lunes, 6 de enero de 2025

Dioses genéticos. Capítulo 10: Crimen y castigo

 

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Crimen y castigo

 

El primer golpe fue a la altura de los riñones. Durante el segundo, Eugene notó cómo un puño de acero se incrustaba en las costillas.

 

Eugene Goldstein había tomado clases de defensa personal durante su formación en la Policía Tecnológica, además manejaba con destreza el hacha para cortar leña. Sin embargo, estaba físicamente acabado. No tenía forma de saber si podía zafarse de la trampa que le mantenía aprisionado.

 

Intentó golpear a su atacante con el codo a la altura del estómago, pero se encontró con un duro abdomen que delataba años de preparación física. Tosió toscamente e intentó pedir ayuda, pero lo único que logró fue chillar con desesperación.

 

Sintió cómo el agresor le levantaba rápidamente con la fuerza que imprimía mediante sus potentes brazos. En ese instante y a pesar de la oscuridad, comprendió lo que iba a ocurrir y, de alguna forma, aceptó con resignación su destino. El asaltante se disponía a romper su columna vertebral con la rodilla, así que las opciones eran realmente escasas.

 

-Alguien me ha pagado una gran suma de dinero por acabar contigo. Mi obligación es romper a la gente, así que no dudaré en llevar a cabo la tarea para la cual me han contratado- Informó el mastodonte con autoridad.

 

No ocurrió lo esperado. Los brazos flaquearon y Eugene cayó con estrépito sobre un par de sillas. Intentó recuperarse pero todavía estaba aturdido por los golpes recientes. A pesar de ello, pudo vislumbrar una figura femenina que se interponía entre él y el agresor.

 

Una tenue luz entraba desde una puerta abierta y le permitió apreciar toda la acción. El asaltante era enorme, vestía ropa de cuero brillante, sus manos estaban protegidas por guantes negros y su cabeza estaba recubierta por una máscara que sólo dejaba al descubierto una boca deforme.

 

-Me han advertido de tu presencia, niñita. No tengo órdenes expresas de acabar contigo, pero si me lo pones difícil no titubearé en romper tu espalda también-.

 

El adversario aventó un puñetazo desde la izquierda que la rubia esquivó con relativa facilidad. Seguidamente, el hombre hizo una finta y se abalanzó en dirección de la mujer. La torpe visión de Eugene sólo logró apreciar cómo la chica artificial detenía con ambas manos la pesada bota del gigante. Inmediatamente después, apreció cómo el sujeto saltaba con su pierna libre y golpeaba a la chica en el rostro.

 

Los dos combatientes se desplomaron en el suelo.

 

-Lo siento, mujerzuela, pero deberé acabar contigo. No te miento. Lo disfrutaré mucho-.

 

El luchador gigantesco avanzó a grandes zancadas, pero no percibió que la mujer se hallaba de cuclillas y a la espera. El golpe que le propinó en la rodilla fue tan certero como preciso. Los dedos índice y medio de la mujer se empotraron en la rótula, ocasionando un crujido dantesco seguido de una segura dislocación. El individuo graznó por el dolor y cayó abatido.

 

Si las imágenes de aquel ser muriendo de forma desgarradora en el cilindro destrozaron la moral de Eugene, lo siguiente fulminó la poca capacidad de reacción que le quedaba.

 

La mujer rodeó el cuello del agresor con sus gráciles brazos y apretó con una fuerza desmedida para su cuerpo. Las vértebras cervicales del atacante no tardaron en ceder y su cabeza quedó en un ángulo imposible ¿Acaso esa chica probeta tenía una fuerza inusual y sobrehumana?  

 

Soltó el cadáver y comenzó a jadear rápidamente, quizás sobresaltada por la dosis de adrenalina que había segregado su cuerpo artificial.

 

-Samantha…- Farfulló la rubia, luego de toser.

 

-¿Perdone?- Preguntó Eugene, incrédulo.

 

-Samantha… Ése es el nombre de pila que me regaló Lars… Me dijo que yo me llamaría Samantha Tustin-.

 

Eugene tenía más preguntas de las que podía formular. Quiso decir algo, pero le resultó imposible por dos razones. La primera era a causa de las magulladuras que le había propinado aquel descomunal matón. La segunda residía en la propia chica. Al principio, la rubia hizo una mueca de disgusto, seguida de una serie de arcadas y náuseas.

 

Contra todo pronóstico, la mujer se ocultó en un rincón y comenzó a vomitar.

 

El servicio de seguridad de la institución llegó exactamente trescientos segundos más tarde.

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