Epílogo
Diario
digital de Schrödinger. 12 de Septiembre de 2052.
Este
maldito mundo apesta. La guerra que diezmó a la humanidad no se
compara con la epidemia crónica que ahora sufre. El Vértice, ciudad
hedonista que fungió como resquicio de la agonizante sociedad
aristócrata, urbe atiborrada de una enorme desigualdad social basada
en la alta tecnología y en el bajo nivel de vida, metrópolis regida
por la anarquía de gobiernos absurdos y patéticos, cobijo de
corporaciones corruptas y organizaciones mafiosas; era ahora un nido
de enfermos y desquiciados que se dedican a beber la sangre del
inocente, una sombra miserable de la utopía que nunca pudo alcanzar,
una cuna escarlata de muerte y desolación. El Vértice ahora no es
más que un desierto de edificios abandonados, ordenadores apagados e
inocentes indefensos.
Stirling
se había equivocado en un detalle muy pequeño: pensó que el
cerebro de cada ciudadano del mundo contenía un implante neural de
la Corporación Ikari. Se equivocó. Muchas personas, como yo, hemos
prescindido de emplear productos de esa megacorporación. Aún así,
la cantidad de esos vampiros delincuentes y sanguinarios, es
proporcionalmente mayor al número de inocentes.
En
el transcurso de los últimos días he aprendido mucho. Los
chupasangres siempre atacan tras el ocaso y antes del amanecer, se
debilitan significativamente durante el día, siendo las horas del
mediodía las más convenientes para acabar con ellos. Además, pude
comprobar que la forma correcta de eliminarles es atravesando su
corazón con un objeto punzante, del mismo modo en que murió Harold
Stirling. He aprendido mucho y a la vez no he entendido nada. He
encontrado pocos núcleos con personas que no están infectadas, sin
embargo no están coordinados para defenderse por sus propios medios,
están asustados y desamparados, con un sentimiento de impotencia y
resignación que sólo les conduce a la muerte a manos de esos seres
despreciables y despiadados.
Pero
yo no claudico. Jamás lo haré. Esta tarde he matado a Jacqueline Wu
y a más de cuarenta de esas criaturas demoníacas. Los encontré
durmiendo en un viejo almacén ubicado en los muelles y sólo
abrieron los ojos, entre chillidos agudos y de pánico, cuando las
garras de mis manos hicieron su trabajo. Esta noche voy a dormir
satisfecho en mi refugio. He descubierto dónde se esconden Maxwell
Chase y su amiga rubia. Mañana les haré una visita para recordar
viejos tiempos. Probablemente use con Maxwell la bomba
fluidodinámica. Probablemente no. Mañana les recordaré que yo soy
la justicia y la ley de esta ciudad, de este mundo. Un maldito mundo
que apesta.
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