Capítulo I.2
-Mediante las nociones fundamentales de la
física cuántica, hemos partido de la hipótesis de que nuestro universo no es
único, existen una gran cantidad de realidades posibles, entre las cuales se encuentran…-.
-Iwata, Iwata- Interrumpió el General con
una mueca de asco –No he venido para que me aburra con sus tonterías. Estoy
aquí porque quiero saber si usted no ha tirado el dinero que le hemos dado-.
-Naturalmente, General- El rostro de
Hiroshi se ensombreció. Por un momento, Marcus infirió que el japonés había
digerido el desayuno en menos de tres milisegundos –Pero considero que es
importante que entienda que nuestro universo está constantemente sometido a
procesos aleatorios cuánticos que conducen a continuas divisiones con sus
respectivas variantes. Dicho de otra forma, el universo se puede ramificar en
infinitas copias o realidades paralelas-.
Faraday le dirigió una mirada asesina.
-Interpretando esas realidades e
ingresando a través de las mismas, es posible abrir una brecha temporal sobre
la cual podemos viajar al pasado o al futuro, según como sea la necesidad del
caso-.
-Iwata, le seré muy franco- El General dio
unos pequeños golpecitos con su sólida mano protésica, dejando algunas
abolladuras en la superficie de la mesa –En la guerra, mi ejército ha cometido
errores garrafales, errores que han ocasionado la pérdida de miles de soldados
y territorios. Cuando le contratamos, dejamos muy claro que queríamos cambiar
esos… deslices ¿lo recuerda?-.
-Sí, sí. Lo recuerdo-.
-Entonces, si uno de mis hombres entra
allí, regresa al 14 de Julio de 2099 a las 03:31 Zulú con un cuchillo, se
interna en la base de nuestro enemigo en Mombasa y le corta la garganta al
Coronel Banglar, podríamos evitar la pérdida de la Batalla de Seychelles ¿me
equivoco?-.
-No se equivoca, General- Respondió el
asiático, tragando saliva.
-Sargento Murray-.
-¡Señor! ¡Sí, Señor!- Contestó
enérgicamente uno de los dos mastodontes.
-¿Has traído tu cuchillo reglamentario?-.
-¡Afirmativo, Señor!-.
-Ya sabéis lo que debéis hacer-.
Hiroshi se sintió desorientado y
confundido. De una funda de cuero plástico situada en su espalda, el gigantesco
sargento extrajo un cuchillo con una hoja de más de veinticinco centímetros de
largo y avanzaba lacónicamente hacia el científico.
-¿Alguna duda, Iwata?- Interrogó Faraday
con el ceño fruncido.
-No… Ninguna duda, General-.
El asiático se dirigió hacia el púlpito y,
por primera vez en toda la tarde, Marcus sintió una pizca de curiosidad en la
estructura. El físico introdujo las coordenadas de la destruida ciudad
africana, según las estrictas instrucciones del dirigente militar, sin poder
descuidar una ligera sensación de miedo mezclado con entusiasmo. Debutaría con
un ser humano y se hizo prometer que su invención funcionaría correctamente.
-Sitúese aquí, por favor- Le dijo Hiroshi
al obtuso sargento, mientras señalaba con su trémulo dedo índice el centro de
la plataforma –Comenzaremos con una explicación básica. El viaje en el tiempo
es posible gracias a una previa descomposición molecular. En unos instantes,
usted sentirá cómo se cuerpo se fragmenta en millones de átomos. Descuide, sólo
será una sensación insignificante de hormigueo-.
Hiroshi se paró sobre la punta de sus pies
para situar dos electrodos en la frente del alto militar. Seguidamente, pulsó
un botón y la mampara rodeó al sujeto voluntario.
-En menos de cinco minutos, el Sargento se
encontrará en Mombasa y habrá retrocedido más de diez años en el tiempo
ordinario- Dijo el físico con parsimonia.
-Eso espero, Iwata. Eso espero- Acotó
Faraday con una sonrisa malévola.
El físico tecleó una última orden en el
ordenador y el militar voluntario se vio rodeado por una gran porción del
fluido contenido en el estanque.
-Estoy calibrando el equipo- Anunció
Hiroshi, concentrado y expectante –El líquido actúa como lubricante para
atenuar la fricción ocasionada durante la separación molecular. Al principio
veremos un destello y…-.
No hubo destello. La máquina chilló
atronadoramente y el líquido comenzó a calentarse a un ritmo acelerado,
provocando una evaporación súbita y una mueca de dolor en el rostro del
Sargento Murray. Faraday se levantó muy exasperado pero ya era demasiado tarde
para su hombre.
Ocurrió una separación, en efecto. Pero no
fue la clase de separación que esperaba el físico teórico. Las venas de Murray
se reventaron una a una dejando un espectáculo atroz de sangre carmesí en el
interior de la mampara, la única mano de carne y hueso que aún conservaba
explotó y los ojos le estallaron en las órbitas. Tras un graznido gutural, el
pecho del Sargento Murray se abrió en diagonal antes de que el amasijo inerte
se desplomara sobre la plataforma.
No hubo silencio alguno gracias a la risa
siniestra del General Faraday.
-Vaya, vaya, Iwata… Se ve que has
despilfarrado todo nuestro dinero-.
-Se equivoca, General… Yo…-.
Hiroshi Iwata no comprendía el origen de
su fracaso. Lógicamente era imposible que sus fórmulas estuviesen equivocadas y
que su invento fuese el corolario de un mal diseño. Lo que si llegó a entender
perfectamente fue lo que Marcus vio exactamente quince segundos antes. Bill
Faraday ya le había ordenado a su segundo subordinado que insertara su cuchillo
en una mejilla del asiático.
Los últimos efectos de la dextroanfetamina
le dieron la solución y decidió que debía escapar, o al menos intentarlo. Hiroshi
estampó una mano abierta sobre el teclado del ordenador, activando en el
proceso el modo de viaje aleatorio, y pulsó el botón de cierre de la mampara
antes de introducirse en el interior de la plataforma. Cuando el segundo sargento
arrojó el cuchillo, la placa de plexiglás actuó como un escudo que protegió al
científico del amenazante filo.
Esta vez no se colocó los electrodos y la
dosis de fluido rosado no fue la suficiente, según unos fugaces cálculos
mentales. Quiso mirar la pantalla del ordenador, pero no pudo. Hiroshi Iwata
desconocía su destino, no sabía si iba a morir o si aparecería en una época
diferente ¿Sería devorado por un colosal tiranosaurio? ¿Explotaría su cuerpo?
¿Regresaría al período de los señores feudales en el Japón antiguo? ¿Le
decapitarían con una guillotina durante la etapa más oscura de la historia
francesa?
No lo sabía.
No sintió nada.
Ni siquiera cuando el estrepitoso
artefacto desapareció por completo de aquel salón, ante la mirada estupefacta
del doctor Marcus Richardson y del General Faraday.
-Parece que Iwata decidió limpiar su
desastre, Richardson- Habló Bill, jocosamente y apoyándose en el hombro del
ingeniero –Espero que usted no corra con la misma suerte, porque de lo contrario
yo me enfadaré por partida doble-.
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