sábado, 13 de junio de 2020

Compromiso ciudadano


Compromiso ciudadano


Hallábase Mauro, ataviado con su mejor traje y corbata, frente a un espejo que cubría la amplitud de la pared. Su cabello estaba impecablemente arreglado y peinado hacia atrás. Los zapatos grises brillaban con intensidad. Sus guantes estaban cuidadosamente custodiados tras el cinturón de piel. 

Magnífico.

Estaba capacitado para otra noche de éxtasis. 

Hallábase Mariam, completamente desnuda, frente a un minúsculo espejo que apenas reflejaba su rostro magullado. A su último cliente le gustaban los actos ultraviolentos y el uso de objetos punzantes. Ahora él roncaba a placer. 

Se vistió como buenamente pudo.

Debía seguir trabajando, aunque no estaba del todo capacitada.

Hallábase Madlenka, tristemente vestida con una bata de delgada tela de nylon, inerte sobre una gélida tabla metálica. Un dedicado médico forense le había abierto el pecho y examinaba con atención sus órganos internos.

Nadie le extrañaría.

No estaba capacitada para cualquier actividad.

Mauro caminaba con parsimonia y chasqueando los dedos. La noche anterior había sido exitosa y nada le hacía sospechar que ésta sería otra de ellas. Su sensación de superioridad le llevaba a un estado de constante confianza. La vio salir por la puerta trasera de aquel burdel. ¿Qué haría con ella? ¿La ahogaría? ¿Le mutilaría de alguna forma? ¿Usaría un cuchillo o un martillo? No lo tenía del todo claro.

Mariam abandonó el Gato Negro tambaleándose. El dinero era una necesidad más que un medio para obtener algún bien. Le costó mucho esfuerzo mantenerse erguida antes de que unas fuertes y robustas manos le atenazaran el cuello.

Madlenka yacía en silencio dentro de ese nicho maloliente en la morgue. Las pruebas histopatológicas demostraban que sus pulmones estaban colapsados. El dictamen preliminar era muerte por sumersión. 

Mauro apretó con más fuerza.

Mariam desfalleció. 

Madlenka había sido olvidada.

Vincent amartilló la pistola y disparó en la nuca de Mortimer. No había pagado la cuota exigida por Vincenzo y ésa era la recompensa. 

Mauro se sobresaltó. Desvió la mirada justo cuando el ahora cadáver Mortimer acababa desplomándose en el callejón. 

Vicent miró al sujeto y sonrió. Guardó con excesivamente calma la pistola, dio media vuelta y se alejó silbando una monótona melodía.

¿Qué debía hacer? Un par de curiosos habían salido del burdel y señalaban en su dirección. Alguien ya estaba llamando. Se quedó de pie, estupefacto, con miedo. ¿Debía escapar? 

-¿Has visto lo que ha pasado?- Preguntó un hombretón con camiseta ajustada. Era uno de los porteros del Gato Negro. 

Mauro enmudeció.

-Oye, es contigo ¿Has visto algo?-.

-¡Despejar el lugar!- Vociferó con potente bramido una mujer. A su lado, un vejestorio barrigón mascaba un palillo de madera. 

-¡Eh, polizontes!- Graznó el portero -Este pardillo estaba aquí cuando sucedió todo-.

-¿El trajeado este? ¿Un cliente?- Gabriella le hizo una radiografía automática.

-No le he visto nunca por el local- El hombretón se encogió de hombros.

Luces azules y brillantes de patrullas de policía anunciaban el advenimiento de un barullo indeseado y nada agradable para la reputación del burdel.

-Nos encargaremos a partir de ahora- Habló Gabriella, simulando distracción. El barrigón chasqueó los dientes.

Un médico forense ya revisaba los cadáveres. Dos muertes distintas en dos lugares cercanos en apariencia, pero técnicamente alejados. Todo estaba ocurriendo muy de prisa. 

-Empecemos por el principio, ¿de acuerdo? ¿Cuál es tu nombre?-.

-Ma… Mauro-.

-No te he entendido ¿Nombre?-.

-Mauro…-.

-¿Qué has visto?-.

-Yo…-.

-Quizás en la comisaría nos puedas aclarar lo ocurrido-.

-Yo creo que…-.

-¡Cadete! Acompañe a este caballero a la comisaría del Distrito Sur para que aclare sus ideas y cumpla con su compromiso ciudadano-.

El barrigón no hizo comentario alguno hasta verse liberado del posible testigo.

-Un miserable con un disparo en la cabeza y una prostituta estrangulada-.

-¿Ya le has hecho la autopsia?- Preguntó Gabriella con ironía.

-Me he acostumbrado con los años-.

-La posición de los cuerpos podría indicar la presencia de dos personas-.

-Un solo individuo no hizo esto, es evidente. Pero hay algo que no encaja y me pongo nervioso cuando algo no encaja-.

-Observa aquí- Gabriella señaló a una inerte Mariam -¿Cuánto habrá? ¿Unos cien metros, quizás? ¿Dónde estaba el testigo?-.

-No te pierdas en lo obvio. El testigo es irrelevante y estos homicidios están resueltos. Vamos a comer algo. Cuando estoy nervioso me ruge el estómago-.

-¿Dulce o salado?-.

-Ambos-.

Mauro se retorcía inquieto en el asiento trasero del coche. El cadete y un sargento le llevaban a un destino incierto. En apariencia debían acudir a la comisaría del Distrito Sur. Al menos eso es lo que había dicho aquella mujer policía. No obstante, y si no estaba equivocado en lo que a geografía se refiere, en esta ciudad no había una localización denominada de esa forma. Estaba el Distrito Suroeste y el Sureste, pero en ningún caso…

El coche se detuvo en un oscuro descampado. 

El cadete le arrastró violentamente fuera del vehículo.

-¿Qué os pasa? ¿Qué hacéis?- Protestó Mauro.

Una bala calló cualquier síntoma adicional de protesta.

El sargento recogió el casquillo. 

Otro crimen sin resolver había sido escrito en un lienzo de corrupción.

Como las muertes de Mariam, Madlenka y otras tantas trabajadoras de la noche, cruelmente asesinadas por un sociópata silenciado en el entramado de ese lienzo. 

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