difícil. Examinar la casa de arriba abajo tampoco lo fue.

No había nadie y la noche estaba por llegar.

Resultó ser un lugar ordenado, humilde y discreto. En una caja refrigerada por un émbolo movido por vapor, había algunas conservas. Tras revisarla, encontré algunas conservas de atún y trucha en buen estado, además de arroz blanco cocido, quizás preparado por los dueños de la residencia para alguna ocasión.

Liz estaba sentada frente a una mesa de madera y con las manos en el regazo. Escuché cómo su estómago rugía y me sentí culpable.

Preparé la improvisada cena y la serví sobre sendos platos metálicos. La cubertería y el menaje eran baratos, pero pulcros. Me prometí que para la próxima cena me esforzaría en hacerle algo mejor.

-De primero tenemos delicias del mar y de segundo semillas blancas aderezadas al estilo de Ansalance- Anuncié con parsimonia, sobreestimando los manjares que íbamos a degustar.

Elizabeth sonrió y con delicados ademanes extendió una servilleta de tela sobre sus piernas.

Esta vez fui yo quien se ruborizó por los malos modales. Había cogido el tenedor de mala forma y ya me disponía a comer, sin esperarla. Me fijé en cómo manipulaba el cuchillo e intenté imitarla, pero fui torpe y se me cayó el cubierto. Lo recogí, pero otra vez mi torpeza (más bien nerviosismo), hizo que mi cabeza se golpeara contra la esquina de la mesa.

Ella se echó a reír y no pude evitar acompañarle.

Intenté comer despacio e imitar sus calculados y delicados ademanes, pero mis años como mercenario me delataron. Tenía mucho por aprender. Sin darme cuenta, le resumí toda mi vida, algo que jamás había hecho con nadie. Mi niñez en los Estados Asociados de Ansalance, abandonado por unos padres que no recordaba. Mi infancia en las calles sobreviviendo. Lo mucho que siempre soñaba con volar como lo hacían los pájaros. La suerte que tuve al poder acceder en la Escuela de Aeronáutica. Mi futuro truncado como piloto de carga, tras un accidente donde perdí parte de mi brazo izquierdo.

Lo hice con total naturalidad, deseando que ella supiese todo de mi.

-¿Silas fue tu profesor?- Preguntó en algún momento.

-Uno de ellos, sí- Respondí, recordando a ese viejo instructor -Solía reprochar mi temeridad, pero era muy bueno-.

-¿Y cómo llegaste a ser lo que eres?- Esta vez su voz era baja, como un susurro.

-Nunca pude ser un piloto civil. Fui rechazado en todas las compañías. Un día, alguien me propuso hacer un trabajo transportando una carga. Pensé que era mi oportunidad para empezar, pero no sabía dónde me estaba metiendo- Me encogí de hombros -Para cuando lo supe, ya era muy tarde-.

Me levanté de mi silla y me dirigí a la cocina. En una estantería había algunas hierbas de menta, con las que preparé un té caliente. Serví dos tazas y otra vez intenté imitar sin éxito los buenos modales de Elizabeth. Yo tenía mucho por aprender.

-Afuera es de noche y esta casa parece segura. Propongo que nos quedemos aquí para descansar hasta mañana-.

La planta superior tenía un par de habitaciones y un baño. Me dediqué a buscar ropa en un armario y hallé unos pantalones, una camisa, un sombrero de ala ancha y una gabardina. El hombre que vivía allí tenía buen gusto. Liz revisó otro armario y encontró también un vestido. Por un instante, me imaginé que estábamos en nuestra casa, preparándonos para tener una cita o simplemente para salir a pasear. Soñé con una vida mundana y mucho más sencilla a su lado, pero sabía que estaba muy lejos de todo aquello. Aún había mucho camino por recorrer.

-Me voy a bañar- Dijo y sus ojos claros me derritieron.

-Sí, claro- Contesté innecesariamente.

Mientras sonaba el agua cayendo en la ducha, me dediqué a revisar a Orgullo y Prejuicio. Limpié y sequé el tambor de cada revólver. Algunas balas estaban inutilizadas, pero otras se hallaban en buen estado, aunque debía conseguir más. El rifle era un problema. El percutor se había estropeado tras los dos disparos realizados en la ciénaga. No sabía cómo arreglarlo, pero aún así lo conservaría.

La puerta del baño se abrió y percibí los acompasados pasos de Liz acercándose. Olvidé acordar con ella cómo nos íbamos a organizar con las camas, pero pensaba en que ella debía dormir y yo hacer una guardia. No quería sorpresas.

Se acercó ataviada únicamente con una toalla blanca. El cabello aún mojado, los labios carnosos, mi nerviosismo evidente, mi corazón latiendo rápidamente, su corazón batiendo armónicamente.

Colocó sus manos en mi pecho y la toalla se deslizó lentamente hasta el suelo. La besé sin dudar, sin pausa y con toda la delicadeza de un granuja rendido. Me llevó hasta la cama, donde caímos entre risas y fundiéndonos en una sola alma. 

-Te llevo ventaja- Musitó en algún momento.

-No quiero separarme de ti- Fue mi única respuesta.

Esa noche fuimos el pretérito de un inicio imperfecto.

Sí. Moriría por ella.

 

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Elizabeth dormía y yo miraba por la ventana. Dormité un poco, abrazado a ella. Pero tras despertar, me senté a los pies de la cama y a esperar la luz del alba. En algún momento, noté cómo se incorporaba y me daba los buenos días, mordiéndome una oreja. Me volví para besarla y corresponderle, pero alguien nos interrumpió en la planta baja.

-¡Cariño! ¡Alguien ha comido en nuestra cocina!- Exclamó la voz de una mujer.

-¡Maldita sea! ¡Nos han vuelto a robar!- Gritó un sujeto con tono hosco.

-¡Rápido! ¡Vistámonos!- Fue lo único que alcancé a decir.

La ventana de aquella habitación daba a una cornisa. Abrí el cristal, accedimos a ésta y de un pequeño salto alcanzamos el patio trasero, donde había además una huerta.

Escapamos de esa casa, corriendo y cogidos de la mano, como dos adolescentes huyendo tras haber hecho una travesura.

Jamás olvidaré ese breve momento de felicidad y esperaba que fuera un sentimiento mutuo.

Nebulous estaba muy cerca.

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