domingo, 10 de julio de 2011

Oper. Capítulo XII.

El Vértice. 23 de Julio de 2052.

Maxwell Chase sabía dónde debía ir pero estaba paralizado por el miedo. Recluido en su piso desde la inescrupulosa tortura de aquel agresor, había pasado los últimos días con un ritmo de vida muy alejado de su desenfreno habitual; no salía a las discotecas, no ejercía sus dotes de seducción con voluptuosas chicas, no usaba su costoso coche para surcar el pavimento de la ciudad a gran velocidad, no asistía a reuniones de trabajo, no hablaba con ningún cliente, no hacía algo por salir de aquel estado de enajenación en que se había sumergido. Eliminó todo contacto con la Red cuando supo quién estaba detrás de todo aquel infortunio, no contestó a los incontables intentos de conexión de su secretaria, incluso ignoró los llamados de Harold Stirling durante los primeros días de ausencia. No le importaba lo que podría pasarle en el futuro inmediato, sabía que no sería algo amable o placentero, pero quería, más bien deseaba, que pasara.

Se dispuso a tomar un poco más de ginebra sintética cuando se dio cuenta que la última botella estaba vacía. Llevaba cuatro días consecutivos de borrachera y presentía que de seguir así su cabeza iba a explotar, aunque eso tampoco le preocupaba porque de cualquier forma estaba muerto. Si no le mataba ese enmascarado por medio de la bomba fluidodinámica, era muy probable que alguien más le hiciera lo mismo que le había pasado a Harry.

Recordó a Harry por tercera vez en dos horas. Si tan sólo le hubiese hecho caso desde un principio, si pudiese retroceder en el tiempo, si tuviese la posibilidad de enmendar sus errores y descuidos, era muy posible que el principal responsable de tanta muerte y destrucción estuviese en una prisión de máxima seguridad. Pero no era así. Estaba muy ocupado asistiendo a fiestas, acostándose con mujeres, estableciendo una cadena de contactos poderosos entre sus clientes, y soñando con poseer a su secretaria.

Lo peor era que no tenía a nadie en quién confiar. Eso lo pudo comprobar cuando alguien canceló todas sus cuentas, borró todo rastro de identificación en la base mundial de datos y le dejó en la bancarrota. Lo había perdido todo porque ese alguien estaba al tanto de todo. No podía solicitar la ayuda del conserje Keaton, puesto que el enmascarado salvaje le había dado una brutal paliza. Estaba solo, completamente solo y desamparado, derrotado ante la idea de que inevitablemente le encontrarían. La idea del suicidio no le parecía adecuada, podía buscar una buena viga y ahorcarse, arrojarse al vacío desde la azotea del edificio, volarse la tapa de los sesos con una pistola, pero no tenía el valor suficiente como para hacerlo. Por eso eligió la agónica espera.

-Buenas noches, Maxwell- Dijo una voz áspera desde una de las tantas ventanas abiertas del piso, rompiendo así el silencio reinante entre el desorden de muebles, ropa y botellas de alcohol.

-Si vienes a torturarme otra vez, te adelanto que prefiero que me mates-.

Schrödinger ignoró el sarcasmo del directivo y avanzó lentamente hacia el sofá donde reposaba aquella humanidad decadente. Sus investigaciones particulares habían arrojado buenos frutos, permitiéndole obtener conclusiones contundentes. Tomó una cereza del suelo, levantó parcialmente su máscara y la comió con avidez.

-¿Sabías que en el puerto encontré esto?- Preguntó el enmascarado luego de lanzar un objeto hexagonal, negruzco y pequeño con veintidós pines metálicos dispuestos de manera equidistante en su perímetro. El hexágono cayó toscamente en una mesa de aluminio situada a la vista de Maxwell –Había miles de estos en un contenedor para transporte marítimo con destino a Indonesia. Lo curioso del caso era que las tríadas del Barrio Chino estaban custodiando una docena de esos contenedores ¿no te dice eso algo?-.

-No lo sé. Dímelo tú… Tú eres el detective…-.

-Podrías empezar diciéndome qué demonios hace la mafia china con mercancía de la Corporación Ikari, empresa en la que casualmente tú trabajas-.

-Es un implante neural de nueva generación… Concretamente es el modelo de alta calidad que se está usando para el plan de distribución mundial…-.

-¿Plan de distribución mundial?- Bajo la máscara, Schrödinger fruncía el ceño.

-¿Acaso no ves las noticias, Spiderman?- Bromeó Maxwell con sarcasmo y con una risa leve y forzada –Lo han anunciado en todas las televisiones holográficas… La Corporación Ikari ha vendido millones de estas unidades a un coste muy bajo, además de financiar las operaciones de instalación en el cerebro del interesado-.

-¿Qué clase de porquería hace ese implante neural?- Gruñó el enmascarado mientras zarandeaba bruscamente al directivo.

-¡Y yo qué sé! ¿Conectarse a la Red?-.

-No juegues conmigo, basura- Amenazó el justiciero dejando caer a Maxwell sobre el sofá. Extendió las manos con las palmas hacia arriba y los dedos ligeramente separados, con un ruido imperceptible, diez cuchillas de bisturí, puntiagudas, de doble filo y de apenas cinco centímetros de largo, emergieron de los compartimientos de sus dedos.

-Si lo supiese, ya te lo hubiese dicho ¿no crees?- Dijo el directivo sin dejar de mirar los diez objetos cortantes que se cernían con amenaza.

Schrödinger bufó exasperado e impaciente.

-¿Recuerdas a Harry?- Prosiguió Maxwell con expresión ausente –Te comenté que quería verme…-.

-A mi casi me mata- Contestó el enmascarado ocultando lentamente las cuchillas de su mano.

-Lástima que no haya terminado el trabajo… El punto es que recibí un mensaje de su parte, cifrado mediante un código antiguo-.

-¿Dónde está ese mensaje?-.

-He allí el quid de la cuestión, Batman... ¿Piensas ir a dónde sé que debemos ir y enfrentarte a quien creo que está tras todo esto?-.

-No me conoces, imbécil-.

Maxwell Chase se sintió desorientado por momentos. Quizás era por los efectos secundarios de la ginebra mezclada con ron y vodka, quizás era por la mezcla de miedo e impotencia aprehensiva que le invadía a consecuencia de su debilidad. Sabía el “quién”, pero desconocía el “cómo” y el “por qué”. No tenía la más mínima idea de la forma en que debía proceder. No podía acudir a la policía debido a que no disponía de pruebas suficientes para detener a la mente maestra, tampoco podía presentarse frente a esa persona y acusarle de algo que ignoraba. Lo único que sabía era que ese alguien estaba haciendo algo ilícito y, por lo tanto, había que actuar al margen de la ley. No obstante, existía la posibilidad de que Harry estuviese loco y que las muertes de Samuel y Manmohan fuesen accidentales; Maxwell pensaba que de ser cierta esa posibilidad era muy posible que pasara el resto de su vida en una fría y lúgubre cárcel. Aunque esa era una posibilidad muy remota y difícilmente creíble.

-Si te llevo a donde está esa persona… ¿Eres capaz de obtener una confesión?... Es decir… ¿Podrías confirmar o descartar mis sospechas?-.

-¿Acaso no te lo he demostrado?- Preguntó Schrödinger con una voz que provocó fuertes sacudidas en la espalda del fracasado directivo.


Maxwell se había bañado y vestido pulcramente con corbata y traje negro para la ocasión. Avanzó cojeando, gracias a las heridas de su cuerpo que comenzaban a cicatrizar, hasta la enorme puerta que permitía el ingreso a la lujosa mansión victoriana. Pulsó el botón del timbre al tiempo que los últimos rayos de Sol del día se reflejaban en sus gafas oscuras, esperó exactamente seis segundos y se llevó la primera sorpresa de aquella visita. Esta vez no fue recibido por un mayordomo ataviado con elegante uniforme, debido a que quien abrió el portón fue una figura esbelta y hermosa que le hizo palidecer y enmudecer.

-Buenas tardes, Sr. Chase. El Sr. Stirling lleva días esperándole- Dijo Sally Prescott con neutralidad para después observar con desprecio al enmascarado –Veo que ha venido acompañado esta vez, aunque debo notificarle que este sujeto no es bienvenido aquí-.

Schrödinger intentó refutar pero, sin previo aviso y sin ninguna clase de preámbulo, se vio rodeado por un creciente número de hombres asiáticos armados. La joven secretaria sonrío y dirigió un gesto de cortesía a un atónito Maxwell.

-Le aconsejo que no se angustie por su acompañante, Sr. Chase. Preocúpese por seguirme sin hacer pregunta alguna-.

No hay comentarios:

Publicar un comentario