Capítulo
XVII
El
Vértice. 23 de Julio de 2052.
-¡Mentira!
¡Todo no es más que una mentira!- Gritó Schrödinger elevando su
escopeta recortada por encima de la cintura.
-¿Mentira?
¡Mírame a los ojos, héroe de pacotilla! ¡Hazlo! ¡Vamos!- Repuso
Stirling, avanzando amenazadoramente hacia el enmascarado –Busca en
mis ojos la verdad. Envenené a Nobuhiko Ikari lentamente para
quedarme con su empresa. Maté personalmente a Harry Zimmerman e
instalé una bomba en su piso, porque había descubierto mis planes.
Por el mismo motivo, ordené la muerte de Manmohan Patil, contratando
a dos matones independientes del Barrio Chino, y empleando la
identificación de Maxwell Chase para la transferencia de Buenos
Aires ¿A quién crees que vino a ver Enrico Maroni cuando le
obligaste a cooperar? ¿Quién crees que le suministró la
información que él te dio? Enrico y yo teníamos una prolongada y
fructífera relación. Yo le dejaba usar recursos de la Corporación
Ikari, a cambio de ciertos beneficios económicos que financiaron mi
investigación clandestina con los bacilos. Se acercó llorando a mi,
me imploró ayuda y me explicó todo lo que tú hiciste,
previniéndome sobre tus investigaciones. Te equivocaste en el mismo
instante en que confiaste en alguien que te odiaba ¡Ése fue tu
error!-.
-Entonces
tendré que enmendar ese error- Dijo Schrödinger y comenzó a
caminar al encuentro con su enemigo, quien desapareció
repentinamente dejando un fuerte olor a azufre.
-Quizás
sea yo quien deba enmendar mi error- Habló Stirling ahora desde la
orilla del mar subterráneo –Debí haberme encargado de ti por mis
propios medios- Dijo esta vez a la derecha del enmascarado –En
cierta forma, sabía que la gente de Jacqueline Wu no era tan
eficiente como la organización del Don- Intervino esta vez desde la
izquierda para finalmente volver a aparecer frente al justiciero
-¿Sorprendido? Se trata de una de mis habilidades, concretamente de
la ubicuidad. Gracias a ella puedo aparecer donde me apetezca y
cuando lo desee, como un ser omnipresente- Hizo una pausa para
aparecer detrás del enmascarado y tomarle con fuerza el cuello
–Desde que supe que estabas tras la pista de Patil, me interesé
por ti, pero he llegado a la conclusión de que eres de la misma
calaña que la gentuza que dices combatir-.
Harold
Stirling, el longevo vampiro, desarmó a Schrödinger con un
movimiento inhumano y lo arrojó hacia una de las paredes de aquella
cripta oscura. Las cuchillas se deslizaron de los dedos del
justiciero y las garras emergieron de sus manos. Schrödinger corrió
en dirección de Stirling, dando zarpazos intentó asestarle al menos
un golpe, pero el vampiro era más veloz y pudo esquivar cada uno de
los ataques. Cuando se cansó, Stirling detuvo los brazos del
enmascarado y le propinó un duro cabezazo en la frente. Schrödinger
cayó severamente aturdido en el suelo.
-Debo
confesar que tengo la curiosidad de saber quién está detrás de la
máscara, mi querido Maxwell- Dijo el vampiro con sarcasmo mientras
que Chase se sentaba torpemente en el suelo -¿Quién eres en
realidad, Schrödinger? ¿Un lunático que escapó del manicomio?
¿Algún tarado que quedó viudo tras un enfrentamiento entre bandas?
¿O eres una versión renovada de un superhéroe del siglo XX?-.
Levantó
lentamente la máscara y dibujó una mueca de asco cuando contempló
el rostro que se escondía tras la careta. No se podía decir a
ciencia cierta si Schrödinger era un humano o un producto descartado
de algún experimento que salió mal. Su cara era lisa y repugnante,
consistía en una suerte de injertos improvisados y cultivados en
colágeno y polisacáridos de cartílago de escualo. Sus dientes
habían sido sustituidos por los afilados colmillos de un animal
rústico. Una parte de su cerebro estaba descubierta, dejando a la
vista decenas de microcables, puertos de conexión de buses de datos
y electrorelés instalados sin orden aparente. En rasgos generales,
se podría decir que su rostro era el resultado de una cirugía de
reconstrucción facial mal ejecutada. A consecuencia de los golpes,
Schrödinger escupió una mezcla de baba viscosa con sangre humana.
Sally Prescott ocultó sus ojos con sus manos en un gesto de repudio
y Maxwell Chase sonrió por primera vez desde que había llegado a
esa cripta del Averno.
-¿Sorprendido?
Tú no eres el único monstruo aquí- Dijo luego de una risa cargada
de ironía y arrebatándole la máscara al vampiro –Hubo un tiempo
en que fui una persona normal. Un hombre completo como cualquier
otro. Pero llegó la guerra y tuve que presenciar cómo bombardeaban
a Mongolia, a Australia, a la India, al Congo; me obligaron a matar a
gente y lo disfruté, incluso cuando una mina magnética me destrozó
las piernas y los brazos. Solicité que usaran lo que quedara de mi
cuerpo para experimentar los implantes neurales y las prótesis que
ustedes diseñaron, y que vendían sin escrúpulos al Ejército Rojo
y a las Fuerzas Aliadas, a los neosoviéticos y a los americanos.
Sólo quería volver a la guerra porque matar era lo único que sabía
hacer. Con el tiempo aprendí que había cosas más importantes que
los conflictos armados y que los intereses personales. Comprendí que
la ley y el orden estaban por encima de todo derecho fundamental, y
yo debía hacer algo sin importar el medio empleado, sin importar los
recursos necesarios. Por eso me convertí en Schrödinger, para
mostrarles a los criminales y violadores el verdadero rostro de sus
acciones, para demostrarles que yo soy aquella partícula imaginaria
que decide si un gato encerrado en una caja debe morir y vivir. Soy
juez, jurado y ejecutor, soy ley y a la vez castigo, soy orden y a la
vez verdad, soy defensor y a la vez acusador, soy vida y a la vez
muerte, y esta noche voy a acabar contigo, hijo de perra- Concluyó
para finalmente cubrir su deformada cara con su máscara.
-Coincidimos
sólo en un único punto, Schrödinger. A mi también me gusta la
muerte- Replicó Stirling con desdén y tranquilidad mientras su mano
derecha se deslizaba hacia los bolsillos internos de su chaqueta
–Hubo una época en que fui un noble de la antigua Escocia, un
hombre honorable que luchaba por loables ideales de libertad. Sin
embargo, alguien decidió unilateralmente transferirme una carga que
no quería recibir. He hecho cosas horribles debido a esa carga, he
matado a gente inocente y a otras no tan inocentes, he torturado sin
piedad a muchos, me he alimentado del miedo y he encontrado placer en
el dolor. Pero el tiempo aplaca los sentimientos y resguarda las
penas; busqué la paz en algún lugar retirado y aún así vinieron a
buscarme para poder borrar mi estigma de la faz del planeta, cuestión
que lograron con esfuerzo. A partir de allí, pensé que encontraría
la paz en mi muerte, pero la ambición humana no tiene límites.
Hombres ávidos de extremismo salvaje como tú, decidieron
experimentar con mis restos durante los tiempos del Tercer Reich, y
en consecuencia regresé a la vida, aún más sediento de sangre y
con más deseos de destrucción-.
Harold
Stirling hizo una pausa para aparecer tras el enmascarado y descargar
a la altura de su columna una sucesión de pulsos eléctricos,
mediante un arma de electrochoque, que inmovilizaron al enmascarado
por completo. Schrödinger sufrió espasmos y convulsiones breves
antes de desplomarse en el suelo.
-Yo
sí he visto el verdadero rostro de la muerte, Schrödinger. Lo he
visto más de una vez y llegué incluso a adorarlo y amarlo. Por eso
quiero que veas en que se convertirá el mundo pronto. La humanidad
es, por sí misma, violenta e irracional. Tú eres un ejemplo vivo de
ello. El paso evolutivo que esta noche estamos dando va en una sola
dirección: el alcance de un motivo. Hasta ahora la humanidad no
tenía motivo para ser salvaje, pero al compartir mi pena, les estoy
dando a los hombres un motivo para semejante conducta-.
Harold
Stirling le hizo un gesto a Sally Prescott, quien se acercó con
semblante serio y preocupado, sosteniendo una estaca de plastiacero y
una maza. El vampiro miró de soslayo a Maxwell, contempló cómo el
joven directivo experimentaba cambios radicales en su cuerpo y
sonrió. Los colmillos del joven crecían a un ritmo lento y
paulatino, sus ojos se volvían rojizos y su piel estaba perdiendo
pigmentación.
-Hace
muchos siglos recibí una carga que nunca quería aceptar, Sr. Chase.
Un vampiro mordió mi cuello antes de arrojarse al interior de una
hoguera y dejarme completamente solo ante mi infortunio, asustado y
con miles de preguntas. Supongo que usted también las tendrá. Pero
no se preocupe porque no estará solo, del mismo modo en que yo lo
estuve. Con usted habrá millones de criaturas sedientas de sangre,
buscando a aquellos mortales que no hayan instalado el implante
neural para alimentarse y poder sobrevivir. Le dejo mi carga, Sr.
Chase. A usted y a muchos más. Espero que la disfrute tanto como yo
lo hice. Ahora, finalmente, puedo descansar en paz… Ha llegado la
hora, Sally-.
Stirling
besó en los labios a la secretaria antes de tenderse en el suelo
lentamente. Llorando, la mujer situó la estaca de plastiacero a la
altura del corazón y alzó la maza por encima de su cabeza.
-Harold…
Espera…- Susurró Maxwell con dificultad. Sus colmillos ya habían
llegado a su máximo tamaño, evidenciando que tanto el bacilo como
el implante neural habían funcionado correctamente, y que la
transformación hacia un ente inmortal y maldito, estaba completada
-¿Por… Por qué…?-.
Harold Stirling, el
vampiro que una vez había sido un gran Duque, sonrío con
satisfacción.
-Yo
llevo muchos siglos haciéndome la misma pregunta-.
Sin previo aviso, la
maza bajó una vez, y otra, y otra.
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