viernes, 9 de octubre de 2009

Oper. Capítulo III.

El Vértice. 17 de Junio de 2052.

Maxwell Chase se detuvo, durante exactamente cinco segundos, delante de la placa cromada del elevador y revisó por enésima vez su pulcro aspecto caucásico: rostro ovalado y astuto, ojos grises, cabello cobrizo y mejillas sonrojadas. En el mundo empresarial había que ser técnico, discreto y agresivo, cualidades que Maxwell sabía cómo encajar perfectamente durante los ocho años que llevaba trabajando dentro de la Corporación Ikari. Gracias a él, el gigante de las telecomunicaciones había podido lograr más de un sólido contrato a largo plazo, los cuales afianzaban el monopolio y el dominio de la empresa con capital japonés, en todos los ámbitos de la sociedad mundial. La bolsa de Pekín utilizaba los satélites diseñados por el Departamento de Nanotecnología para establecer sus comunicaciones con las demás superpotencias; el Pentágono había confiado en la filial de Atlanta para el desarrollo de nuevos sistemas operativos de protección que blindarían las redes de comunicación militar ante eventuales ataques de espionaje; de igual forma, el gobierno neosoviético asentado en Moscú había solicitado igual desarrollo a la filial de San Petersburgo, como respuesta a las intenciones americanas. Maxwell se regocijaba de haber participado en esas negociaciones arduas y extensas, dejando de lado a sus competidores con todos los medios disponibles, cuestión que requería, en ocasiones, de métodos que rozaban la ilegalidad.

Mientras el ascensor recorría a una velocidad de vértigo los setenta pisos de aquel colosal edificio, Maxwell aprovechó para mejorar su memoria interna cerebral a través de un hexágono de control. Insertó un pequeño conector en un periférico ubicado detrás de su oreja izquierda y descargó en diez milisegundos la agenda del día, gracias a su pequeño ordenador personal incorporado en su teléfono móvil. A las diez, desayuno con el General Austin McKenzie para tratar los avances del firewall americano. A las tres, almuerzo con el Coronel Sergei Medvedev para presentar el estado de desarrollo del firewall ruso. A las siete y cuarto, cena con el Sr. Adolfo Martínez, representante mexicano del Fondo Monetario Internacional, para discutir el coste del proyecto de la Conexión Global Bancaria a través de la Red. Rutina. Un día que no era más que la fotocopia del día anterior.

Retiró el conector y lo guardó en su maletín de piel con mucha calma. A pesar de su importante cargo en la estructura jerárquica de la empresa, Maxwell siempre recibía la agenda del día minutos antes de comenzar la jornada de trabajo, la cual estaba sujeta a cambios día sí y día también. Las hojas brillantes del ascensor se abrieron con elegancia cuando llegó a su piso de destino, a sus espaldas se describía en el horizonte toda la ciudad desigual y frente a él se extendían docenas de escritorios repletos de ejecutivos que esperaban con impaciencia su llegada. Desplazándose erguido y con aire distinguido, Maxwell atravesó el pasillo principal y se encaminó hacia su amplia oficina ubicada tras la marea de escritorios de trabajo. Su secretaria, Sally, le recibió con la cortesía que le caracterizaba, para seguidamente hacerle entrega del disco base con el periódico matutino. Maxwell odiaba las ediciones impresas porque la manchaba con tinta las manos, por lo que siempre solicitaba una copia de los principales ejemplares del mundo en un disco base. En el momento en que entró a su oficina, se percató de que su socio departamental, Harry Zimmerman, le esperaba con las manos en los bolsillos y su rostro, castigado por el paso del tiempo, tenía el reflejo de una angustia evidente.

-Buenos días- Dijo el anciano Zimmerman. Maxwell tenía una idea muy concreta sobre ese hombre, pensaba que a sus setenta años el viejo le daba más importancia a su próxima jubilación antes que en el buen desempeño de su cargo en la corporación.

-Buenos días, Harry- Contestó con una sonrisa fingida.

-¿Has visto los periódicos locales?-.

-No todavía. Sally me acaba de dar el disco base ¿Algo interesante además del amarillismo de siempre?-.

-Deberías leerlo, Maxwell ¿Recuerdas a aquel representante hindú de nuestra oficina en Londres?- Preguntó Harry luego de sentarse con calma sobre un asiento adyacente al escritorio.

-¿Manmohan? Por supuesto. Debió haber estado aquí hace dos días, pero…-.

-Ha muerto, Maxwell- Interrumpió Harry –Lo han asesinado en los barrios bajos. La policía maneja la hipótesis del robo, debido a que no han encontrado sus credenciales. Han tenido que recurrir a la base de datos de la Agencia Mundial de Policía para reconocer el cadáver por medio de las huellas dactilares-.

-¿Cómo ha podido ocurrir eso, Harry? ¡Se supone que los altos ejecutivos de la Corporación Ikari contamos con un sistema de seguridad y protección infalible!- Maxwell sintió una horrible sensación de miedo que recorrió toda su espina dorsal.

-Lo sé, lo sé. El caso es que nadie sabe cómo pasó. Cuando los oficiales llegaron al aeropuerto a recoger al Sr. Patil, descubrieron que alguien se había adelantado. Emplearon los canales regulares y avisaron a la policía, cuya investigación condujo al reconocimiento del cuerpo. Pero eso no es todo, Maxwell…- El anciano hizo una pausa y le miró con aire condescendiente –También ha muerto Samuel-.

Maxwell se derrumbó en su cómodo sillón. Samuel Kazim era otro ejecutivo de la Corporación Ikari, específicamente de la oficina de Abuya, quien al igual que Manmohan, integraba la comisión de inspección de los proyectos destinados al establecimiento de la Red en diversas zonas del planeta. Francamente hablando, lo único que le importaba a Maxwell era su propia seguridad.

-¿Cómo pasó?- Alcanzó a preguntar con forzado interés.

-La versión oficial es que el avión supersónico que le llevaba a El Cairo tuvo una avería, sin embargo lo que realmente pasó es confuso. Aparentemente una bomba explotó cuando el piloto alcanzó la altura de crucero. La cuestión es que todavía están recogiendo pedazos de chatarra en Chad y Camerún… Escucha, no quisiera preocuparte pero me temo que hay una relación en todo esto. Samuel trabajaba contigo en la implementación del firewall ruso ¿cierto?-.

-Sí, él dirigía a un equipo de informáticos y hackers africanos ¿por qué lo…?-.

Sin previo aviso, Maxwell entendió el sentido de las palabras de Harry. Samuel estaba desarrollando un algoritmo que impediría la penetración de cualquier ente externo a los sistemas de defensa neosoviéticos. Manmohan, por su parte, se encargaba de un código de encriptación de utilidad para el ejército americano ¿Se habrían enterado ambos gobiernos de la doble moral de la Corporación Ikari? ¿Era acaso un aviso de que los servicios de inteligencia de ambas potencias continuarían asesinando a todos aquellos que tuvieran algo que ver con tales proyectos?

-Creo que deberías hablar con el Sr. Stirling, Maxwell…-.

-¡Ni hablar, Harry!- Gritó visiblemente asustado y sintiendo cómo un frío sudor le corría las sienes y la frente.

Un silencio insondable invadió la oficina de Maxwell Chase. Harry se había retorcido con incomodidad luego de la reacción violenta de su socio de departamento, sin embargo tenía la necesidad de permanecer allí con el objeto de discutir las acciones a considerar a corto y a mediano plazo. Ambos sabían que Stirling no aceptaría en buenos términos la muerte de dos importantes ejecutivos de la megacorporación, y también estaban al tanto de que si no tomaban medidas a la mayor brevedad posible, era muy probable que sus puestos corrieran peligro y, en el caso de Harry, su jubilación se vería seriamente amenazada.

-Lo siento, Harry… Estoy un poco alterado por las muertes de nuestros compañeros- Dijo Maxwell luego de reflexionar durante unos instantes –Verás, hoy debo reunirme, por separado, con representantes neosoviéticos y americanos, así que te pediré que me permitas manejar ambas reuniones a mi juicio, de esta forma podría averiguar algo sobre sus intenciones y conocimientos de nuestros intereses comerciales-.

-Es arriesgado, Maxwell. Tú ya conoces mi opinión sobre esos negocios. Sé de buen grado que el Sr. Stirling es quien ha recomendado la ejecución de ambos proyectos, pero él, a diferencia de nosotros, no está exponiéndose libremente-.

-Para eso nos pagan, Harry-.

-Sí, ciertamente ¿pero vale la pena perder la vida por un puñado de dólares, Maxwell? Piénsalo. Yo ya estoy viejo, pero tú eres joven y tienes un futuro por delante. Yo, en tu posición, prescindiría de uno de los contratos. Simplemente me quedaría con aquel que produjera más beneficios y luego le diría a Stirling que no se pudieron lograr todos los objetivos planteados-.

-Tu solución no deja de ser inteligente, Harry, pero peca de ser muy ortodoxa y conservadora. A veces, en el mundo empresarial, hay que tomar riesgos y yo estoy dispuesto a asumirlos-.

Los neosoviéticos de un lado, los americanos del otro y Maxwell en el medio. La idea le parecía inmejorable y atractiva. Para Maxwell Chase el reto era siempre un ingrediente fundamental en las negociaciones y el solo hecho de arriesgar la vida le daba un toque morboso que le hizo sentir el empuje que necesitaba para llevar a feliz conclusión los proyectos que tenía en mente. De seguir así, pronto ascendería a posiciones más importantes en la Corporación Ikari y desde allí se encargaría de prescindir de vejestorios inservibles y con ideas del siglo pasado como Harry Zimmerman.

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