viernes, 10 de enero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 11: Debate sobre un crimen

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Debate sobre un crimen

 

Dos horas después del cruento incidente, Eugene y Samantha se hallaban en la oficina del Dr. Hans Svensson, darwinista de vocación, padre de la víctima y Presidente del Instituto Charles Darwin para la Investigación Genética y Biotecnológica. En el mismo lugar se encontraban también el Inspector Andrew Poincaré y el Detective Tobías Carter. En un monolito se podían apreciar las imágenes del Dr. Patrick Armstrong y de la Comisionada Miriam McDonald, instalados cómodamente en sus respectivas residencias..

 

-Nuestro consultor externo ha sido agredido dentro de la institución que usted mismo preside, Dr. Svensson- Hablaba Andrew con una mezcla de vigor e indignación –Teniendo en cuenta los hechos recientes, consideramos inadmisible las restricciones impuestas contra la Policía Tecnológica-.

 

-También es cierto que la Srta. Tustin-X9, acompañante designada por el instituto, ha cumplido cabalmente con la protección de su consultor- Contraatacó el Dr. Armstrong desde el monolito –Además ¿quién nos asegura que ese asesino no ha sido infiltrado por ustedes mismos como excusa para apropiarse de la investigación?-.

 

-Es mi deber recordarle, Dr. Armstrong, que ésa es una acusación muy grave- Acotó la Comisionada, con tono censurador –Si usted lo prefiere, le insto a que lleve esa aseveración a las instancias judiciales que considere oportunas, a riesgo de ser consideradas como una vulgar falacia-.

 

-Tiene razón, Comisionada McDonald. Pido disculpas por mi atrevimiento y retiro lo dicho-.

 

-Caballeros, hablemos con sinceridad. Soy de la opinión que, tanto nosotros como los miembros de esta institución buscamos el esclarecimiento de estos hechos, así que les pido toda la cooperación posible- Intervino Andrew con cautela.

 

Eugene notó cómo el semblante del anciano investigador, cambió rotundamente. Samantha se situaba justo detrás de él, como si estuviese dispuesta a recibir el impacto de una bala para protegerle. No pudo evitar recordar que, de todas las personas con las que había conversado en el instituto, ella había sido la única que utilizó el nombre del difunto. Le había llamado “Lars”, cuando ni siquiera su prometida lo hacía.

 

-Comprendo su posición, Inspector Poincaré, pero le pido por favor que comprenda la nuestra y, muy en particular, la mía propia- Habló el Dr. Hans Svensson con voz fatigada –He perdido a mi único hijo por razones que son aún desconocidas y, por si fuera poco, una especie de sicario viola nuestra seguridad y casi acaba con sus fines desconocidos. Como estoy seguro de que ya sabe, tenemos que oficiar una auditoría interna para conocer cómo ha entrado ese hombre, quién le ha contratado y si tiene alguna relación con el fallecimiento de mi hijo-.

 

-Para complementar lo que ha dicho el ilustre Dr. Svensson- Precisó el Dr. Armstrong con aparente seriedad –Nuestra autonomía nos permite extender las funciones de la comisión que originalmente estaba destinada a definir las causas tras la muerte del joven Dr. Svensson. En consecuencia, la comisión hará todo lo posible para averiguar también cómo ha sido posible que un asesino a sueldo intentara acabar con la vida de una persona y la integridad de una propiedad del instituto-.

 

“Propiedad del instituto” Repitió Eugene con desagradado, ante la idea de considerar a Samantha como un simple y mundano objeto.

 

-¿Puedo hacerle una pregunta, Dr. Armstrong?- Interrogó Eugene con cautela.

 

-Por supuesto, Sr. Goldstein. Aunque ya me ha hecho suficientes preguntas por hoy-.

 

-Nunca está demás, Dr. Armstrong. ¿Quién dirige esa comisión?-.

 

-Yo mismo-.

 

-¿Y han tenido algún avance?-.

 

-No muchos, a decir verdad. Mediante simulaciones numéricas, sabemos que el joven Dr. Svensson se precipitó desde la duodécima o desde la decimotercera planta, las cuales están restringidas para el público en general y carecen de cámaras de vigilancia-.

 

-Por consiguiente, entiendo que mi trabajo aquí no ha culminado-.

 

-Sr. Goldstein, su trabajo aquí ya debió haber culminado-.

 

-El ataque que he recibido hace un par de horas me demuestra lo contrario, Dr. Armstrong-. 

 

-Señores, zanjemos este asunto inmediatamente- Esta vez fue la Comisionada McDonald quien usó la palabra –Os guste o no, el Sr. Goldstein continuará haciendo su trabajo en relación a la muerte del Dr. Lars Svensson, y tenemos la autorización del Fiscal General para ello. Además, el sólo hecho de que nuestro consultor externo haya sido atacado, nos da el legítimo derecho de realizar las investigaciones oportunas. Por tanto, nos haremos cargo de la autopsia del cadáver y de su identificación-.

 

-Comisionada McDonald, siento discrepar pero…- El Dr. Armstrong se veía severamente contrariado desde la pantalla del monolito.

 

-En este caso no hay autonomía que valga, Dr. Armstrong. Si usted o el Dr. Svensson tienen alguna duda, pueden utilizar todos los mecanismos legales que consideren necesarios-.

 

-¡Esto es un atropello a nuestra autonomía! ¿No va a intervenir, Dr. Svensson?-.

 

-En estos momentos, Dr. Armstrong, lo único que deseo es que acabe esta pesadilla- Sentenció en viejo científico, dando por finalizada la reunión.

 

Diez minutos después, Andrew y Eugene sostenían una conversación en la recepción del instituto. El anciano ex-policía había entregado la libreta con todas las anotaciones a su antiguo compañero de trabajo.

 

-Tengo que confirmar algunas hipótesis, Andrew, pero puedo asegurar que ese joven fue asesinado-.

 

-¿Sospechas de alguien en concreto?-.

 

-Por ahora sólo te pediré que averigües lo que está indicado en la lista de la libreta- Hizo una pausa para mostrar la pantalla táctil que le habían facilitado horas antes –Necesito que envíes toda la información aquí-.

 

-Parece que te has actualizado, Eugene-.

 

-En contra de mi voluntad. Hay algo más. El matón que me atacó tenía un tatuaje en su brazo derecho. He hecho un dibujo del mismo en la libreta ¿Podrías indagar también sobre su significado?-.

 

-De acuerdo. Aunque en la autopsia siempre se hace constar detalles como esos-.

 

-No me fío de la autopsia-.

 

-¿Crees que la podrían manipular?-.

 

-Ni siquiera creo que el cadáver llegue a la morgue-.

 

Andrew se mordió el labio inferior en un gesto claro de que pensaba lo mismo.

 

-Entonces habrá que presionar, para que el culpable explote en algún momento. Le diré al Detective Carter que siga permanentemente al transporte del cuerpo y que esté presente durante la autopsia-.

 

-Es una posibilidad-.

 

-Otra cosa… La mujer es una testigo importante y a la vez una pieza clave en el asunto con el mercenario…-.

 

-Lo sé, Andrew. Por esa misma razón, deberá seguir conmigo- La entonación de antiguo ex-policía no dejaba lugar a interrogante alguna, cuestión que Andrew comprendió plenamente, aunque no estaba del todo de acuerdo.

 

El Inspector Poincaré posó su inhalador en la boca y haló el gatillo, dejando que un gas mentolado inundara su garganta con el único propósito de servir como placebo en el alivio de la irritación.

 

-¿Necesitas algo más, Eugene?-.

 

-Sí. Acabar con esto-.

lunes, 6 de enero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 10: Crimen y castigo

 

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Crimen y castigo

 

El primer golpe fue a la altura de los riñones. Durante el segundo, Eugene notó cómo un puño de acero se incrustaba en las costillas.

 

Eugene Goldstein había tomado clases de defensa personal durante su formación en la Policía Tecnológica, además manejaba con destreza el hacha para cortar leña. Sin embargo, estaba físicamente acabado. No tenía forma de saber si podía zafarse de la trampa que le mantenía aprisionado.

 

Intentó golpear a su atacante con el codo a la altura del estómago, pero se encontró con un duro abdomen que delataba años de preparación física. Tosió toscamente e intentó pedir ayuda, pero lo único que logró fue chillar con desesperación.

 

Sintió cómo el agresor le levantaba rápidamente con la fuerza que imprimía mediante sus potentes brazos. En ese instante y a pesar de la oscuridad, comprendió lo que iba a ocurrir y, de alguna forma, aceptó con resignación su destino. El asaltante se disponía a romper su columna vertebral con la rodilla, así que las opciones eran realmente escasas.

 

-Alguien me ha pagado una gran suma de dinero por acabar contigo. Mi obligación es romper a la gente, así que no dudaré en llevar a cabo la tarea para la cual me han contratado- Informó el mastodonte con autoridad.

 

No ocurrió lo esperado. Los brazos flaquearon y Eugene cayó con estrépito sobre un par de sillas. Intentó recuperarse pero todavía estaba aturdido por los golpes recientes. A pesar de ello, pudo vislumbrar una figura femenina que se interponía entre él y el agresor.

 

Una tenue luz entraba desde una puerta abierta y le permitió apreciar toda la acción. El asaltante era enorme, vestía ropa de cuero brillante, sus manos estaban protegidas por guantes negros y su cabeza estaba recubierta por una máscara que sólo dejaba al descubierto una boca deforme.

 

-Me han advertido de tu presencia, niñita. No tengo órdenes expresas de acabar contigo, pero si me lo pones difícil no titubearé en romper tu espalda también-.

 

El adversario aventó un puñetazo desde la izquierda que la rubia esquivó con relativa facilidad. Seguidamente, el hombre hizo una finta y se abalanzó en dirección de la mujer. La torpe visión de Eugene sólo logró apreciar cómo la chica artificial detenía con ambas manos la pesada bota del gigante. Inmediatamente después, apreció cómo el sujeto saltaba con su pierna libre y golpeaba a la chica en el rostro.

 

Los dos combatientes se desplomaron en el suelo.

 

-Lo siento, mujerzuela, pero deberé acabar contigo. No te miento. Lo disfrutaré mucho-.

 

El luchador gigantesco avanzó a grandes zancadas, pero no percibió que la mujer se hallaba de cuclillas y a la espera. El golpe que le propinó en la rodilla fue tan certero como preciso. Los dedos índice y medio de la mujer se empotraron en la rótula, ocasionando un crujido dantesco seguido de una segura dislocación. El individuo graznó por el dolor y cayó abatido.

 

Si las imágenes de aquel ser muriendo de forma desgarradora en el cilindro destrozaron la moral de Eugene, lo siguiente fulminó la poca capacidad de reacción que le quedaba.

 

La mujer rodeó el cuello del agresor con sus gráciles brazos y apretó con una fuerza desmedida para su cuerpo. Las vértebras cervicales del atacante no tardaron en ceder y su cabeza quedó en un ángulo imposible ¿Acaso esa chica probeta tenía una fuerza inusual y sobrehumana?  

 

Soltó el cadáver y comenzó a jadear rápidamente, quizás sobresaltada por la dosis de adrenalina que había segregado su cuerpo artificial.

 

-Samantha…- Farfulló la rubia, luego de toser.

 

-¿Perdone?- Preguntó Eugene, incrédulo.

 

-Samantha… Ése es el nombre de pila que me regaló Lars… Me dijo que yo me llamaría Samantha Tustin-.

 

Eugene tenía más preguntas de las que podía formular. Quiso decir algo, pero le resultó imposible por dos razones. La primera era a causa de las magulladuras que le había propinado aquel descomunal matón. La segunda residía en la propia chica. Al principio, la rubia hizo una mueca de disgusto, seguida de una serie de arcadas y náuseas.

 

Contra todo pronóstico, la mujer se ocultó en un rincón y comenzó a vomitar.

 

El servicio de seguridad de la institución llegó exactamente trescientos segundos más tarde.