lunes, 23 de noviembre de 2020

Fundido en negro

 Una sastrería era el negocio adecuado. No había duda de ello. Lester creía fervientemente en su plan y sabía que no admitiría fallos. Dependía estrictamente de ello.

Buscó con su calma habitual en un bolsillo de su gabardina y halló el objeto que requería para ese instante. Su meticulosidad era su tradición y él disponía de todo cuanto necesitaba en su lugar y momento exacto.

Se trataba de una daga con pronunciado filo y una empuñadura bañada en oro. Un par de zafiros incrustados en el mango delineaban la ostentosidad de ese elemento. La había usado en multitud de ocasiones, muchas de ellas para acabar con vidas ajenas, pero en esta oportunidad la emplearía para algo más sencillo.

Cuando ingresó al comercio, el viejo estaba sentado tras el mostrador. Manipulaba con destreza una aguja y zurcía un pantalón roído y en estado deplorable. Si era suyo, eso no importaba ahora.

Lester no saludó. Apretó el cuello del sujeto con fuerza y le levantó de la silla.

-¿Qué pasa…?-.

Una bofetada, contundente y sonora, calló al sastre.

-¿Eres el dueño de esta pocilga?- Interrogó Lester, mostrando la daga.

El viejo asintió débilmente.

-¿Tu nombre?-.

-Mattias… Krämer…- Logró articular, recuperándose de la agresión.

-Vas a hacerme un favor- Lester disfrutaba con la sensación de autoridad -Quiero que vayas al Gato Negro y hagas algo por mí-.

-¿Por… Por qué haría… tal cosa?-.

El segundo bofetón le obligó a desplomarse en el suelo.

-Porque yo quiero- El granuja se arrodilló y le colocó la daga en la garganta -Preciso que un miserable insignificante como tú haga lo que quiero. Tú no despertarás sospechas. Si quieres volver a tu patética rutina, estarás en el Gato Negro en una hora, te sentarás delante de una mesa y pedirás los servicios de Sandro, ¿lo has entendido?-.

Mattias gimió repetidamente.

Lester, impaciente, le dio una cachetada.

-¡Es contigo, payaso! ¿Lo has entendido?-.

-Sí… Sandro… ¿Y luego qué?-.

-Él te dará algo, tú saldrás del burdel con el artículo y volverás aquí. Te permitiré incluso que disfrutes del espectáculo de Sandro- Una sonrisa despectiva se asomó en el rostro de ese cruel individuo.

-¿Qué clase de artículo?-.

-Eso no te incumbe-.

-¿Qué pasa si algún policía me detiene o me ve y hace preguntas?-.

El viejo era listo.

-Dile que Mike te envía. Es todo lo que debes saber-.

Mattias intentó recomponerse. Se arrodilló y con la ayuda de la silla consiguió ponerse en pie. El intruso ya no estaba.

Resignado, cerró su establecimiento. No disponía de mucho tiempo si quería llegar con puntualidad a ese antro. Las calles de esa urbe mugrienta estaban prácticamente desiertas al tratarse de un día festivo. Maldijo su mala suerte al tratar de adelantar parte de su trabajo atrasado. Su vista empeoraba con el paso de los años y ya no tenía el vigor de antaño. No obstante, esa sastrería era cuanto le quedaba.

El Gato Negro, a diferencia de esa malsana ciudad, jamás dormía. La música estridente se dejaba escuchar desde varias calles de distancia. Cuando ingresó, la barra estaba repleta de gente mala. No conocía a nadie, pero sabía que se trataba de la clase de personas con la cual no se hacían tratos dignos.

No había ninguna mesa disponible. Un camarero con jarras de cerveza pasó a su lado tras un empujón.

Se abrió paso hacia la barra, buscando un espacio entre la muchedumbre. Un hombre pecoso fumaba despreocupadamente.

-Perdone, caballero…-.

-¿Qué quieres?-.

-¿Agua?-.

-No. Hoy sólo servimos cerveza-.

-Va… Vale-.

El pecoso le dejó una cerveza aparentemente servida en una jarra sin lavar.

-Oiga…-.

-Ejem…-.

-Busco a…-.

-¡Tres cervezas, Manny!- Interrumpió un hombretón sudoroso. Una pistola enfundada tras la camiseta acompañaba a su humanidad -Las chicas van a salir ahora y tenemos que estar a tono-.

El pecoso obedeció.

-Oiga…- Balbuceó Mattias otra vez.

-Habla-.

-¿Trabaja Sandro aquí?-.

-¿Eres policía?-.

-Yo… no, no. No soy policía-.

-Ya. Eres un imbécil. ¿Tienes dinero para pagarle a Sandro? Sus servicios son caros-.

 -Claro…-.

-Escaleras arriba. Habitación 101- Señaló con la mirada hacia una esquina -Estás de suerte porque serás el primero-.

Mattias olvidó su jarra en la barra y se encaminó hacia las escaleras. Eran muchas y las articulaciones le dolían. La habitación en cuestión estaba al final de un pasillo alumbrado con luces rojas. Dos jóvenes risueñas abrieron una puerta y se dirigieron hacia las gradas, donde la multitud aguardaba.

Tocó la puerta tres veces. Un chico, quizás muy joven, maquillado y con el cabello pulcramente arreglado le recibió.

-Una hora cuesta quinientos e incluye dos relaciones como máximo- El chico le contempló con desprecio -Aunque en tu caso no creo que tardes mucho-.

-Oye, no he venido para eso. He venido a recoger…-.

No tuvo tiempo de terminar la frase. Sandro le cogió por la chaqueta y le metió rápidamente en el interior de su morada. Su semblante había cambiado por completo y denostaba preocupación.

-No quiero saber nada de Lester ¿me entiendes?- Le dio una caja de cartón cerrada -Dile que no vuelva por mi y que me deje tranquilo. La última vez tuve que acudir a un médico por lo que me hizo-.

Mattias se quedó petrificado. A simple vista no sabía qué hacer.

A los ojos de ese chaval, era un inocente más manipulado por la mente podrida de un vulgar asesino.

-Oiga, usted no sabe de qué va esto ¿verdad?-.

-No, hijo. No lo sé-.

-¡Entonces huya! Lester le matará independientemente de que haga lo ordenado-.

-Pero si no lo hago, tú…-.

-Yo estaré bien- Una lágrima corrió por la mejilla de Sandro y le arruinó el colorete.

-Pero, ¿y la policía…?-.

La carcajada del joven sorprendió a Mattias.

-Lester es de Asuntos Internos. Ahora váyase, si tiene familia, llévesela, porque él no deja testigos-.

El viejo respondió pausadamente con la cabeza.

Volvió a su sastrería y decidió esperar.

Lester era poderoso y arrogante. Tenía cogidos por los huevos a una gran cantidad de idiotas e incautos que manejaba a su antojo. Estaba decidido a recuperar cuanto era suyo y le había sido arrebatado por ese servidor sexual. Pero no podían relacionarle con aquello. Moriría gente y necesitaba que todo fuera inconexo para despistar a los detectives de turno. Él haría el resto con sus influencias en el Departamento.

El anciano le esperaba tras el mostrador.

Una caja de cartón estaba delante de él.

Deslizó su mano derecha hacia el bolsillo, justo donde estaba la daga.

-¡Te doy la enhorabuena, Mattias! Has hecho un gran trabajo-.

Silencio.

Movió la caja con la mano izquierda y la examinó. La derecha aún seguía impasible.

-Bien, pues nada. ¡Muchas gracias! Comprenderás ahora que debo dejar todo bien atado. No es nada personal-.

La detonación fue silenciosa. Le alcanzó a la altura de la cintura, atravesando el antiguo mostrador de madera. Las fuerzas de Lester se desvanecieron y cayó inexorablemente al suelo.

Mattias salió de su sitio con la pistola aún humeante. Se trataba de un modelo militar, usado en operaciones de espionaje. Cerró la puerta de su sastrería y volvió hacia donde estaba Lester, doliente y gritando por el dolor. Intentaba alcanzar la daga, pero la pesada bota del anciano le estrujó la mano.

-Verás, basura. En el Frente teníamos un código. Respetábamos al enemigo, aún mientras le combatíamos, pero una escoria como tú no merece ninguna clase de consideración. Esto por el primer bofetón-.

El segundo disparo destrozó el tobillo izquierdo de Lester.

-Y esto por el otro-.

El tercer disparo destrozó el tobillo derecho de Lester.

-¡Maldita sea! ¡Soy de la policía…!-.

El culatazo le rompió dos o tres dientes.

-Y yo soy quien tiene el arma- Mattias se tomó su tiempo para revisar al corrupto. La placa y un revólver estaban en su sitio -Te voy a decir lo que va a pasar. Ni has estado aquí, ni te conozco. Tampoco van a encontrar tu cadáver ¿Lo has entendido?-.

El siguiente puñetazo dejó a Lester inconsciente.

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La chatarrería de Silas era el sitio ideal para deshacerse de ese coche antiguo. Era una antigualla color negro que había sufrido el paso de los años. Las piezas de recambio ya no se encontraban y simplemente el vehículo ocupaba un espacio en su garaje que necesitaba para ampliar su sastrería.

-¿Estás seguro de ello? Con algunos retoques y con un nuevo motor…-.

-No, Silas. No sería el mismo coche- Repuso Mattias, amablemente.

-Tienes razón- Acordó el chatarrero -Una lástima que hayan descatalogado esa hermosura. Al menos el acero de su estructura servirá de algo-.

Silas accionó un botón de la consola y una enorme prensa hidráulica comenzó a comprimir el coche. El amasijo resultante sería inmediatamente fundido en un crisol para otros usos.

Un herido Lester despertó en el maletero del coche en cuestión.

El ruido de la prensa era ensordecedor.

El espacio a su alrededor se achicaba con demasiada rapidez.

Asustado, Lester comenzó a gritar.

Nadie le escuchó.

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