domingo, 23 de marzo de 2025

Aventura en un templo perdido a través de puzzles.

 Buenos días lectores invisibles.

A través de esta breve publicación, me gustaría dejar constancia de la partida realizada al juego Exit: El templo perdido. Se trata de una interesante propuesta mediante la cual se resuelven acertijos usando cuatro puzzles, explorando un templo sagrado perdido en una remota isla del océano Índico.

Partida preparada.

Primer escenario.

Segundo escenario.

Tercer escenario.

Cuarto y último escenario.

Final de partida.

La experiencia general ha sido muy buena y los retos muy divertidos.

Hasta otra.

Wintermute.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 12: Remembranzas de un crimen olvidado

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Remembranzas de un crimen olvidado

 

Vivían en una urbanización modesta localizada en la periferia de la ciudad. Su vivienda consistía en un adosado con dos habitaciones, un lavabo con ducha, una cocina y una sala pequeña. En total, setenta metros cuadrados que constituían la base de una familia que apenas iniciaba su futuro.

 

Él era un viejo sabueso de la Policía Tecnológica, uno de esos miembros de la antigua escuela que era respetado por muchos y envidiado por pocos. Ella era veinte años menor y una rareza de la sociedad moderna. Provenía de una comunidad que creía en la armonía del ser humano con la naturaleza, en santos y deidades relegados a tiempos pasados, y en la no dependencia de las comodidades que otorgaba la tecnología.

 

Se conocieron por casualidad. Él se había tomado unas vacaciones de dos semanas luego de seis años continuos de trabajo. Decidió tomar su desvencijado coche y recorrer paisajes que nunca había conocido, también le pareció buena idea dejar su teléfono móvil para evitar recibir llamadas inoportunas. Infelizmente o afortunadamente, según sea el punto de vista, su coche decidió estropearse cerca de la Comunidad Amish de Lancaster. Mientras intentaba reparar el motor eléctrico del vehículo en el arcén de un camino rural, escuchó en la distancia una angelical voz femenina que canturreaba una suave canción.

 

Motivado por la curiosidad, se acercó hacia el origen de aquella voz. En el horizonte de una pradera de trigo la vislumbró por primera vez, ataviada con una ropa que no se conseguía en los centros comerciales de la urbe, una vestimenta confeccionada a mano que cubría con elegancia la totalidad de su cuerpo. Su cabello cobrizo estaba adornado por un pañuelo blanco y sus orejas eran vírgenes a las perforaciones requeridas para zarcillos y pendientes. Entre sus manos sostenía una cesta de mimbre donde almacenaba los tallos de trigo que recogía con solícita entereza.

 

Él hizo ruido y ella se percató de su presencia. Asustada, tropezó y cayó sobre un manto de hierba seca. Él se acercó con miedo y a la vez con torpeza, se presentó como un representante de la seguridad nacional al tiempo que mostraba su identificación holográfica, aunque ella jamás había visto algo como eso. Quedó maravillada ante el baile de colores que desplegaba la identificación, era como el arco iris que se formaba después de la lluvia. Él le dijo su nombre y le ayudó a levantarse, mientras le explicaba que su vehículo se había accidentado muy cerca de allí. Ella le correspondió el saludo, informándole su nombre con un acento musical. Le dijo que no sabía nada de coches, pero que su padre tenía una carreta impulsada por dos magníficos caballos y que podía llevarle con ella hasta un sitio donde efectuar las reparaciones. Si él tenía paciencia, podían hacer una caminata de dos horas para llegar hasta el poblado.

 

Así fue cómo Eugene Goldstein conoció a Sofía O’Neill.

 

La ruta era exquisita y maravillosa. Eugene le dio las gracias a su coche por haberse averiado justo en ese lugar. Sofía le hizo preguntas sobre la ciudad ¿Cuántos acres tiene tu villa? ¿Cuántas casas había? ¿Cómo son los edificios? ¿Cuál es el oficio de un policía? ¿Es muy peligroso? ¿Nunca has labrado la tierra? ¿Tienes perros o gatos? ¿Cómo es posible que no tengas una mascota? Ella estaba ávida de nuevos conocimientos y, a pesar de que en las sienes de Eugene comenzaban a aflorar las canas, le pareció un hombre repleto de seguridad y confianza. Por su parte, él vio en ella algo que la sociedad moderna había perdido hace mucho: candidez, simpatía y honradez.

 

El padre de Sofía podría representar perfectamente el papel de hermano mayor de Eugene. Era doce años mayor, tenía rostro severo y las manos de una persona que trabajó como agricultor durante toda su vida. Eugene le explicó su situación y cuando intentó mostrar su identificación, el hombre rechazó toda intención, alegando que la tecnología no tenía cabida en su casa. Desgraciadamente, no podían salir ese día, puesto que el pueblo más cercano con teléfono estaba a cuatro horas de viaje con la carreta, así que tendrían que salir a la mañana siguiente.

 

No hubo mañana siguiente. Eugene quedó maravillado con el ritmo de vida apacible que transcurría en el poblado. La madre de Sofía se encariñó con la sinceridad del policía, el padre simpatizó con su franqueza y Sofía se enamoró de él al quinto día. Cuando llegó el momento de regresar de sus vacaciones, Eugene le aseguró que la visitaría todos los fines de semana, promesa que cumplió cabalmente durante ocho meses. El viejo policía tenía un inusitado y renovado vigor en su trabajo. Si antes era el mejor, en aquel momento era insuperable. Tenía una motivación con nombre propio: Sofía.

 

Gracias a esa dosis de motivación pudo atrapar y encarcelar a un pirómano que se hacía llamar Teddy Cienfuegos, buscado por incendiar diferentes propiedades privadas y edificios gubernamentales, bajo el lema de que el capitalismo era la causa de todos los problemas de la sociedad. En el juicio, Teddy juró venganza en contra de su captor.

 

El tiempo pasó y Eugene se decidió a dejar de ser un soltero entrado en años y un sabueso solitario. Una tarde de Domingo acudió al poblado con un ramo de flores y un anillo de compromiso. Con el formalismo de rigor y con los nervios a flor de piel, pidió la mano de Sofía ante su padre. 

 

Ese fue el inicio de un matrimonio que duró tres años, los cuales fueron los más felices en la vida de Eugene Goldstein. Sofía se acostumbró rápidamente a la vida en la ciudad, aprendió a conducir, consiguió un trabajo como dependienta en un supermercado y admiraba los logros de su esposo, quien de acuerdo a las previsiones de sus compañeros, no tardaría en ser designado como Comisionado de la Policía Tecnológica. Una mañana de otoño, Sofía recibió una llamada del hospital para hacerle una revisión médica rutinaria, le dejó una nota a su marido donde le indicaba su paradero y, sin preocupación, se dirigió hacia su destino. Paralelamente, en el cubículo de Eugene un mensajero dejaba una carta con la siguiente amenaza:

 

“Estimado Inspector Goldstein. Usted arruinó mi vida al entregar su servicio comunitario a los intereses capitalistas, ahora yo arruinaré la suya para redimir sus pecados más banales. Incendiaré lo que más atesora para que entienda mi causa. Créame Inspector cuando le digo que lo haré por su bien ¡Abra los ojos ante las manipulaciones del sistema! Su amigo, que le aprecia, Teddy”.

 

Temiendo lo peor, Eugene le arrebató el coche patrulla a un cadete y se dirigió a su casa, tan sólo para encontrar la nota que le había dejado Sofía. Angustiado, circuló a alta velocidad por las calles de la urbe hasta llegar al hospital. No halló su coche en el aparcamiento de pago. La crueldad del destino quiso que Sofía encontrara sitio en un parking gratuito. Corrió desesperado por todo el recinto buscando a su esposa. No podía creer lo que su corazón y su razonamiento crítico le dictaban. Debía hallar a Sofía, tenía que protegerla, era una promesa, era su deber, era…

¡Allí estaba ella! ¡Cruzando la calle y rumbo hacia el parking gratuito!

 

Gritó entre el tumulto de gente que salía y entraba del hospital, pero Sofía no escuchó. Avanzó hacia la calle sin mirar, sin avistar el vehículo que frenaba abruptamente, sin darse cuenta de que ese mismo vehículo le arrollaba con estrépito y le arrojaba fuera del alcance de su amada esposa.

 

Sofía estaba feliz y radiante. Le habían dado una noticia hermosa. La más bonita de toda su vida. Finalmente, le daría a Eugene un niño, o una niña, todavía no se sabía, debido a que tenía cinco semanas de embarazo, pero eso era lo de menos. Le daría a su abnegado esposo un hijo fruto de su amor. Estaba tan contenta que no escuchó los gritos, el chirrido de los neumáticos con el asfalto y el posterior impacto. Estaba tan ilusionada que pasó la llave con presteza en el interruptor del coche. Estaba tan esperanzada que no sintió nada cuando se activó la bomba que había en el chasis.

 

En la distancia, Eugene escuchó la explosión como un estruendo sordo.

 

Le habían arrebatado a su vida. Lo único que nunca supo fue que ése día, no sólo había muerto su amada Sofía.

 

Dos días después, Teddy Cienfuegos fue apresado tras el allanamiento de su escondrijo. Según la versión del Inspector Andrew Poincaré, el detenido se enfrentó a la policía y fue necesario el uso de armas de fuego. El pirómano quedó tetrapléjico después de recibir dos impactos de bala en la médula espinal durante la resistencia al arresto.

 

Sin embargo, eso no le devolvió la vida que gozaba Sofía O’Neill de Goldstein.

 

 

 

Despertó lentamente, dejando que los latidos de su corazón se amoldaran a su nueva condición y olvidaran su agitación temporal. No era la primera vez que remembraba los recuerdos de los tres mejores años de su vida. Pero esas memorias no eran más que imágenes del pasado, sombras que nunca iban a volver.

 

Se levantó con dificultad del catre que le habían dispuesto en una habitación reservada para visitantes. El cuello le dolía, el pecho le abatía, las piernas no respondían a las órdenes de su cerebro, su presión arterial debía ser alta y los huesos de su espalda crujían ante el más mínimo movimiento. A pesar de todos esos síntomas, lo que más le atormentaba era la repetitividad con la que se reproducían esos recuerdos en sueños.

 

El lavabo era minúsculo y ridículo. Teniendo en cuenta la delgadez de Eugene, le fue muy complicado lavar su rostro con agua. Por su parte, el desayuno fue escueto y carecía de las vitaminas y proteínas que contenían los alimentos naturales que cosechaban en el poblado de Lancaster. El plato que tenía ante sí era una mezcla de alubias secas y lentejas resecas con lechuga sintética y tomate deshidratado, todo dispuesto en un plato de cerámica servido por una máquina automática.

 

Comió con desgano. Repasando cada nexo y punto de interés del caso. Tenía que hacer una visita a Han-Jae Ji Chen, aspirante a doctor en genética molecular y considerado como el trigésimo genetista más importante, según la descripción del perfil que pudo hallar en la pantalla táctil.

 

La Dra. Lucía Méndez le había mencionado durante su arrebato de ira y él le daría la respuesta que estaba buscando.

viernes, 10 de enero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 11: Debate sobre un crimen

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Debate sobre un crimen

 

Dos horas después del cruento incidente, Eugene y Samantha se hallaban en la oficina del Dr. Hans Svensson, darwinista de vocación, padre de la víctima y Presidente del Instituto Charles Darwin para la Investigación Genética y Biotecnológica. En el mismo lugar se encontraban también el Inspector Andrew Poincaré y el Detective Tobías Carter. En un monolito se podían apreciar las imágenes del Dr. Patrick Armstrong y de la Comisionada Miriam McDonald, instalados cómodamente en sus respectivas residencias..

 

-Nuestro consultor externo ha sido agredido dentro de la institución que usted mismo preside, Dr. Svensson- Hablaba Andrew con una mezcla de vigor e indignación –Teniendo en cuenta los hechos recientes, consideramos inadmisible las restricciones impuestas contra la Policía Tecnológica-.

 

-También es cierto que la Srta. Tustin-X9, acompañante designada por el instituto, ha cumplido cabalmente con la protección de su consultor- Contraatacó el Dr. Armstrong desde el monolito –Además ¿quién nos asegura que ese asesino no ha sido infiltrado por ustedes mismos como excusa para apropiarse de la investigación?-.

 

-Es mi deber recordarle, Dr. Armstrong, que ésa es una acusación muy grave- Acotó la Comisionada, con tono censurador –Si usted lo prefiere, le insto a que lleve esa aseveración a las instancias judiciales que considere oportunas, a riesgo de ser consideradas como una vulgar falacia-.

 

-Tiene razón, Comisionada McDonald. Pido disculpas por mi atrevimiento y retiro lo dicho-.

 

-Caballeros, hablemos con sinceridad. Soy de la opinión que, tanto nosotros como los miembros de esta institución buscamos el esclarecimiento de estos hechos, así que les pido toda la cooperación posible- Intervino Andrew con cautela.

 

Eugene notó cómo el semblante del anciano investigador, cambió rotundamente. Samantha se situaba justo detrás de él, como si estuviese dispuesta a recibir el impacto de una bala para protegerle. No pudo evitar recordar que, de todas las personas con las que había conversado en el instituto, ella había sido la única que utilizó el nombre del difunto. Le había llamado “Lars”, cuando ni siquiera su prometida lo hacía.

 

-Comprendo su posición, Inspector Poincaré, pero le pido por favor que comprenda la nuestra y, muy en particular, la mía propia- Habló el Dr. Hans Svensson con voz fatigada –He perdido a mi único hijo por razones que son aún desconocidas y, por si fuera poco, una especie de sicario viola nuestra seguridad y casi acaba con sus fines desconocidos. Como estoy seguro de que ya sabe, tenemos que oficiar una auditoría interna para conocer cómo ha entrado ese hombre, quién le ha contratado y si tiene alguna relación con el fallecimiento de mi hijo-.

 

-Para complementar lo que ha dicho el ilustre Dr. Svensson- Precisó el Dr. Armstrong con aparente seriedad –Nuestra autonomía nos permite extender las funciones de la comisión que originalmente estaba destinada a definir las causas tras la muerte del joven Dr. Svensson. En consecuencia, la comisión hará todo lo posible para averiguar también cómo ha sido posible que un asesino a sueldo intentara acabar con la vida de una persona y la integridad de una propiedad del instituto-.

 

“Propiedad del instituto” Repitió Eugene con desagradado, ante la idea de considerar a Samantha como un simple y mundano objeto.

 

-¿Puedo hacerle una pregunta, Dr. Armstrong?- Interrogó Eugene con cautela.

 

-Por supuesto, Sr. Goldstein. Aunque ya me ha hecho suficientes preguntas por hoy-.

 

-Nunca está demás, Dr. Armstrong. ¿Quién dirige esa comisión?-.

 

-Yo mismo-.

 

-¿Y han tenido algún avance?-.

 

-No muchos, a decir verdad. Mediante simulaciones numéricas, sabemos que el joven Dr. Svensson se precipitó desde la duodécima o desde la decimotercera planta, las cuales están restringidas para el público en general y carecen de cámaras de vigilancia-.

 

-Por consiguiente, entiendo que mi trabajo aquí no ha culminado-.

 

-Sr. Goldstein, su trabajo aquí ya debió haber culminado-.

 

-El ataque que he recibido hace un par de horas me demuestra lo contrario, Dr. Armstrong-. 

 

-Señores, zanjemos este asunto inmediatamente- Esta vez fue la Comisionada McDonald quien usó la palabra –Os guste o no, el Sr. Goldstein continuará haciendo su trabajo en relación a la muerte del Dr. Lars Svensson, y tenemos la autorización del Fiscal General para ello. Además, el sólo hecho de que nuestro consultor externo haya sido atacado, nos da el legítimo derecho de realizar las investigaciones oportunas. Por tanto, nos haremos cargo de la autopsia del cadáver y de su identificación-.

 

-Comisionada McDonald, siento discrepar pero…- El Dr. Armstrong se veía severamente contrariado desde la pantalla del monolito.

 

-En este caso no hay autonomía que valga, Dr. Armstrong. Si usted o el Dr. Svensson tienen alguna duda, pueden utilizar todos los mecanismos legales que consideren necesarios-.

 

-¡Esto es un atropello a nuestra autonomía! ¿No va a intervenir, Dr. Svensson?-.

 

-En estos momentos, Dr. Armstrong, lo único que deseo es que acabe esta pesadilla- Sentenció en viejo científico, dando por finalizada la reunión.

 

Diez minutos después, Andrew y Eugene sostenían una conversación en la recepción del instituto. El anciano ex-policía había entregado la libreta con todas las anotaciones a su antiguo compañero de trabajo.

 

-Tengo que confirmar algunas hipótesis, Andrew, pero puedo asegurar que ese joven fue asesinado-.

 

-¿Sospechas de alguien en concreto?-.

 

-Por ahora sólo te pediré que averigües lo que está indicado en la lista de la libreta- Hizo una pausa para mostrar la pantalla táctil que le habían facilitado horas antes –Necesito que envíes toda la información aquí-.

 

-Parece que te has actualizado, Eugene-.

 

-En contra de mi voluntad. Hay algo más. El matón que me atacó tenía un tatuaje en su brazo derecho. He hecho un dibujo del mismo en la libreta ¿Podrías indagar también sobre su significado?-.

 

-De acuerdo. Aunque en la autopsia siempre se hace constar detalles como esos-.

 

-No me fío de la autopsia-.

 

-¿Crees que la podrían manipular?-.

 

-Ni siquiera creo que el cadáver llegue a la morgue-.

 

Andrew se mordió el labio inferior en un gesto claro de que pensaba lo mismo.

 

-Entonces habrá que presionar, para que el culpable explote en algún momento. Le diré al Detective Carter que siga permanentemente al transporte del cuerpo y que esté presente durante la autopsia-.

 

-Es una posibilidad-.

 

-Otra cosa… La mujer es una testigo importante y a la vez una pieza clave en el asunto con el mercenario…-.

 

-Lo sé, Andrew. Por esa misma razón, deberá seguir conmigo- La entonación de antiguo ex-policía no dejaba lugar a interrogante alguna, cuestión que Andrew comprendió plenamente, aunque no estaba del todo de acuerdo.

 

El Inspector Poincaré posó su inhalador en la boca y haló el gatillo, dejando que un gas mentolado inundara su garganta con el único propósito de servir como placebo en el alivio de la irritación.

 

-¿Necesitas algo más, Eugene?-.

 

-Sí. Acabar con esto-.

lunes, 6 de enero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 10: Crimen y castigo

 

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Crimen y castigo

 

El primer golpe fue a la altura de los riñones. Durante el segundo, Eugene notó cómo un puño de acero se incrustaba en las costillas.

 

Eugene Goldstein había tomado clases de defensa personal durante su formación en la Policía Tecnológica, además manejaba con destreza el hacha para cortar leña. Sin embargo, estaba físicamente acabado. No tenía forma de saber si podía zafarse de la trampa que le mantenía aprisionado.

 

Intentó golpear a su atacante con el codo a la altura del estómago, pero se encontró con un duro abdomen que delataba años de preparación física. Tosió toscamente e intentó pedir ayuda, pero lo único que logró fue chillar con desesperación.

 

Sintió cómo el agresor le levantaba rápidamente con la fuerza que imprimía mediante sus potentes brazos. En ese instante y a pesar de la oscuridad, comprendió lo que iba a ocurrir y, de alguna forma, aceptó con resignación su destino. El asaltante se disponía a romper su columna vertebral con la rodilla, así que las opciones eran realmente escasas.

 

-Alguien me ha pagado una gran suma de dinero por acabar contigo. Mi obligación es romper a la gente, así que no dudaré en llevar a cabo la tarea para la cual me han contratado- Informó el mastodonte con autoridad.

 

No ocurrió lo esperado. Los brazos flaquearon y Eugene cayó con estrépito sobre un par de sillas. Intentó recuperarse pero todavía estaba aturdido por los golpes recientes. A pesar de ello, pudo vislumbrar una figura femenina que se interponía entre él y el agresor.

 

Una tenue luz entraba desde una puerta abierta y le permitió apreciar toda la acción. El asaltante era enorme, vestía ropa de cuero brillante, sus manos estaban protegidas por guantes negros y su cabeza estaba recubierta por una máscara que sólo dejaba al descubierto una boca deforme.

 

-Me han advertido de tu presencia, niñita. No tengo órdenes expresas de acabar contigo, pero si me lo pones difícil no titubearé en romper tu espalda también-.

 

El adversario aventó un puñetazo desde la izquierda que la rubia esquivó con relativa facilidad. Seguidamente, el hombre hizo una finta y se abalanzó en dirección de la mujer. La torpe visión de Eugene sólo logró apreciar cómo la chica artificial detenía con ambas manos la pesada bota del gigante. Inmediatamente después, apreció cómo el sujeto saltaba con su pierna libre y golpeaba a la chica en el rostro.

 

Los dos combatientes se desplomaron en el suelo.

 

-Lo siento, mujerzuela, pero deberé acabar contigo. No te miento. Lo disfrutaré mucho-.

 

El luchador gigantesco avanzó a grandes zancadas, pero no percibió que la mujer se hallaba de cuclillas y a la espera. El golpe que le propinó en la rodilla fue tan certero como preciso. Los dedos índice y medio de la mujer se empotraron en la rótula, ocasionando un crujido dantesco seguido de una segura dislocación. El individuo graznó por el dolor y cayó abatido.

 

Si las imágenes de aquel ser muriendo de forma desgarradora en el cilindro destrozaron la moral de Eugene, lo siguiente fulminó la poca capacidad de reacción que le quedaba.

 

La mujer rodeó el cuello del agresor con sus gráciles brazos y apretó con una fuerza desmedida para su cuerpo. Las vértebras cervicales del atacante no tardaron en ceder y su cabeza quedó en un ángulo imposible ¿Acaso esa chica probeta tenía una fuerza inusual y sobrehumana?  

 

Soltó el cadáver y comenzó a jadear rápidamente, quizás sobresaltada por la dosis de adrenalina que había segregado su cuerpo artificial.

 

-Samantha…- Farfulló la rubia, luego de toser.

 

-¿Perdone?- Preguntó Eugene, incrédulo.

 

-Samantha… Ése es el nombre de pila que me regaló Lars… Me dijo que yo me llamaría Samantha Tustin-.

 

Eugene tenía más preguntas de las que podía formular. Quiso decir algo, pero le resultó imposible por dos razones. La primera era a causa de las magulladuras que le había propinado aquel descomunal matón. La segunda residía en la propia chica. Al principio, la rubia hizo una mueca de disgusto, seguida de una serie de arcadas y náuseas.

 

Contra todo pronóstico, la mujer se ocultó en un rincón y comenzó a vomitar.

 

El servicio de seguridad de la institución llegó exactamente trescientos segundos más tarde.