domingo, 19 de junio de 2011

Oper. Capítulo XI.

Diario digital de Schrödinger. El Vértice. 11 de Julio de 2052.

-Verá, Sr. Chase… Si algo positivo dicen los medios de comunicación de mí, es que siempre obtengo lo que quiero. Lo cierto es que el secreto de semejante resultado se basa en que tengo mucha paciencia, así que no me obligue a demostrarlo-.

Me estaba cansando de ese afeminado chillón. La información que me había suministrado Maroni le conducía directamente a él, como el ordenante y emisor de la transferencia hecha a través del banco de Buenos Aires ¿Un asesinato estratégico, quizás? Era posible que Manmohan estuviese realizando un trabajo más eficiente que este desgraciado, o que hubiese descubierto algún desfalco y alguien quería deshacerse de él contratando a dos matones sin escrúpulos. Tenía tiempo para logar una confesión satisfactoria y estaba en lo cierto cuando pensaba que ese tal Maxwell Chase estaba metido hasta al cuello o, al menos, sabía algo. Con el soplete de fabricación casera, calenté la punta del cuchillo hasta que se volvió rojiza. Cuando se la mostré a ese miserable ricachón, percibí cómo sus latidos aumentaban a niveles insospechados.

-Hábleme de ese mensaje, “MP. 14–J” ¿Qué quiere decir?- Pregunté innecesariamente, puesto que en efecto conocía su significado.

-Escuche… Creo saber quién es usted… Pero me parece que se equivoca de persona… Yo no…- El bastardo calló cuando coloqué la punta ardiente en su pierna. En cámara lenta, vi cómo apretaba los dientes al principio y terminaba con un agudo grito.

Magnífico. Música para mis oídos.

-Le voy a ayudar- Hablé despacio, dejando que mis palabras hicieran mella en su voluntad y fortaleza –MP corresponde a las iniciales de Manmohan Patil. 14–J es una fecha, específicamente el 14 de Junio, día en que estaba pautado su homicidio consumado ¿recuerdas algo ahora o quieres que te refresque la memoria?-.

-Escucha… Yo… Yo…- El impío jadeaba y su respiración era entrecortada.

Normalmente las personas que tienen un cierto aire de culpabilidad permanecen agitadas y llegan a un punto de quiebre en que lo confiesan todo. Este sujeto estaba hecho un desastre, pero aún así las pulsaciones comenzaban a estabilizarse. En ese instante comencé a sospechar que posiblemente había algún elemento o detalle oculto. Intuí que aparentemente quería hablar, así que dejé que él mismo tomara la iniciativa.

-Me iba a reunir con Manmohan… No recuerdo si ese día o el anterior… Pero te juro que yo… Yo no le maté ni le pagué a alguien para que lo hiciera…- Hizo una pausa que me pareció forzada y prosiguió con lentitud –Respecto a la cuenta de Buenos Aires… Trabajé un tiempo con un ejecutivo que se encargaba de los negocios en Suramérica… Él me llamó hace poco y me pidió que le visitara en su casa… Es la verdad-.

-¿Quién es y dónde está?- Pregunté con voz gutural, haciendo énfasis en mi enfado.

-No muy lejos de aquí… En Unter den Linden Boulevard… Habitación 101… Se llama Harry… Harry Zimmerman…-.

Me levanté paulatinamente, haciéndole notar la superioridad que ostentaba sobre él. Su corazón ya latía con normalidad, no obstante tenía cierto recelo a creer su versión. Las fuentes de Maroni eran fiables, pero no dejaba de preguntarme si este hombre pudiese ser un simple títere de alguien más. Resolví que no debía dejarle libre y a sus anchas, así que para garantizar su lealtad concluí que lo mejor era hacer un trato con él. Dejé el soplete y el cuchillo a un lado, extraje de mi gabardina una jeringa neumática y le mostré el líquido transparente contendido dentro de la misma.

-Durante la última guerra hubo un científico que diseñó, tras arduos años de investigación, una bomba fluidodinámica como esta. Básicamente consiste en un fluido compuesto por un químico de alta densidad que, al reaccionar con el torrente sanguíneo, quintuplica la presión de las venas, afectando la irrigación de sangre en el cerebro, entre otras cosas. La sustancia contiene también un ácido que permite disolver los órganos más importantes, como el páncreas, el hígado y el corazón en última instancia. Dado sus efectos letales y crueles, su uso quedó prohibido cuando llegó la paz-.

Maxwell Chase escuchó con espanto y horror mi exposición. Me encanta la sensación que produce dicho discurso en mis ajusticiados e, inevitablemente, la de ese niñato fue inolvidable. Por si fuera poco, recordé que había empleado estas palabras con el Don siciliano hace unas semanas atrás. Me acerqué a mi presa, quien suplicaba clemencia, le di una bofetada, le puse de rodillas y clavé la aguja de la jeringa en su nuca, escuchando con satisfacción sus alaridos de dolor. El fluido fluyó gradualmente y cuando acabé con mi tarea, dejé que el estúpido cayera pesadamente en el suelo para que siguiera escuchando mi explicación.

-En estos momentos parte del líquido debe estar alojándose en tu hipófisis, por lo que es probable que sientas un pequeño hormigueo en tu cabeza- Hice una pausa para arrodillarme, mirarle directamente a los ojos y mostrarle el control remoto con un botón rojo –La bomba fluidodinámica no tiene ningún efecto si yo no la activo por medio de este control ¿lo ves? Así que te voy a proponer un trato. Le haré una visita a Zimmerman de tu parte, mientras tanto tú averiguarás si algún amigo tuyo del trabajo está involucrado en el homicidio de Manmohan ¿me entiendes?-.

El perdedor asintió débilmente. Me agradó ver su deplorable estado de derrota.

-No intentes traicionarme, Maxwell, porque de lo contrario no me costará nada matarte. Recuerda que siempre estaré vigilándote, siempre estaré muy cerca de ti-.

Guardé mis instrumentos de trabajo y abandoné el lugar dejando a ese ejecutivo llorón a su suerte. Bajé por las escaleras de emergencia con tranquilidad, salí por la parte trasera del edificio y revisé el contenedor de basura donde se encontraba el conserje todavía inconsciente, con su destrozado brazo protésico de fuerza retroalimentada. No quería agredirle, pero él me había descubierto cuando pretendía ingresar al conjunto residencial y sus modales no fueron los más adecuados.

Camuflándome entre la oscuridad melancólica, llegué a mi segundo destino de la noche. Se trataba de un edificio más pequeño y modesto, tenía solamente quince plantas y carecía de un hostil portero. Con la ayuda de mis garras escalé la estructura hasta la azotea e ingresé al complejo. No tardé en encontrar la habitación 101, alarmándome al darme cuenta de que la puerta estaba maliciosamente entreabierta. Tomé con precaución mi escopeta recortada y penetré con cautela en el piso de Zimmerman, tan solo para darme cuenta de que alguien había volteado todos los muebles y vaciado los armarios. En el único sofá que estaba intacto había un hombre anciano con la carne del cuello desgarrada, los ojos impávidos y las manos inertes cerradas. Revisé sus bolsillos para encontrarme con la realidad de que se trataba de Harry Zimmerman.

¡Maldita sea! ¿Qué había pasado aquí? ¿Era esto una obra del fulano Maxwell Chase? ¡No! Ese cobarde no era capaz de llevar a cabo un acto de esta naturaleza, además la sangre del cuello de la víctima estaba fresca, por lo que intuí que el incidente había pasado hace pocos minutos. Alguien se había adelantado y era muy posible que todavía se encontrara cerca.

Sin previo aviso, sentí un ruido molesto y estridente. Temiendo lo peor, volví la mirada hacia el lugar de origen y observé que el temporizador digital de una bomba incendiaria se acercaba peligrosamente al cero. Tenía únicamente diez segundos. Corrí hacia la ventana más próxima, rompí el cristal e inicié la caída al vacío, sintiendo a mis espaldas cómo una enorme bola de fuego destruía tres plantas en escasos segundos.


Estoy molesto. Muy molesto. Alguien mató a Zimmerman, usó a Chase a su antojo y se atrevió a asesinarme en el proceso. Ese alguien lo va a pagar muy caro. De eso estoy completamente seguro. Emplearé todos los medios necesarios, incluso si tengo que barrer toda la escoria de esta maldita de ciudad.

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