Te miraba nerviosa, intentando aparentar seguridad y maldiciendo la facilidad con la cual mis mejillas se sonrojaban. Tú me mirabas fijamente, al tiempo que bromeabas y tus manos frenéticas jugaban en tus bolsillos. Mientras tanto, el ascensor nos llevaba hasta donde sabíamos y queríamos llegar.
Abro la puerta de la habitación, entramos a oscuras y acierto a encender una
pequeña lámpara. Cuando me enderezo noto tu respiración detrás de mi. Ni
siquiera me rozas y ya erizas mi piel. Ahora te miro a los ojos, tus manos me
rodean y empiezo a sentirme más cómoda, rodeo tu cuello con mis brazos, acerco
mi cara y por fin huelo tu aroma.
-Tenía tantas ganas de estar aquí contigo…- Susurro débilmente, admirando tus
ademanes frágiles y delicados.
Coges mi cara entre tus manos, tus pulgares recorren mis labios, mi lengua
juguetea con ellos y me acerco hasta casi rozarlos. Un fingido paso hacia atrás
te hace avanzar hacia mi y ahora sonriendo comienzas a besarme. Eres tal y como
lo imaginé: una mezcla de dulzura que se evapora en el volcán de tu deseo.
Nuestros besos son tímidos al comienzo, después tus dientes muerden mis labios
y nuestras lenguas se alían en la lucha contra la prudencia y la victoria del
placer. Mis manos se han colado por tu ropa y acaricio tu espalda recreándome
en cada uno de tus poros. Mientras me miras sonriente colaboras a dejarme
poseer la cubierta de tu corazón, ese que late acelerado a nuestro compás.
Sonriendo, guío tus manos al primero de los botones; en tu apresurado recorrido
arrancas uno de ellos mientras reímos ahora confiados. Tu boca busca
protagonismo y tras liberarlos de su prisión son tus dientes quienes vuelven a
apresar mis pezones hasta hacerles arder de deseo. Mis manos desabrochan tu
cinturón, hace tiempo que quiero sentirte pegado a mi sin barreras. Te tomas la
revancha dejándome expuesta ante ti. Este será nuestro primer abrazo, el más
íntimo y profundo y la señal de una irrevocable carrera hacia el éxtasis.
Tu hombría inhiesta roza mi piel. Te separas para mirarme con un aire seductor
que sin duda funciona. Con una sonrisa traviesa y entre tropiezos llegamos a la
cama. Tu espalda descansa sobre el colchón, mis labios ya recorren tu cuello,
mi lengua baja hasta tus pezones y comienzo el ardiente recorrido hasta tu
ombligo. Llego hasta donde hace horas quiero llegar y tu gemido me indica que
soy bienvenida. Ahora desde aquí aún me gustas más. Observo tu cara mientras mi
lengua cobra vida propia y tu mirada, más allá del tiempo y el lugar, me hace
cómplice de tu fruición. Disfruto encantada la dichosa sensación de darte todo
el placer que sé que puedo dar, y verte indefensamente feliz y extasiado, preso
de tu deseo y de la lujuria de mis labios.
Dura poco mi reinado y ahora me volteas hasta poseer de nuevo mis pechos y
maliciosamente sujetas mis manos mientras me devuelves la tortura de acercarte
a mi reclamo. Mi cuerpo ya no me obedece y ahora solo puedo dejarme caer en el
primer abismo al que me lanzas. Tu boca me ofrece mi néctar y me fundo en un
agradecimiento sin palabras, robándote el puesto sobre mi y aferrándome a tu
cuerpo sentada sobre él. Mis manos recorren tu angelical rostro, nuestros
instrumentos de gozo se rozan y me encargo de guiarlos hasta su encuentro. Mi
labio apresado por mis dientes desvela mi placer. Comienza el baile y tu dulce
mirada me saca a la pista. El balanceo de mi cuerpo marca el ritmo de tu
palpitar. Mi susurro anhelando que des más enciende tu cuerpo y me guías con
descaro y rapidez hasta donde quieres llegar. Tu boca, mi cuello, mi aliento,
tu cuerpo, mis ganas… Todo queda resumido en un solo momento de embriaguez en
el que me derrito y te quemo, te derramas y me pierdo.
Sonriente me miras mientras remolona me desperezo. Los segundos pasan de la
misma forma en que el invierno sigue al otoño. Despierto y sólo veo una nota
escrita con tu inmaculada letra. Esta noche volveré a estar contigo. Mi cuerpo
aún tiene tus huellas y mi piel ya te echa de menos. Mi esencia solo quiere tu
abrigo. Sólo han pasado unas horas y te busco de nuevo.