domingo, 19 de mayo de 2019

Oper. Capítulo XVII

Capítulo XVII

El Vértice. 23 de Julio de 2052.

-¡Mentira! ¡Todo no es más que una mentira!- Gritó Schrödinger elevando su escopeta recortada por encima de la cintura.

-¿Mentira? ¡Mírame a los ojos, héroe de pacotilla! ¡Hazlo! ¡Vamos!- Repuso Stirling, avanzando amenazadoramente hacia el enmascarado –Busca en mis ojos la verdad. Envenené a Nobuhiko Ikari lentamente para quedarme con su empresa. Maté personalmente a Harry Zimmerman e instalé una bomba en su piso, porque había descubierto mis planes. Por el mismo motivo, ordené la muerte de Manmohan Patil, contratando a dos matones independientes del Barrio Chino, y empleando la identificación de Maxwell Chase para la transferencia de Buenos Aires ¿A quién crees que vino a ver Enrico Maroni cuando le obligaste a cooperar? ¿Quién crees que le suministró la información que él te dio? Enrico y yo teníamos una prolongada y fructífera relación. Yo le dejaba usar recursos de la Corporación Ikari, a cambio de ciertos beneficios económicos que financiaron mi investigación clandestina con los bacilos. Se acercó llorando a mi, me imploró ayuda y me explicó todo lo que tú hiciste, previniéndome sobre tus investigaciones. Te equivocaste en el mismo instante en que confiaste en alguien que te odiaba ¡Ése fue tu error!-.

-Entonces tendré que enmendar ese error- Dijo Schrödinger y comenzó a caminar al encuentro con su enemigo, quien desapareció repentinamente dejando un fuerte olor a azufre.

-Quizás sea yo quien deba enmendar mi error- Habló Stirling ahora desde la orilla del mar subterráneo –Debí haberme encargado de ti por mis propios medios- Dijo esta vez a la derecha del enmascarado –En cierta forma, sabía que la gente de Jacqueline Wu no era tan eficiente como la organización del Don- Intervino esta vez desde la izquierda para finalmente volver a aparecer frente al justiciero -¿Sorprendido? Se trata de una de mis habilidades, concretamente de la ubicuidad. Gracias a ella puedo aparecer donde me apetezca y cuando lo desee, como un ser omnipresente- Hizo una pausa para aparecer detrás del enmascarado y tomarle con fuerza el cuello –Desde que supe que estabas tras la pista de Patil, me interesé por ti, pero he llegado a la conclusión de que eres de la misma calaña que la gentuza que dices combatir-.

Harold Stirling, el longevo vampiro, desarmó a Schrödinger con un movimiento inhumano y lo arrojó hacia una de las paredes de aquella cripta oscura. Las cuchillas se deslizaron de los dedos del justiciero y las garras emergieron de sus manos. Schrödinger corrió en dirección de Stirling, dando zarpazos intentó asestarle al menos un golpe, pero el vampiro era más veloz y pudo esquivar cada uno de los ataques. Cuando se cansó, Stirling detuvo los brazos del enmascarado y le propinó un duro cabezazo en la frente. Schrödinger cayó severamente aturdido en el suelo.

-Debo confesar que tengo la curiosidad de saber quién está detrás de la máscara, mi querido Maxwell- Dijo el vampiro con sarcasmo mientras que Chase se sentaba torpemente en el suelo -¿Quién eres en realidad, Schrödinger? ¿Un lunático que escapó del manicomio? ¿Algún tarado que quedó viudo tras un enfrentamiento entre bandas? ¿O eres una versión renovada de un superhéroe del siglo XX?-.

Levantó lentamente la máscara y dibujó una mueca de asco cuando contempló el rostro que se escondía tras la careta. No se podía decir a ciencia cierta si Schrödinger era un humano o un producto descartado de algún experimento que salió mal. Su cara era lisa y repugnante, consistía en una suerte de injertos improvisados y cultivados en colágeno y polisacáridos de cartílago de escualo. Sus dientes habían sido sustituidos por los afilados colmillos de un animal rústico. Una parte de su cerebro estaba descubierta, dejando a la vista decenas de microcables, puertos de conexión de buses de datos y electrorelés instalados sin orden aparente. En rasgos generales, se podría decir que su rostro era el resultado de una cirugía de reconstrucción facial mal ejecutada. A consecuencia de los golpes, Schrödinger escupió una mezcla de baba viscosa con sangre humana. Sally Prescott ocultó sus ojos con sus manos en un gesto de repudio y Maxwell Chase sonrió por primera vez desde que había llegado a esa cripta del Averno.

-¿Sorprendido? Tú no eres el único monstruo aquí- Dijo luego de una risa cargada de ironía y arrebatándole la máscara al vampiro –Hubo un tiempo en que fui una persona normal. Un hombre completo como cualquier otro. Pero llegó la guerra y tuve que presenciar cómo bombardeaban a Mongolia, a Australia, a la India, al Congo; me obligaron a matar a gente y lo disfruté, incluso cuando una mina magnética me destrozó las piernas y los brazos. Solicité que usaran lo que quedara de mi cuerpo para experimentar los implantes neurales y las prótesis que ustedes diseñaron, y que vendían sin escrúpulos al Ejército Rojo y a las Fuerzas Aliadas, a los neosoviéticos y a los americanos. Sólo quería volver a la guerra porque matar era lo único que sabía hacer. Con el tiempo aprendí que había cosas más importantes que los conflictos armados y que los intereses personales. Comprendí que la ley y el orden estaban por encima de todo derecho fundamental, y yo debía hacer algo sin importar el medio empleado, sin importar los recursos necesarios. Por eso me convertí en Schrödinger, para mostrarles a los criminales y violadores el verdadero rostro de sus acciones, para demostrarles que yo soy aquella partícula imaginaria que decide si un gato encerrado en una caja debe morir y vivir. Soy juez, jurado y ejecutor, soy ley y a la vez castigo, soy orden y a la vez verdad, soy defensor y a la vez acusador, soy vida y a la vez muerte, y esta noche voy a acabar contigo, hijo de perra- Concluyó para finalmente cubrir su deformada cara con su máscara.

-Coincidimos sólo en un único punto, Schrödinger. A mi también me gusta la muerte- Replicó Stirling con desdén y tranquilidad mientras su mano derecha se deslizaba hacia los bolsillos internos de su chaqueta –Hubo una época en que fui un noble de la antigua Escocia, un hombre honorable que luchaba por loables ideales de libertad. Sin embargo, alguien decidió unilateralmente transferirme una carga que no quería recibir. He hecho cosas horribles debido a esa carga, he matado a gente inocente y a otras no tan inocentes, he torturado sin piedad a muchos, me he alimentado del miedo y he encontrado placer en el dolor. Pero el tiempo aplaca los sentimientos y resguarda las penas; busqué la paz en algún lugar retirado y aún así vinieron a buscarme para poder borrar mi estigma de la faz del planeta, cuestión que lograron con esfuerzo. A partir de allí, pensé que encontraría la paz en mi muerte, pero la ambición humana no tiene límites. Hombres ávidos de extremismo salvaje como tú, decidieron experimentar con mis restos durante los tiempos del Tercer Reich, y en consecuencia regresé a la vida, aún más sediento de sangre y con más deseos de destrucción-.

Harold Stirling hizo una pausa para aparecer tras el enmascarado y descargar a la altura de su columna una sucesión de pulsos eléctricos, mediante un arma de electrochoque, que inmovilizaron al enmascarado por completo. Schrödinger sufrió espasmos y convulsiones breves antes de desplomarse en el suelo.

-Yo sí he visto el verdadero rostro de la muerte, Schrödinger. Lo he visto más de una vez y llegué incluso a adorarlo y amarlo. Por eso quiero que veas en que se convertirá el mundo pronto. La humanidad es, por sí misma, violenta e irracional. Tú eres un ejemplo vivo de ello. El paso evolutivo que esta noche estamos dando va en una sola dirección: el alcance de un motivo. Hasta ahora la humanidad no tenía motivo para ser salvaje, pero al compartir mi pena, les estoy dando a los hombres un motivo para semejante conducta-.

Harold Stirling le hizo un gesto a Sally Prescott, quien se acercó con semblante serio y preocupado, sosteniendo una estaca de plastiacero y una maza. El vampiro miró de soslayo a Maxwell, contempló cómo el joven directivo experimentaba cambios radicales en su cuerpo y sonrió. Los colmillos del joven crecían a un ritmo lento y paulatino, sus ojos se volvían rojizos y su piel estaba perdiendo pigmentación.

-Hace muchos siglos recibí una carga que nunca quería aceptar, Sr. Chase. Un vampiro mordió mi cuello antes de arrojarse al interior de una hoguera y dejarme completamente solo ante mi infortunio, asustado y con miles de preguntas. Supongo que usted también las tendrá. Pero no se preocupe porque no estará solo, del mismo modo en que yo lo estuve. Con usted habrá millones de criaturas sedientas de sangre, buscando a aquellos mortales que no hayan instalado el implante neural para alimentarse y poder sobrevivir. Le dejo mi carga, Sr. Chase. A usted y a muchos más. Espero que la disfrute tanto como yo lo hice. Ahora, finalmente, puedo descansar en paz… Ha llegado la hora, Sally-.

Stirling besó en los labios a la secretaria antes de tenderse en el suelo lentamente. Llorando, la mujer situó la estaca de plastiacero a la altura del corazón y alzó la maza por encima de su cabeza.

-Harold… Espera…- Susurró Maxwell con dificultad. Sus colmillos ya habían llegado a su máximo tamaño, evidenciando que tanto el bacilo como el implante neural habían funcionado correctamente, y que la transformación hacia un ente inmortal y maldito, estaba completada -¿Por… Por qué…?-.

Harold Stirling, el vampiro que una vez había sido un gran Duque, sonrío con satisfacción.

-Yo llevo muchos siglos haciéndome la misma pregunta-.

Sin previo aviso, la maza bajó una vez, y otra, y otra.

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